Un escritor, poeta, artista que manifiesta a través de su trabajo una conformidad absoluta a pesar de todo lo que ocurre en el mundo. Que no eleva su voz de protesta aunque esté viendo los horrores que surgen junto a todos los ciudadanos del mundo, una persona apacible e impasible cuando la sociedad de su país o simplemente de su pueblo o aldea vive la gravedad del desquiciamiento, el abuso, la violencia, no puede ser considerado un representante digno de las artes y las letras. El poeta mexicano José Emilio Pacheco (México D.F. 1939) es precisamente la oposición al conformismo. La voz que se levanta para protestar aun sabiendo que nadie la va a oír. Que no va a modificar nada. Pero también con la seguridad de que quedarse callado ante lo intolerable tiene sabor a cobardía, a pobreza de espíritu, a cómodo egoísmo.
Este poeta mexicano ganador del premio Cervantes, de aspecto bondadoso, y palabra serena, se ha distinguido por nadar contracorriente, algo que muy pocos practican. Su verso puede parece en determinadas lecturas, suave, dulce, celestial, pero tiene garras, tiene aullido de dolor. Ocurre también cuando este autor abandona la poesía y se dirige resueltamente a la prosa. No importa el género. La misma voz resuena en el verso que en el párrafo de prosa amarga. Es necesario, para José Emilio Pacheco, mostrar las miserias de su sociedad. No odiar su sociedad, amarla a base de mostrarla tal cual es, pensando que es la forma más eficaz de conseguir su curación.
Tanto en prosa como en poesía, el último ganador del premio Cervantes, procura siempre no presentar cuadros exclusivamente deprimentes. Sabe que no hay nada totalmente negro ni completamente blanco. Que el humor en literatura o en cualquier otro campo de la vida es arma corrosiva. Y lo maneja con talento. Ese es uno de los Principales puntos de apoyo del poeta y narrador mexicano. ¿Y la ternura? Claro que la hay, como buen poeta cómo no va derramar grandes dosis de ternura en sus versos. Aunque Pacheco es sobrio, ha conseguido una obra que la domina la sobriedad. La ternura brota sin buscarla. El humor es también muy propio pero sabe manejarlo, utilizarlo en los momentos precisos, como una llave para abrir puertas de complicada cerradura.
Y Pacheco está enfermo. Desde hace algunos años cuando le preguntan qué hará con el dinero del premio obtenido, suele responder que servirá para pagar médicos. Igual ha dicho con respecto al premio Cervantes dejando caer una brizna de buen humor. Como demostró en Oviedo, durante la ceremonia de entrega del premio, cuando sus pantalones - nuevos tal vez no ajustados a sus exactas medidas - rodaron hacia abajo causando sorpresa y sonrisas más que risas. El autor de Las batallas en el desierto no se inmutó, procedió a colocar las cosas en su sitio tal como siempre ha hecho con su obra, colocando las palabras justas en versos y oraciones.
Este mexicano de 71 años, sabe muy bien que salvo contadas excepciones, escritor o poeta que no lee no puede cimentar una buena obra. Sus lecturas han sido desde siempre continuas y bien elegidas. Su obra acusa un trabajo minucioso de pulir hasta alcanzar el nivel deseado. Algo similar a lo que hacía Juan Ramón Jiménez. El retoque constante, la revisión incansable de lo producido conducida a la perfección. Es el orfebre de la palabra. El buscador de los términos precisos que permitan expresar el dolor, el desagrado o el deseo de combate se da claramente en José Emilio Pacheco.