Carlos Oquendo de Amat
Un poeta y dos mundos
Por Carlos Meneses
Se podría decir que Carlos Oquendo de Amat no fue uno si no que fueron dos en uno. Perfectamente separadas las actividades de uno y otro puesto que no se produjeron simultáneamente. Una actividad dio final a la otra. Sin embargo no se puede hablar de dos personalidades totalmente diferentes. El poeta trasladó su exquisita sensibilidad al político. El fervor con que trabajaba sus poemas se convirtió en pasión por la lucha a favor de las clases sociales desprotegidas. La decisión con que convirtió las ideas que Mariátegui le había comunicado en dura y tangible realidad, ya tenía como antecedentes algunas de las firmes actitudes que Oquendo había desarrollado en sus días entregados en exclusividad a la poesía. La vida de este poeta puneño fue tan breve y sus versos brotaron de su sensibilidad tan pronto, que se podría llegar a tener la sensación que fue poeta desde su infancia.
Hay muchas definiciones para interpretar el paso de Oquendo de la poesía a la política. Por supuesto todos o casi todos, coinciden en la influencia del Amauta no para decidir directamente el cambio, mas sí para conseguir en su discípulo la absorción de ese cúmulo de pensamientos traídos de Europa y que determinaron ese nuevo rumbo que tomó su vida. La muerte de José Carlos Mariátegui coincide con la salida del poeta hacia la Sierra sur del Perú, concretamente hacia el departamento de Puno. Aunque también hay coincidencia de fechas entre el fin de esa etapa delirante tocada por el encanto lírico y el agravamiento de sus pulmones roídos por la tuberculosis. Es 1930 el año de las grandes decisiones de Oquendo. Lima ha sido la cuna de la mayor parte de sus versos. Puno y otras ciudades puneñas la antesala del político que no se contentará con un carné del partido al que se ha afiliado, sino que saldrá a luchar contra la injusticia sin más armas que su devoción por alcanzar los objetivos que se ha propuesto.
Hay otra incógnita en la vida de Oquendo. En qué momento surge en él la pasión por el cine. Hacia 1904, o sea un año antes de su nacimiento, su tío Nicolás Oquendo, hombre singular que trató insistentemente de dotar a su ciudad, Puno, de los progresos que conoció en Europa; inauguró un cine en el que él era el taquillero, acomodador, manejaba la pianola con la que alegraba los momentos de espera y daba explicaciones sobre lo que se estaba proyectando al público formado por escasas personas. Duró poco tiempo esa empresa como la mayoría de las iniciadas por él. Carlos no debió conocer ese cine rudimentario de su tío. Es muy probable que llegara a ver cine en su adolescencia puneña, pero el impacto que le causó el cinematógrafo se produjo en Lima. Fue como descubrir una droga para el poeta. Muchas veces debió preferir pasar por la taquilla de un cine que entrar a un restaurante. Afortunadamente para que el gasto no fuera tan oneroso en su escuálida economía, un primo suyo Juan Oquendo de la Flor, hijo de aquel Nicolás educado en París, trabajaba en el cine teatro Campoamor del jirón de la Unión.
Nacido en abril de 1905 a orillas del lago Titikaka, hijo de un médico puneño y de una bella dama de la ciudad de Moho, no parecía destinado a una vida tan llena de avatares y sobre todo de crueldad ilimitada. Descendía de una familia que se había enriquecido con el comercio practicado en torno al lago Titikaka, tanto por el lado peruano como por el boliviano. Pero la fortuna desapareció en París, cuando la generación anterior a la del poeta se trasladó a la Ciudad Luz para estudiar diferentes carreras. Los Oquendo volvieron pobres de Europa. Se refugiaron en Puno donde les quedaba minúsculas posesiones. Trasladaron el refugio a Lima alrededor de 1902, cuando el poeta aún no había nacido. La suerte varió de dirección, lo que pudo haber sido una vida cómoda para Carlos se convirtió, a la muerte de su padre, en todo lo contrario.
