Laura Garavaglia
Poesía y ciencia en la obra lírica de Laura Garavaglia
Por José L. Abraham López
Escritor y ensayista español
La relación entre poesía y ciencia ha producido auténtica fascinación entre poetas hasta el punto de considerar a una deudora de la otra. Bastan los nombres de Coleridge, Wordworth en sus Baladas líricas, Keats, T.S. Eliot, Raymond Queneau por citar solo unos pocos que reconocieron el interesante vínculo entre ambos campos y además se sirvieron de metáforas científicas para sus trabajos. O sin ir más lejos, el tratado La materia médica de Discórides, ha servido de inspiración a un poeta de la talla de Antonio Gamoneda. Tradicionalmente, la literatura ha tenido todas las de perder en cuanto a la utilidad de su práctica frente a la de las ciencias. En cambio, son muchas las obras literarias que se sustentan en el marco científico; también en poesía.
Incluso en pleno siglo XXI hay poetas que siguen seducidos por la combinación entre el pensamiento racional y discursivo frente sensitivo y poético. Uno de los casos más ejemplares es el de la poetisa italiana Laura Garavaglia. Nacida en Milán en 1956, su producción se reparte entre la poesía y el periodismo. Fundadora y presidenta de La casa della Poesia di Como y responsable del Festival Internacional de Poesía Europa in versi.
Su bibliografía en el terreno de la poesía comenzó en 2009 con Frammenti di vita, a la que le siguieron otros muchos títulos como Farfalle e pietre, Correnti ascensionali, y Numeri e stelle entre otros. Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas e incluida en infinidad de antologías.
A propósito de lo expuesto en las primeras líneas del presente comentario, tanto el científico como el poeta comparten idéntica inquietud y admiración por el misterio del universo. Aunque el pensamiento de Laura Garavaglia vaya más enfocado hacia lo discursivo, sin duda alguna el tono poético para nada desmerece frente al primero. Y posiblemente un científico esté conforme en hacer llegar al público la explicación física del universo a través de metáforas que lo hagan más inteligible.
La acogida que a lo científico le dispensa Laura Garavaglia en su universo poético lo vemos también en libros como Numeri e Stelle (Ulivo). En concreto, en “La música de las esferas” sintetiza la teoría pitagórica de que proporciones musicales rigen el movimiento de los cuerpos celestes. El poema en cuestión se cierra con dos versos esclarecedores: “Fórmula y sonido, secuencia de fracciones / dimensión única de belleza”. El titulado “Eureka” convierte en motivo literario el principio del matemático griego Arquímedes cuando vislumbró la relación entre el volumen de un cuerpo sumergido y la fuerza de flotación que este experimenta recurriendo a propiedades geométricas: “Cualquier curva puede ser recta / cada volumen guardado / en la perfección del cubo”.
En poemas como el titulado “Mecánica cuántica”, Garavaglia expone la imposibilidad de dar cuenta racional de todo cuanto nos acontece.
Algunas cosas pasan y basta
no se puede saber por qué.
No le toca a la alquimia nuclear
explicar
los seis grados de separación
que nos atan a los demás.
La dedicatoria al matemático alemán del siglo XIX Bernard Riemann desvela el tratamiento que en la composición “La función zeta” va a dar al maridaje entre la transitoriedad dinámica de lo poético y el carácter racional y mecánico de lo lógico-matemático con ecos de nuevo de la teoría pitagórica de las esferas y donde el caudal léxico discurre sobre todo por la corriente de lo científico, entre paralelismos y sinestesias de una extraordinaria belleza sensorial:
La belleza de un verso en la armonía de los primos.
La música de los números compuesta en las olas.
No es ruido blanco
la orquesta matemática de los primos.
Y en la recta mágica entre ceros e infinitos
escribías la armonía de la naturaleza
el peso inconsistente de la vida
en hojas llenas de fórmulas, de símbolos
reducidos al instante a cenizas por la llama de la chimenea[1].
La última muestra de ello en castellano la obtenemos de la edición bilingüe que la editorial La Garúa ha sacado al mercado; en concreto, La simetría de la nuez, con traducción de Giovanni Darconza con la que su autora quedó finalista del Premio Luzi en 2013. Si bien la ciencia tiene como cometido explicar el cosmos y el poeta hacer partícipe de su sentimiento y trascendencia, en esta obra ambas se dan la mano como medios complementarios para conocer una misma y única verdad. La propia autora así lo reflejó en una entrevista:
Para la poeta italiana, una de las características más loables de la poesía es que puede ayudar a preservar la memoria. La poesía permite ir a uno mismo, porque a través de ella se pueden comprender cosas de la humanidad, del origen del mundo y del universo[2].
