Rodolfo Hinostroza, poeta peruano nacido en Huaraz (Perú) en 1941. Es considerado uno de los mejores poetas hispanoamericanos de la generación del 60. Entre sus obras destacan Consejero del Lobo (1965), Contranatura (1971), Poemas Reunidos (1986). En 1987 ganó el premio internacional de cuento "Juan Rulfo", otorgado en París por Radio Francesa Internacional con el relato "El Benefactor". Los poemas que aquí presentamos pertenecen a Memorial de Casa Grande, poemario que acaba de aparecer este mes.
Mi madre Gloria era La chica linda del Callejón del Buque, De Bajoelpuente, en el jirón Trujillo, manyas primo. Era hija de Clausen, un ingeniero danés chiquito y colorado, lisuriento, que a veces venía a visitarlos, a ella y sus dos hermanos, a Olga, la segunda, y a Rodolfo, el menor. Eran hijos habidos en Victoria Farfán, guapa bajopontina de imponente perfil, y de horrible carácter, tal como lo aprendí a mis expensas luego. Nadie quería entrarle aunque era buena hembra, pero con fama de ogro: Tuvo que ser este gringo despistado, chambero y buenagente, pero más lisuriento que un capataz de obras se ve que había aprendido su oficio en el barco porque instalaba Centrales Hidroeléctricas en provincias y se quedaba un año dos, en Camaná por ejemplo, o en Máncora conviviendo en el campamento con mujeres del pueblo a las que les hacía de vez en cuando un hijo. En consecuencia le hizo tres hijos a Victoria De puro macho que era. Gloria nació, por ejemplo, en el campamento de Ica, Y Olga en el de Marcará y el muchacho Rodolfo ya de regreso a Lima pero hasta ahí nomás llego, porque luego de algunas peleas memorables con el Ogro el hombre se esfumó. Ni cojudo, se fue desapareciendo de a poquitos pretextando trabajo hasta que no volvió, sino de tarde en tarde para ver a sus hijos. Cada vez que el gringo venía a visitarlos, La cosa terminaba en unas grotescas, gigantescas puteadas de callejón limeño, Con mentadas de madre y baldes de meados Contra el valiente danés y sus torpes carajos, sus incipientes mierdas, sus amargas derrotas de gringo buenagente contra la horrenda familia de mi abuela, un matriarcado chicha de obreros criollazos y grisetas que comportaba un tira, un par de mechadores famosos una puta solapa y varios palomillas que a veces terminaban en la cana. O sea que mi madre lo veía muy poco Pero siempre cargado de regalos, como Santa Claus en su trineo: Muñecas lloronas, ropa importada de Miami, camioncitos a cuerda, Y sus visitas eran más inolvidables cuanto más esporádicas, Y siempre en Navidad Que para los daneses es sagrada Y nunca les falló en eso al menos. Los tres hermanos competían desleal y arduamente por el breve, pequeñísimo tiempo Que su padre dedicaba a cada uno de ellos: "Cómo te va En el colegio? Qué quieres estudiar cuando seas grande? (ingeniero) (maestra) (artista de cine) Te enseñan bien inglés en el colegio? Saben, yo viví 20 años en los Estados Unidos, y tengo la nacionalidad americana, que automáticamente se transmite a mis hijos, por ley, a toditos mis hijos, o sea que ustedes también tienen derecho al pasaporte americano, lo sabían?..." Se les quedaban las palabras de protesta atoradas en la glotis Y preferían tomarle de la mano, cálida y cariñosa Que darle motivo de vergüenza Con preguntas incómodas. Y cuando el gringo se iba en su Ford polvoriento, sus 3 hijos en unánime paja se largaban al techo, a soñar desaforadamente con los Estados Unidos de América la tierra de las oportunidades Time is Money América tierra del trabajo y del dólar De la democracia Y de la igualdad ante la ley De los hijos bastardos. Y el culeado danés un día se murió Sin dejarles un cobre. Pero tanto fue que sus hijos soñaron, que sus sueños se hicieron realidad Al filo de los años. Mi madre, por ejemplo, encontró a su Príncipe Azul En Octavio, un poeta venido del Callejón de Huaylas Hijo de un hacendado en bancarrota, Que tenía más o menos la edad de su padre. Cuarentón, romántico y celoso, Refinado aunque misio, Con la cabeza llena de sueños Pues el también sonaba con triunfar en Hollywood Y acababa de escribir el guión de una película de éxito "El guapo del pueblo" Con Jesús Vásquez y Filomeno Ormeño, Ima Sumac y Moisés Vivanco Y la Cholita linda del Perú, Alicia Lizárraga. Eran tiempos del cine mexicano Con el charro cantor Jorge Negrete Y aquí surgía un cine nacional a fines de los '30 Con enorme ilusión Por eso comparaban la pareja conformada por ellos con la de María Félix y Agustín Lara, La bella chica y el feo poeta A causa de la diferencia de edad, o con Chaplin Y Paulette Goddard. Era un sueño para ella Estar en ese ambiente Y no con los zafios