“Se prohíbe estar triste”
Aunque es aconsejable separar la vida de un escritor, de un poeta o de un político, de su obra, muchas veces no se consigue ese distanciamiento y se muestran ambos aspectos como si formaran un conjunto inseparable. Algo de esto ha ocurrido con Oquendo. Cuando se habla de su poesía cristalina, que discurre como un riachuelo aromatizado, algo así como un paisaje del Paraíso, surge inmediatamente la figura elegante, hasta sonriente de un Oquendo que camina por las calles limeñas con aspecto de buen humor, hasta ahí habría coincidencia hombre-obra, pero detrás de la sonrisa, de la palabra fina, se hallaba siempre la huella del ayuno, el rastro de una lúgubre pensión. Esa dualidad contradictoria es la que da la imagen del Oquendo de los años veinte en Lima.
En el poema “Mar”, de su libro único 5 metros de poemas, y en la segunda parte que el propio poeta fechó como correspondiente a 1925, se encuentra una orden delirante. Es un poema de versos desordenados, no sólo en cuanto a la dispersión física en la página, también predomina el desorden en la construcción y el sentido de los versos. Un delicioso desorden que consigue trasmitir los grados de emoción tanto del poeta como del ambiente (en este caso el mar, el puerto) en que sitúa la acción. Como un dictador del bien, aunque se caiga en contrasentido, coloca un cartelito en el que encierra su orden terminante de alejar la tristeza. Parece decir: se terminaron las penas, no hay sitio para la desgracia, es menester proclamar la sonrisa y si es preciso la risa. “Se prohíbe estar triste” es la orden terminante.
En este juego de palabras y sentimientos, sólo encontramos al verdadero Oquendo de magistral imaginación. Si tomamos en cuenta todo el poema, observamos la gran confusión que se produce en cuanto a la situación de los versos, con lo que demuestra su aceptación plena de los ismos. También el desorden de las frases sin hilván ninguno, son motivo para reparar en la influencia surrealista como de otros ismos. Sin ninguna duda el molde europeo está claro. Oquendo trabaja la forma con claves propias de Marinetti, Apollinaire, Huidobro, hasta del Ultraísmo o del Dadaísmo es fiel a los ismos que tanto leyó y paladeó gustoso desde los dieciocho años. Pronto se encontrará con las teorías de Breton, Aragon y demás surrealistas que sólo conseguirán pulir el exterior del cofre donde Oquendo deposita su tesoro perteneciente, exclusivamente, a su imaginación que no está huérfana de compañía. Cuenta con la presencia de una inusual ternura que se entrelaza a ese humor fresco, alegre, o también oscuro, negro que muchas veces sorprende porque brota inesperadamente. La actitud de Aragon que determinó su alejamiento de Breton, no ha llegado a tiempo a Oquendo. O no se interesó por una subversión a través de la poesía.
Pero lo que domina en “Mar” es la orden recia que lanza prohibiendo la tristeza. Hay un cambio de registro, una variación de tono. En medio de la regocijante declaración de su situación sentimental: “Yo tenía 5 mujeres / y una sola querida” otra deliciosa arbitrariedad, surgen marinos de una sola ceja o de islas como flores. Aparece el desprecio hacia la tristeza. Hasta se puede llegar imaginar a Charles Chaplin, en un puerto y mirando hacia el mar, o de pie en una barca diciendo sonriente que está prohibido estar triste. Aunque inmediatamente después pueda surgir una lágrima rodando en su mejilla. En esa especie de contradicción utilizando elementos tan opuestos como tristeza y alegría, descansa el valor de este poema que exhibe huellas de ensueño y de cine.