Como vemos, la poeta italiana atiende al lenguaje racional que rige y es capaz de descodificar la naturaleza, vista esta como un sistema regido por el orden abstracto y el equilibrio. Para seguir con esta línea de ensamblaje compartida entre los dos ámbitos reseñados, el poemario La simetría de la nuez (La Garúa, 2020) es un buen campo de exploración por observar en él las características anteriormente apuntadas. A pesar de dar cabida al mundo científico, no por ello el lenguaje de Laura Garavaglia resulta frío y neutral, sino que descuella entre los versos imágenes del todo sugerentes, sin menoscabo de expresividad y emotividad, tal y como apreciamos en el poema que abre el libro y que expone una idea concluyente: la vida es una lucha desigual y, por tanto, infructuoso el duelo con ella. Si bien “no es poesía el cerebro” (página 17): “La poesía es un lenguaje del corazón, de las emociones y no dice las cosas de inmediato, ya que es un viaje del corazón a la mente”[3].
El poema “Nacimiento” es un buen ejemplo del carácter antitético que planea en el libro. En esta composición, la autora expone su concepto bipolar de la gestación, entre el dolor y el amor, la vida y la muerte.
Si en “Hermana Lina” asistimos a una conseguida alegoría del recuerdo enclaustrado, el silencio absoluto, la desnudez primera; la idea del suicidio queda patente en “[Había sido como un juego]”, así como de la naturaleza perecedera de lo humano: “De lo que somos no queda nada” (p. 31).
La imagen del pez indefenso, atrapado en la red y presa de su propio deseo, constata el concepto de universalidad que como un estigma aflige a todo individuo:
Quién sabe quién se creía
y por qué se había ilusionado. Agonizaba
como todos, un pez en la red. Braceaba
como un gato caído al agua
las uñas buscaban apoyos improbables.
La segunda parte, “Breves vacaciones”, permite ubicar un espacio real como Portugal. “Villa Esmeralda. Arcos en punta” es una sugerente estampa donde, en ausencia de verbos, se conjuga la armonía arquitectónica renacentista con la placidez de la naturaleza del Algarve. Lo mismo que “Biblioteca de Coimbra”, esta vez la cultura resiste el parsimonioso ataque de isópteros y nos llega el olor añejo de lo pretérito.
En el cómputo organizativo, esta parte es la que más tiene como referente la realidad sensitiva exterior, en comparación con la que le sigue, “Las fuerzas débiles”, con una nutrida nomenclatura científica compaginada con percepciones subjetivas como cuando la poeta recurre al tópico de lo minúsculo e insignificante del ser humano frente a la grandiosidad del cosmos: “Me siento como un punto en el globo / del universo mudo que se extiende” (p. 81), como esta otra más gráfica: “El perímetro del cuerpo es un rectángulo / recortado del trapo del infinito” (p. 99), frente a la perennidad del átomo; dos dimensiones pues tan antagónicas como complementarias. La misma Garavaglia afirmó que “la creatividad, que es intuición e imaginación, es otro aspecto que une a científicos, matemáticas, físicos y poetas”[4].
En la última sección del poemario, “En el cono de sombra”, Laura Garavaglia deja clara su percepción de lo humano y del cosmos: “Amo la ciencia que no da / lugar al engaño del tiempo / de la fe y del sueño” (p. 109); la realidad sensible solo es realidad en su apariencia, como una extensa nebulosa.
Como decíamos, pese al buen número de términos ligados a la jerga científica (células, hipocampos, tálamos, genéticas, cromosomas, médula, potencia del continuo, electrones, órbita, sinapsis, física cuántica, átomos, moléculas, partícula, fórmula, convexos, espacio vectorial, perímetro, perpendicular, artrosis, galaxia, cosmos), Laura Garavaglia no renuncia al código literario, con sus connotaciones y asociaciones, tal y como ratifican los numerosos mecanismos puramente poéticos que encontramos a lo largo de las páginas de La simetría de la nuez.
