La literatura salvadoreña, como la de cualquier otro país, es ecléctica: dependiendo del momento histórico, el modelo literario, el género o la personalidad del autor o autora, esta adquiere unas u otras características. La Antología (poesía) que hoy presenta Ómnibus es, como lo dice su título, minúscula: muestra de pequeñas dimensiones en comparación con la vasta producción literaria de este turbulento, aunque vívido, país centroamericano. El objetivo de la misma es al menos despertar la curiosidad en todos aquellos lectores que la desconocen para convertirla, quizá, en el punto de partida de un viaje literario.
Pseudónimo de Carmen Brannon, Claudia Lars nació en Armenia (Sonsonate, El Salvador). Su trabajos aparecieron en la prestigiosa publicación Repertorio Americano, dirigida en aquella época por el escritor costarricense Joaquín García Monge. Mantuvo una estrecha amistad con Gabriela Mistral y estableció contacto con Juana de Ibarborou. Durante varios años fue directora de la Revista Cultura del Ministerio de Educación. Obra: Estrellas en el pozo, 1934; Canción redonda, 1937; La casa de vidrio, 1942; Romances de norte y sur, 1946; Sonetos, 1947; Ciudad bajo mi voz, 1947; Donde llegan los pasos, 1953; Escuela de pájaros, 1955; Fábula de una verdad, 1959; Tierra de infancia, 1958; Canciones, 1960; Presencia en el tiempo, 1962; Sobre el ángel y el hombre, 1963; Del fino amanecer, 1966; Nuestro pulsante mundo, 1969; Poesía última, 1975. Entre las antologías de su obra más importantes se encuentran: Obras escogidas, (selección de Matilde Elena López), 1973-1974; Sus mejores poemas (selección de David Escobar Galindo), 1976. La Dirección de Publicaciones e Impresos publicó su Poesía Completa (Tomos I y II) , (Selección de Carmen González Huguet), 1999.
Dos sonetos a un místico
I Amor que se cruzó por mi camino Y me encontró en la sombra, abandonada. Amor que fuera luz en la callada Y sombría espesura del destino. Esencia de lo noble y de lo fino: Le sorprendí brillando en su mirada. Mas no quiso hacer caso a mi llamada Y transformó lo humano en lo divino. Yo me quedé con la esperanza rota. ¡Corazón que me sangra gota a gota Siempre que pongo mi ilusión en algo! ¿Por qué tan fuerte ante la vida fuerte? ¿Es que miedo a la vida le tuviste, amor que no supiste lo que valgo?
II Abrí por ti mi corazón entero Y en él pudiste ver sin velo alguno. Lo que hacerme sentir pudo ninguno Sintió por ti mi corazón sincero. Amor entre los grandes el primero: Amor de aquello que entre mil hay uno. Se te ofreció inocente y fue importuno. Y lo calló tu voluntad de acero. ¿Por qué quieres vivir vida divina si de la forma humana estás vestido? ¿Acaso el mismo Dios no se adivina tras de la oscura puerta del destino? Si el alma entre la carne va escondida, ¿por qué este empeño es sofocar la vida?
Sonetos del Arcángel
I Quiero, para nombrarte, voz tan fina Y tan honda... conciencia de la rosa, Eje del aire, llama melodiosa, Cambiante y desolada voz marina. Vaivén de arrullo, trémolo a sordina, Rumor que el mundo y el azul rebosa; Arpegio de la escala luminosa Donde el canto de amor sube y se afina. Para nombrarte debo ser tan clara Como lira perfecta que tocara Mano imposible, de belleza viva. Y ha de vibrar dulcísimo tu nombre -verbo del ángel, música del hombre- en mi delgada lengua sensitiva.
