Entre el sueño y el recuerdo, en frontera entre la vida y la muerte, se va tejiendo esta historia en la que Lilliam Moro, escritora cubana residente en España, hábilmente maneja distintos procedimientos narrativos: saltos en el tiempo, articulación de distintas voces, uso de las tres personas gramaticales y presentación de múltiples perspectivas. La depurada escritura que la acerca más la poesía, la hizo merecedora del Premio de Novela Corta Villanueva del Pardillo, 2004. La novela refiere la travesía de unos balseros en su intento por llegar a las costas de Miami. Los personajes: Bárbara, una pintora que a los cuarenta y cinco años decide abandonar Cuba; Aurelia, una mujer que viaja con un sobrino, Manolo, y su perra Pulga, a la que le administra un somnífero para que resista el penoso viaje; el viejo Evaristo y su nieto Jorge; y Alberto Martínez. La tripulación se la lanza a la mar, es decir, a la boca del lobo, bajo la mirada de los dioses yorubas que desde lo alto les reprochan no haberse encomendado a ellos. Elegguá, Yemayé, Oggún, Olofi, Ochosí, Osun, Obbatá el orisha mayor, no pueden hacer nada por ese conjunto de humanos, más que salvarlos a través de la memoria, que es imperecedera y cuya intensidad puede hacerlos saltar de un mundo a otro, borrando así las fronteras entre la vida y la muerte. No en vano dicen los dioses que se salvará quien sea capaz de hacer realidad, dentro de su corazón, lo irreal. Esto dicen los dioses y esto es lo que la novela nos muestra, en cuanto cada vida resume la historia de Cuba y, en particular, de una ciudad, La Habana, que evoluciona desde la época gloriosa de la independencia hasta las fechas más significativas de la revolución.
El espacio en el que ocurren los hechos es la balsa, lugar mítico de la desesperanza. El tiempo de la narración es breve, pues la travesía dura cinco días, hasta que la balsa zozobra, aunque hay otro tiempo subjetivo en el que pasa toda la historia de Cuba. Recordar es lo único que pueden hacer estos balseros momentos antes de su muerte. El abuelo de Jorge, Evaristo, le cuenta al muchacho un veinte de mayo de 1975, cuando lo lleva al puerto, la historia del gallego Sebastián quien huye de las filas de los voluntarios que luchaban contra Maceo para casarse con una mulata cubana. En 1902 el abuelo asiste a la primera izada de la bandera cubana; en tanto que, Bárbara Valdés recuerda su casa desgastada de La Habana. Ella estuvo en la Sierra maestra en 1961, con quince años, alfabetizando a los campesinos y evoca su primera experiencia amorosa en medio de la lluvia. Aurelia que tuvo ocho hermanos y ya está jubilada, piensa en su madre que se interesaba por la política y también en Eduardo Chibás, que se suicidó ante el micrófono. Su padre era un tabacalero de la firma Romeo y Julieta, que escribía poemas, que dibujaba con primor los números y era un apasionado lector de Víctor Hugo, rasgos que trazan su perfil y al mismo tiempo dibujan el mapa de la isla.
Libre del rencor o del resentimiento, envuelta en una atmósfera de melancolía, la novela se arma con detalles entrañables, con una infinita comprensión por las debilidades del ser humano, atrapado entre sus miedos, víctima del atroz totalitarismo que les hace perder la dignidad y llenarse de culpas. Alberto, quien consiguió la madera de la balsa, no olvida que la ha fabricado con los árboles sembrados por su padre, tras el nacimiento de cada uno de sus hijos. Así siente que viaja con los suyos. Jorge recuerda a su madre, implorándole a la virgen de la Caridad del cobre cuando el padre los abandonó. La madre pidió a gritos el triunfo de Fidel, para luego arrepentirse. La tripulación perece en su intento de huida en busca de una vida mejor. Si se frustran las esperanzas de este grupo de balseros, también es verdad que antes de morir les es dada una comunión espiritual con los suyos a través de la memoria.