José Martí, sin duda una de las figuras claves hispanoamericanas, fundador de la nacionalidad cubana, es el artífice de la utopía que no acaba de concretarse, cuyas bases sienta en el ensayo "Nuestra América". Aquí defiende la necesidad de que las entonces jóvenes naciones se independicen de las potencias europeas y de su vecino del norte, los Estados Unidos. Sin embargo, como ha sucedido con muchos de los héroes, su imagen ha sido manipulada de tal manera que es difícil un acercamiento al ser humano que fue. Sus ideas han encabezado muchos discursos políticos, desde el régimen de Batista hasta el actual de Fidel Castro. Se han reivindicado sus ideas libertarias, aunque desde una noción abstracta de la libertad. Si bien Roberto Fernández Retamar, intelectual que ha representado la postura oficial del actual régimen, destaca que Martí "amplió y fortaleció sus intereses vitales con hechos como la exaltación de una cultura nacional democrática, el liberalismo social, el laicismo, el espiritualismo, las luchas obreras, los aborígenes ..." (Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina), no deja de subrayar su carácter "revolucionario", concepto difuso que ha sufridos cambios semánticos a lo largo del siglo XX y que en la actualidad, dependiendo del contexto en que le utilice, puede implicar una auto censura a la hora de criticar el régimen llamado "revolucionario".
Por eso no es gratuito que en la última novela de Abilio Estévez Inventario secreto de La Habana, se deconstruya el mito de Martí, no para invalidarlo, sino para enfocarlo desde otro ángulo. Conviene recordar que el héroe pasó más de la mitad de su vida en el exilio. Esto significa que apenas habitó la isla que alimentó sus nostalgias, que no padeció las penurias cotidianas de los cubanos de su tiempo, salvo por las cartas de su familia, siempre al borde de la miseria. No ocurrió lo mismo con Julián del Casal, contemporáneo suyo, diez años menor, modernista como él, o mejor, decadentista, autor de los poemarios Hojas al viento, Nieve y Bustos y rimas. Prácticamente olvidada hasta la década de los setenta del pasado siglo, su prosa empezó a difundirse, sobre todo sus publicaciones en revistas como La Habana Elegante, Fígaro y El País, revelándonos al gran cronistas que fue. Pues bien, Casal jamás salió de Cuba aunque hubiera querido pasearse por lo bulevares del París finisecular y alternar con Verlaine con quien mantuvo correspondencia.
Al contrario que Martí, la imagen de este poeta, hasta hace poco quedó relegada a la de representante de una literatura de la evasión. Nada más ajeno a Casal que una actitud indiferente hacia una isla de la que renegaba, precisamente porque la amaba hasta el punto de no abandonarla. Como bien señala Estévez en su novela, Casal encarna el hastío y las aspiraciones cosmopolitas de muchos de sus compatriotas. "No se si habrá, en toda la literatura cubana, un poeta más habanero que Julián del Casal", nos dice. Tísico, hastiado de la vida, amante de los simbolistas franceses, Huysmans Verlaine y Baudelaire, "este soberbio desencantado", odiaba el sol y la lluvia del trópico y, como habanero ejemplar, odió su ciudad por las mismas razones por las que no la abandonó.
No es este el caso de José Martí, que después de sufrir las cadenas del presidio por sus ideas independentistas, fue deportado a España a los 17 años, tras horribles padecimientos en las canteras donde se le condenó a trabajos forzados. De esa fecha hasta su muerte acaecida, por cierto dos años después de la de Casal, en 1895, añoró su isla, el calor del trópico, la manigua, sobre todo en los fríos inviernos de Nueva York donde transcurrió una buena parte de su vida. Casal encarna al viajero inmóvil, en tanto Martí ofrecerá para siempre "la imagen desamparada del cubano vagabundo" sugiere Estévez. Y es que éste subordinó el placer y el dolor a esa isla que le dio sentido a su existencia atormentada. A propósito de una charla que Estévez ofrece sobre la ciudad, nos refiere lo dicho sobre el héroe mítico: "... en las páginas de José Martí, tan habanero que fue un habanero errante, que casi no vivió en La Habana, sugiere Estévez, ni pareció preocuparse por ella, como por casi nada de lo inmediato y terreno, que lo suyo eran "los grandes temas", la elevada labor de apóstol, que nos revelan sus palabras "quien va en busca de montes no se detiene a recoger las piedras del camino" ". La conclusión a la que llega el autor en su última novela es que sólo puede amar su ciudad quien la ha visto en toda su vulgaridad, como Julián del Casal.
Y es que quizás, los cubanos del hoy pueden sentirse mucho más identificados con la Habana de Casal, decadente y sensual, con su padecimientos, su asco, su deseo de escapar y al mismo tiempo su añoranza. Y no porque el ideario de Martí deje de tener vigencia, sino por el derrumbamiento de las utopías, la mayor de ellas, la propia isla en la que se proyectan los sueños de tantos europeos desencantados. Las sociedades latinoamericanas han gastado los principios de libertad igualdad y justicia, inspirados en la revolución francesa. También es verdad que humanidad no ha sabido llevarlos a la práctica, pues para ello se requeriría un mínimo de bienestar, del que se ha excluido a más de un setenta por ciento de la población mundial. Que la política económica actual se designe neo liberalismo, es una burla cruel para muchos de los que confiaron en el liberalismo como la única vía para disfrutar de la libertad y el bienestar. Martí es todo aquello que no pudo ser, en cuanto Casal es el decadente que despierta la conciencia de los oprimidos, enfrentando al idealismo de plaza pública y de fervor patriotero, la vulgaridad del mundo, pero también su belleza. Es lo que hace el propio Estévez en esa hermosa novela en la que le rinde tributo a la ciudad que ama.
Abilio Estévez en:
1. Inventario secreto de La Habana
2. Ceremonias para actores desesperados
3. Los palacios distantes
4. Manual de tentaciones
5. El horizonte y otros regresos
6. Tuyo es el reino
Consuelo Triviño en:
1. Pompeu Giner y el Modernismo