“Compró para la luna 5 metros de poemas”
Si se acepta como orden cronológico el lugar que ocupan los poemas en el libro, se notará con facilidad la evolución dinámica que se opera en la obra del poeta. Desde “Aldeanita”, que es una estampa tierna de enamorado adolescente y provinciano a “Reclam” o “Cuarto del manicomio”, y sobre todo a los poemas de la segunda parte, que parecen como descargas eléctricas de emocionada belleza, hay una pronunciada diferencia. Incluso los cambios en algunos casos son tan bruscos que se podría pensar que no obedecen a la rigidez de fechas que otorga el propio poeta. Cuesta trabajo aceptar que “Aldeanita” y “Reclam” puedan haber sido escritos en el mismo año.
La fecha de creación de los cuatro primeros poemas del libro es de 1923. No obstante el rotundo cambio que se produce tanto en forma como en tratamiento del tema, hacen pensar que hubiese transcurrido más tiempo entre unos y otros. De la elementalidad tierna y dulce de “Aldeanita” se pasa a dos poemas ácidos como son “Cuarto de los espejos” y “Poema del manicomio”. En el primero el poeta parece estar contemplando con temeroso asombro la muerte, y hay muy evidentes influencias de Eguren. En el segundo, narra su primer encuentro con Lima, se supone que siendo un niño, y el miedo que le causa una ciudad que para el infante provinciano es algo descomunal. Pero le da final apacible, alejando todos los sustos anteriores, porque el niño que tiempo después vuelve a Lima es ya un joven que no puede ni debe acobardarse ante el gentío y la fuerza del motor. Este poema sí podría ser de fecha muy próxima a “Aldeanita”. El otro dominado por la amargura, rodeado de misterios y temores, da sensación de pertenecer a años posteriores. A ambos ya les ha llegado aunque algo debilitado el mensaje de los ismos europeos en cuanto a la estructura.
Esos dos poemas que podrían no pertenecer a 1923 marcan el inicio de una línea poética que Oquendo no siguió practicando. Si en “Cuarto de los espejos” se aprecia la influencia de Eguren en continua observación de la muerte. En “Poema del manicomio”, que es una simpática confesión agridulce, la proximidad de Vallejo es más evidente que la de cualquier otro poeta peruano. Lo desconcertante, y que hace pensar en que todos los poemas de la primera parte podrían no obedecer a la fecha que el poeta señala, es el poema “Reclam”, de evidente confección surrealista, en el que sí se aprecia la llegada de ese Oquendo vivaz, humorista, imaginativo sin límites, jugando con todo lo que descubre a su paso. Ya no hay dolor, temores, niñas dulces ni siquiera el encerrarse en las cuatro paredes de una ciudad conocida. El poeta visita nuevos ambientes, descubre con gran sentido del humor nueva gente, costumbres, objetos, y los va mencionando acompañados siempre de calificativos luminosos. Este poema es del mismo cuño que los de la segunda etapa como: “New York”, “Poema al lado del sueño” o “Amberes”.
“Reclam” no sólo hace pensar en una construcción propia de 1925 cuando Oquendo ya está atrapado voluntariamente en ese delicioso bosque donde sitúa su Paraíso particular. También en que la idea de la publicación del libro e incluso su título databa de aquellos años, ya sea 1923 ó 1925. El último verso lo dice claramente: “compró para la luna 5 metros de poemas”. Es un verso desconectado del desorden de todo lo anterior. Un hermoso desorden, donde convergen Surrealismo, Creacionismo, Ultraísmo, Dadaísmo y hasta se puede incluir Futurismo. Pero por encima de los ismos brilla la fantasía que el poeta domina como un mago. Cabe la posibilidad de que Oquendo trabajara varios de sus poemas en dos etapas. La primera, como base de lo pretendido; la segunda, tiempo después buscando el logro definitivo.
“Nadie podrá tener más de 30 años”
En el poema “New York”, uno de los más apegados a la corriente surrealista y en el que más luce Oquendo su admiración a la cinematografía, vuelve a dar una orden, aunque en esta oportunidad se tiene la sensación de no ser tan contundente como aquella de “Se prohíbe estar triste”. El grito no es tan enérgico porque está atemperado por la vecindad de otros dos versos, pero sí llama la atención que diga: “Nadie podrá tener más de 30 años”. Resulta una advertencia poco coincidente con el resto del poema donde los versos dispersos y ahítos de buen humor resultan como la proyección una película cómica. Una mirada desde el ángulo estrictamente literario nos podría confirmar con enorme beneplácito, que el poeta ha alcanzado la plenitud de su magia para conseguir el paso de la risa a la seriedad, sin transición.
