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Spanglish

  Notas sobre el Spanglish [1]

 

 Ilan Stavans

 

Como puede sucederle a cualquiera, descubrí al spanglish, y acabé enamorado de él, caminando por las calles de Nueva York. 

                Había llegado a Manhattan a mediados de la década de 1980. Me llevó unos pocos días allí descubrir que el inglés, en contra de lo que yo esperaba, no era la

lingua franca local. O mejor dicho: no podía encontrar el inglés que yo esperaba; monolítico, homogéneo y directo. En cambio, descubrí una realidad polifónica: dependiendo de su clase social, edad, etnia, o educación, cada neoyorquino hablaba una lengua diferente. Entre los mismos “hispánicos” [2]  –la etiqueta de latino estaba recién apareciendo como una categoría claramente definida– la mescolanza del inglés con el español era lo normal.

Spanglish: la palabra misma es un collage. En cierta oportunidad, un periodista preguntó a Octavio Paz sobre su opinión acerca de “el espanglés”, una de las expresiones usadas para referirse al fenómeno al sur de la frontera entre EE.UU. y México. Otras formas de nombrarlo son casteytanqui, inglañol, argot sajón, español bastardo, papiamento gringo y caló pachuco. El premio Nobel mexicano, autor de El laberinto de la soledad, respondió –según dicen– con una paradoja: “Ni es bueno, ni es malo, sino abominable”.

Por cierto, la idea recibida entonces, cuando me convertí oficialmente en EE.UU. en un inmigrante –y hasta hoy todavía– era que se trataba de una jerga bastarda que, como sugería Paz: no era español ni inglés, y por consiguiente carecía de “gravitas” o de un rasgo claro de identidad. El Spanglish no era un idioma hablado sino quebrado [3] por analfabetos descendientes de hispanos al norte del Río Grande; no sólo por quienes no habían ido a la escuela, sino también por los intelectualmente incompetentes.

Me llevó años liberarme de esta idea equivocada y caer literalmente enamorado de la jerga loca; darme cuenta de que el spanglish es creativo, astuto, imaginativo: una estrategia para apropiarse de un universo que parece extraño y hostil. Es verdad que decenas de parlantes del spanglish tal vez ya no puedan expresarse con fluidez en la lengua de Cervantes. Es posible que tampoco sean competentes en la de Ernest Hemingway.

Pero para emplear una expresión de Langston Hughes, esta peepo[4] piensa mientras camina y en su divagar utiliza las herramientas a su alcance. Tarde o temprano esas herramientas se convierten en bienes de la humanidad.

 La palabra clave para comprender el spanglish es mestizaje. Las Américas han sido un sitio de fertilización interracial desde 1492, cuando la llegada de los conquistadores y misioneros españoles dio como resultado el surgimiento del mestizo, un subproducto del Este y el Oeste, las civilizaciones ibérica y precolombina.

                A comienzos del siglo XX, el filósofo José Vasconcelos proclamó al mestizo como “la raza cósmica”, llamada tarde o temprano a dominar el mundo. Latinos en los EE.UU., muchos de ellos mestizos, presionan por un nuevo mestizaje, y el spanglish es la clave de este: el intermediario entre yo y “I”. Esta intermediariedad la llevo junto a mi corazón. Fui criado en un pequeño enclave de descendientes de judíos de Europa Oriental en México.

                El idisch, el español y ocasionalmente el hebreo eran hablados en mi hogar y mi escuela. Me es difícil  determinar cuál de estas lenguas es mi lengua materna o la primera en mi vida. En mi mente se ubican en lugares similares dentro de la jerarquía que los vínculos personales. Aprendí a expresarme en cada una de ellas. Pero la expresión tuvo un precio. Me sentía habitado por otro yo, otra identidad, en cada una de ellas.

                La diferencia se expresaba a menudo en los movimientos corporales: en español movía mis manos nerviosamente, en idisch era prosaico, y cuando empleaba el hebreo, mi voz adquiría con él un sonido gutural. Aún así, los tres ámbitos estaban claramente circunscriptos en mi conciencia. Jamás de atreví a confundirlos, a entrelazarlos deliberadamente.

