Vocablos inofensivos y diéresis despreciadas
En la página 104 de su hilarante libro La peculiaridad lingüística rioplatense y su sentido histórico 1 (Madrid, Taurus, colección Persiles, "segunda edición muy renovada", 1961), 2 don Américo Castro previene:
Quien va al Uruguay o a la Argentina aprende luego a no usar la palabra coger. [...]. Esto es, por otra parte, muy explicable, dado que coger, en la Argentina, asume con exclusividad un sentido obsceno.
En rigor, depende del contexto. Es cierto que, en su empleo vulgar, el vocablo significa copular. Sin embargo -y es sólo un ejemplo-, cuando yo, en clase, explico el bello soneto de Garcilaso "En tanto que de rosa y azucena" y llego al primer terceto ("coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto"), ni los alumnos estallan en carcajadas ni nadie se siente incómodo, pues todos entendemos que se está hablando del carpe diem y no de sicalipsis.
En la página 105 nos topamos con otro hallazgo:
Algo semejante acontece al inofensivo vocablo concha.
Yo diría que ningún vocablo, por sí solo, puede ser inofensivo ni ofensivo. Su acepción es el resultado del acuerdo tácito entre los hablantes de una comunidad lingüística cualquiera. Si, para nosotros, esa palabra "inofensiva" significa el órgano sexual femenino, razonablemente tendremos cuidado de no utilizarla en determinadas circunstancias, y esto es lógico, no tiene nada de malo ni de extraño y, mutatis mutandis, sucede en todas partes del mundo.
Lauchas versus ratones
Por otra parte, si bien conocemos al ratón Mickey y al ratón Jerry, sabemos que son meros monigotes de historietas. Si alguna de esas espeluznantes alimañas apareciera (¡Dios no lo permita!) en nuestra casa, nos mesaríamos los cabellos con desesperación y, ya al borde del suicidio y rasgándonos las vestiduras, gritaríamos: "¡Hay una laucha en la cocina! ¡Una laucha! ¿Qué mal hemos hecho para merecer este castigo?", pues no hay fuerza en el mundo capaz de lograr que -en el habla cotidiana- los argentinos llamemos ratón a la laucha 3. Debido a estas razones, la breve novelita picaresca (1906) de Roberto J. Payró se titula El casamiento de Laucha:
El nombre de Laucha -apodo y no apellido- le sentaba a las mil maravillas.
Era pequeñito, delgado, receloso, móvil; la boca parecía un hociquillo orlado de poco y rígido bigote; los ojos negros, como cuentas de azabache, algo saltones, sin blanco casi, añadían a la semejanza, completada por la cara angostita, la frente fugitiva y estrecha, el cabello descolorido, arratonado ...
Establecido por qué, en el río de la Plata, diríamos, o no diríamos, coger y ratón, parece oportuno relatar la siguiente anécdota.
La gata española y el gato argentino
El hecho de que hubiera nacido en la misma ciudad que don Luis de Góngora ya me predispuso en favor de Isabel Campillo Díez, a quien el azar me llevó a conocer en la Córdoba española. Además, sus aficiones literarias, su simpatía y, sobre todo, su belleza morena me llevaron a colocarla en un lugar de honor en el reducido círculo de personas que estimo.
Cuando, a su vez, Isabel me visitó en Buenos Aires, no tuve ningún inconveniente en que, mientras yo le mostraba algunas curiosidades de la ciudad, dejase en mi casa a Mili, su gata siamesa, la que, sin duda, haría buenas migas con mi siamés Osiris.
Así, pues, quedaron ambos gatos en la casa; cerramos la puerta con llave y nos fuimos Isabel y yo a vagar por esas calles de Buenos Aires.
Tiempo más tarde supe qué había ocurrido entre Osiris y Mili.
Apenas vio a Mili tan bonita y apetecible, Osiris se forjó cierto propósito non sancto.
Ambos gatos eran jóvenes, bellos y juguetones, y, al principio, se dedicaron a retozar libremente por la casa.
-¿Qué te parece si comemos algo? -sugirió Osiris-. En un platito, al pie de la heladera, mi amo ha dejado nuestra comida.
-De acuerdo -respondió Mili-, pero no se dice heladera: se dice nevera.
Luego dijo Osiris:
-¿Qué te parece si, por el balcón, curioseamos qué pasa en la vereda?
-De acuerdo -respondió Mili-, pero no se dice vereda: se dice acera.
-Muy bien, y luego vayamos a corretear a la terraza.
-De acuerdo, pero no se dice terraza: se dice azotea.
Y, ya que estamos, ¿qué te parece si cogemos un ratón?
-¡Maravilloso! -contestó Osiris-, pero no se dice ratón: se dice ratito.