La Revolución Perdida es el tercer tomo de las memorias personales de Ernesto Cardenal y un testimonio de primera mano sobre la revolución sandinista de los años 70 en Nicaragua, publicado en España en los primeros meses de 2004.
El libro comienza con el relato de una intentona insurreccional contra el primer Anastasio Somoza, dictador de Nicaragua, cuando el autor cuenta con 24 años, hacia finales de los años 40 o primeros años 50. La insurrección es aplastada, sus líderes torturados y ejecutados o encarcelados en su mayoría. Unos pocos se exilian, como es el caso de Ernesto, que poco tiempo después entra en religión y se hace trapense. El dictador Somoza fue ejecutado poco después por el poeta nicaragüense Rogelio López, que se infiltró en una fiesta de sociedad y disparó a bocajarro sobre el dictador. Fue detenido y murió a manos de la policía a los pocos días. A Somoza lo sucedió su hijo (también llamado Anastasio) Somoza Debayle, más desarraigado en su gestión política y más despiadado que su padre. Su gobierno fue al parecer un gobierno de terror puro y duro y la elite en el poder un ejemplo de tiranía depravada con la pretensión de que todo el país era su "finca particular".
Cardenal salta en su libro desde estas fechas hasta los años de 1974 o 1975 (aunque todo el texto sea verdaderamente escaso en fechas), cuando ya está en marcha la insurrección que daría el triunfo definitivo al Frente Sandinista. Cardenal describe la insurrección inicial como una revuelta indígena (precolombina, la califica él), cuyo detonante son los funerales por un líder opositor muy querido y respetado por el pueblo: Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, asesinado por la policía somocista debido a sus repetidas denuncias de la corrupción del régimen. La revuelta se desborda y se extiende a otros lugares, y entran en acción los primeros grupos armados del FSLN, que a continuación se repliegan por la frontera de Costa Rica y piden apoyo al general Omar Torrijos, presidente de Panamá.
Los siguientes capítulos presentan a Ernesto Cardenal en gira por los países de Oriente Medio en busca de ayuda: descripciones de Irak, la Libia de Gadaffi antes de los bombardeos norteamericanos de Trípoli y Bengasi y el Líbano en guerra. De la mano de un comunista catalán, el líder sandinista contacta con la OLP, que le facilita, a su vez, entrevistas con altos responsables militares y políticos. A su gira por los países árabes sigue otra por Panamá, Venezuela y Cuba, donde se describen sus encuentros con Omar Torrijos, Andrés Pérez, Fidel Castro y su colaboración con García Márquez.
Uno de los capítulos más interesantes de esta primera parte de un libro a todas luces interesante es la descripción en dos tiempos de la revolución en Irán (simultánea de la de Nicaragua): su primer viaje a los 45 días del triunfo de Jomeini y un segundo viaje poco antes de la muerte del ayatolá, años después, cuando Ernesto Cardenal es ya ministro de cultura. El capítulo se convierte en un reportaje esclarecedor de los sucesos que derrocaron al sha de Persia y da un poco idea de la evolución que siguió dicha revolución.