                En mis reminiscencias de On Borrowed Words, analicé las transformaciones que experimenté cuando me mudé al norte del Río Grande. Pero la autobiografía no alcanza a explicar mi idilio con el caos lingüístico con que me topé. Fue un alumno mío, Joel García Falcón, quien me impulsó a escrutar el spanglish.

Recuerdo vívidamente el día en que entró a mi oficina para anunciar que dejaba la escuela. En lugar de emplear el inglés estándar requerido en tales circunstancias, me habló fluidamente en el español chicano de su barrio natal del Este de Los Ángeles. Mi reacción instintiva fue señalarle el lenguaje fuera de lugar que estaba empleando. Pero en lugar de ello lo dejé hablar libremente, y de inmediato fui presa de la envidia. Su lengua era demencial pero libre, y su discurso era… ¿qué? Hermoso, “beautiful”.

Recuerdo que llegué a casa horas más tarde sintiendo la necesidad de describir lo que Joel me había dicho, en sus propias palabras. Pero no pude hacerlo: no era mi lengua sino la suya. ¿Pero… realmente? ¿Por qué él podía emplearla y yo no? ¿Cuál era mi deber como su profesor: enseñarle un español y un inglés correctos? Me sentía perplejo.  ¿Debía haber reprendido su empleo de este bastardo vehículo de comunicación? ¿No comenzó de la misma manera el español en la Península Ibérica? ¿Y acaso el spanglish será un dialecto que un día probablemente se convierta en una lengua?

                Luego del chino, el inglés es hoy el idioma más hablado en el mundo en términos de hablantes: un total de 350 millones; le sigue el español, con 250 millones. En América las dos lenguas cohabitan promiscuas, y el creciente resultado de esa combinación es el spanglish. Es inevitable encontrárselo por todas partes en el mundo hispánico, y especialmente en los Estados Unidos. Allí se expande sin esfuerzo merced a la ayuda que recibe de las dos principales cadenas de televisión de 24 horas en español, la Internet, el rap y el rock, o periódicos como El Diario/La Prensa de Nueva York, El Nuevo Herald de Miami, o La Opinión en Los Ángeles, y más de 500 emisoras de radio en español, cuyo número supera a la suma de las de El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Guatelama y Honduras, todas juntas.

                “My son is espoliadísimo”, dice una popular actriz de telenovela a un presentador de televisión. “¡Conviértase en un inversor con Continental National Bank!” exhorta un anuncio callejero en el condado de Dade (Florida), “porque hoy más que nunca time is money", argumenta. Y un cartel de La Villita, un barrio de Chicago, pone: “Apartments are selling like pan caliente and apartments de verdad”. Los recursos lingüísticos de la sociedad son mutan sin cesar. El código normal y el informal están en continua tensión. El spanglish pertenece a estos últimos, pero la realidad demuestra que su aceptabilidad crece rápidamente.

Desde un punto de vista étnico, no soy un mestizo: soy un caucasiano, de piel blanca, cabello rubio, ojos marrones. Pero el espíritu mestizo está en mi sangre: lo bebí durante mi niñez mexicana, en las décadas de 1960 y 1970. ¿Es esta experiencia que me predispone a favor del spanglish? No estoy seguro. Tal vez no sea tan extraordinario que la engañosa sensación de novedad ceda el lugar a una atmósfera de ansiedad e incluso de xenofobia en los enclaves hispánicos y anglos, especialmente con relación a la diseminación del spanglish.

                Su impacto anuncia una hispanización de toda la sociedad, mientras que en las Américas genera miedo a que la lengua de la región, vista como el último bastión del orgullo cultural, esté siendo avasallada por el imperialismo estadounidense. Los militantes izquierdistas de América Latina, atrapados como están todavía con una ideología que se remonta al Ariel de José Enrique Rodó, creen que es necesario hacer algo para contraatacar su influjo e influencia. “¡Muera Hollywood! ¡Muera el espanglés!”