Las características más nobles de Oquendo no se hallan en “New York”, que está compuesto por una sucesión de versos que parecen carcajadas transcurriendo a velocidades impresionantes. Relampaguean las risas, los gritos, los sonidos propios de la gran ciudad que el poeta como un experimentado domador amansa, rebaja a murmullo buena parte de esos ruidos. Es el retrato caricaturizado de esa metrópoli norteamericana donde impera la ampulosidad, la vida sin pausas, la agitación permanente, aunque Oquendo con habilidad exquisita consigue introducir dentro de ese maremagno “los niños juegan al aro/con la luna”. Verdadero primor de delicadeza. Igual que si en medio de furiosas hordas que pelearan fieramente en plena calle, una pareja indiferente a todo lo que ocurre en torno se besara apasionadamente.
Otros poemas dominados por esa hilarante comicidad con que retrata ciudades es “Amberes”. Nunca conoció Oquendo el puerto belga, como tampoco la metrópoli norteamericana, pero su continua aproximación al cine, sus lecturas, y la gran ayuda de su imaginación dieron el magnífico resultado que conocemos. El poema, dedicado a la ciudad de Bélgica, contiene similares características al de “New York”, no obstante hay que considerar algunas escasas diferencias. La vertiginosidad con que transcurren los versos de la ciudad de los rascacielos no es la de “Amberes”. Quedan espacios para la ternura, el ritmo agitado aminora su marcha, se hace más suave que el que se mantiene en “New York”. La tecnología, el motor, se notan mucho menos. Hay concesión a lo natural. Una ráfaga de bienestar, de comodidad, atraviesa las jocosas frases. Cuando dice: “Amberes/es un vino de amistad/es el sobre postal del mundo” o al escribir “Amberes/es la ciudad lírica”. Y nuevamente muestra la presencia de los niños. Su nostalgia a esa etapa de su vida lo impulsa a mencionar niños de cualquier parte del mundo.
Son varios los poemas en los que la velocidad se impone, y la frescura de descripciones, calificativos y definiciones, muestran a un Oquendo pleno de sus peculiaridades. Estamos ante poemas que se inscriben en territorio vibrante y hermosamente enloquecido, y en el que nuestro poeta no tiene el menor inconveniente en construir su mundo tan especial sin la preocupación de que ese ámbito delirante le resulte inhóspito. El delirio no es ajeno a Oquendo, una muestra la tenemos en esa enajenada exclamación de enamorado: “Mujer/mapa de música claro de río fiesta de fruta”. Pero la pregunta que se mantiene es: ¿por qué lanzó la advertencia de que nadie debería vivir más de 30 años? Posiblemente esa decisión tiene connotaciones con la nostalgia de su infancia, de su primerísima adolescencia cuando contaba con sus padres y su vida no era un desfile de días como fieras que quisieran devorarlo. Tal advertencia resultó premonitoria, Oquendo falleció un mes antes de alcanzar la edad de 31 años.
“El cowboy Fritz mató a la obscuridad”
Las alusiones al cine y sobre todo el uso de los personajes cinematográficos, son frecuentes en varios de los poemas de la segunda parte de 5 metros de poemas. Eso sin tener en cuenta el raudo ritmo propio del cine que se emplea continuamente. Bastaría, para demostrar que Oquendo se sentía muy atraído por el cine, la forma que eligió para su único libro. Siempre se hace referencia a un acordeón, la comparación surge porque se trata de una tira de papel a la que le faltaba un centímetro para alcanzar los cinco metros, y que mostraba varios pliegues de igual tamaño. Esos pliegues no tenían para el poeta la intención de imitar al instrumento musical, más sí de dar imagen de una sucesión de acciones propias de un film. Cada poema ocupa una página, excepción de tres que llenan el doble. Quién sabe si Oquendo pensó en una sucesión de fotogramas. No obstante el hecho de que entre su producción de 1923 y la de dos años más tarde, haya situado un cartel que indica el intermedio hace pensar que de lo que se trata es de la proyección de un film.