"La ofensiva final", uno de los capítulos más extensos, constituye una panorámica de acciones militares en que se describe la acción conjunta de las masas urbanas y campesinas con las partidas guerrilleras del FSLN. Primero, da cuenta del llamado Frente Sur, comandado por Eden Pastora en la frontera con Costa Rica. De Pastora ha descrito ya su golpe de mano en el Congreso (con la liberación de presos y el cobro de un rescate) en verano del 79. El Frente Sur representaba una guerra sostenida que absorbió a la mayor parte de las tropas de elite del somocismo. En segundo lugar, refiere que en la capital del país y en otras ciudades se produce una permanente insurrección popular apoyada por las acciones de guerrilla organizada. Y, en tercer lugar, da cuenta del llamado "repliegue sobre Masaya": la retirada de los guerrilleros de Managua junto con miles de jóvenes y algunos sectores de la población civil, un éxodo de unas 6.000 personas, a marchas forzadas, bajo el acecho de la aviación. Explica la importancia de este dispositivo táctico y menciona a innumerables personajes representativos que tuvieron gran importancia en la revolución: soldados de a pie y jefes guerrilleros, tanto organizadores barriales o combatientes locales como colaboradores y representantes de la dirección política; y todo ello entremezclado con las más escalofriantes atrocidades de la guerra: masacres, emboscadas, torturas, fusilamientos ... Destaca la historia de un sobrino suyo, Gabriel Cardenal, héroe de la revolución y mártir conocido como el "comandante Payo", cuya historia parece significativa en tanto que este joven, que abandona su cómoda vida en EE.UU. para sumarse a la lucha, puede considerarse representativo de todo un sector de la juventud de los países desarrollados en esa misma época: una especie de hippy de clase media (Cardenal lo llama "marihuanero inclinado al amor libre") que se ve envuelto en los sucesos revolucionarios, los asume, se compromete y muere en el curso de la guerra (es detenido, torturado y ejecutado). De todos modos "La ofensiva final" es un verdadero diluvio de nombres, situaciones y episodios. Sobrecoge la referencia a la gran participación de los "críos guerrilleros", los "chavalos", niños de entre 10 y 14 años que se significaron por su combatividad.
Por fin las campanas de la ciudad se echaron al vuelo al caer el último reducto somocista. Formación de la Junta de Gobierno y de la Dirección Nacional del FSLN. Ernesto Cardenal asume la dirección del Ministerio de Cultura en medio de la conmoción y la euforia popular, que se expresa con inútiles tiroteos al aire, en medio de la escapada de los somocistas, en plena debacle de los derrotados.
Expectación internacional. Pequeño conflicto con los grupos internacionalistas que habían participado en la guerra.
Formación del nuevo ejército y la nueva policía. Creación de las Milicias Populares: una especie de ejército voluntario de unas 100.000 personas con Edén Pastora de jefe. Ordenamiento de un nuevo sistema penitenciario para los numerosos prisioneros. Confiscaciones y repartos de tierras. Reparación de carreteras. Control de los precios. Nombramiento de jueces. Elección de Juntas de Gobierno locales. Decretación de nuevas leyes. Desescombro y retirada de las barricadas en las calles.
Muy bellos, apasionantes y de un absoluto interés son los pasajes de todo el capítulo dedicado a las campañas de alfabetización: una verdadera gesta en medio de una gran escasez de medios y bajo la amenaza de las acciones asesinas de la "contra". La campaña de alfabetización significó la movilización general de toda la población nicaragüense.
Los encuentros de poesía, el teatro popular y el movimiento grafitero se convierten en catalizadores de la cohesión social y en una experiencia de cultura de masas alternativa, de grandes dimensiones. Julio Cortázar dijo al respecto: Aquí han expandido desde el primer momento el concepto de cultura, le han quitado ese barniz siempre un poco elegante que tiene por ejemplo en el occidente europeo, han empujado la palabra cultura a la calle como si fuese un carrito de helados o de frutas. Según Cardenal el teatro y la poesía se hicieron presentes por doquiera y calaron hondo en las mismas fuerzas armadas.
Lo más original de la revolución de Nicaragua es que fue sin un jefe. Tuvo un fuerte liderazgo, pero fue un liderazgo colectivo. Sin culto a la personalidad. La Dirección Nacional del FSLN eran 9 miembros, con el mismo poder todos, sin que ninguno prevaleciera sobre los otros y la Junta de Gobierno era de 5 miembros (y los gobiernos locales de todo el país fueron también juntas de 5 miembros). Me parece que después de tantos años en que el poder estaba personalizado en un Somoza, el pueblo se sentía feliz al estar sin jefe -señala Cardenal en el capítulo titulado "Los días difíciles y jubilosos que no volverán"-.
El Ministerio de Cultura estuvo presente en las Fuerzas Armadas, impulsó la recuperación del folclore nacional, reorganizó el artesanado en regiones enteras de Nicaragua, convirtiéndose así en un factor de recuperación económica, apoyó enormemente en las campañas de alfabetización del Ministerio de Educación (magna empresa llevada a cabo por la Revolución) y tuvo muchísimo peso en las relaciones internacionales de la Revolución.