                Del otro lado de la frontera, sus antagonistas de derecha temen que su propia nación esté en vías de un acelerado declive que conlleva un cambio de idiomas. Pero el lenguaje no puede ser legislado: es la forma más libre, más democrática, de expresión del espíritu humano. Y de esa manera cada ataque que recibe es un estímulo, porque nada es más atrayente que lo prohibido. Hoy músicos y literatos usan el spanglish en sus poemas, novelas o ensayos, sin disculparse por ello. El énfasis depende de la aculturación del autor; a veces no va más allá de intercalar un puñado palabras españolas. En otras ocasiones, en cambio, se convierte en un dialecto de pleno derecho, como en la obra de decenas de escritores, al norte y sur del Río Grande, como Tato Laviera, Guillermo Gómez Peña (responsable, junto con Enrique Chagoya y Felicia Rice, del Codex Espangliensis), Juan Felipe Herrera, Rolando Hinojosa-Smith o Giannina Braschi.

               

Este es el párrafo inicial de ‘Pollito-Chicken’, un relato de Ana Lydia Vega incluido en Vírgenes y mártires. Muestra hasta qué punto las dos lenguas, el español y el inglés, están entretejidas en la realidad:

Lo que la decidió fue el breathtking poster de Fomento que vio en la travel agency del lobby de su building. El breathtaking poster mentado representaba una pareja de beautiful people holding hands en el funicular del Hotel Conquistador. Los beautiful people se veían tan deliriously happy y el mar tan striklingly blue y la puesta del sol –no olvidemos la puesta del sol a la Winston tastes good– la puesta del sol tan shocking Pink en la distancia, que Suzie Bermúdez, a pesar de que no pasaba por el Barrio a pie ni bajo amenaza de ejecución por la Mafia, a pesar de que prefería mil veces perder un fabulous job y morir de hambre por no coger el Welfare o los food stanps como todos esos lazy, dirty, no-good, bums que eran sus compatriotas, Suzie Bermúdez, repito, sacó todos sus ahorros de secretaria de housing Project de negros –que  no eran mejores que los New York Puerto Rican pero por lo menos eran New York Puerto Rican– y abordó el 747 en raudo y uninterrupted flight hasta San Juan.

Alguna vez escuché a Ana Celia Zentella, una especialista en la sintaxis del spanglish, y autora de Growing Up Bilingual, describir al hablante de spanglish como “dos monoligües atascados en una garganta”. Es una imagen sugestiva, hermosa, que me hace pensar en el Dr. Jeckyll y el Sr. Hyde de Stevenson: un cuerpo, dos identidades. Pero, ¿es correcta?.

                Muchos hablantes de spanglish son en realidad bilingües. “Hablamos los dos”, dijo a Zentella un entrevistado en un español imperfecto: hablamos ambos idiomas, inglés y español.

                Y sin embargo muchos de ellos no son hablantes plenos de ninguna de las dos: ni en la variante oral ni en la escrita. La sintaxis y la gramática de una inunda la otra, ni viceversa, y el grado de auto-traducción instantánea es inequívoco. Hubo una época en la cual las uniones inter-raciales eran socialmente inaceptables. Richard Rodríguez, en Hunger of Memory, su autobiografía, describe la “vergüenza” de los niños hispanohablantes de California en la década de 1950. Veía al español como un idioma privado, pero también como una lengua de aislamiento: “Como aquellos cuya vida está circunscripta por el barrio, el español me recordaba mi aislamiento de los otros, los gringos en el poder”.

                El inglés –se les decía– era el código oficial de comunicación de la nación, y debían emplearlo en todo momento. Por fortuna ese sentimiento de vergüenza hace mucho que ha desaparecido. Y en México y América del Sur también el espíritu de los tiempos ha cambiado desde la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento del comunismo. El marxismo no es más una ideología arrebatadora. El neoliberalismo ha sido aceptado, y con él una mentalidad tolerante de clase media. El resultado es que hoy los hablantes de spanglish ya no se sienten avergonzados por su idioma en los Estados Unidos. Ya no es más una cuestión de tomar o dejar.