de sus primos. El poeta se casó pues con ella y se la llevó a Huaraz Tierra de sus mayores y Tuvo dos hijos en ella (mi hermana Gloria y yo) Y fuimos felices y comimos perdices desde 1941 hasta el 49 Que todo se rompió, inexplicablemente, Como una muñeca de porcelana china Y ellos se divorciaron. Pero antes de eso fuimos de verdad felices En esa hermosa casa de la calle San Martín Con su patio y su poyo y su corral de cuyes Y las gotas de lluvia cristalina Que tintineaban sobre los charcos Y el trino del huanchaco pecho colorado Y el trueno batiendo atabales lejanos. Nunca supimos verdaderamente por qué se separaron Ni tampoco tiene sentido esclarecerlo ahora, después de más de medio siglo. Pero se separaron a capazos neuróticos, luego se divorciaron y cambió nuestra vida, dio un vuelco espantoso, como un accidente de automóvil y fuimos infelices durante largos años. Entonces regresamos a Lima, a vivir Con la feroz familia de mi madre En la Unidad Vecinal número 3 Unas viviendas para familias pobres. Mejor no lo recuerdo. Después mi madre se consiguió un amante que era también casado como el abuelo Clausen Y había trabajado también 20 años In the United States Y había regresado al Perú para montar una cafetería en el jirón de la Unión. Y el tal Alberto le puso Casa Chica a mi madre como el danés se la puso a su madre, Siguiéndole el ejemplo Que ya era una tradición en su familia Porque la bisabuela Hortensia era la barragana Del tal Farfán (que era también casado) Y ya eran tres generaciones de mujeres Salidas de ese callejón bajopontino Que eran queridas de gordos ricachones Fatalmente, como en las tragedias griegas. Y mi madre volvió a ser ilegitima Después de haber estado legítimamente casada con mi padre Porque la fatalidad la llevaba a ser la Otra La amante, el fruto prohibido, La mujer que se corta las venas Y acaba en el hospital, a hurtadillas Para que sus hijos no se enteren. Y luego vino Demetrio, otro poeta misio y además casado Pero al menos poeta, aunque completamente alcoholizado. Y luego vino su matrimonio bamba (en este fui testigo) con un cretino, que desapareció poco después. Ya estaba envejecida y sin mucho glamour, de modo que un buen día, desistió de buscar la Felicidad consagrada en la Constitución Americana. Poco después murió de un infarto masivo al miocardio, mientras que se tomaba su último Cuba Libre. Su hermana Olga Esa especie de monstruo que nunca tuvo hijos Y acechaba mi infancia Para burlarse de mí, para vejarme, Para espiarme morbosamente por la ventanita del baño Para golpearme brutalmente con un palo de escoba Para arrojarme un cuchillo encima de la mesa Para destrozar mi juego de ajedrez que no entendía Esa bestia peluda, en fin, Decidió, ella también, ir a buscar el Sueño Americano A los 50 años, bastante maleteada por su amante, Desde luego casado. Inmigró a los Estados Unidos, con chamba de doméstica, Aunque no sabía cocinar ni tampoco comer, Y regresó casada con un octogenario ingeniero checo Jubilado, enfermo y malhablado Igualito a su padre Trayendo unos inmensos muebles americanos Para que la envidiase su familia Pero no tuvo tiempo ni de desempacarlos Porque murió de un cáncer a los huesos Dopada por el fósforo, deforme, delirando, Insultada por su madre aún en su lecho de muerte, Impotente y vejada. En cuanto a Rodolfo, el benjamín, El tío buena gente Que prefería tener alma de negro pobre Que no de blanco misio Nunca se fue a los Estados Unidos Pero fue el único que realizó El Sueño Americano Pues se hizo rico de la noche a la mañana. Yo lo hice rico de la noche a la mañana Gracias a mi laboratorio de química Enseñándole a extraer oro de unas sales de cianuro Acumuladas en años de electrólisis Pues él no sabía qué hacer con ese polvo gris y denso Que supe convertir en oro de calidad suprema 99.99 de pureza con un catalizador de hierro que hizo llover oro en polvo sobre el tío Rodolfo 30 o 40 kilos de oro lloviéndole del cielo. Y se compró su casa, y puso su negocio Y no paró hasta hacerse millonario Pero a mí no me dio, desde luego, un centavo, Y ni siquiera las gracias. Y dejó de ser el tío buena gente para ser un señor Avaro y temeroso de su oro Con un hijo mongólico Que ensombreció los días de su vida. Ahora casi todos han muerto. Mi madre se ha ido al alto lirio, A cantar sus endechas Mi padre, Tía Lucha, Alberto el comerciante, Demetrio el poeta todos están juntos en el alto combo. Mi abuela Victoria se ha reencarnado en una rata, Y Olga en una repugnante cucaracha Y se encuentran en las alcantarillas que las vieron nacer Para seguir peleando. Y desde luego Clausen, el danés inmigrante, se ha ido al Otro Barrio a montar sus Centrales Hidroeléctricas, y pasa piola Inmerecidamente, desde luego.LOS HUESOS DE MI PADRE
