Para los medios de comunicación, el gran debate Cultura versus Comercio, que se libra en la Unesco, es una mala mercancía. Pocos la venden y nadie la compra. Fue una mercancía de ocasión la última semana de enero y a comienzos de febrero, poco antes de que se iniciara la cumbre sobre este tema en París y que se celebró del 1 al 12 de febrero de 2005. Pero en cuanto comenzó el debate, todos los medios se silenciaron. ¿Qué sucedió?
En la reunión de la Unesco en París, donde se esperaba firmar el Acuerdo de Protección de la Diversidad Cultural, los países polarizaron sus posiciones y los delegados de 190 naciones no pudieron lograr un consenso. Estados Unidos no cedió y se mantuvo firme en contra de los subsidios a la cultura, con el apoyo de India, Japón y México, mientras Francia lideró a un grupo de más de 100 países de Europa, Asia, África y Latinoamérica que pide gravar con impuestos los productos artísticos extranjeros, y preservar y/o establecer subsidios estatales para el cine, la música, la literatura y otras actividades culturales.
Ahora el tiempo se acaba, la polémica sigue viva y los medios de comunicación callan. El Acuerdo de Protección de la Diversidad Cultural necesita firmarse en los próximos meses para ser ratificado en octubre de 2005 en la 13ª Conferencia General de Unesco. Este Acuerdo es la única herramienta vinculante del derecho internacional para que la Unesco pueda defender su política cultural ante la Organización Mundial del Comercio (OMC). Como se sabe, la OMC busca liberalizar los mercados y reducir las barreras arancelarias, y ante este poder expansionista no sólo está en peligro la Cultura, sino la Educación y la Biodiversidad, entre muchos otros temas claves de futuro. Para Estados Unidos, sus aliados en esta materia y la OMC virtualmente todo es mercancía y los mecanismos estatales de protección de bienes culturales, biológicos o educativos no son más que barreras para entorpecer el libre comercio.
Biodiversidad
La importancia de este debate es indudable y lo que resulte de este proceso puede cambiar para siempre el concepto que tenemos de Cultura. Hasta hace poco, Cultura y Comercio eran conceptos casi contrapuestos, gracias al viejo mito según el cual el mercader era visto como un personaje vulgar, interesado sólo por el dinero y los placeres terrenales, mientras los artistas y los amantes de la cultura buscaban lo más elevado del ser humano y su trascendencia. Eran mundos paralelos que no podían juntarse, como el Cielo y la Tierra. Y de hecho, durante milenios los artistas y los mercaderes vivieron como castas separadas, tanto en los tiempos del imperio egipcio como en los últimos siglos. El artista era percibido como el más sublime de los seres humanos y el comerciante como el más pedestre y prosaico de los mortales. El uno atormentado y muerto de hambre por buscar la Gloria y el otro gordo y sonriente hasta la tumba.
Históricamente han sido la religión y el Estado los principales impulsadores y financiadores de la cultura y el arte, en desarrollo de un largo proceso que acaso también se extiende hacia la prehistoria. Y sólo en raras ocasiones los comerciantes han amparado a los artistas, como ocurrió con la familia Medici en la Florencia de la Edad Media. Por lo demás, artistas y comerciantes se han repudiado mutuamente durante siglos, al punto de considerarse que la peor herejía que puede cometer un artista es convertirse en mercader y que la mayor maldición que puede sufrir un comerciante es que sus hijos se dediquen al arte. Justamente el escritor alemán Thomas Mann describió en Los Buddenbrook (1901) la "destrucción" de una exitosa familia de mercaderes por obra de las inclinaciones artísticas de su último vástago.
Pero a partir de la segunda mitad del siglo 20, Comercio y Cultura comenzaron a juntarse peligrosamente, debido a la expansión del comercio mundial y a la pérdida de protagonismo de la religión y la política como concentradores de poder. En efecto, una visión panorámica de los grandes movimientos culturales de las últimas décadas nos muestra que éstos han estado asociados a grandes éxitos económicos. En literatura, el "boom latinoamericano" produjo un éxito de ventas sin precedentes que convirtió a sus autores claves en millonarios, y en el campo de las artes plásticas, las grandes ferias de Nueva York, París, Londres y Madrid marcan hoy la dinámica de las tendencias y los artistas de acuerdo con las cifras millonarias en que se transan las obras. En el cine, Hollywood en Estados Unidos y Bombay en India dominan la industria a nivel global, y en la música, cinco multinacionales controlan el mercado mundial. Fruto de este proceso de explotación comercial de la cultura y del arte se ha asentado la idea, cada vez más generalizada, de que es mejor artista el que más vende, y que la cultura sólo vale si produce réditos económicos.
Pero también los medios de comunicación han seguido este proceso de industrialización. La noticia dejó de ser un "bien público" y se convirtió en un producto de venta y consumo diario. Por eso la polémica sobre la reunión de la Unesco en París de febrero pasado sólo se vendió como noticia por el morbo que producía el enfrentamiento entre Estados Unidos y los más de 100 países defensores de los subsidios estatales a la cultura. Pero el morbo duró poco porque las posiciones no cambiaron en los doce días de deliberaciones y la información sobre este tema se transformó en una mercancía de poco o nulo valor. Y aunque miles de medios de comunicación reseñaron el comienzo del debate los últimos días de enero y el primero de febrero, una vez concluida la cumbre en París sólo la agencia de noticias italiana Inter Press Service (IPS) envió una nota a sus abonados con el balance final de la reunión fallida.
Lo cierto es que los mitos están cambiando aceleradamente a favor del comercio, y en esta dinámica también se encuentran los medios de comunicación. Las figuras del artista famélico que busca la gloria y del periodista flaco que busca la verdad están siendo reemplazadas rápidamente por las de artistas y periodistas gordos (o esbeltos por dietas y gimnasios) que sonríen al leer sus cuentas bancarias. El Nobel José Saramago ya nos ha descrito este cambio de mitos: los grandes edificios del pasado fueron erigidos por las religiones y los Estados para adorar a los dioses o a las repúblicas y los imperios, mientras hoy estos grandes edificios corresponden a los bancos y los centros comerciales.
Así que la salida que nos queda, se resuelva o no el debate en el seno de la Unesco, y triunfe o no sobre el papel el Comercio a costa de la Cultura, será persistir en la defensa y la diversidad de los valores culturales y del arte. Una defensa desde la periferia, marginal pero incisiva, en nuestra condición de seres humanos libres, tan libres como los animales que observó largamente el poeta Walt Whitman para concluir que "ninguno (de ellos) se arrodilla ante otro ni ante los antepasados que vivieron hace milenios".
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