En muchos sentidos, el idisch, el idisch de mi pasado, parte de los muchos idisches surgidos en Europa Oriental –lituano, galiciano y demás– está cerca del spanglish. Benjamin Harshav, en The Meaning of Yiddisch, publicado en 1984, realiza un trabajo incuestionable al narrar la odisea del idisch, que va del rechazo a la plena aceptación. Este dialecto fue hablado por los judíos de Europa Oriental durante siete siglos, desde el XIII hasta el XX, cuando las chimeneas de Auswitc lo exterminaron sistemáticamente en 1945.

                Sus fuentes lingüísticas son múltiples: hebreo, alemán, ruso, polaco y otros idiomas eslavos. Era considerado originalmente un parloteo de mujeres y niños, y los rabinos e intelectuales lo consideraban inadmisible en un diálogo acerca del Talmud. Pero para el siglo XX un amplio número de judíos pobres y sin educación en la vasta región donde se asentaron las víctimas de la diáspora, que incluía a Polonia, Lituania y Galizia, habían perdido la práctica del hebreo y hablaban solo idisch, que con el tiempo se convirtió de jerga en dialecto, y de allí, en un idioma maduro.

Pero debo hacer una advertencia al comparar el spanglish con el idisch: tienen mucho en común, pero sus diferencias son también notables. El idisch, por ejemplo, ha prácticamente desaparecido como habla de inmigrantes en los Estados Unidos. El español, en cambio, ha sobrevivido durante cinco o seis generaciones, y el spanglish es su hijastro. Como he señalado previamente, el spanglish también es mirado despectivamente por los intelectuales, aunque pareciera que el espíritu de los tiempos está cambiando. Aunque comúnmente se lo asocia con los analfabetos, un puñado de escritores lo adoptan como su código de honor y su idioma adoptivo. ¿Acaso esta jerga de los incultos seguirá siendo un habla vulgar, como el ebonics que hablan algunos afro-americanos, o se convertirá en un dialecto, como lo hizo el idisch hace siglos?

                El hecho es que al dejar de ser un código intraétnico (como el ebonics) y convertirse en un vehículo de comunicación trasnacional, con su propia gramática y sintaxis, se ha pasado el punto de inflexión. Miguel de Unamuno se burlaba de quienes decían que los españoles necesitaban aprender gramática. “El problema no consiste en que lo hablen mal”, decía. “El verdadero problema es que no tienen nada que decir”. Los latinos no sufren ese inconveniente: su cultura es rica en novedades, y así lo es también su necesidad de encontrar nuevas formas de expresarlas.

                En cierta ocasión, una reportera de la BBC nacida en España me preguntó por qué los latinos emplean el término “roofa”, cuando “techo”, listado en el Diccionario de la Real Academia está a su disposición. Se preguntaba también si no era hora de que los maestros de todo Estados Unidos se decidieran finalmente a enseñar a sus alumnos a utilizar apropiadamente la lengua española.

                Le respondí que en la galaxia de la Unión Europea, España era el país de más baja tasa de natalidad. Existen apenas 32 millones de españoles, número inferior al total de los latinos en Estados Unidos. Entonces, ¿quién debe establecer las reglas? Alfonso Reyes solía hablar de “la ley del menor esfuerzo” en el lenguaje, y de cuán democráticas es esa clase de leyes.

              La gramática no es un arte útil, ni nos enseña realmente a hablar. Por el contrario, es una investigación acerca de la naturaleza de una lengua y sus condiciones. Así pues, se aplica no sólo al uso “educado” de una palabra, sino también al “vulgar”. Ninguno de esos dos usos es mejor o preferible. Cada uno tiene una función diferente. Siendo más estable, el uso educado sirve como introducción al estudio de una lengua; tiene las ventajas de una autopsia realizada en un cadáver. El uso vulgar, en cambio, está más vivo; permite explicar la génesis y el desarrollo de una lengua. Sus observaciones son el resultado de una biopsia.  

               El spanglish no desaparecerá: “no va pa’tras”; en cambio, con el paso del tiempo su condición se consolidará. El spanglish no es balbuceo aleatorio de palabras sino, como Zentella y otros especialistas han observado, está definiendo su propia morfosintaxis. La cuestión, entonces, no es ya “qué es” sino “hacia dónde marcha”. ¿Crecerá hasta convertirse en un idioma completo? ¿Puede llegar a convertirse en una amenaza para el español, o incluso remplazarlo por completo? (El inglés, nuestra lengua franca, no está en cuestión en los Estados Unidos.)