Serán éstos los 206 aristocráticos huesos de mi padre? Todos completos, con su maxilar inferior, su frontal, sus falangetas, su astrágalo, su vómer, sus clavículas? No se habrán confundido en la Fosa Común con los de un vagabundo de esos que abundan en las calles de Lima, y mueren sin un grito? Cómo voy a confiar en que sean éstos los huesos de mi querido padre, don Octavio, Tachito, si en la Fosa Común donde lo echaron puede ocurrirle cualquier cosa a los huesos de uno? Su hermano, tío Reynaldo había jurado encontrar a mi padre, y recorrió toda esta Lima a pie durante un año, para hallar a mi padre, el poeta, que se había perdido en la ciudad, como suele ocurrirles a los ancianos y a los locos. Todos los días salía, después del desayuno, a buscar al hermano mayor, a aquel poeta provinciano, talentoso, desgraciado y perdido por los barrios de Lima. Llevaba una vieja foto de mi padre, amarillenta, donde aparecía con su pelo ya blanco, sus ojillos brillantes de inteligencia, sus mejillas fláccidas labradas por años de inútiles batallas contra lo que él llamaba su destino adverso cuando se hallaba de un ánimo blasfemo, dispuesto a enrostrarle a un Dios en el que no creía, sus continuos fracasos. La boca grande, elocuente. La frente alta y despejada. Con un terno marrón, creo, a rayitas. Esa imagen debió corresponder a una época feliz, tal vez la de Huaraz, cuando estábamos todos juntos, mi hermana mi madre y yo, mucho antes del divorcio. Reynaldo la mostraba a la gente, los interrogaba venciendo su enorme timidez: "¿Ha visto a este hombre?" indesmayablemente a pie, tío de a pie como un remoto soldado de una guerra perdida, raso, humilde, cumplido, indagando en los parques, en los hospitales, en las estaciones de autobús, en los mercados, pues quería encontrarlo, esa era la misión que se había impuesto antes que la muerte se lo lleve. Pero la muerte se llevó primero a tío Reynaldo de un cáncer al estómago, sin saber que mi padre lo había precedido en el último rumbo, y no fue sino mucho más tarde que mi hermana al fin encontró a mi padre en una Fosa Común del cementerio de Miraflores donde sus huesos misteriosamente habían venido a dar porque nadie había reclamado su cadáver. La muerte que con callado pie todo lo iguala lo había sorprendido en un asilo municipal donde llevan a los locos que vagan por las calles de Lima y había muerto, enloquecido y solo, él, Octavio, Tachito, el poeta, el hermano mayor que había nacido en cuna de oro. Siempre pensé que moriría rodeado como Maese Manrique de sus hijos, hermanos y criados reconciliado con su terco destino y cesaría la angustia la loca angustia que desorbitaba sus ojos porque no quería morir como un fracasado y su muerte le cerraría para siempre las puertas de La Gloria. No reposó un instante en vida acechando a la suerte en todos los caminos, en todos los concursos, esperando un cambio del destino un premio, algo definitivo que sacase su nombre del anonimato y le diese la paz. Ya no soñaba con el Premio Nobel, si no con la publicación de sus poemas que eran profundamente hermosos y cada día más bellos cuanto más desgraciada era su vida. Se sentía en deuda con nosotros sus hijos, y los recuerdos de nuestra infancia feliz lo atormentaban hasta hacerlo sangrar como un patriarca loco que ha perdido el paraíso inadvertidamente por una mala mano en el tresillo un mal consejo, o una debilidad de temple inconfesable. Entonces quería estar solo, huía de la familia, se confundía en Lima entre los vagabundos, le aterraba y le atraía como un destino escrito la mendicidad al final del camino. No aceptaba el rol que todos querían para él: el del abuelo sabio y respetado que mora y aconseja en el hogar de su hija: prefirió seguir en la batalla hasta el final, irse a la calle esperando un milagro. Sus despojos fueron a dar a la Fosa Común, hasta que el proceso de putrefacción termine, en cosa de tres años y sus huesos, mondos, nos fueron entregados en una caja de zapatos, con una etiqueta identificatoria. Ahora reposan en el Cementerio el Ángel en una de esas fúnebres bibliotecas de huesos a pocos bloques de donde mi madre duerme su sueño eterno. La muerte, piadosamente, ha acercado los huesos de dos seres que la vida separó, y sus nombres han vuelto a aproximarse en el silencio de este Camposanto como cuando se vieron por primera vez y se amaron. En ocasiones mi hermana y yo llevamos flores, a un sepulcro y el otro, y todavía sufrimos por su amor desgraciado, que sin embargo dio maravillosos frutos.