Parecía que no había cultura bajo la barbarie somocista, pero la había en todas partes y muy fuerte: lo que sucedía era que había estado clandestina. Con el triunfo aparecieron Casas de Cultura dondequiera, creadas espontáneamente por el pueblo antes que hubiéramos tenido tiempo de organizarlas nosotros. Cardenal comenta la anterior prohibición de libros y también la avalancha de literatura marxista de la primera época y dice: un escritor marxista se quejaba de que "más malo que no poder leer a Marx es tener que leer sólo a Marx". Ya después empezó a llegar todo libro. Dedica mucho espacio a los llamados Talleres de Poesía, a su creación y enorme difusión en todo el territorio y en todas las instancias del país.
Managua adquirió una gran importancia con la revolución y nos visitaban delegaciones de todas partes. Muchos escritores y artistas famosos también llegaban como Günter Grass, Graham Greene, Cortázar, García Márquez, Harold Pinter, Allen Gingsberg, Ferlinguetti, Carlos Fuentes, Roberto Fernández Retamar, Salman Rushdie, Rafael Alberti, Mario Benedetti, Roberto Matta, Mikis Teodorakis, Eduardo Galeano, Alicia Alonso, Joan Baez, montones más. Y dedica algunos comentarios a estos encuentros. También dedica algún espacio a los polémicos ataques contra la política del Ministerio de Cultura por parte de Rosario Murillo, esposa de Daniel Ortega, presidente de Nicaragua y, al parecer, celosa de la dirección de dicho ministerio. Desvela así toda una serie de intrigas y conatos de conspiración en su contra.
"Gracias a Dios y a la Revolución" es un capítulo muy significativo porque la revolución en Nicaragua fue el detonante internacional que dio luz a la llamada (y latente en toda América Latina, aunque originaria de Brasil) Teología de la Liberación.
Dicho capítulo se centra en la visita del Papa Juan Pablo II a Nicaragua durante su gira por toda Centroamérica. Explica el compromiso que representaba para el Vaticano el hecho de que media docena de sacerdotes ocupasen cargos de relevancia en el gobierno revolucionario. Describe el conflicto protocolario y el desaire que sufrió personalmente al ser reprendido en público por su Santidad en el aeropuerto y ante las cámaras de televisión.
Y la verdad es que lo que más disgustaba al Papa de la revolución de Nicaragua es que fuera una revolución que no perseguía a la Iglesia -dice Cardenal-. Él hubiera querido un régimen como el de Polonia, que era anticatólico en un país mayoritariamente católico y por lo tanto impopular. Lo que menos quería era una revolución apoyada masivamente por los cristianos como la nuestra, en un país cristiano y por lo tanto una revolución muy popular. ¡Y lo peor de todo para él es que fuera una revolución con sacerdotes!
Repetidas veces el Papa había dicho que Nicaragua era su "segunda Polonia". Y ése fue un gran error, porque Nicaragua no era Polonia. El creía que había un régimen impopular rechazado por la gran mayoría cristiana y que su presencia beligerante provocaría una insurrección del pueblo contra los comandantes de la Dirección Nacional y la Junta de Gobierno que estarían presentes en la plaza. Que bastaba que él hablara contra la revolución sandinista y tendría el respaldo masivo de esa plaza. Y el Papa llegó a Nicaragua para desestabilizar la revolución. Si el Papa no hubiera estado equivocado, la noticia mundial ese día habría sido que el pueblo de Nicaragua rechazaba la revolución. Y ciertamente ése hubiera sido el derrumbe de la revolución sandinista como yo lo llegué a temer esa tarde" -dice-. Pero como el pueblo defendió su revolución y rechazó al Papa, la noticia mundial fue "el agravio que se hizo al Papa en Nicaragua".
