¿Quién no ha visto las fotos de Ernesto (Che) Guevara y Fidel Castro esgrimiendo enormes Habanos? Progresistas y adeptos al tabaco, rebeldes y comerciantes, popularizaron la peculiar iconografía de los líderes de la revolución cubana de 1959 y de los guerrilleros en la Sierra Maestra, avivados por el fuego del tabaco. En cambio, las instantáneas que hoy se usan para vender viejas causas como nocivas cajetillas de humo, son una metáfora del devenir histórico en la Isla caribeña y de su relación con el Viejo Mundo. Sí, porque Tabaco y Revolución han sido compañeros inseparables en su empeño de transformar el universo.
Poco después de que el Almirante Cristóbal Colón y los suyos "descubrieran" a los caribeños fumando las aromáticas hojas torcidas en forma cilíndrica, exportaron a España el placentero vicio que inoculó en los europeos, desde los marineros hasta los cortesanos. El tabaco, hecho rapé, picadura, cigarrillo o auténtica obra de artesanía para ser incinerada, revolucionó Occidente y logró igualar en su deleitoso embrujo a ricos y proletarios.
Su hazaña cubana, grávida de ascuas fundadoras, inicia en los areitos que celebraron los aborígenes antes de lidiar con un enemigo favorecido por unos cuantos siglos de ventaja histórica. La continuidad es apreciable en las manifestaciones por la emancipación de los criollos habaneros, quienes descontentos ante el "estanco del tabaco", los precios leoninos a que la metrópoli compraba este producto de tan rentable importación y venta en Europa, se levantan en la primera demostración de rebeldía durante la etapa colonial de la "Siempre Fiel Isla de Cuba". Desde entonces el incendio y los humos de las nuevas ideas minarían de filosos machetes campos y maniguas. Desafiando al gobierno español, el Tabaco reclamó su territorio y derechos soberanos.
En la formación de la conciencia nacional y en la radicalización independentista, el encendido dios moreno "descubrió" a los "descubiertos" por Colón que no necesitaban de una metrópoli subdesarrollada y subdesarrolladora para alcanzar la Modernidad. Sin embargo, su papel tampoco se limitaría al de catalizador histórico y sustento financiero para la lucha, ya que además propició un rápido y peculiar desarrollo de la plástica en la Isla, cuyas primeras manifestaciones aparecieron en los policromos diseños para las marquillas y anillas de una variada producción artesanal, todavía hoy exploradora de los más recónditos parajes a través de los cinco continentes.
Los tabacaleros, descontentos con la oprobiosa esclavitud a que les sometía España, emigraron de su Patria, especialmente hacia México y Estados Unidos de América, donde recibirían a José Martí en su campaña política por la independencia de Cuba. El dinero reunido por los obreros en las fábricas de Tampa y Cayo Hueso financió la guerra de independencia organizada por el Apóstol y frustrada por la ingerencia del vecino imperial, quien intervino como "liberador y mediador" en la lucha que libraban cubanos y españoles, para hacerse con el control económico y político de la Isla.
Entonces el tabaco se volvió sospechoso por revolucionario y se intentó su reemplazo mediante la plantación de enormes cañaverales destinados a la obtención de azúcar, que en la primera mitad del siglo XX se convertiría en el monocultivo sustentador de la dependencia y el subdesarrollo. Fernando Ortiz, sabio folclorista, etnólogo e historiador, en su imprescindible Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (advertencia de sus contrastes agrarios, económicos, históricos y sociales, su etnografía y su transculturación), publicado en 1940, ofrece un análisis que describe la importancia de los cultivos de la caña de azúcar y del tabaco; la industria azucarera, paradójicamente monopolizada por capitales extranjeros desde la Colonia; y el tabaco, cuyo cultivo, selección de la semilla y los mejores terrenos para su producción, determinaron su fama mundial.
Tomando el pretexto del Libro del Buen Amor, de Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, y su "Pelea que ovo Don Carnal con Doña Cuaresma", analiza Ortiz la relación entre Don Tabaco y Doña Azúcar y plantea que el tabaco es una industria de ciudad y el azúcar del campo; el mercado del tabaco, todo el mundo; el del azúcar, "un solo mercado en el mundo". Para él el "contrapunteo" del tabaco y el azúcar se resume en: "Centripetismo y centrifugación. Cubanidad y extranjería. Soberanía y coloniaje."
Desde su "descubrimiento", "conquista" y "colonización", el tabaco aparece vinculado peligrosamente con la idea de soberanía que tanto defendieron los cubanos en sus luchas independentistas. Cacique rebelde, puso en boca de los suyos el reclamo de libertad. No debe extrañarnos que a los inquisidores fumar les pareciera un acto hereje, porque con el aromático humo y las volutas de fantasía, el tabaco enmascara su objetivo revolucionario y descolonizador de conquistar a los conquistadores.