Sobre el ángel y el hombre
A Juan Guzmán Cruchaga,
Alto poeta de América, y a
Raquel Tapia Caballero de Guzmán
I Me salva de mí misma: Huésped del alma en alma devolviendo La palabra que abisma, Lo que entiendo y no entiendo Por ese viaje en que llorando aprendo. Amoroso elemento Forma su fina y leve arquitectura; Con ágil movimiento De flor sin atadura Abre su vuelo reino de blancura. Sube de mí, conmigo, A cumbres de silencio, a ruido vano; Siendo el eterno amigo Con invisible mano Siembra fuego cantor en barro humano. Su llamada secreta Colma venas de noche, luz vigía; Es canción y saeta, Profunda compañía, Íntimo sol... para mi breve día. Le he visto por la nube Con rabel de pastor cuidando sueños; Por su arboleda anduve Sobre aromas pequeños, Y era el abril de verdes abrileños. Cuando el clavel tenía Edad de tierna boca adolescente; Cuando el gorrión ponía Aleteo en mi frente, Él ya me daba selección paciente. Mi soledad le pide Alta verdad y voz corregidora; Sé que su tiempo mide Vida razonadora Y miseria viviente, hora tras hora. Calor sin mengua vierte En puerta sola, bajo nieve hundida; Amando me convierte En amante aprehendida, Y ya no puedo estar semidormida. Contraluz de mi pecho A veces me lo vuelve casi nada; Mas del soplo deshecho Su pena derramada Es goce de otra cita enjamiznada. Isla de mar adentro, Donde dulce marea crece y canta; Iluminado centro Que hasta el cielo levanta Angélico poder de mi garganta.
Espejo
En el espejo se perdió la niña de antes, Con sus siete caminos primaverales Y una estrella de lágrimas en el corazón. El espejo come rostros Y tiempo. Hoy aparece en su cristal una mujer entristecida. Quizás también la muerte. Pero a la muerte... ¿quién la ve?
Diplomático, abogado, cuentista, novelista y poeta. Entre los cargos que desempeñó destacan los siguientes: director del Departamento Editorial del Ministerio de Educación; Ministro de Educación; diplomático en Chile, Colombia y España; miembro de número de la Academia Salvadoreña de la Lengua; y decano de la facultad de Cultura General y Bellas Artes de la Universidad "Dr. José Matías Delgado". Su poemario Libro de horas obtuvo el Primer Premio del Certamen Permanente "15 de septiembre", en Guatemala, 1947; mientras que Navegante río obtuvo el Primer Premio Centroamericano en los Juegos Florales de Quezaltenango, 1962. Su novela, Cada día tiene su afán ganó el Segundo Premio República de El Salvador en el Certamen Nacional de Cultura, 1964. Además de su obra literaria, sobresalen sus ensayos jurídicos: El divorcio en El Salvador, 1948, y Movimiento unionista centroamericano, 1958. Obra: Guaro y champaña, 1947; Aquí se cuentan cuentos, 1959; Espejos paralelos, 1974; El anzuelo de Dios, 1956; ¡Justicia, señor Gobernador!, 1960; Yo soy la memoria, 1985. En poesía destacan: Varia poesía, 1960; Sólo la voz, 1968; Sangre de Hispania fecunda, 1972; Maneras de llover, 1982; Fácil palabra, 1985; Aquí mi tierra, 1989; Desmesura, 1992.
Las cuatro dimensiones del instante
3
Hondura del dolor
¡Qué lección aprendiste de la tragedia, oh tierra! Se te empapó la carne de silencio infinito, Las cruces te brotaron como árboles de guerra Y las aves trocaron su canto por el grito. Sentiste que corría sobre tu piel la ausencia, Que el llanto de los hombres te calaba los poros, Que hasta la hierba estaba urgida de clemencia, Que eran de polvo y sangre los ansiados tesoros. Viste pasar la inmensa caravana de viudas Con los hijos a cuestas. Los jóvenes de antes Retornar con las cuencas vencidas y desnudas, Con los miembros rasgados, lívidos y sangrantes. Laceró tus oídos el lamento blasfemo De aquél que fue a la muerte por el amor asido, Y retornó a encontrarse con el dolor supremo De la copa vacía y el lecho envilecido. Escuchaste el crujido de la máquina fuerte Que sucumbió al empuje del enemigo artero, Y al capitán marino que desafió a la suerte, Lo hallaste entre residuos de carbón y de acero.
4
Dimensión de la esperanza
Tierra, madre marchita y ampulosa, Madre vencedora y vencida, Regazo de la hiena y de la mariposa, Del santo y del homicida: Creemos en tu ruda maternidad, en tu dolorosa Pasión de ser el sitio de la vida. Creemos en tu lloro fecundo Que hace crecer la mies y madura la poma Y riega sobre el mundo Con excelsa locura La virtud, el amor y la aventura, Y el trino y el color y el aroma. Y pues somos creyentes de tu rito, Apáganos ya el grito Del hombre mutilado, de la virgen desnuda, Del niño escarnecido y de la viuda... Brillen de nuevo en la campiña Los prados de esmeralda, Y florezca la niña Que recogía moras en su falda. Sea dado rezar como otras veces -mas no al igual que los abuelos que elevaban sus preces al reino de los cielos:- Mezclada la oración con el trabajo, Vencidos los blasfemos, Dios será con nosotros aquí abajo. Y entonces rezaremos, Puestos a la otra orilla de la guerra, Con el pecho frutal, con el alma encendida, Una oración, de pie como la vida: "¡Padre Nuestro que estás en la tierra...!"