En los poemas dominados por un surrealismo, que Oquendo convierte en algo muy particular, como ya ha quedado dicho, es en donde más se aprecia esa tendencia cinematográfica. “Film de los paisajes” igual que “Amberes”, “New York” o “Puerto”, contienen si no acciones propias del cine, nombres de actores, ritmo acelerado de película. Da la impresión de que al poeta le hubiesen atraído más que los dramas las comedias, en especial los western. La presencia de nombres de cowboys de la época en algunos versos delata las tendencias de Oquendo. Imposible saber qué películas elegía o a qué cines concurría con mayor frecuencia. Sólo se pueden utilizar deducciones como la de su primo Juan Oquendo de la Flor, quien trabajaba en el cine teatro Campoamor, situado en el jirón de la Unión. También la posibilidad de que su amigo y protector Manuel Beingolea fuese un apasionado de este arte y lo invitase algunas veces a presenciar una película, o que el generoso narrador barranquino solventase el aspecto económico de esa afición oquendiana.
El hecho de que las referencias dominantes sean las de cowboys, de un actor de la popularidad del italiano Rodolfo Valentino o de la conocida actriz Mary Pickford, que destacaba tanto por su actuación como por su belleza, hace pensar en la búsqueda por parte del poeta de películas alejadas del drama y aún más de la tragedia. Versos como “RODOLFO VALENTINO HACE CRECER EL CABELLO”, “Mary Pickford sube por la mirada del administrador”, “Él es ahora Jack Brown que persigue al cowboy” o “El cowboy Fritz mató a la obscuridad” son suficientes como para que se le considere aficionado a un cine llamémosle pacífico, en el que se rehúye la violencia, la pasión sentimental o la película de ideas. Lamentablemente carecemos de un listado aunque sea breve de los filmes visualizados por Oquendo. Eso nos permitiría un análisis más ceñido a la realidad de este gran cinéfilo.
Queda también la duda de si fue el cine el que indujo al poeta a decidir que su libro tuviese la forma de acordeón, pero representase una sesión cinematográfica. O como también se ha dicho que hubiesen sido Beingolea, Varallanos o Xavier Abril, por separado, quienes lo animaron a tomar esa resolución. Tengamos en cuenta que Abril también era un buen aficionado al séptimo arte, prueba de ello es su libro Hollywood. Que Beingolea, un espíritu exquisito, sintiera igual admiración que su protegido por la conquista de Lumière. Y que Varallanos, con quien Oquendo compartió habitación como pensionista, haya aportado con algo más que su beneplácito a esa caprichosa forma de libro. Lo esencial es que la novedosa imagen del libro contribuyó a su mayor difusión. Pero eso debió ocurrir más adelante porque cuando 5 metros de poemas estaba aún en la imprenta y Carlos no contaba con los medios suficientes para cubrir la factura, recurrió a bonos por valor de un ejemplar que vendió entre sus amistades que todavía no conocían el curioso formato del libro.
Resulta difícil saber también si la idea de Oquendo con respecto a la rara forma del libro, se vio fortalecida al comprobar que poetas franceses como Max Jacob, Pierre Reverdy, Antonin Artaud o Louis Aragon, depositaban en sus versos la admiración por el cine, o le concedían la importante posibilidad de determinar cambios en la vida. No se conoce si Carlos leyó a teóricos como Balázs o Kyrou. Si vio alguna película de la directora francesa Germaine Dulac, tal vez la primera mujer que dirigió cine en el mundo. Como no dejó la herencia de unas memorias en las que desarrollara sus ideas sobre este arte y contara los pasos dados en su corta vida todo queda librado a interpretar su poesía. Cabe también pensar que el padre del poeta le hubiese inculcado el gusto por el cine, porque podría haberse hallado en el París de diciembre 1895, cuando Lumière proyectó por primera vez un film en forma comercial en el Grand Café, situado en el Boulevard des Capucines.