Cuenta que las madres de 17 chavalos muertos por la "contra" le pidieron al Papa una oración por sus hijos y él no les hizo caso. Se acercaron al altar y lo pidieron a gritos. Y otros pedían una oración por la paz. Además, sorpresivamente la misa comenzó con una alocución del Arzobispo Obando. Tanto que se esforzó la revolución en colmar esa plaza de gente y fue para que a esa gente le hablara ahora el archienemigo de la revolución. En las negociaciones de la visita no se había contemplado que Obando hablara y en las diferentes misas campales de Centroamérica el mensaje del Papa fue la paz, menos en Nicaragua donde era más necesario porque estaba enfrentando una guerra. No habló de paz y no rezó por los caidos. Igualmente se señaló que en los paises latinoamericanos donde había guerrillas el Papa siempre se dirigía a los guerrilleros exhortándoles a que depusieran las armas. Solamente no lo hizo en Nicaragua que sufría una guerrilla financiada por Reagan y era el único sitio donde su exhortación podía haber influido, porque cometían muchos crímenes invocando su nombre.
Unos meses después circuló por el mundo un documento secreto que parece que fue en el que se basaron para asesorar a Juan Pablo II en la visita que haría a Nicaragua. Teólogos españoles dijeron que la actitud del Papa parecía haberse atenido literalmente a las propuestas de este documento y que aquí se encontraba la clave de la actuación del Papa en este país. La revista francesa "Informaciones Católicas Internacionales" comentó : "Parece más bien un informe hecho por el Consejo de Seguridad de Estados Unidos que un documento pastoral. Todo ahí se realiza en términos políticos y de relaciones de fuerza: no hay ningún vestigio de una preocupación pastoral o evangélica". Se descubrió también que el autor era el nicaragüense Humberto Belli, un fanático de derecha que después del triunfo de la revolución dirigió la campaña ideológica del diario "La Prensa" en materia religiosa, colaboró estrechamente con Monseñor Obando y más tarde en Estados Unidos organizó una campaña de difamación de la revolución sandinista y de los sectores de la Iglesia que la apoyaban. El texto de Belli, sintetizado por un equipo especializado norteamericano, fue dado al Papaq con una estructura gramatical y sintáctica tomada del inglés y con él fueron elaborados los discursos que el Papa llevó a Nicaragua".
Gracias a Dios y a la Revolución": esas palabras con las que Juan Pablo II fue recibido en el aeropuerto eran unas que el pueblo de Nicaragua repetía con frecuencia. Tal vez era porque Dios y Revolución eran dos palabras amadas por los cristianos revolucionarios y los cristianos revolucionarios eran la mayoría del pueblo.(...) Tal vez por eso mismo al pueblo le gustaba repetir aquella consigna: "Entre Cristianismo y Revolución no hay contradicción.
En Nicaragua sucedió que al mismo tiempo que surgía el movimiento sandinista surgió un movimiento de renovación cristiana. Y así fue que el sandinismo que era una revolución marxista se fue haciendo también una revolución cristiana. (...) El teólogo de la liberación Giulio Girardi ha hecho ver que así como había un marxismo soviético, dogmático y metafísico, había un marxismo nicaragüense flexible y pluralista.
Un grupo de obispos latinoamericanos influyentes se le quejaron al Papa diciéndole que la Nicaragua sandinista se había convertido en una Meca de todos los teólogos de la Liberación. Y era cierto. Uno de esos teólogos, Jose Mª Vigil, dijo que Nicaragua era un símbolo y que tras su valor simbólico estaba la causa de los pobres, la causa de Jesús. Otro, Julio de Santa Ana, dijo que lo que ocurría en Nicaragua erra una mediación del Reino de Dios. Y Arturo Paoli encontraba que de toda América Latina era el lugar donde el Evangelio tenía mejores oportunidades de ser anunciado y vivido.
Para el obispo Casaldáliga el diálogo que el cristianismo tuvo con el marxismo en Nicaragua era un diálogo que no se había dado en ninguna parte del mundo. Eso hizo que Graham Greene en una reunión de escritores que hubo en Moscú dijera, mirando fijamente a Mijail Gorbachov: "En Centroamérica se está borrando la contradicción entre cristianismo y marxismo".
