DESDE LA PLATEA La revelación de Liza Doolittle
Eliza Doolittle es una chica londinense, de origen humildísimo (su padre es barrendero), que en plena Era Victoriana se gana la vida como vendedora callejera, con un cesto de ramilletes de violetas colgado del brazo, así llueva y truene o el sol parta los adoquines de la calle. Una tarde de lluvia –raro en Londres, ¿no?– en las escalinatas del teatro de Covent Garden, Liza cae bajo la mirada (o más bien, al alcance de los oídos) del profesor Henry Higgins, un distinguido especialista en fonética, capaz –según sus propias palabras– de adivinar, casi milimétricamente, el lugar de nacimiento de cualquiera por su manera de pronunciar las palabras. Esa tarde se cruza allí también con un colega, el coronel Pickering, a quien Higgins apuesta que puede convertir a Liza en una dama en tres meses, enseñándole a hablar (y a comportarse) como tal. Sigue una serie de episodios, primero, en los que Liza y el profesor pelean encarnizadamente a propósito de la pronunciación de una vocal o una consonante, o el comportamiento de una señorita de sociedad; y luego, tras la eclosión de la crisálida, cuando Liza es presentada en público, en los salones de s ociedad.
Liza es encarnada en la película por la actriz inglesa Audrey Hepburn –entonces en pleno ascenso de su carrera en Hollywood, pero incapaz de cantar ni el arrorró– desplazando a la menos conocida Julie Andrews, una extraordinaria actriz de musicales. A ella sin embargo se la puede escuchar en la grabación de la versión original de Broadway, todavía disponible en CD (pincha en la imagen para escucharla).
En una escena única en la historia del cine, Liza, su profesor y el coronel asisten a las carreras de caballos de Ascot, donde la aristocracia británica acude ataviada con todos sus símbolos de estatus: las damas, con faldas ampulosas y sombreros espectaculares; los caballeros, de rigurosa levita gris perla y galera ídem.
Protagonistas
ineludibles en primer plano, los monumentales sombreros de las
aristócratas británicas que podrás ver en el video de la izquierda. El premio en este caso se lo lleva
el vestuarista y escenógrafo inglés –y gran fotógrafo y cronista de su
época– Cecil Beaton, con esos sombreros espectaculares de los que el
director Cukor supo sacar tan buen provecho en la película.
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