Libro de horas
3 A.M.
-Madre, ¿de qué son las olas? -Son de jade movedizo... -¿Y los horizontes, madre? -¿Los horizontes?... ¡de vidrio! -Madre, yo quiero quebrarlos para herirme con su filo... -Madre, ¿de qué son las velas? -Son de sueño... -¿Y los navíos? -¿Los navíos?... ¡de aventura y de esperanza, y de hechizo!... -¿Verdad, madre, que me harás una gorra de marino? -Madre, ¿adónde van los viajes? -¿Los viajes?... Van al olvido... -Y los barcos que no viajan ¿por qué se quedan? -¡Por niños!... -Madre, cuando sea grande, ¡Yo también me iré al olvido!...
Trece instantes
Nocturno con espera
Ha de llegar. Se ignora todavía Quién habrá de llegar. Y aunque se ignora, Nos lo está repitiendo hora tras hora El corazón, maduro de alegría. Ya sucumbió el horóscopo del día. Ha de llegar precisamente ahora Que una indecisa luz baña y decora El cielo, estremecido de poesía. Ha de llegar... y en esta vana espera Desmaya la ilusión... ¡Si alguien supiera Quién o qué llegará!... Pero se ignora Su línea y su color y su estatura... Solamente adivina la locura Que ha de llegar, ¡precisamente ahora!
Nació en Estelí (Nicaragua) y, a los nueve meses de edad, su familia se establece en Santa Ana (El Salvador). En 1943, se gana una beca para estudiar en la Universidad de Loyola (Nueva Orleans, Estados Unidos), pero termina sus estudios de Filosofía y Letras en la George Washington University (Washington D. C.), en 1948. En la capital estadounidense, conoce a Juan Ramón Jiménez y éste se convierte en su maestro. Serán precisamente el escritor español y su esposa Zenobia, quienes seleccionarán los poemas del primer libro de Claribel Alegría, Anillo de silencio (1948). Vivió en varios países de América Latina y también en Deiá, Mallorca, durante muchos años. Desde finales de los años setenta, vive en Managua, Nicaragua. Obra: Anillo de silencio, 1948; Suite de amor, angustia y soledad, 1951; Vigilias, 1953; Acuario, 1955; Tres cuentos, 1958; Huésped de mi tiempo, 1961; Vía única, 1965, Cenizas de Izalco, 1966 (co-autora, junto a su esposo, Darwin J. Flakoll); Juego de espejos, 1970; Pagaré a cobrar y otros poemas, 1973; El detén, 1977; Sobrevivo, 1978; La encrucijada salvadoreña, 1980; Suma y sigue, 1981; Álbum familiar, 1982; Nicaragua, la revolución sandinista: una crónica política 1855-1979, 1982; No me agarran viva: la mujer salvadoreña en la lucha, 1983; Para romper el silencio: resistencia y lucha en las cárceles salvadoreñas, 1984; Pueblo de Dios y de Mandinga, 1985; Despierta, mi bien despierta, 1986; La mujer del río Sumpul, 1987; Y este poema río, 1988; Variaciones en clave de mí, 1988; Somoza, expediente cerrado. La historia de un ajusticiamiento, 1993; El niño que buscaba a ayer, 1996; Clave de mí, 1997, Umbrales, 1997; Fuga de Canto Grande, 1999; Saudade, 1999.
Anoche caminaba con el viento
Anoche caminaba con el viento, Hacia un país fantástico, sonoro, Donde la sombra es luz. El alma tuvo miedo de seguirme Y en un rincón del mundo se escondió. Ángeles de alas anchas, Con trompetas de sueño me llamaban. ¡Cómo tiembla mi cuerpo! Un sollozo infinito Me sacude por dentro.
De súbito
De súbito Como el silbato oscuro de los trenes Surge en mí tu presencia. Canta en el aire un gallo. Recorro nuestra vía Con tus signos: Faros rojos Y verdes, Silencios amarillos Que yo pasé de largo. Huele a Santa Ana el aire, A tu gabán volando en el pasillo. Sigue cantando el gallo Ya no estás.
