Alejandra Pizarnik
Abordaje inicial a dos textos sueltos de Alejandra
Por Carlos Luis Torres Gutiérrez
Escritor colombiano
La escritora argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972), es tal vez una de las poetas latinoamericanas de mitad de siglo más leídas, (especialmente por los jóvenes), porque su vida fue un solo mirar hacía dentro, construir con su cuerpo un poema, hacer de su vida un espacio poético, y esto tiene un mágico atractivo para todo aquel que se acerca a ella. Con seguridad, el poema que mejor puede ejemplarizar su vida, es este:
Vértigos o contemplación de algo que termina. (1)
Esta lila se deshoja,
desde sí misma cae
y oculta su antigua sombra.
He de morir de cosas así.
Claro, ella se llamaba Flora Alejandra y por ello dice: “Esta lila” y se deshoja, cae, y al llegar al suelo oculta su propia sombra. Sí, se suicida el 25 de septiembre de 1972 con una buena porción de barbitúricos, al salir de un hospital donde la tenían recluida.
Su escritura, no fue muy extensa, pocos libros la reúnen totalmente. Esta breve nota pretende entender las razones de la prosa fracturada de sus últimos días, que ha sido interpretada, por muchos de sus estudiosos, como un rasgo de enajenación. No, ella realiza una búsqueda consiente que confunde el borrador con el texto definitivo, lo propio con lo ajeno, su doler con el poema, así como su Diario con la poesía.
Alejandra Pizarnik no fue una escritora de textos largos. El más extenso suyo La Condesa Sangrienta, es apenas un conjunto de breves relatos que describen las torturas y muertes que la Condesa Erzsébet Báthory (1560-1614) le practicó a centenares de mujeres jóvenes, en el Castillo de Čachtice, actual Eslovaquia. Este texto de Alejandra fue publicado en 1966 en la revista “Testigo” de Buenos Aires, y los demás conocidos son breves ensayos y narraciones sin mucha ligazón, pero que efectivamente, escritos algunos como tareas alimenticias, otros, pretendieron la experimentación, la búsqueda de caminos diferentes a la ya explorada por ella, en sus libros de poesía.
Recordemos que la fórmula poética por ella utilizada, cual es llegar al mismo lugar, inicio de la frase, que ha retomado del poeta Antonio Porchia (cuya estructura le da a Alejandra, en su juventud, elementos para la escritura) se suma a algo muy propio suyo cual es la brevedad, la intensidad y la austeridad. Además su abordaje de la imagen surrealista, al mismo tiempo que un “otro giro a la tuerca”, acompañado con la ubicación del sujeto al final del verso (en muchas oportunidades el sujeto, es el “personaje alejandrino”, es decir ella). Todos estos elementos constituyen el método, el andamiaje para la elaboración de su filosa poesía. Miremos estos ejemplos, tomados de su libro Árbol de Diana y de La última inocencia.
13. explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome
Se fuga la isla
y la muchacha vuelve a escalar el viento (La última inocencia)
18. como un poema enterado
del silencio de las cosas
hablas para no verme
Ella, la poeta brillante de la mitad del siglo XX en Buenos Aires es hoy, a más de 50 años de su muerte, recordada y valorada por su obra poética, fundamentalmente (siete libros de poesía en total), un extenso Diario literario, narraciones, ensayos, reseñas, algunas entrevistas y un texto teatral, son el cuerpo central de su constante búsqueda. Vivió unos años en París, que fue su mejor época, conoció a importantes escritores de la mitad de siglo y vivió intensamente un caer continúo al abismo y saber la soledad como algo íntimo. Pero los escritos a partir de 1966, ya viviendo nuevamente en argentina dan señal de su trabajo intenso en la indagación de nuevas formas para continuar haciendo con su cuerpo, el cuerpo del poema, como dijo muchas veces.
Por eso en su última etapa “echa mano” de textos y de autores que más la obsesionaban, rasga trozos de ellos y los pone, como un collage, como puertas que se abren a espacios propios, pues son estos, campos de preocupación común: Alicia en el país de las maravillas de Levis Carroll, es casi “su alter ego”, ha perseguido este personaje en el jardín; el nombre suyo y el de la pequeña comienzan por “A”, ambas son dos niñas que buscan llegar a un lugar por terrenos y túneles oscuros que no entienden; Los cantos de Maldoror ha sido su libro de cabecera desde su adolescencia; Antonin Artaud, su escritor favorito pues su prosa ardiente y desdentada, procaz e insultante, en esta etapa de la vida de Alejandra, constituye otra salida.
Uno de los textos breves al que quiero referirme es, “A tiempo y no”, escrito por Alejandra Pizarnik en 1968 y dedicado a Enrique Pezzoni (2), relata la historia de la niña que va a conocer y a conversar, por intermedio de la muerte, a la Reina Loca. El diálogo entre estos personajes, se desarrolla en casi tres páginas, sin principio, ni final, sin tema propio, más que el absurdo de una conversación de tres figuras que se juntan: la niña, la muerte y la Reina Loca, (abstracta una, infanta la otra y demente la tercera). Pero que sirven de soporte al intento de una nueva estructuración del texto Pizarnikiano, que obviamente se queda trunco con su muerte.
