Para esta conferencia tuve muchas tentaciones. El enfoque general de la mesa: "Género y literatura" sin duda despierta muchas inquietudes y entusiasmos. Al final mi tarea ha sido indagar ese tema desde la narrativa. Dos aspectos me inquietaban: el primero, referido a las mujeres que escriben narrativa y el segundo, más ambicioso y que tuve que rechazar por el tiempo, los personajes femeninos en la narrativa.
Para comenzar, cuando pensé en las mujeres que escriben cuento o novela en El Salvador me remitía a tres o cinco nombres que siempre resuenan en las antologías, editoriales, sitios web, revistas, etc. Pero la lista, si nos acercamos a algunos documentos, es verdaderamente extensa. Quizá de todas, el inventario que realizara la Red de Mujeres Escritoras Salvadoreñas en 1997 es el que más nos arroja nombres.
Este documento, enfoca su objetivo en facilitarnos biografías de mujeres que escriben por hobbie, placer, pulsión o verdadero oficio, y se convierte en un rico listado incluyente de nombres, cuya muestra literaria es esencialmente poética y breve (en general uno o dos poemas en promedio) para una lista de 133 autoras nacidas desde mediados del siglo XIX hasta el último cuarto del siglo XX. Las muestras narrativas que en él se consignan no permiten mostrar un quehacer tan extenso o rico en matices para su comparación o estudio.
Sin embargo, insisto, es un interesante inventario de autoras que por una u otra razón han cultivado la narrativa, muchas de ellas (el 88% dice el documento) autodidactas, y cuyas obras están desperdigadas en periódicos de la época, premios publicados o no publicados, esfuerzos personales, y en la mayoría de casos, inéditas.
La introducción de la investigación permite ilustrarnos con algunas cifras el panorama de hace 10 años para las mujeres escritoras:
En cuanto a la ocupación, el 55% son estudiantes, 23% son profesionales, 12%, obreras y el 10% se dedica a labores del hogar. Tomando en cuenta el domicilio, un 25% son de la zona oriental, 35% de la occidental, 10% de la paracentral y un 30% de la zona central... Los géneros literarios que se cultivan son: poesía 61%, cuento 20%, artículos 10%, testimonio 7% y ensayo 2%.
De este documento me interesa señalar una lista simple, pero sorprendentemente extensa, de nombres en la que encontraremos a quienes durante muchos años han sido la voz de la narrativa escrita por mujeres en nuestro país:
De 1840 a 1880 se reportan únicamente mujeres poetas. Es hasta finales del siglo XIX y en el siglo XX que nacen mujeres narradoras, entre ellas Eva Alcaine de Palomo (1899), a quien Manuel Barba Salinas incluye bajo el seudónimo de Eugenia de Valcácer en su Antología del cuento salvadoreño, en la que también aparece Pilar Bolaños de Carballo (1920-1961).
Claudia Lars (1899-1974) también puede contarse entre las primeras narradoras salvadoreñas, y aunque su voz poética ha predominado sobre su voz narrativa, esta ha quedado recogida en su Tierra de infancia y en la Antología del relato costumbrista en El Salvador hecha por David Escobar Galindo (3) .
El siglo XX dará más nombres a esta lista. De las nacidas en las primeras décadas destacan: Marina Ercilla Saggeth Alarcón (1910), cuyos cuentos se recogen en revistas y periódicos religiosos; Ángela Magaña Salazar (1919), inédita; todas con un toque costumbrista en su obra. En estas primeras décadas, tenemos ya a dos grandes representantes de las letras nacionales: Matilde Elena López (1922-2010), una de las contadas escritoras cultivadora de todos los géneros y cuya obra se ha difundido en diversos espacios; y junto con ella, Claribel Alegría (1924) "una de las pocas escritoras que luchan por liberar a la mujer de los estereotipos machistas -dice la ficha que la Red hace de ella- (y cuyos) personajes femeninos son cuestionadores de la marginación de la mujer en nuestro medio" (4) .
Otras más, nacidas luego del primer cuarto de siglo, son: Marta Sosa Molina (1924-1994), Julia Granadino de Olivo (1928), Blanca Aguiluz Artiga (1929), María Marta Montúfar (1929), Mercedes Durand (1933-2000), Yolanda Consuegra Martínez (¿), Josefina Pineda de Márquez (1934), Edith Montano Valle (1935), Aída Ruth Rodríguez Macall (1936), Maura Echeverría (1936), Gloria Amanda Ferrufino (1937); Aziyadeh de Ávila (1938), Cristina Gutiérrez Vargas (1938), Esperanza Zoila Monterroza (1939); Cristina Caridad Granados (1944), Ana Mercedes Cañada de Navas (1945), quien es una de las pocas cultivadoras de la fábula; Consuelo Roque (1946), Dinora Ruth Lozano de Mariño (1946); María Guadalupe Estrada (1948), Refugio Duarte de Romero (1948), Ana Francis Góngora (1949) y Silvia Etel Matus (1950), con quien cerramos la lista de las narradoras nacidas antes de la primera mitad del siglo pasado.