Ars poética
Yo, Poeta de oficio, Condenada tantas veces A ser cuervo Jamás me cambiaría Por la Venus de Milo: Mientras reina en el Louvre Y se muere de tedio Y junta polvo Yo descubro el sol Todos los días Y entre valles Volcanes Y despojos de guerra Avozoro la tierra prometida.
Último salto
Te llevo, muerte, a mi costado Desde el momento en que nací. A través de los años Aprendí a no temerte A ser tu amiga Revolotea tu aliento En mis cabellos Escucho tu voz queda En el viento que pasa. ¿Qué sentiré sin ti? No hay muerte donde voy Ese último salto, Descarnada, Debo darlo yo sola.
Estudió derecho y antropología en las Universidades de El Salvador, Chile y México. Se dedicó, desde muy joven, al periodismo y a la literatura; publicó sus primeros poemas en la revista Hoja (Amigos de la Cultura, San Salvador, 1956) y en el periódico salvadoreño Diario Latino. Por su militancia política de izquierda en tiempos de dictaduras militares represivas, sufrió cárceles y destierros. Vivió en Guatemala, México, Cuba, (la entonces) Checoslovaquia, Corea, Vietnam del Norte y otros países. Fue asesinado por sus propios compañeros el 10 de Mayo de 1975. Obra: Mía junto a los pájaros, 1958; La ventana en el rostro, poesía, 1961; El Mar, 1962; El Turno del ofendido, 1963; Los testimonios, 1964; Taberna y otros lugares (Premio Casa de las Américas), 1969; Los pequeños infiernos, 1970; Las historias prohibidas de Pulgarcito, 1979; Pobrecito poeta que era yo, 1976; Poemas clandestinos, 1981. Entre sus ensayos y obras testimoniales destacan: El Salvador (Monografía), Un libro rojo para Lenin, César Vallejo, La Habana, 1963; El intelectual y la sociedad, 1969; ¿Revolución en la revolución? y la crítica de la derecha, 1970; Miguel Mármol y los sucesos de 1932 en El Salvador, 1972. Rafael Lara Martínez realizó una antología de la obra daltiana acompañada de uno de los mejores estudios sobre la misma: En la humedad del secreto, 1994;
Alta hora de la noche
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre porque se detendrá la muerte y el reposo. Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos, sería el tenue faro buscado por mi niebla. Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas. Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta. No dejes que tus labios hallen mis once letras. Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio. No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto desde la oscura tierra vendría por tu voz. No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre, Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.
El gran despecho
País mío no existes sólo eres una mala silueta mía una palabra que le creí al enemigo antes creía que solamente eras muy chico que no alcanzabas a tener de una vez Norte y Sur pero ahora sé que no existes y que además parece que nadie te necesita no se oye hablar a ninguna madre de tí Ello me alegra porque prueba que me inventé un país aunque me deba entonces a los manicomios soy pues un diocesillo a tu costa (Quiero decir: por expatriado yo tú eres ex patria)
No te pongas bravo, poeta
La vida paga sus cuentas con tu sangre y tú sigues creyendo que eres un ruiseñor. Cógele el cuello de una vez, desnúdala, túmbala y haz en ella tu pelea de fuego, rellénale la tripa majestuosa, préñala, ponla a parir cien años por el corazón. Pero con lindo modo, hermano, con un gesto propicio para la melancolía.
Yo estudiaba en el extranjero en 1953
Era la época en que yo juraba que la Coca Cola uruguaya era mejor que la Coca Cola chilena y que la nacionalidad era una cólera llameante como cuando una tipa de la calle Bandera no me quiso vender otra cerveza porque dijo que estaba ya demasiado borracho y que la prueba era que yo hablaba harto raro haciéndome el extranjero cuando evidentemente era más chileno que los porotos.
