Poeta y editor. Director de Índole Editores. Fundador de los talleres literarios El Cuervo y Tayahually. Ha publicado Montaje invernal en coautoría con Danilo Villalta, Ediciones El Cuervo (1999) y Los pasillos imaginarios, Malayerba (de pronta publicación); además, aparece en antologías de poetas jóvenes en Centroamérica y España e igualmente en revistas de la región y Suramérica. Fue editor de la Dirección de Publicaciones e Impresos del Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (Concultura), fue miembro del consejo editorial de la revista Cultura. Actualmente integra la Fundación Claribel Alegría, Fundación Clic (arte nuevas teconologías), Fundación Cultural Alkimia y participa en el colectivo Maniobra.
Sara oscura meridional escasa inmóvil piel la muerte entre las manos del último deseo la luz en la madrugada en un cuarto lejano Sara el miedo la rabia de la raíz que revienta las aceras el temblor de las hojas en el viento el ojo de un espíritu ligeramente amarillo Sara el frío el pecado abierto en la oscuridad la voz a medianoche desde un teléfono público y las letras desteñidas en el disco de acetato Sara esparcida en el polvo Sara la foto escondida Sara mala intención omitir direcciones faroles rotos Sara diluvio Sara sed Sara amargo sorbo en el bar solitario Sara los sitios del alma Sara ojos que el tiempo duerme Sara madre hijo uno oscura meridional la soledad el último deseo de llamar y llamar y llamar y llamar a la muerte con nombres equivocados Sara
mira de reojo su nombre se extingue en la brasa del tabaco blanco humo de iglesias la mejilla roza la espina escondida observa los techos como los gatos se ríe a medias de los balcones abandonados se ve en el reflejo del café con la mirada furtiva de los pájaros en los ventanales el vidrio viejo y empañado no deja de ser invisible ojo de mujer se da cuenta de que alguien falta en las calles la ciudad amarilla que la traiciona florece y toca los ecos del abandono hechizada por el sepia de una foto antigua una figura intermitente aparece en las vitrinas sólo se rearma en los destellos entre la gente caudalosa como los años pasa y desaparece todas las esquinas son iguales cuando se espera el último sorbo de tabaco se consume en el rojo vivo de los labios que ya no besan de las escalinatas cruje la madera de los alambrados y terrazas huyen los pájaros ella siente en la espalda la respiración tibia como la sangre la vida pasa furtiva y se ve en los ventanales ahora los nombres ya no importan la ciudad no es más que un corazón herido
un minuto y es una hora extiendes tu cuerpo aún joven y fiel hacia el silencio de la habitación y rasgas suavemente una distinta seda de secreto tocas un filo que brilla como bestia de la ternura un péndulo que se detiene herido por el miedo te acercas a una fuente de sangre antigua que es la noche y es tu navaja la que hace de la palabra un fantasma un lenguaje invisible que enfurece a los espejos una frontera donde los nombres desordenados caen como la lluvia así pruebas la saliva de los cuerpos tristes al dormir la sed los muertos el corazón de una tribu de amantes causa y levadura de un pan amargo es la boca que tapas con maleza del paraíso la tibia hojarasca de las cosas el cantar de un diluvio de pájaros el lacio cabello de los ecos que serpentea en los rostros de febrero así ardes sobre todas las sombras sobre el líquido espeso de los durmientes los muslos de una ciudad desconocida padre y madre serás de tu olvido extranjero en la cima de tu creación lo sabes y dejas que el tiempo te beba con la intensidad del primer amor
no debiste regresar al menos no con el aroma de esa vieja tarde de años intacta la plena ferocidad de la mejor juventud o triste el pecho caudaloso que imaginé escarchado no debiste volver ni poner un pie en el invierno ni dejar reposar el silencio de los labios en los labios ni permitir así la misma mirada de aquellas horas no tenías que abrir esa puerta y aparecer como un luminoso árbol de niños no debiste nombrarme apenas no debí olvidarte sólo con las manos no debiste entrar a esta casa secreta que se muere desde las hojas no tenías que arrasar con tu voz la correspondencia de libros y tormentas no debiste regresar no debiste volver no debí mirarte a los ojos ...y entrar