En la segunda mitad del siglo XX se cuenta nombres como el de Irma Chavarría (1951), Ana Mercedes Vargas de Ayala (1951), Ana Guadalupe Martínez (1952), Blanca Lidia Centeno Meléndez (1952), Juana Minero Ayala (1953), Dora Gladis Contreras (1957), Carmen González Huguet (1958), Jacinta Escudos (1961), Eva Ortiz (1961), Ana María Cañas (1963), Aída Párraga (1966) y Raquel Alexa Rodríguez (1969).
El último cuarto de siglo nos brinda nuevas voces de la narrativa: Clara Asunción Escamilla (1972), Abigail Guerrero (1972), Michelle Herrera Guirola (1973) y Ana Deysi López Ramos (1976), con quienes cierra esta investigación de la Red.
Este listado heterogéneo obviamente carece de otros grandes nombres de la narrativa escrita por mujeres y pone a algunas de las máximas representantes de este género en una maraña de nombres y datos que poco aportan al conocimiento de sus obras. En muchos casos, descubrimos a escritoras ocasionales o dedicadas a públicos específicos u objetivos didácticos más que estrictamente literarios, y nos lanza interrogantes relacionadas con el quehacer de aquellas que, manifestando su afición o su oficio hacia el cuento, no han logrado llegar a antologías, publicaciones periódicas o recopilaciones de muestra narrativa.
Dos obras más nos permiten conocer a otras narradoras: Antología 3 x 15 mundos. Cuentos salvadoreños 1962-1992, una selección de Rafael Francisco Góchez, Gloria Marina Fernández y Carlos Cañas Dinarte, que permite acercarnos a una muestra representativa de casi medio centenar de autores en los que se incluyen apenas a cuatro mujeres: María de los Ángeles de Castillo (1925), Mercedes Durand (1933-2000), Aziyadeh de Ávila (1938) y Gloria Marina Fernández (1938).
Felizmente, esta selección permite un acercamiento a la obra de estas mujeres, cuya producción es calificada como costumbrista rural o urbana para el caso de Gloria Marina y Mercedes Durand, respectivamente; mientras que la de María de los Ángeles de Castillo y Aziyadeh de Ávila, como mito y leyenda.
Los mismos compiladores ofrecen en esa obra una lista de cultivadores contemporáneos del género no incluidos en la selección, donde rescatamos otros nombres ya mencionados por la Red de Mujeres y a los que se suman los de: Ángela Villareal y Blanca Ruth Yash.
Pero es hasta la Antología de cuentistas salvadoreñas (UCA Editores, 2004), obra del boliviano Willy O. Muñoz, catedrático de literatura hispanoamericana del siglo XX en Kent State University, que podemos tener un acercamiento a la obra de algunas narradoras salvadoreñas, y en la que afortunadamente podemos tener noticia de Josefina Peñate y Hernández (¿1901), Leda Falconio (1905-¿?), cuyo seudónimo es Aldef , Jennifer Rebeca Valiente (1973), de seudónimo Harry Castell, y Claudia Hernández (1975).
Obviamente, el recorrido que he planteado no ha seguido cánones de generación, publicación individual o calidad literaria. Ha sido un ordenamiento más o menos por años de nacimiento, incluyente y que ha surgido de lo que esos tres libros presentan de la narrativa salvadoreña, cada uno de ellos con tres objetivos de recopilación distintos pero que nos permiten extraer una gran cantidad de autoras a las que es indispensable seguirles la pista. Sumaría, antes de cerrar las enumeraciones, a Súchit Chávez, quien ganó el Certamen Letras Jóvenes de La Prensa Gráfica hace un par de años y cuya producción espero que siga saludable, y a aquellas jovencitas que actualmente forman parte de La Casa del Escritor, cuyo taller de literatura dirige Rafael Menjívar Ochoa (5) .
Retomando la obra de Muñoz, que hasta la fecha es el mejor referente de la narrativa de mujeres, podemos formarnos un panorama más allá de nombres y muestras. Muñoz retoma en su estudio las palabras de Manuel Barba Salinas en la introducción de su Antología del cuento salvadoreño (1880-1955), en las que se deja constancia de una situación lamentable que llega hasta 1960: "se ha dicho repetidas veces que El Salvador es un desierto intelectual en nada propicio para manifestaciones del espíritu". Si esta es la realidad para los escritores salvadoreños (dice Muñoz), las escritoras han tenido una suerte aún más deplorable, dado que ellas, como en otras latitudes, apenas han sido incluidas en las antologías e historias de la literatura salvadoreña (6) .
Y Muñoz es generoso en enumerar antologías del cuento que poco o nada han retomado la producción femenina en tal género o que simplemente han incluido a las tres ó cinco voces que me resonaban desde el principio y que sin duda compartimos: Claudia Lars, Matilde Elena López, Claribel Alegría, Jacinta Escudos y Claudia Hernández, cuya resonancia quizá también se deba a que son las únicas que han tenido un eco más allá de El Salvador, han sido incluidas en antologías centroamericanas, hispanoamericanas o internacionales, y han merecido el estudio de críticos y académicos nacionales o extranjeros.