Poema de amor
Los que ampliaron el Canal de Panamá (y fueron clasificados como "silver roll" y no como "gold roll"), los que repararon la flota del Pacífico en las bases de California, los que se pudrieron en la cárceles de Guatemala, México, Honduras, Nicaragua, por ladrones, por contrabandistas, por estafadores, por hambrientos, los siempre sospechosos de todo ("me permito remitirle al interfecto por esquinero sospechoso y con el agravante de ser salvadoreño"), las que llenaron los bares y los burdeles de todos los puertos y las capitales de la zona ("La gruta azul", "El Calzoncito", "Happyland"), los sembradores de maíz en plena selva extranjera, los reyes de la página roja, los que nunca sabe nadie de dónde son, los mejores artesanos del mundo, los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera, los que murieron de paludismo o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla en el infierno de las bananeras, los que lloraran borrachos por el himno nacional bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte, los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta, los que apenitas pudieron regresar, los que tuvieron un poco más de suerte, los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos.
Nació en Chalatenango (El Salvador) y murió en París, donde residió durante muchos años ejerciendo la docencia universitaria. Fue parte del Círculo Literario Universitario. Escribió ensayo, novela, crítica, teatro, cuento y poesía. Obra: Francisco Gavidia, la Odisea de su genio (co-autor, libro escrito junto a José Napoleón Rodríguez Ruiz; Primer Premio República de El Salvador, Certamen Nacional de Cultura), 1965; Jugando a la gallina ciega (Primer Premio Centroamericano de Teatro) 1969; Rubén Darío y su intuición del mundo; El asma del Leviatán; El pastor de las equivocaciones; Cuando se enciendan las lámparas; Los parajes de la luna y la sangre; El libro de los sonetos; Poemas europeos (antología).
La noche ciega al corazón que canta
Arcángel que en metáfora pregunta por la Patria Antigua
I Fue ayer... Aquí la patria se extendía. El ciervo era una sílaba flexible, Y la brisa un arcángel invisible Que inundaba la selva de armonía. Aquí el tambor del río amanecía Tembloroso de espuma insumergible. Aquí la patria indígena, invencible, Exaltada en la antigua chirimía. Ayer las aves, el boscaje, el agua. Ayer la lenta y musical piragua. Sobre la piel delgada de los ríos... Ayer la patria virginal, sencilla, Palpitando de amor en la semilla, Se entregaba temblando en los bohíos. II Hoy sólo el polvo, la llovizna, el río; La espuma transeúnte y rumorosa. Sólo el viento, la tierra vaporosa; El paisaje, la yerba y el rocío. La piedra, el musgo, el hondo caserío Donde la tarde baja temblorosa. Y los árboles húmedos, la rosa, El alba y el libérrimo bohío. Sólo el milpal, la espiga casta, el viento. ¿Dónde está el aborigen irredento que surgió desde el surco a la simiente? ¿Dónde está, hermano, dímelo, la altiva patria arrogante, núbil, primitiva, que hoy dobla la cerviz humildemente?
Trenos
A Miguel Hernández
Bajo el latido de la yerba seca Duerme tu voz, pastor alucinado. ¡Cómo falta Miguel, tu asesinado silbo y tu voz de arcángel que no peca! Tu corazón, tu corazón impreca Al español traidor soliviantado. ¡Cómo falta tu tuétano incendiado que hoy bajo las raíces se reseca! Pastor del viento, el trigo y la gavilla, Frenético recojo tu semilla Y la raíz violenta de tu rosa. Te he buscado en Guernica, en Alicante, Para encontrarte claro, germinante, En tu muerte de espiga generosa.
Poemas europeos
XXXIV
¿ De qué me sirvieron los viajes y conocer a Teócrito Mao y Valery? ¿De qué me sirvió haber vivido visitando el Louvre el Prado el Ermitage? ¿D qué me sirvió enamorarme de la Monalisa? ¡Cómo perdí mi tiempo en Florencia frente al Teseo! La distancia me enclaustró Suplicio chino A gatas cargo mi piedra Cuando quiero el Océano pacífico Me baño solo en mi apartamento Cuando dibujo el mapa de El Salvador Furioso cuento las cruces que hace el ejército
El pastor de las equivocaciones.