Cardenal reseña también las repercusiones que este debate tuvo en Cuba. Y enumera por extenso los mártires confesionales cristianos a manos de la "contra", en especial el caso del matrimonio Barreda, secuestrados mientras cosechaban café como voluntarios y llevados a un campamento en Honduras (base de "la "contra"), donde fueron torturados durante días y luego asesinados. También da cuenta de los intentos de eliminarle físicamente a él y al padre Escoto. Dice que los grupos de la "contra" se reivindicaban a menudo como defensores de la voluntad del Papa y que decían defender el cristianismo vaticanista o que el Papa estaba de su parte. Todo lo cual, aunque no desarrollado en este libro, parece en conexión con los sucesos que antes y después de estas fechas tuvieron lugar en El Salvador: el homicidio, durante la celebración de una misa solemne, de monseñor Óscar Romero, obispo indígena de San Salvador, y años después el asesinato, en su oficina parroquial, del padre Ellacuría junto con un grupo de jesuitas, también en El Salvador.
Monseñor Óscar Romero
El autor de este resumen o comentario bibliográfico no tiene mayores conocimientos de Teología, Historia de la Iglesia o cosa parecida, pero a la luz de la información más difundida acerca de la Teología de la Liberación y de su estigmatización por la Congregación para la Fe, comisión vaticana dirigida por el cardenal Ratzinger, piensa que dicha Teología aparece como un caso de herejía en el siglo XX y esto es algo insólito en la historia moderna del Cristianismo. De hecho el concepto histórico de Modernidad aparece, en el siglo XVI, marcado por la herejía del luteranismo. La Reforma y la Contrarreforma señalan con las llamadas Guerras de Religión toda la historia europea, durante casi 200 años, hasta que el Protestantismo deja de ser considerado una herejía y pasa a ser una forma de religiosidad cristiana respetada y admitida. Desde la Revolución Francesa, durante todo el siglo XIX no puede hablarse en ningún caso de la existencia de herejías dentro del Cristianismo, puesto que se opone en bloque a los movimientos revolucionarios y, si pudiera hablarse de herejía en ese siglo, habría que aplicar dicho término al Liberalismo, que no es de todos modos ninguna doctrina o escuela religiosa. Es a mediados del siglo XX, en los años 60 y sobre todo en Sudamérica cuando aparecen las inquietudes religiosas en el seno del cristianismo (del catolicismo sobre todo), que afectan a las instituciones jerárquicas hasta el extremo de poder utilizarse de nuevo este término. Es decir, quizás la Teología de la Liberación pueda considerarse la única herejía (o heterodoxia o disensión) cristiana en cuatrocientos años, al menos en el seno de la Iglesia Romana.
En Nicaragua hubo una proliferación de sectas después del triunfo y un buen número de ellas con nombres extravagantes como: "Iglesia Evangélica Cuadrangular Nacional", "Iglesia Columna de la Verdad", "Iglesia Casa del Dios Viviente", "Iglesia del Dios de la Profecía", "Iglesia del Sendero de la Cruz", "Iglesia Jardín de Dios", "Iglesia de las Florecillas del Campo" ... Todo ello según una forma que seguramente puede calificarse de cristianismo protestante. En cuanto al Catolicismo, Cardenal no duda en señalar, refiriéndose al contenido de una carta de su hermano Fernando: Algunos obispos de Nicaragua tenían intereses contrarios a la mayoría del pueblo y la política del Vaticano hacia Nicaragua coincidía con la del presidente Reagan. La aplicación rígida de un canon de derecho canónico, dice, era un pretexto para hacer que los sacerdotes dejaran de apoyar la revolución. Y, en otra parte, declara: (...) desde 1981, coincidiendo con el inicio de la administración Reagan y con el famoso documento de Santa Fé que ordenó la persecución de la Teología de la Liberación, Monseñor Obando junto con otros obispos más desataron una persecución implacable contra sacerdotes y monjas que trabajaban en los barrios populares y habían hecho la "opción de los pobres". En innumerables casos fueron desterrados de Nicaragua. (...) En cierta ocasión Obando quiso expulsar a todos los dominicos del país y no lo pudo hacer porque no lo permitió Casaroli. Nicaragua se vio privada de muchos sacerdotes extranjeros.