La investigación de Muñoz al respecto de las narradoras salvadoreñas, adquiere mayor valor porque también enfoca los temas que ellas abordan. Para este académico, la historia del cuento en El Salvador empieza con Josefina Peñate y Hernández, con su libro Caja de Pandora. Ricardo Roque Baldovinos en su prólogo a El Salvador: Cuentos escogidos otorga este sitio a Salarrué, pero Caja de Pandora es de 1930 y la obra de Salarrué se edita en 1933, y sobre todo, a juicio de Muñoz, con Caja de Pandora se supera el costumbrismo y realismo salvadoreños imperantes entre los escritores de la época, y se escribe sobre la condición de la mujer citadina, oprimida por el sistema patriarcal, orden social asimétrico que destruye la vida de múltiples personajes femeninos incluidos en el libro. Muchos de sus temas, concernientes exclusivamente a la experiencia de la mujer, como la virginidad, el aborto, el incesto, los hijos fuera del matrimonio y muchos otros propios de la literatura actual aparecen ya en sus historias.
Eva Alcaine de Palomo o Eugenia Valcácer, pese a escribir sobre el tema del campo, también deja al descubierto "una clara visión de las diferencias sociales, raciales y de las expectativas de cada grupo en un lenguaje que revela dichas divisiones".
Y es hasta finales de los 50 cuando una producción esporádica comienza a cambiar de tono y las escritoras renuevan sus temáticas, ahora citadinas. Matilde Elena López nos dará en El muro un cuento de corte psicológico, Leda Falconio nos brinda "un mosaico de una sociedad salvadoreña en una ciudad con acentuado ambiente provinciano". Claribel Alegría dará un giro que nos hará ver la tortuosa historia salvadoreña y esta brecha será continuada por Consuelo Roque, quien nos mostrará las facetas de la revolución narrada desde los hombres y mujeres de un pueblo que se oponen al gobierno represivo".
Jacinta Escudos ha sabido bogar por varios temas, desde la opresión política del país hasta "las vicisitudes de la mujer, su sexualidad y sus deseos frustrados, la sociedad patriarcal que la tilda de loca a toda mujer que trata de sustraerse a sus normas enajenantes. Su temática -afirma Muñoz- se inscribe en el cuerpo de la mujer: espacio de deseos y frustraciones, de prescripciones enajenantes, pero también cuna de rebeldías y de revoluciones sociales".
Irma Chavarría "persiste con el tema de los horrores que ocasiona la guerra fraticida salvadoreña, pero también escribe sobre los trastornos ecológicos por la contaminación ambiental. Mientras que Jennifer Valiente muestra su inconformidad en cuentos sobre la época posrevolucionaria, y desarrolla otra veta enfocada en la tortuosa relación entre el hombre y la mujer, con temas de infidelidad conyugal y sida, entre otros.
Claudia Hernández, en sus tres libros, se ha atrevido a seguirle la pista a una generación que ha devenido por varios caminos: el de la guerra, el de la posguerra, el de las consecuencias de la diáspora para los inmigrantes, con esa mezcla insólita entre ternura y crueldad.
No quiero dejar de mencionar que para buena salud de la narrativa de mujeres, Carmen González Huguet sigue creciendo en su faceta de narradora y ha incursionado con fuerza en la novela, la que hemos podido conocer en sus inicios gracias a su premio en los Juegos Florales de San Salvador en 2005 y que podemos disfrutar gracias a la publicación de El rostro en el espejo (7) y otra serie aún inédita.
Willy Muñoz retoma justamente estas aristas que pueden dar una luz a la poca proyección del cuento escrito por mujeres: los certámenes o juegos florales, gracias a los cuales se ha podido dar a conocer obra de autoras como Irma Chavarría y Jennifer Valiente, a quien recomienda seguir la pista de su narrativa.
Puesto así, este panorama pareciera opacar las publicaciones de las narradoras más representativas y eso no es justo. La extensa producción de Claribel Alegría, la fuerte presencia de la narrativa de Jacinta Escudos y la universalidad de Claudia Hernández pueden ser de nuestro alcance gracias a múltiples ediciones que existen de estas autoras, tanto en editoriales nacionales como internacionales. Curiosamente, la narrativa de Aída Párraga (1966) poco se ha difundido en nuestro país, pese a estar editada por una importante casa editorial argentina, y así muchas otras, que aún contando con ediciones de sus libros, una vez agotadas no es posible tener acceso a ellas.
Pero retomar en palabras todo esto no es suficiente para la buena salud de la narrativa de mujeres: algo más hace falta, otras aristas de este fenómeno se nos escapan: formación, políticas editoriales, difusión a través de otros espacios, promoción, crítica y acercamiento académico a las creaciones narrativas de las mujeres no pueden obviarse ni considerarse ajenas al fenómeno, pero creo esos son aspectos mucho más ricos para el debate colectivo que esta mesa también persigue y sobre los que podemos discutir desde aspectos sociológicos, antropológicos, económicos.