VI
No soy del sur No soy del centro No soy de ninguna parte Patria tengo Y no tengo Mi patria la sueño en Casiopea En el Purgatorio vivimos Por la crueldad de los hombres Y el capricho de los dioses Diminutos sufrimos nuestra historia Desgarrada como nuestra tierra Rodamos como escarabajos en la bola del mundo
VIII
Los libros ayudan a Jugar a la Gallina Ciega A ocultar el cuero de mono que somos frente al espejo Ayudan a soportar la carga del tiempo A mirar con calma Las pequeñas y grandes miserias Ayudan a soñar A oír cómo la creación entera conmueve a la cigarra A comprender a la hormiga Al viento A sentirnos fruta Estrella Ayudan a vivir A conocernos
Nombre literario de Alfonso Quijada Urías, reside en Vancouver, Canadá, y es uno de los escritores salvadoreños más vanguardistas. También vivió en Madrid, Paris y Nueva York. Ha publicado dieciséis libros (poesía, novela, cuento), los cuales han sido traducidos a varios idiomas: inglés, ruso, francés, holandés e italiano. Su libro más conocido es Los Estados sobrenaturales y otros poemas (1971). Su obra narrativa incluye, entre otros volúmenes de cuentos, La fama infame del famoso (ap)átrida, 1979, Gravísima, Altisonante, Mínima, Dulce e Imaginada Historia, 1993; y Lujuria Tropical, 1996.
El Porvenir
En cuanto la idea del Diluvio se sosegó. A.R.
En la calle se establecieron fúnebres negociantes. De las Carnicerías el tufo de mil bestias degolladas inundó la mañana de nuestra primera infancia. La sangre corrió en los circos y las embarcaciones. En la casa de Dios. En los altos edificios aun chorreantes los niños contemplaron las extrañas imágenes. La sangre corrió. Los vendedores de pólvora, los traficantes de armas celebraron con pompa el próspero suceso. En la casa del ministro el general aderezaba los muslos de Efigenia. El sol negro reventaba en el arco del triunfo. La reina, la Maga, la que siempre nos ocultaba el porvenir, dijo por fin que el fin del mundo había comenzado. Pero esta vez no había embarcación. El mar estaba seco. Todo era ruinas, miserias, tempestad. Las visiones de San Juan brotaban de los ojos del animal de mil cabezas. No apareció la liebre aquella mañana ni dijo su plegaria el arcoiris a través de la tela de araña. El porvenir apenas había comenzado.
Emboscada
Salta la noche sobre el día le mete las uñas los dientes lo desgarra Todo se tiñe de sangre Agoniza Una campana dobla Duelo Vuela un pájaro ¿O es una llama? ¿O es el alma del día que expira? Silencio Funeral Sombras Saciada la pantera se transforma en árbol en cuyas ramas negras revientan las estrellas
Sobre cenizas
Caen del cielo copos negros de ceniza nieve negra cenizas del cañaveral el cielo es negro negra también la tierra Oscuros son los dioses del desastre No cesa la ceniza de caer plumas de lucifer Ave fatal y fatídica sobre muebles colchas cortinas el espejo y los libros en el cuaderno mismo invadiendo lo blanco y lo negro: tablero de ajedrez su negrura de muerte su evasiva respuesta a la muerte del tiempo el polvillo dorado de alfileres penetra cada poro e introduce su amargura azucarada su miel de oscuro vidrio resquebrajado en el crepúsculo Sobre cenizas escribo entre cenizas buscando en el rescoldo de la página manchada una sola palabra que al soplarla irradie su esplendor
Manchas de ruidos antiguos
Manchas de ruidos antiguos en los rincones del patio: sombras de la mentira tomando la forma de tu cuerpo y su lugar. La luz te hace creer en todo lo que alumbra o devela la sombra del monstruo que habita la penumbra. Toda palabra quema, ceniza será después, rescoldos de aquel fuego. Ruinas del tiempo, escombros, hollín y polvo, la efímera materia que fue la eternidad. Pequeña llama inmóvil, rememoración de la desaparición de la fe en la sorpresa. Del aire impuro del mundo están hechas las palabras, su círculo vicioso, toda pregunta es una piedra que se lanza al agua cuyas ondas alejan la respuesta. En corregir lo incorregible se te fue la vida, en buscar el error y al tratar de borrarlo, volverlo a cometer y la culpa otra vez de provocarlo. Palabras, resplandores inéditos buscando su sentido en lo sentido. En la ventana el rostro de la dulzura pensativa: una sonrisa ciega, en toda ella las frases y los gestos que nos son elementales. La fuerza que guía la mano en selva oscura, a través de la página, hasta encontrar la máxima potencia. El ojo que descubre lo invisible mientras crece la historia durante el sueño, la bestia echada junto a la ropa triste del amor consumado, todo aquello que amamos y por eso matamos lo más vivo en nosotros.