"Somos libres ¿y qué?" es un capítulo que describe los dispositivos sociales e institucionales para la organización del país hasta la celebración de elecciones libres. La constitución de las Juntas de Gobierno locales, los encuentros entre las instancias rectoras (ministros incluidos) con las asambleas populares; las elecciones de los concejos; el papel de los medios de comunicación, la radio sobre todo. También la avalancha de la cooperación y el voluntariado internacional. En fin, enumera los logros sociales en salud y cultura, así como la participación popular en la organización política. Describe la muy maltrecha situación económica, empeorada por la agresión militar de la "contra", desde Honduras, y el bloqueo económico desde Washington.
Describe también cómo vivió la revolución la burguesía del país y lo que supuso de enfrentamiento generacional y fratricida para numerosas familias con los apellidos más sobresalientes de la elite nacional: padres e hijos enfrentados o hermanos en distinto bando de una guerra en que los caidos se contaron por centenares de miles. De hecho, la descripción de intrigas, conspiraciones y de una parte de los entresijos de la revolución y la guerra civil, aparecen entremezclados a modo de gran saga en que una docena de familias se enfrentan con ellas mismas y entre sí, de forma inextricable, al parecer. Entre medias aparecen numerosos datos acerca de tramas y dispositivos de inteligencia empleados por los sandinistas o por la "contra" en todo este periodo.
Una vez tomado el poder, una de las primeras medidas del Frente Sandinista de Liberación Nacional en el gobierno, fue la supresión de la pena de muerte. Una parte de La Revolución Perdida está dedicada al tema del trato a los prisioneros y los sistemas penitenciarios, informando acerca de las granjas y cárceles para los guardias nacionales somocistas presos.
"Implacables en el combate y generosos en la victoria": así se había definido el FSLN en un documento público bastante antes del triunfo. Carlos Fonseca había dicho, según Tomás Borge: Si un soldado de la Guardia Nacional cae prisionero en nuestras manos, no sólo debemos respetar su vida y dignidad, sino que es preciso tratarlo como uno de nuestros propios hermanos. Preferible es pecar de generosos y no de rigurosamente justos. Y también: Si nosotros nos dejamos guíar por nuestros sentimientos personales, por la cólera, por el impulso explicable de cobrar con la misma moneda, caeríamos en los pecados contra los cuales estamos luchando. Si queremos construir una sociedad habitada por hombres nuevos ¿no tenemos que comportarnos como hombres nuevos? Si matamos, si ultrajamos a un prisionero ¿en qué nos diferenciamos de nuestros enemigos?.
Unas páginas más adelante añade: (...) el pueblo nicaragüense distingue muy bien entre el gobierno de Estados Unidos y el pueblo norteamericano, que muchas veces es víctima de ese gobierno, al igual que muchos otros pueblos. Ya en su discurso de inauguración Reagan atacó fuertemente a la revolución de Nicaragua y una de las primeras cosas que hizo como presidente fue armar a la "contra". Así dijo Reagan ante el Congreso (abril de 1983): "Si no prevalecemos en Nicaragua no podemos pretender prevalecer en ninguna otra parte del mundo".Refiere más adelante Cardenal: Lo que EE.UU. se había propuesto era destruir la revolución de Nicaragua. Para eso hicieron bloqueo económico, boicot comercial, minado de puertos, sabotajes y una vasta campaña publicitaria. Pero lo más importante fue lo militar: la creación de un ejército mercenario, la ocupación de Honduras, espionaje continuo, ataques a objetivos económicos. Destruían los plantíos y las instalaciones agrícolas, interrumpían la recolección del café, hundían las embarcaciones de pesca, minaban puertos. Hacían que se desviaran para la defensa los recursos para la educación, salud, bienestar social, construcción de viviendas, carreteras y caminos. Y en fin, retrasaban los programas de la revolución. Y lo más grave de todo, lo más irreparable, era la incontable pérdida de vidas humanas.
