Lo que se aprecia más de un escritor es sin duda el estilo. Ese complejo entramado de singulares características que le da, en este caso un narrador, a la estructura del lenguaje, a su significado, al diseño de los personajes y al universo que nos describe hasta hacerlo familiar, placentero y apetecible. Ese es el caso de Fernando Iwasaki.
A lo largo su producción narrativa ha ido planteando a sus lectores una propuesta lúdica aderezada con un peculiar sentido del humor y construida sobre una sólida prosa donde el juego semántico y los variados recursos intertextuales funcionan como un espectáculo pirotécnico. El quevédico modo que Iwasaki usa tanto para artículos sobre fútbol, relatos o en sus cuentos ha desembocado en Neguijón (Madrid: Alfaguara, 2005) en una bella y entretenida novela en la cual todos estos mecanismos se asientan y cobran proyección para ofrecer al lector un viaje singular por el siglo de oro español.
Todo limeño es básicamente un sevillano en el exilio; Iwasaki abandonó ese exilio hace muchos años, los que lleva afincado en Sevilla, donde residen sus tres grandes amores: su familia, el Betis y el Archivo de Indias. Esta re-unión de universos tan afines han confluido hasta darle a su visión de escritor hispanoamericano un carácter singular.
Donde primero se nota es en el lenguaje, donde conviven y fructifican peruanismos, españolismos y arcaísmos tan bien ensamblados en el texto que hacen desaparecer del español que usa en la novela el océano que los separa.
La Historia es otro puente de los que sirve para acercar las dos orillas. Un recurso del que se vale para entenderse a sí mismo y a los demás. Para comparar lo que fuimos y lo que somos ahora. Para desentrañar, en suma, el funcionamiento de los esquemas culturales que nos caracterizan. Lo que Iwasaki se planteaba, desde una visión peruana, en Inquisiciones Peruanas (Editorial Renacimiento, Sevilla, 1977) tiene ahora resonancias hispanoamericas en el sentido de ida y vuelta del término.
El argumento de la novela también re-une Lima con Sevilla y sobre ambas, una "reescritura", a la manera de Pierre Menard, sobre temas cervantinos y del siglo de oro. Escrutinios de bibliotecas, trastornos producidos por la lectura, el deber y el honor, discursos sobre armas y letras o el misticismo son tratados teniendo como eje una perspectiva singular: el dolor.
Desde la épica valentía del capellán/inquisidor Tortajada a la cobardía mística de la beata Luisa, los personajes se definen por su manera de enfrentarse al dolor; teniendo en el cirujano Gregorio de Utrilla a su mejor ejecutor. Éste, además, vive consagrado a la búsqueda del gusano llamado neguijón. Todo ello en el contexto de luces y sombras que era el humanismo y la ciencia del siglo XVI y filtrado por la ironía y el humor del limeño-sevillano.
En un mundo, el editorial, para el cual la definición de novela pareciera ser: "un texto de ficción de no menos de 400 páginas que debe venderse entre 15 y 20 euros", encontrar una novela de 170 -y en un punto de letra que es la alegría de los miopes- que nos cuente tanto y de una manera tan amena es digno de reseñarse. La brevedad, hija del cuento hispanoamericano tiene en Neguijón un magnífico ejemplo.
Como lector de novelas históricas sólo habría que reprocharle a Iwasaki el privarnos de la aventura extratextual de averiguar por nuestra cuenta qué hay de ficción y qué de Historia en su novela. Nos vuelve, contra nuestra voluntad, a la realidad con su Biblioteca Neguijón y su Neguijón tomas reales. Y es que cuando un narrador da a luz una ficción, el historiador no tiene vela en el bautizo.