Doctor en Jurisprudencia y Ciencias Sociales, es el escritor salvadoreño más controvertido de su generación: la crítica nacional oscila entre la alabanza o el reproche. Como él mismo asegura en su Nota del autor de El guerrero descalzo (UCA Editores, 1990), "Se ha querido ver en mí al poeta 'en su torre de marfil', con el agravante de que vivo en un país convulso y dolorido. [...] en El Salvador se maneja mucho el contraste entre Roque Dalton y David Escobar Galindo, el bueno y el malo, o el malo y el bueno, según quien lo juzgue. Nosotros, Roque y yo, que fuimos amigos en la vida, contribuimos quizá a esa fácil noción confrontativa cuando yo escribí, en 1971, mi Duelo ceremonial por la violencia, y él me respondió en 1974 con su La violencia aquí. Dos visiones de mundo, dos concepciones de la realidad. [...] A estas alturas yo sigo respetando y admirando a Roque como poeta". La crítica nacional lo ubica entre las figuras más representativas de la literatura contemporánea centroamericana. Su obra lírica abarca más de cuarenta títulos y ha sido traducida al inglés y francés.
Libro del Fiel
1
Te observo desde el tejado de las obsesiones, Sabiendo que esta noche no será eterna, Que el día asomará con su facha de vagabundo, Que tendremos que seguir siendo lo que somos, Fantasmas, Iluminados, Indigentes, Arcángeles, Ciudadanos perplejos, Pero no importa: espérame, Cuando la noche vuelva yo también volveré A observarte mientras duermes desnuda a lo largo de mi cuerpo, A observarte desde mi atalaya de búho feliz.
2
Eres la mujer que navega en una gota de ambrosía, Así lo proclamo ante la calavera de yeso que me recuerda el deber de estar vivo, Falta mucho para que amanezca pero la estrella de la mañana Me hace guiños desde mi ejemplar abierto de Las Flores del Mal, Si me atreviera le preguntaría por la clave secreta de tus sueños, Y ya sé lo que me respondería: Deja reposar tu mano sobre su corazón y lo sabrás, pobre diablo profético, Después de todo la estrella de la mañana padece la ceguera de los bienaventurados, Y yo mejor me envuelvo por completo en el perraje de adolescente inmemorial Mientras la gota de ambrosía resbala desde mi frente hasta el fin de los siglos.
12
En un planeta roto nos tocó esta vez nacer, Y esa conciencia vale por todas las adivinaciones de la filosofía sistemática, Estamos literalmente sitiados por un ejército de nomeolvides, En paralela condición a la de los nómadas que descubren la fantasmagoría del oasis, Sentimos que este planeta es apenas el traspatio donde guardan las bicicletas Los dioses y las diosas de la tercera generación, Y para nosotros esa es la máxima recompensa por la fidelidad al buen augurio, Danzamos desnudos en la terraza del guardarropa solar, A medio camino entre dos estrellas que se extinguieron en la luna pasada, Y luego, sudorosos como los argonautas en la imaginación del rapsoda, Nos ponemos a recoger los pedazos fosforescentes del planeta roto, Para decorar nuestra casa levantada sobre el peñón que vuela en el vacío.
20
Tenemos palabras para todos los días, Tenemos silencios para todas las noches, La vida, a nuestro alrededor, es un desorden de máquinas ingobernables, Pero nosotros sólo somos nosotros, Y por eso habitamos una buhardilla en la que nunca anochece, En la que nunca amanece, Mientras el sol libera los silencios, Mientras la noche arropa las palabras.
Estudió Profesorado en la Universidad de El Salvador (UES) y fue parte del Taller de Talentos de la Casa del Escritor. Ha publicado en diversas publicaciones periódicas y sus textos han sido llevados a escena por el Grupo de Danza Contemporánea de El Salvador. Obra: La era del llanto, 2004; Viaje al Imperio de las Ventanas Cerradas, 2006. Ganadora del I Premio Joven "La Garúa" de Santa Coloma de Gramenet, Barcelona (2006) con este último poemario.