                No es imposible que algo así suceda, pero sería una transformación que llevaría siglos. Está claro, sin embargo, que presenciamos y somos partícipes de un cambio profundo. Aún si el spanglish no llega nunca a alcanzar todo su potencial, condicionará el futuro del español y del inglés. De la misma manera en que hoy la poesía de Gonzalo de Berceo o de Beowulf requiere explicaciones para los lectores, lo mismo sucederá en el futuro con Cien años de soledad. En realidad, imaginemos que por un milagro un ejemplar de la novela de García Márquez cayera en manos de Miguel de Cervantes. ¿Cuántos americanismos –sin contar los anglicismos– le resultarían absolutamente impenetrables?

                Mi pasión por el spanglish no se desmerece en absoluto ante mi devoción por el español o el inglés. Por el contrario, creo en los amores gregarios.

 

 Referencias

- Gómez Peña, Guillermo, Enrique Chagoya y Felicia Rice (2000) Codex espangliensis: From Columbus to the Border Patrol (San Francisco CA: City Lights Books).

- Harshav, Benjamin (1990) The Meaning of Yiddisch (Berkeley CS: University of California).

- Reyes, Alfonso (1954) De la lengua vulgar. En El cazador (1920, 1954), incl. en OO.CC. (1956) III (México: Fondo de Cultura Económica).

- Rodó, José Enrique (1900) Ariel (VV.EE.).

- Rodríguez, Richard (1982) Hunger of Memory (Boston: David R. Godine).

- Stavans, Ilan (2011) José Vasconcelos. The Prophet of Race (New Brunswick: Rutgers). Incluye la traducción inglesa de ‘Mestizaje’ (de The Cosmic Race), y la conferencia “The Race Problem in America”, ambos de José Vasconcelos.

- Stavans, Ilan (2001) On Borrowed Words: A Memoir of Language (New York: Viking).

- Vega, Ana Lydia y Carmen Hugo Filippi (1981) Vírgenes y mártires (Río Piedras, Puerto Rico: Antillana).

- Zentella, Ana Celia (1997) Growing Up Bilingual: Puerto Rican Children in New York (Malden MA: Blackwell).



[1] Estas notas son en parte una traducción de My Love Affair with Spanglish, el artículo de Ilan Stavans incluido en Isabelle de Courtivron, Ed.: Lives in Translation. Bilingual Writers on Identity and Creativity (2003): Palgrave Macmillan), por Martín F. Yriart. La traducción ha sido revisada y titulada por el autor. Las notas que siguen, salvo indicación en contrario, son del traductor.

[2] Este artículo fue escrito por Ilan Stavans en inglés, pensando en un lector angloparlante. Al traducirlo al español y para lectores que no necesariamente comparten el mundo referido de su discurso, es necesario adoptar algunas fórmulas convencionales para acercar el texto traducido a este nuevo lector. En este sitio de su texto Stavans introduce la palabra anglo-estadounidense “hispanic”. Fuera del contexto de este ámbito del discurso, “hispánico” se refiere a todo lo relacionado con España, su lengua, cultura e historia (como en el ya desaparecido Instituto de Cultura Hispánica español). En los Estados Unidos denota a un inmigrante de habla española procedente de América Latina o el Caribe, preferentemente de México, Puerto Rico, Cuba y América Central. Otro tanto sucede con “latino”, el equivalente en Spanglish de “hispanic”. En adelante estas palabras, en su original o traducidas, serán escritas entre comillas o en letra cursiva, según las necesidades del texto. A los efectos de este texto, a partir de aquí la palabra “Spanglish” es admitida como parte de la lengua española, aunque con su ortografía original y se escribirá en letra redonda blanca y sin entrecomillar: spanglish.

[3] En español, en el original, como en adelante todas las palabras en itálica, salvo indicación especial.

[4] Hughes, un escritor proclive a los experimentos verbales, transcribe la palabra inglesa people (“gente”, en español) en una fonética casera que remeda el habla popular estadounidense.


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