Susana Szwarc

Selección de poemas de Susana Szwarc


Intervalo


Vacilante

dejó de leer porque decía:

se ha quedado.


Alguien que amara 

esa fotografía:

materna tierra de nieve

los torpes crímenes/ derroches /

espacio incierto de orín 

en los vagones / humo


De este lado del paisaje

-sin importar lo que apetece-

el aire daría vuelta la página del libro. 



Doméstico 


He visto tu migaja rodar sobre la mesa

y detenerse ahí:

justo ante mi ojo más hambriento.

Mis dedos se afirmaron (recordá: aún

tenía miedo) en la sombra de tu migaja.

Ah!, cómo temblaba la lengua

en mi boca

y mojaba a la palabra

que hervía en agua de consuelo. Hacia abajo.

Pero el tiempo estaba pleno

y pudo detener -a tiempo- al ojo avaro.

Rozó mi hombro y las horas se estiraron

enteras

como una fotografía abierta al mundo

donde algunos, al beber, vaciaban, además,

las cartas.


En el largo tiempo los rayos del sol

alcanzaron los cuerpos quietos de la morgue.

Después los mismos rayos iluminaron tu migaja

que entonces brilló como un diamante

más grande que esta mesa

creció como tu sexo

en las gargantas de esas cantantes bárbaras,

adentro de lo llorado.


El ojo de Homero se acercó a tocar mi pulso,

mi tos, mi piedra, mi mano,

como si las horas se fuesen comprimiendo

aunque mis dedos seguían en la sombra,

acalambrados, estáticos.

Y los labios jugaron a rimar:

tu migaja

¿mi alhaja o mi mortaja?


El tiempo se enrejó.

Vi la sombra de mis dedos sobre tu pan.

¿Recordás? Aún había miedo.

En esos pasadizos, ¿me diste de comer?



Pasión


I

Lo vi. Levanté acusadora

mi puño cerrado de niña:

¿por qué 

no tuviste una clara conciencia

de las clases que dividían al mundo

y en el bosque, comiendo frutas,

y en la fábrica, fingiéndote otro,

salvaste, apenas, la vida?


Maluska, hija, lalka, me dijo 

e insistía su polaco:

estaba tan triste antes

y ahora no te hubiese conocido.


II


También lo vi

a escondidas

entre los tules de un mosquitero

por la lluvia

y contemplé

como sólo niñas espías

secretísimas

son capaces de mirar.


Tras el paraíso

esperaba

que en el tiempo de esa duración

me llevaras. (Me llevaras.)


¡Lo hizo! ¡Lo hizo!, se atrevió,

gritaban las otras mujeres

mecidas en el patio. Y perdían

la cabeza.


Amor no propio quisieran

para pedir amparo.



Bíblica


Madre es anciana.

Madre es anciana y se ha

embarazado.

Habrá una hermana nueva.


Madre embarazada

vomita y sus dedos aprietan

alambres

del gallinero.


Por su boca sale la nieve

de Siberia y aquí -lejísimo-

el pueblo entero

se llena de blanco

barro.


Madre ríe y las hijas reímos

mientras mascamos

un poco de brea

como si el mundo la nieve la brea

fueran

nuestra pertenencia.


Y madre

sabia en los vagones

nos avisa:

si uno tiene que vivir vive

si uno tiene que morir se

muere.


¿Por qué? le decimos las nacidas

pero ella se distrae por el buey

quieto entre las vías.

Y anuncia:

este tren habrá de detenerse.

Podremos parir.



Un cielo al descubierto



La sombra de la vela

mitiga el nombre. En su luz

se deletrea. Y como de un incendio

la red del alambrado se abre:

jardín de cuerpos

hasta mi ojo.


Concentra la sombra los llamados

de cualquiera de los Campos.

La vela, deshecha.

Uno me agarra, tiene fuerza, el brazo,

el hueso. Canto (no sé si por fugarme):

-¿no ves que estás ardiendo?



Madrugadas



Se enfermó

de tanta belleza vana.

Lo acompañaba, entonces, al prostíbulo

como quien acompaña al hospital.


Cada madrugada, ante la puerta

del letrero luminoso, veía

a esa misma vendedora de periódicos

soltar su paquete, sentarse encima, 

adormecerse. Sin fuerzas, ella.


Sin fuerzas yo,

solté, me adormecí.



Tu ventana del cuarto de Pessoa


De par en par

la luz de la mañana

rompe

de una sola vez en muchas veces

la abundancia (las cosas que se 

cargan infinitas al camión de la basura, hojas,

lo que habría de escribirse y más).


El  rayo de sol, el más cálido

(si eso fuera posible)

fracciona  la cortina justo

cuando Estévez llega al bar

y  grita buen día.

El mozo sonríe y nosotros 

desde el cuarto  de enfrente,

desde  el temblor de la luz,

también 

sonreímos. 


Por un instante 

-como empujados por ese  ventilador

que nunca, nunca

deja de girar-

leemos  en voz alta:  la liberación

de todos los pensamientos. 

Guardamos esa frase 

en papelitos antes 

de salir a la calle.


Antes de encontrar,

todavía,

el camino de vuelta.

Susana Szwarz. Escritora, Quitilipi, Chaco, 1954. En la actualidad reside en Buenos Aires.

Ha publicado libros de poesía y narrativa. Los últimos son: La mesa roja, (antología de 30 años), El ojo de Celan, La muertita o una novela que. Ha publicado también literatura infantil, Había una vez una gota y Tres gatos locos, entre otros.

Sus obras de teatro fueron representadas en Liberarte, El camarín de las musas y el Centro Cultural de la Cooperación. Como teatrista forma parte del Club del Kamishibai (teatro de papel).

Algunos de sus poemas y cuentos han sido traducidos a varios idiomas como el chino mandarín, el rumano y el inglés. Los libros de poesía Bárbara dice, al francés y El ojo de Celan, al italiano.

Ha recibido diversos premios como el de La fundación Antorcha y el Regional de novela por Trenzas (reeditado por Entropía, 2016), Premio único de poesía por Cultura Ciudad de Buenos Aires, Premio Unesco por poesía, Premio Internacional de cuentos Julio Cortázar.

Colaboró en distintas revistas del país y del exterior como Hispoamérica, Fórnix, Casa de las Américas, Tokonoma.

En el 2011 fue estrenado por el compositor Cristian Varela, el cuento dramático musical (ópera) “No camines en el barro”, basado en el cuento del mismo nombre del libro El artista del sueño.

http://susanaszwarc.blogspot.com.es/