La vida lírica de Oquendo empieza a dar un enorme giro a partir de 1926, cuando el poeta escasamente tiene 21 años y conoce a José Carlos Mariátegui. Xavier Abril fue el más interesado en llevarlo a la casa del Amauta. No abandonará bruscamente la poesía. Se irá alejando de ella calmosamente y transfiriendo su delirio cinematográfico a lo que llegaría ser febril anhelo: la lucha denodada por las ideas que le había comunicado el Amauta, y que habían germinado en él frondosamente. Es posible que previamente a dar ese gran paso supo distinguir que su poesía mostraba un mundo límpido y bello, pero que había otra belleza por conquistar tan importante como la que dejaba.
“Moú Abel tel ven Abel en el té”
El poeta, profesor y crítico literario Wáshington Delgado, alabó “Poema al lado del sueño”. Su regocijo ante estos versos tenía como base uno fundamentalmente, que ha sido motivo de algunas reflexiones: “Moú Abel tel ven Abel en el té”. Para Delgado era el súmmum del humor en la poesía peruana del siglo XX. Separaba el verso enigmático del contexto y lo consideraba algo así como un ejemplo de comicidad, de ingenio. Su tesis homenajea la extraña frase que aparece como dislocada de los otros versos, casi una incrustación vivaz, de buen circo. Es apreciable la atención que le presta a esa rara combinación de palabras que parece no tener sentido alguno. Que surge de pronto en la lectura del poema como un descansillo o como una cortina musical de carcajadas. Sin embargo no hay incoherencia con respecto al resto del poema. Todo es un sueño o todo es cine, y el verso que encandiló a Wáshington podría considerarse como un engaste de piedra preciosa en un anillo de no menos rico metal.
Según Xavier Abril, en este verso hay un indudable “apego a Tzara”. Para demostrarlo utiliza un verso del padre del Dadaísmo: “bonjour sans cigarettetzantza ganga” de “vingt-cinc poems” Zurich 1918. No obstante Abril mira aún hacia más atrás hasta llegar a Dante Alighieri. “Pero más que el vanguardista Tzará Oquendo parece haberse inspirado […] en un insuperable vanguardista de la Edad Media como es el Dante” y para demostrar su aserto recurre a un verso de La divina comedia: “Rafel mai ameche salvi almi”. Considera Abril que este verso sembró gran desconcierto entre los estudiosos “dantófilos”.
Una revisión prolija de los poemas del libro y de los que no llegaron al libro por creación posterior, en busca del humor de Oquendo, determinaría el encuentro con una considerable cifra de versos o solamente de términos que van en busca por lo menos de la sonrisa del lector. El poeta es discreto en la cantidad de estos elementos risibles. No pretende que su libro sea un conjunto de motivos regocijantes, aunque con eso pudiera alcanzar un concierto de alegría. Las pretensiones de su libro son otras. Lograr la semejanza con una película con encanto, magia. Mostrar su exquisito y delicioso mundo particular. Dar su propia impronta, y para eso gran parte sería mostrada por el poema “Madre”. El humor es el encanto, la fascinación que aparece de trecho en trecho con un brillo especial, diferente a sus nostalgias, a su ternura o al continuo encerrarse en el mundo del sueño. No se encuentra en todos los poemas, pero sí en muchos. El poeta necesita divertirse y divertir. Quiere salir del ahogo que le produce la estrechez económica. No puede pensar en un largo y hermoso viaje. Le está vedado adquirir todo lo deseado. Desconoce la placentera situación de quien vive en casa confortable. Ese soñar con los ojos abiertos es la puerta de escape a sus ilusiones quebradas. El buen humor no se le espanta por un día de hambre o una noche a la intemperie.
