Sin duda, nos encontramos latinoamericanos, en una encrucijada terrible como la pobre Ariadna: nos encontramos en un punto nodal de nuestro proceso de autodescubrimiento y auto creación, un momento en el que la poesía alcanza una altura inexplicable, donde cada verso de cualquier poeta en cualquier lugar de nuestro continente resuena con todo el vértigo del tiempo, donde cada palabra posible de ser escrita condensa de una sola vez la inminencia de lo terrible y lo hermoso, lo alto y lo bajo, la paz y la guerra, Occidente y nuestras culturas pre hispánicas. En este momento es que creo ver que la publicación de Manicomio, de Maurizio Medo, entronca con la posibilidad de un nuevo decir. No es, desde luego, un nuevo decir - y esto me encargaré de recalcarlo a lo largo de este texto -, pero entronca ya en los límites de lo decible por un latinoamericano ad portas de una nueva era. No se trata aquí de machacar sobre la manida cuestión de lo decible o lo indecible en términos de lo excelso o lo terrible, sino de insistir en que este libro es uno de los más importantes publicados en Chile durante la última década y quizás uno de los más trascendentales en Latinoamérica en su último período. Y esto es así porque Manicomio viene a ser el primero de la que supongo una res extensa, una larga concatenación de publicaciones que hurgan en los límites de la cultura occidental, que habitan sus residuos, los estertores de toda una civilización. No es posible realizar este gesto sino es desde aquí, desde este territorio. ¿Es posible imaginar un francés reproduciendo versos de un poeta latinoamericano? ¿Cuál sería la validez y hondura de ese gesto? Me parece que es posible sostener que dicha apropiación alcanza la magnitud de arte sólo en el contexto del extremo occidente donde habitamos: pues aquí se vuelve problemática o confusa nuestra relación con el tiempo histórico y la herencia, sólo aquí es posible la reconstitución de lo olvidado, de lo remoto y arcaizante de nuestra literatura.
Ahora bien, lo curioso, lo extraño de esta apuesta escritural es que no es en modo alguno una apuesta novedosa. Tenemos ya el correlato anglo de principios de siglos en Pound de los Cantares y Eliot de la Tierra Baldía. Ellos realizaron, cosa curiosa, también el conteo de su cultura, de su herencia con el simbolismo, por ejemplo, a partir de la senda construcción de un poema colectivo o donde la cita de lugar al intertexto y la lectura paródica de la tradición. No hay que olvidarse nunca de esta curiosidad, pues en Latinoamérica siempre nos estamos topando con este truismo, esta sobredeterminación del gesto: el evento al cual asistimos hoy en la cultura ya ha tenido lugar, y es nuestra relación con ese tener lo que vuelve infinitamente complejo la cuestión de abordar el presente. Lo que no ponemos en duda, sin embargo, es que se trata de un presente. De que por fin, a buenas cuentas, asistimos al presente de la cultura occidental y esta sucede en nuestros territorios, esta tiene lugar aquí y en ningún otro lugar del mundo occidental. Es por lo mismo que el vértigo, lo vertiginoso, accede a nosotros como aventura cuando no como destino inexorable de nuestra estirpe.