Lo que sí parece claro es que en su constante mecanicidad, el engranaje del Universo es más armónico y equilibrado que el devenir del ser humano, sumido este en una permanente contingencia. De ahí, aliteraciones que funcionan como fonosímbolos de estados anímicos inquietantes con la vibrante /r/ en “suavizante torpor para lavar el corazón” (p. 13) y “el sordo repiqueteo del remordimiento” (p. 83). En cambio, estos ejemplos contrastan con la suavidad que la repetición de la consonante nasal aporta a un sentimiento cercano a la resignación como en “el tiempo mismo morirá, fórmula no resuelta” (p. 85). Resulta curiosa la combinación de sonidos tan distintos como cuando la vibrante comparte espacio textual con las fricativas /s/ y /x/: “respondía monosílabos de mar o excursiones extramuros” (p. 43), “sobre las olas de nuestros cuánticos destinos” (p. 45).
Entre las figuras sonoras destaca la rima en eco, sobre todo de vocales abiertas, lo que demuestra que la poesía goza, en el concepto que de ella tiene Laura Garavaglia, de un importante componente musical: “le escupe en el rostro todo su dolor” (p. 21), “Juega a oscuras, feliz entre las olas rotas, las conchas / quebradas” (p. 55), “El cuerpo tenso en el cero absoluto” (p. 75), etc.
Del contraste entre la inmensidad del universo, sus leyes estables y su materia frente a la contingencia y provisionalidad de lo humano surge la antítesis como una de las figuras retóricas de mayor rentabilidad para subrayar la pequeñez del ser humano. Lo tenemos en “La vida comienza allí donde el sueño muere” (p. 19), “Vibran la cuerdas del destino / para luego callar juntos” (p. 73), “Vorágine negra entre dos mitades blancas” (p. 83), “Gigantes rojas acabarán en enanas blancas” (p. 93). También como oposición de contrarios hallamos oxímoron en “de la hoja que da fuego al agua” (p. 71) y “miel ácida” (p. 97). La antítesis alcanza su máxima expresión en la representación numérica: “El cero cubre por sí mismo el círculo perfecto / de la nada o del todo / del vacío o del pleno” (p. 89).
Precisamente, la nota distintiva de la práctica poética frente a la científica es el empleo de recursos literarios que entran en el terreno de la subjetividad y de la conciencia de estilo. En el uso poético del lenguaje que venimos hablando no faltan casos de animalización (“El tiempo lame la vida”), personificación (“La noche de mañana ya cercana / abre grandes ojos”), sinestesia (“verde silencio”) sin menospreciar la metaliteratura cuando Laura Garavaglia utiliza el código lingüístico para referir precisamente al lenguaje: “Decir experiencia, hoy, y no más vida / substantivo singular abstracto” (p. 13).
Y nunca mejor que ahora viene a cuento el concepto que de metáfora aporta José Ortega y Gasset en “Ensayo de estética a manera de prólogo”: “cada metáfora es el descubrimiento de una ley del universo”. Y en este sentido, adquieren validez como códigos de conocimiento del orbe construcciones metafóricas de Laura Garavaglia como “Cuando pierde el candor, la nieve no es más / que piel arrugada” (p. 53) o “La mente es un globo rojo abandonado en el cosmos” (p. 111).
Sus intereses en la poesía son, sobre todo: explorar el infinito, el universo y las cosas íntimas que se encuentran cercanas. No solo le escribe al amor o a la tristeza; incluso en sus poemas podemos encontrar alusiones a la ciencia, su poesía se inclina más a la brevedad. Garavaglia escribe metáforas del universo[5].
En este sentido, la italiana recurre a metáforas repetidas que emplean un elemento punzante como símil del dolor existencial: “O la luz afilada de la mañana”, “Se afilan los líquidos” y “la flecha del tiempo” (pp. 85, 87, 89) como algo que tiene una dirección predeterminada y no regresa jamás a su origen.
Además de por las lexías denotativas que incorpora a su discurso poética, la presencia de lo científico se complementa con composiciones encabezadas por el nombre de grandes matemáticos como el londinense Alan Turing. En otros vienen los nombres del pintor estadounidense Edward Hopper y el belga René Magritte, así como una expresión del físico Hermann Minkowski.
En el prólogo a La presenza viva delle cose, Living things, Dante Maffia dijo de Laura Garavaglia:
es la voz de una mujer, de una poeta que no niega su feminidad y su sensibilidad. Y es por eso que es reconocible y persuasiva, llena de resonancias, de aterrizajes, de verdades indefinidas, porque nada quita la esperanza de un recuerdo futuro[6].