Hemos de tomar en cuenta la forma estratégica como el poeta deja caer una pizca de alegre humor en sus versos: “Rodolfo Valentino hace crecer el cabello”, “El tráfico escribe una carta de novia”, “El cielo de pie con su gorrita a cuadros”, “Un plumero para limpiar todos los paisajes” o “El horizonte –que hacía tanto daño/se exhibe/en el hotel Cry”. La colección de luminosidades con intención hilarante es aun más extensa. Oquendo como un gran bufón que lleva permanentemente una lágrima en el bolsillo se preocupa por el bienestar de los demás pensando que hay que hacerles reír. Posiblemente la escala más alta de humor la logre con el verso que se inicia con “Moú Abel”. Puede ser solamente un rasgo suelto de satisfacción o encerrar un mensaje cuya clave nos está vedada por la habilidad y el espíritu muchas veces burlón del poeta.
Los poemas de amor, en los que no incluiremos “Madre” y sí a todos los que van dedicados a mujeres reales o soñadas o vistas en el cine, pero mujeres a las que el poeta les rinde pleitesía. Según José Luis Ayala una de las damas a las que Oquendo halaga no es una ficción, existió y respondía al nombre de Teresa Rospigliosi, que vivía en los Barrios Altos de Lima en 1924. Lo que no se puede afirmar es si se trata de una sola mujer o cada poema enamorado está dedicado a una muchacha. Tal vez habría que aceptar la confesión que hace en “Mar”: “Yo tenía 5 mujeres y una sola querida”. Dando la contra a lo que podría considerarse más normal, que tuviera una mujer y cinco queridas, a pesar de la alta cantidad, y que en la vida real no se le conociera con seguridad una novia. Todo induce a pensar que eran enamoramientos no reales ni totales, vividos solo por la sensibilidad y los sentimientos del poeta sin la compensación femenina.
De los siete poemas en que Oquendo canta a una mujer con verdadera emoción de enamorado, hay dos en los que resalta febril la conmoción del hombre ante una mujer. “Poema” es el que mejor representa la quiebra de limitaciones en la pasión del poeta, cuando exclama casi como un poseso: “Mírame/que haces crecer la yerba de los prados”. Alude al poder de belleza de esa amada o de esa pretendida novia. Y en “Compañera” la lisonja tiene connotaciones fílmicas: “tú que llevas prendido un cine en la mejilla”. El invento de Lumière tan preciado por Carlos pende de una de las mejillas de la muchacha pretendida por el poeta. El hecho de que nunca concretara en real romance sus enamoramientos a distancia no impide el valor de esas frases candentes que lanza a las elegidas por sus ojos.
La vida de Oquendo no puede ser vista sólo como la de un poeta, eso cercenaría una considerable parte de sus escasos 30 años. Es obligatorio tomar en cuenta las dos partes que la componen: el poeta y el político. El hombre que viene de la poesía y va hacia ella porque no conoce otro objetivo, el hombre que es poesía pura y que la va enriqueciendo cada vez más con sus conocimientos y experiencias. El otro, el que empieza a brotar como consecuencia de las lecciones de su maestro José Carlos Mariátegui. El que estudia marxismo y sueña con que la utopía es maravilloso espejismo al que hay que catequizar, educar, convertir en tangiblemente real. Su poesía no recibe mensajes del político, mas sí el político tiene acentos del poeta. Oquendo pisa el campo de la lucha de clases, con gran valentía e idéntico fervor con el que trabajaba sus sueños edénicos transportándolos al papel. Pero no pierde el norte, la dirección en que debe enfilar sus pasos. Hay una meta, una lejanísima meta. Se debió preguntar muchas veces si la llegaría a alcanzar. Tal vez se respondió que en no renunciar nunca a la lucha, aunque la meta buscada no estuviera al alcance de su mano, estaba el triunfo. La muerte se interpuso en su refulgente camino.