La era del llanto
(Fragmento)
Cuando las lámparas comprimidas de luz se empuñen contra el pecho ennegrecido de la noche y se acribillen sin piedad los recodos de los crepúsculos. Cuando los ciegos maldigan a la oscuridad y le declaren su odio de párpados, su fantasía de colores, su melancolía de imágenes. Cuando las manos se desgasten en el reflejo aséptico del cielo y el blindaje de las nubes derrita su repertorio de pájaros muertos, entonces la oscuridad se rebelará de los armarios y no existirá lugar sin luz sobre la tierra. En cada rincón, en cada entraña viva, incluso entre los muros, incluso tras las puertas cerradas, incluso en el fango de la boca, nacerá, crecerá, y se acuñará la luz. En los actos fallidos del arrepentimiento los suicidas contemplarán la lejana posibilidad de encontrar el abrazo de la muerte y tratarán de hallar la identidad perpetua de la noche y querrán bajar al corazón de la tierra y cruzar tuberías y acariciar el lodo; pero a lo largo de sus sufrimientos no descubrirán más que ataúdes luminosos que les pincharán el tacón izquierdo del arco angustiado del pie derecho.
Los niños, con su ternura de brazos y sus redes de acertijos, buscarán en las profundidades de sus camas el néctar prohibido del sueño para alimentarse los sentidos y empaparse las miradas; mas al cerrar las pestañas un racimo de colores confundidos se esparcirá dentro de sus ojos y al indagar sobre el tono más gris del gris todo se reducirá al tono más blanco que el blanco. Y al no tener tinieblas los oídos nocturnos del tiempo se recordará al grillo con especial afecto, porque no habrá signos que palpiten en el pulso del sonido, porque se quedará sin huellas el prisma repetitivo de las cosas, y se extrañarán los relojes, la letra oscurecida, el azabache del pubis. Oh, Rosa Náutica, juguete insaciable de la brisa, amante de las direcciones y letargo de los silencios: trajiste tu desconsuelo en un muestrario de profecías y de tu chistera sacaste los demonios impacientes para dejarlos habitar en la mano del pasado. Y se evaporó el olor de tus océanos, desparramando la sal en la piel persistente de los cactus y surgieron enjambres de bestias que alabaron el idioma de las luces y se alimentaron de movimientos, de gestos involuntarios, de nervios carbonizados. ¿Qué será de los seres sin sombra, sin rastros de sí? ¿Qué será de la noche cuando huye de sí? ¿Qué será del ciego si al cerrar los ojos no ve más que luz? ¿Qué será del cielo sin ritos de estrellas, sin sueños de niños? ¿Qué será del alma de las cosas y del juego oculto de las luciérnagas? ¿Será, acaso, una mancha de sangre desfilando hacia su pasado de rabia? ¿Será quizá un acto de penas que encierra el rumor de las armas en el mundo líquido de los espejos? ¿Tal vez la exclamación ensordecedora de un tiempo olvidado? Es que ahora bulle la sangre dentro del organismo y se pudren las articulaciones y los alacranes sostienen su calcina de momias dormidas, su sarro, su arcilla, su estéril saliva y su duro montículo de veneno. Es que ahora el capricho de los dedos nutre la dualidad de las cosas: de lo bello, lo feo; de lo malo, lo bueno; del instrumento de marfil, la calavera de mármol; de las lenguas de las víctimas, las escépticas palabras; de la roca viva y del contenedor de los espíritus, el soplo de la esperanza y la oquedad del limbo de aquellos que fueron, y siguen siendo, misterio de ceniza iluminada.
Viaje al imperio de las ventanas cerradas
(Fragmento)
Ofelia se levanta con la música de las máquinas con el zumbido triste que imita el canto del jardín su cuerpo se escapa del paraíso como aire como lluvia como aliento de cedro y se pierde en el Imperio de las Ventanas Cerradas. Y Ofelia esta allí ante un puente de algas mirando como las ramas del sauce besan las manos del arroyo. Ofelia quiere ser el sauce para dejarse caer. El arroyo quiere ser la rama para dejarla caer. Ofelia Ofelia dime ¿Eres el artefacto perfecto de la mentira o eres la causa simple del capricho? ¿Eres la penumbra o eres el faro en la ventana? ¿Eres el tiempo o eres el no? ¿Eres la espada o eres la sangre del veneno? Ofelia Ofelia mirate aún no te conviertes en locura como pronosticó tu espejo de doble risa. *** Ofelia alguien clavó en la punta de mi pie ángeles arenosos nómadas de plazuelas que dicen adiós con la cabeza amputada de una estatua y este maniquí es una blanca mujer a la orilla de una esquina una sirena a media luz en el agujero de una vitrina un cascarón de parafina que resguarda un corazón de yeso y eso soy aunque me llegue tu risa desde lo más adentro de tu ciudad oscura y se desparramen tus mil brazos en los fluidos de mis venas.