Cuando Pound y Eliot se hacen cargo de la herencia simbolista lo hacen ad portas de un clima bélico que haría estallar las supuestas sólidas bases de la cultura francófona viejo europea para transformarlas definitivamente. El arte surge como sondeo posible de esa transformación y a su vez como punto de entronque con la nada, el vacío, y la biblioteca absolutamente patética del antiguo régimen. Ese gesto es el que volvemos a encontrar en Manicomio. Es tal la acumulación del tiempo, es tal la aglomeración de citas, la nomenclatura de autores que se cruzan en nuestra época en los anales de la biblioteca, internet, librerías, y demás textos que sobresaturan el signo, que la impresión pavorosa de una tierra baldía es reemplaza ahora por la imagen del manicomio. Estamos ya al otro extremo del giro borgeano y su apropiación de la tradición inglesa como laberinto, pues este laberinto ahora se ha transformado en una gran sala sin salida, o se ha terminado por desesperar hasta la piedra de la locura a quienes lo habitan. La acción adquiere aquí un límite casi inhumano, y el gesto parece repetirse, referirse o retirarse como único y como vago con relación a la acción posible del presente. El manicomio en el que nos encontramos, así, ya no es un hogar en el cual el sujeto se encuentre: son, en definitiva, los propios sujetos sus cárceles, la propia psi de este sujeto el manicomio al cual hay que remitirse. En la aglomeración epocal lo nuevo se vuelve intransitivo y no tiene gloria. El vacío de apodera de la emoción y el sentido, lo atrapa en un universo donde cualquier signo puede valer, cualquier dato es validable:
Nuqah kay kawsayniy ch`usahyanqa chayqatukuypis yuyawashallangan,iskay q`ipirinay kahtinga, kay wixsaypin k`ananachinay kanga ñut`ullaña,kay umay tukuy khunununuy sapatiyahtahmimuyurihta purikusqayta yuyaringa,sunquytahmi, tukuy kuru yupahhuh huhmanta kuruyapunqa,chhaynan rixuringa kay wixch`usqa kurkuyqanunaypa tiyananqa; puputiypi llahtaypa usansipisqayqa chayllapitahmi kanqa,kay ulluy wikapakunhpis chhaynallatahyá.Ella piafa dulce como quena en boca de volcán.
El anverso de esta validación hasta el hartazgo es el sin sentido de cualquier validación, pues todo adquiere la hondura y el espesor infranqueable de lo etéreo, de lo efímero, de lo vacío. Hay, pues, una doble patología del sujeto: la de la esquizofrenia que encuentra en todo lugar la señal de un origen, la posibilidad de un fundamento, y la de un lenguaje neurótico que acelera la construcción hasta sus límites, que encabalga el pastiche, la cita culta, la ironía, el gesto, la poesía concreta, en una amalgama que haga posible siquiera por disimulo un pequeño atisbo de sentido en un sin sentido que redunda el gesto como ya póstumo o fracasado de antemano.
La pregunta, por lo mismo, ya no debe ser el qué del texto sino el por qué de este texto. El texto mismo ha pasado a segundo plano con relación a su desplazamiento, a su mera exhibición, al decir plano y sin sentido de su pura circulación. No hay siquiera aquí meta poesía o reflexión sobre la poesía. No es el sin sentido propio del non sense, ni el llamado a la pura estructura del neo barroco. Es todo eso y más: es, en el límite de lo decible, la conclusión de que la imposibilidad de encontrar si quiera un respiro, si quiera un fundamento en la aceleración caótica de nuestros tiempos. La conclusión desoladora de Manicomio es que hemos alcanzado un punto de ebullición cultural en donde ya no es posible un nuevo nombrara que no traiga consigo la sombra de toda la cultura, de todo lo dicho en Occidente, y que eso, en vez de resonar con intensidad en nuestras poéticas, vuelva desolador, baldío, el gesto escritural.
Lo terrible no es la nada: lo terrible es observar, como en Borges, que no hay laberinto más terrible que el desierto.
dijo méndez
poetas poetas poetas. Esos perros
cagan piedras
espuma y humo exhalan
con retórica sus bocas
y nunca no dicen nada de nada
son inútiles
jamás tendrán una visa en el nirvana
Ahora, debemos ser cautos para evaluar estas previsiones. Avizoran lo terrible, claro está, avizoran la proximidad de una nueva era, y una nueva era no nace desde el silencio pacífico de los apretones de manos ni desde los discursos conciliadores, sino desde la sangre que se derrama por el campo, desde la rosa que arde y se incinera. El comprobar la esterilidad de este campo donde yace la rosa es necesario como primer paso, claro está. Es necesario llevar esto negro, esta negrura hasta el límite de su saturación, es necesario, como dice Medo.
repetir el gesto con aire matemático. repetir el sudor. la ansiedad esbirra.
repetir los hábitos diarios hasta calcar en un día siete vidas.
olvidar con qué zapatos uno descamina para tentar al fracaso por rutina.