Nicaragua era más importante para Reagan que los misiles nucleares. Dirigía las operaciones personalmente. Pidió ayuda a Inglaterra, Arabia Saudita a sultanes. Organizó una cena de 1.000 dólares el plato para recaudar fondos para la Contra.
La "contra" jamás consiguió conquistas territoriales pero constituyó un boicot permanente, durante años, a la economía y la sociedad de Nicaragua. Cardenal trata de dar una descripción del salvajismo característico de la "contra", cuyos oficiales eran conocidos por apodos tales como: "Atila", "Cáncer", "Escorpión", "Machete" o "Tiniebla" y los describe como seres sin civilizar en uniforme, que competían en crueldad y desprecio hacia la vida humana. Declara también que "El Papa está con nosotros" era una de sus consignas, que gritaban o difundían impresa en papeletas (sin que el Papa hiciera nunca ninguna protesta). Explica las relaciones de la "contra" con la C.I.A. y también algunos de los procedimientos que dicho aparato de agentes al servicio de la Presidencia de EE.UU. usó en los años 80 en Centroamérica (incluido un aparatoso intento de creación publicitaria de una especie de líder carismático, una especie de "Che" de la "contra").
Dedica, muy sintética pero esclarecedoramente, algunas páginas a los factores étnicos que tuvo la revolución y la guerra, en relación sobre todo con los indios miskitos, que ocupaban toda una región, perfectamente delimitada, en la Costa (una región de Nicaragua con mucha influencia histórica inglesa, con idioma y características propias, una región deprimida económicamente -más que el resto- y de abrupta geografía selvática, que llegó a expresar cierto sentimiento nacional separatista y que se expresó críticamente contra el sandinismo y que, al parecer, nutrió una buena parte del contingente de la "contra").
En fin, el libro La Revolución Perdida de Ernesto Cardenal concluye con la convocatoria de elecciones libres diez años después de la revolución, la derrota electoral del Frente Sandinista (ganó una coalición liberal de la que fue representante Violeta Chamorro) y explica cómo los sandinistas encajaron el proceso democrático institucional y su retirada del gobierno. Cardenal valora a grandes rasgos lo que este hecho supuso y enuncia los retrocesos de algunas conquistas de la revolución.
La Revolución Perdida no es un libro con pretensiones historiográficas ni plantea cuestiones de tipo teórico. Es un documento vivo, una crónica de gran magnitud con el estilo de un grandioso reportaje. Es un libro testimonial que da las claves para la comprensión de lo sucedido en Nicaragua durante los años 80. El texto es de una gran sencillez narrativa y con un estilo muy directo que no se pierde en graves reflexiones de tipo político o religioso, pero en el cual subyace la reflexión moral con un permanente latido. Lectura imprescindible para aquellos que sintieron un poco suya la revolución en Nicaragua o que quieran asomarse a uno de los sucesos más significativos en la historia de la segunda mitad del siglo XX. Texto de un vitalismo impresionante, en primera persona, apasionado y partidista ciento por ciento, no impone sin embargo conclusiones de gran alcance al lector, que debe extraerlas por su cuenta.
La Revolución Perdida de Ernesto Cardenal/ Editorial Trotta. Madrid, 2004.
Ernesto Cardenal en:
1. Antología de poesía primitiva
2. La revolución perdida: Memorias 3
3. Catulo; Marcial
4. Thomas Merton, Ernesto Cardenal: Correspondencia (1959-1968)
5. Las ínsulas extrañas: Memorias 2
6. Epigramas
7. Vida Perdida
8. Salmos
9. Vida en el amor
10. Antología nueva
11. El estracho dudoso
12. Vuelos de victoria
13. Quetzalcoatl
14. El estrecho dudoso
15. Los ovnis de oro: poemas indios
16. Cántico cósmico
17. Antología de poesía primitiva (2ª ed.)