En él, conserva su método recurrente de la construcción del poema, cual es llegar al mismo lugar, inicio de la frase, es decir, dar la vuelta y morderse la cola. Pero ahora introduce en su sustrato, la imagen de Alicia en el país de las maravillas, de la niña que es Alicia y ella, además incorpora, sin anunciarlo, segmentos de Antonin Artaud del “Rito del sol negro”. Y como él utiliza la palabra rota, el texto fracturado, el que no pega pero está al lado, pues lo que intenta decir es eso: la desgarradura, no las partes que quedan, sino la herida.
Alejandra es plenamente consciente de lo que hace: al final de este texto (“A tiempo y no”) ella dice que alguien cantaba una trivialidad a las flores, pero también había una voz que cantaba otra cosa y lo que canta, lo hace en francés, y es un segmento del poema de Artaud, un poema que habla de la madre, de la madre tierra, que babea pero es la madre, la suya, claro, la de Alejandra. Dice:
Et en bas, comme au bas de la pente amère,
Cruellement désespéré du coeur,
S´ouvre le cercledes six croix,
très in bas
comme encastré dans la terre mère,
desencastré de l´entreinte inmonde de la mère
qui bave. (3)
“El hombre del antifaz azul” es el otro texto al que me referiré, tal vez de 1969. Este imita, sigue casi la huella de Alicia en el país de las maravillas, reemplaza aquí al conejo por un enmascarado que corre porque tiene prisa, se cae por un hueco-túnel sin fondo y ve pasar muchas cosas, el hombre corre y dice una que otra palabra “soez”, ahora A. se encoje, se agiganta, llega a los jardines y busca la llave para abrir la puerta. Porque el personaje se llama “A.”, que puede ser Alicia o Alejandra pero todos sabemos que es ella.
Al caer por el hueco, como Alicia, recuerda los versos de La canción del destino de Hiperión de Friedrich de Hölderlin, y luego un verso de la poeta uruguaya Delmira Agustini, que aparece por el motivo de encontrar la llave para la cerradura, pero aquí el poema de la uruguaya, con estilo y voluntades disímiles, surge en el texto de Alejandra por la mención a los objetos que se nombran.
En uno de los múltiples pasajes ella se compara con Gregorio Samsa y en acto seguido hace referencia a uno de los versos de T.S. Eliot, en Tierra baldía (“A orillas del Lemán, me senté y lloré”). Pero hay que señalar que estos textos no le prestan utilidad para la reflexión, son simples “estacas” de otros autores que imaginamos estaba leyendo o había leído y recuerda. No existe aquí una exigencia de relacionamiento conceptual, pareciera tener origen con su dificultad de concentrase, para avanzar.
Hay entonces en estos dos textos sueltos y finales de Alejandra Pizarnik, así como en algunos otros, un deseo implícito por encontrar otra forma de expresar su mundo imaginario. Su trabajo de escribir debe continuar, imposible dejar que se agote. Ella indaga entonces nuevas maneras de ser ella misma, de otra forma. Su prosa fracturada, rota, difícil, a veces incomprensible, no es signo de enajenación, como algunos han intentado decir, no. Responde a una búsqueda consciente, donde el borrador se confunde con el texto definitivo así como la inclusión de textos de otros, sin permiso. Esto es la muestra de que escribe como piensa, sin cribar nada, por ello creemos que el texto está fracturado, ella es la fractura.
(1) Poesía completa. Pizarnik, Alejandra. Edición a cargo de Ana Becciu. Editorial Lumen. Página 214, 2000
(2) Prosa completa. Pizarnik, Alejandra. Edición a cargo de Ana Becciu. Editorial Lumen. 2001
(3) “Y abajo, al pie del declive amargo,
cruelmente desesperado del corazón,
se abre el círculo de las seis cruces,
muy abajo como encastrado en la tierra madre,
desencastrado del abrazo inmundo de la madre
que babea,
la tierra de carbón negro es el único
lugar húmedo en esta grieta de roca”.
(“Tutuguri, el rito del sol negro”. Antonin Artaud)
C. Torres, septiembre 25 de 2023
© Marcela Sánchez
Carlos Luis Torres Gutiérrez
(1956, Bucaramanga, Colombia). Magister en Literatura latinoamericana, escritor y librero. Ha publicado las novelas: Alejandra, la poeta que murió de su vestido azul (Sílaba Editores,2019), Como vuelo de pájaro (Editorial Diente de León, 2013), Entre la espera y el miedo (Editorial SIC en el año 2004), y Barco a la Vista (Editorial Antropos, 1992).
Los libros de poemas: Poemas de sol (Abrace Editora, Montevideo 2019), New York desde la ventana (Editorial Universidad Industrial de Santander 2006), A punto de llover, (Editorial SIC en el año 2004), Recuerdos empaquetados (“Editorial Catapulta”, Bogotá 1998), otros poemas y ensayos han sido publicados en revistas nacionales y extranjeras. Una antología poética suya en la Editorial Virtual “SESHAT”:
Dos libros de poesía suyos han sido traducidos al italiano en el año 2014 además sus ensayos literarios sobre la poeta Alejandra Pizarnik han sido traducidos y publicados en Grecia en el año 2014. Algunos de sus cuentos han aparecido en la Revista Virtual Letralia y en Antologías de cuento colombiano.
carlosluistorresg@gmail.com
@carlosluistorresgutierrez