Y estas claves se perciben igualmente en La simetría de la nuez, que además trae a primer plano el dilema de la utilidad y la belleza. En cualquier caso, de la mano y percepción de Laura Garavaglia se conducen hacia una misma verdad, ya sea desde la realidad o desde una supuesta o fingida ficción, consiguiendo “pasar por encima de todo prejuicio y rearmar aquello que se nos ha vendido como antagónico”[7].
[1] La traducción de ambos poemas corresponde a Emilio Coco y fueron publicados en Altazor: revista electrónica de literatura, 1ª Época, Año 2, Diciembre 2020. https://www.revistaaltazor.cl/laura-garavaglia-2/
[2] Hurtado, Jhonwi. “La poesía es palabra y silencio: Laura Garavaglia”. En: El Espectador, 1 de septiembre 2016, p. 20.
[3] Ibidem.
[5] Hurtado, Jhonwi. “La poesía es palabra y silencio: Laura Garavaglia”, op. cit.
[6] Garavaglia, Laura. La presenza viva delle cose, Living things. Traduzione inglese di Annarita Tavani. Prefazione di Dante Maffia. Puntoacapo, 2020.
[7] García Obrero, José. “Del fruto inagotable”. En: Cuadernos del Sur, 5 de noviembre 2020. https://www.diariocordoba.com/noticias/cuadernos-del-sur/fruto-inagotable_1390869.html
José L. Abraham López
JOSÉ LUIS ABRAHAM LÓPEZ. Diplomado en Biblioteconomía y Documentación por la Universidad de Murcia, Licenciado en Filología Española en la Universidad de Granada, Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia. En la actualidad ejerce como Profesor titular de Lengua castellana y Literatura en Educación Secundaria.
Es autor del ensayo Antonio Oliver Belmás y las Bellas Artes en la prensa de Murcia (Cartagena, 2002). Se ha encargado de la edición crítica de Recuerdos del Teatro Circo; Recuerdos del Teatro Principal de José Rodríguez Cánovas (Cuadernos Culturales Monroy, 2005); de Poesías de José Martínez Monroy (Editorial Áglaya, 2008); Más allá del silencio; Los ojos de la noche; Viento en la tarde de Mariano Pascual de Riquelme (Huerga & Fierro, 2013); Poesía esencial de Antonio Oliver Belmás (Huerga & Fierro, 2014 con una subvención del Ministerio de Cultura, Educación y Deporte); Infierno y Nadie: antología poética esencial (1978-2014) de Antonio Marín Albalate (Unaria, 2015), de la plaquette Contra el olvido, palabras. Miguel Hernández, Adán solitario (Diván, 2010) y Los toros en la obra de José Rodríguez Cánovas: entre el periodismo y la literatura (Colegio de Periodistas de la Región de Murcia, 2017).
En el terreno educativo ha coordinado el volumen La Fábula: propuestas didácticas y educativas (Edisur, 2009) y Alfarería y Cerámica: un espacio para aprender y enseñar (del taller al aula) (Diputación Provincial de Córdoba, 2016), El olivo en la poesía de Miguel Hernández: hacia una práctica educativa interdisciplinar (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2017), Palabras visibles y tiempo detenido: relatos sobre el acoso escolar (ViveLibro, 2020).
Es autor de la guía de lectura Por tierra, mar… y letras: Miguel Hernández y Cartagena (Editorial Raspabook, 2019). Ha elaborado Cuadernos de PMAR. Ámbito Lingüístico I y II (Editex 2016).
Además, como poeta ha publicado A ras de suelo (Palencia, 1996), Asuntos impersonales (Alcira, 1998), la plaquette Golpe de dados (Milano, 2005), el poemario Somos la sombra de lo que amanece (Madrid, Vitruvio, 2014) y Mis días en Abintra (Ediciones En Huída, 2018).
Algunos de sus poemas han aparecido en distintas antologías: La poesía que llega (Jóvenes poetas españoles (Huerga & Fierro, 1998), Primera antología del Mediterráneo. Poetas con el Mar (Librería Escarabajal, 2000), Murcia: Antología general poética (2ª ed.) de Santiago Delgado (Nausicaä, 2000), Antología del beso: poesía última española (Mitad Doble, 2009).
Colabora semanalmente en el periódico El Ideal con artículos de opinión y reseñas de novedades literarias.