Sólo en la medida que llevemos esta cuestión hasta su extremo, sólo por esta invocación, este mantra terrible del gesto matemático es posible que emerja algo así como una llama posible, como una posible braza que incinere, que incendie. Y en esto debemos ser cautos pues ya después de eso no es posible llevar más allá nuestra experiencia de Occidente. No se trata de un retorno a la vanguardia: cualquier política escritural que se autodefinida como vanguardia no hace sino servicio a la máquina negra que mueve la técnica hacia su funcionamiento más infernal. Cualquier poeta que diga que Manicomio es poesía de vanguardia o que está a la vanguardia le hace un flaco favor, pues es justamente de lo que se trata aquí de denunciar la esterilidad del gesto vanguardista, de anunciar que siempre y en todo lugar aquello que se auto proclame en el horizonte futuro como lo último posible, como lo novísimo, está condenado a caer en la vacuidad del tiempo. Manicomio no es un poemario vanguardista, en ese sentido, sino un poemario que trabaja sobre el fracaso de la vanguardia: sobre su sospechosa intención de situarse hacia el final de un final que nunca terminará, sobre una eterna novedad de un horizonte histórico ya resuelto por si mismo. Contra ello, o por ello, Manicomio, como The Waste Land, anuncia el ocaso del horizonte de esta historia justamente allí donde la vanguardia cree hallar su sentido. Y por esto debemos ser cautos con este tema. Mucha de la actual poesía que se lee bajo los parámetros de una vanguardia no es sino su largo epílogo, o el resultado de un sentimiento de vacío en todo su esplendor. Ese pensamiento, ese sentimiento que se pone más allá de toda vanguardia, más allá del futuro, vuelve a resituar la poesía en un eterno retorno de lo mismo, o en punto de no retorno donde se aceleran todas las dimensiones del tiempo hasta su hartazgo.
escucha gilda. el de a lado estrella sus huesos en la piedra y
le rechina con mudo estruendo el esqueleto. El de a lado.
piantao como benteveo en La Boca con seis gardeles en la voz
exclama desde un megáfono invisible un nombre de mujer
temiendo que lo truequen por otro impredecible. Algo, algo
así como el amor.
Por intermedio de esta aceleración es que todo tiempo aparece de antemano como clausurado: lo que llama, lo terrible que llama desde la inmanencia de la noche es la muerte, la presencia agobiante de los muertos y del tiempo muerto que nos rodea, de nosotros mismos que ya de antemano clausurados, de nuestra misma cultura que ya es una sombra en el infinito. La invocación de los muertos que hablan de pronto surge como lo único real para nosotros, en el mismo momento que la Biblioteca de Occidente se revela en realidad como un cementerio, acaso el más grande, donde los fantasmas ya no moran la experiencia estética, sino posibles Imperios, territorios, épocas, ciudades, dimensiones.
¿Creyeron todos ellos que su tiempo sería inmortal?
¿Vivieron todos ellos la seguridad en la seguridad plena de sus cuerpos, alguno de ellos, caso, se abrió a las tinieblas de la muerte? Nada es lo bastante real ya para un fantasma que nos ve desde esa enorme Biblioteca.
Puesto que la poesía es proléptica, puesto que la poesía escapa de toda previsión del sistema y siempre será ese viento que sopla más allá de los limites del Imperio, es ella y sólo ella la que puede acceder, si quiera asomarse, a las puertas de lo posible como nueva estirpe. Esta poesía tiene hoy un lugar: hoy y Latinoamérica. No hay, en efecto, ningún lugar del mundo - me refiero con mundo a Occidente, este resultado de las culturas helénicas y hebreas - donde la poesía esté sucediendo que no sea este y no sea ahora. Y esto porque desde aquí podemos contemplar con estupor las tres autodestrucciones de la cultura occidental y señalar el posible territorio de un nuevo comienzo. Esto porque estamos situados al fin de Occidente, porque somos el fin de Occidente sin serlo, sin llegar jamás a ser su constitución Imperial, es desde aquí donde es posible señalar un origen, una fuente, un fundamento de nuestro porvenir.
Doble tarea, entonces: llevar, como en Manicomio, al límite la experiencia de la máquina de lo decible o hasta el punto de su reversibilidad. Por otra parte comenzar, lentamente, a apropiarnos de nuestra memoria para hacerla dinámica en el presente. Este presente que es siempre la reactualización de la experiencia y que es siempre lo que nos reenvía hacia el fundamento.