Licenciada de Letras por la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), profesora de lenguaje y literatura. En 2001 recibió el reconocimiento Joven Talento año 2001 en el área de Literatura. XIX Edición en el Arte de la Literatura, otorgado por Galería 91 y el Consejo Nacional para la Cultura y el Arte CONCULTURA (2002). Actualmente es la Subcoordinadora académica de la Escuela de Jóvenes Talentos en Letras (programa auspiciado por el Ministerio de Educación y dirigido por el C-Innova de la Universidad Dr. José Matías Delgado). Trabaja como gestora cultural. Ha publicado Recuento de relaciones (Alkimia, 2003, en coautoría con Juan Ramón Saravia), Historia de los espejos (DPI, San Salvador, 2004), Los solitarios amamos las ciudades (Índole editores, 2009)
Los solitarios amamos las ciudades
los pisos altos
y el escándalo de los parques.
I Solo quedan las fotografías Una aventura de sal y la cuna de tu boca Bajo el ángel un sueño postergado una mano que no fue y el abismo hecho de silencio II La ventana mira la ventana detrás de ella aquel tren estacionado aquel tren de bahareque y hueso la claridad de octubre y tu rostro en penumbra VII Las cartas bajo la raíz del árbol La niñez escrita en el invierno Las noticias eran escasas Sueños de papel en un inventado anonimato Semillas de tinta y tierra en las manos inquietas. IX Intenté atrapar con la red de los sueños aquella casa que construías cada noche ahí te sentabas en el corredor amplio más allá una sabana de nubes y un volcán el valle de cobre era solo una prolongación del sueño la espuma de las fábricas la nieve insólita de esta latitud tu cansado corazón un solitario recuerdo de la infancia en el país lejano mi necedad de verte en la terraza el olor de la tarde de invierno todo ello es tu casa, la única, la que guardo en este desordenado hangar que palpita. X Venías con octubre en los labios con el corazón hecho una bóveda con el tropiezo de los días. Te sentabas como un perro que espera al amo ausente a quien oye en sueños llamarlo en la llanura Compartías la mesa con el gesto de los niños hambrientos con la angustia del vagabundo Llorabas el mar en la madrugada Te acostumbraste a desprender una luz (que te mata cada noche) porque te acostumbraste a su dolor a un incómodo resplandor en las entrañas a su forma de amar y acomodarse y te sabes fuerte porque eres capaz de tragar luz y no llorar.