Miguel Valdivieso
Miguel Valdivieso, poeta de la luz en la sombra
Por José L. Abraham López
Escritor y ensayista español
Miguel Valdivieso Belmás nació un 14 de marzo de 1893 en el municipio de Mazarrón. Siendo todavía muy joven se traslada con su familia a Cartagena. En 1914 aprueba las Oposiciones para el ingreso en el Cuerpo de Correos siendo nombrado Oficial al año siguiente. Tras breves permanencias en Lugo y Orihuela, es destinado a Murcia hasta el final de la Guerra civil.
Siendo todavía alumno en las Escuelas Graduadas tiene ocasión de publicar su primer poema en el periódico El pequeño escolar. Como es natural “A la patria” está muy lejos de la consonancia que luego su autor imprimirá a su labor literaria[1].
En Cartagena, a lo largo de los años veinte se dan cita un importante grupo de jóvenes artistas que pugnan por abrirse camino en el mundo artístico. Coincide este período con la estancia de Jorge Guillén en Murcia como Catedrático de Lengua castellana y Literatura. Allí comienza una amistad que perduraría hasta los últimos días de Valdivieso. Revistas literarias que por entonces se editaban en Murcia, llámese Sudeste, Verso y Prosa, continuaron con la línea impuesta por la Generación del 27 con la que, tanto el murciano como el vallisoletano, comulgaban con su credo estético.
En su biblioteca personal no faltaban obras de escritores de la Generación del 98 como Azorín, Miguel de Unamuno, Pío Baroja. De la del 27 Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Juan Ramón Jiménez. Los clásicos de la literatura española estaban representados por Calderón de la Barca, Luis de Góngora, Miguel de Cervantes, Fray Luis de León, Lope de Vega y Tirso de Molina.
Las primeras noticias literarias de Miguel Valdivieso en un medio impreso las encontramos en 1929. Su puesta de largo no pudo ser más prometedora pues, a través de Jorge Guillén, se le abren las puertas de la revista vallisoletana Meseta. En su número 6 y bajo el título de “Dos ensayos”[2] Miguel Valdivieso se ocupa del primer Cántico de Jorge Guillén y de Seguro azar de Pedro Salinas. En esta línea que deriva en la crítica de poetas contemporáneos seguirá nuestro protagonista. Al periódico El Liberal de Murcia dará a la estampa algunas colaboraciones de actualidad literaria como fue la salida del primer libro de Carmen Conde, Brocal[3]. Luego, con motivo de la muerte de Gabriel Miró Valdivieso le dedica unas cuartillas en las que incide, sobre todo, en el manejo magistral del lenguaje con el que el escritor alicantino llega a animar la inmaterialidad de objetos desde «un halo de mística y amorosa contemplación»[4].
Con una reseña a Sin novedad en el frente de Remarque y otra sobre Calderón de la Barca y Azorín Miguel Valdivieso se dará a conocer en el cuaderno murciano de literatura universal que bajo el rótulo de Sudeste comenzó a animar la vida cultural murciana desde julio de 1930 hasta julio del año siguiente[5].
Por estar adscrito al grupo de adictos a la República, y debido a la depuración llevada a cabo en la Dirección General de Correos en septiembre de 1939, siendo Jefe del Negociado de 3ª clase del Cuerpo de Correos en Murcia, Miguel Valdivieso quedó suspendido de su cargo hasta la resolución definitiva de su expediente de depuración político-social. La consecuencia fue su traslado fuera de la provincia de Murcia. Tarancón fue entonces su lugar de destierro que comenzó en los primeros días de septiembre de 1940. Allí permanecerá hasta 1949, año en el que consigue traslado para Cuenca capital ejerciendo entonces como Interventor de la Administración de Correos hasta su jubilación en 1960.
Habrá que esperar hasta 1948 para que su nombre volviera a resonar en medios nacionales en revistas de gran tronío como la leonesa Espadaña, las madrileñas Poesía española y Grímpola, la murciana Monteagudo y, sobre todo El Molino de Papel de Cuenca. En ésta publicará la mayor parte de su obra poética desde el número uno, febrero de 1955, hasta agosto de 1966.
En Cuenca vive su segunda edad dorada a nivel literario pues pronto, introducido por el escultor Fausto Culebras, congenia con un nutrido grupo de artistas que editará la revista de poesía El Molino de papel. Federico Muelas, Carlos de la Rica y el primo de éste, Eduardo de la Rica, entre otros, constituirán los nombres que unen por entonces a Valdivieso con el mundo literario.
Desde 1960, ya libre de cargas laborales, se traslada definitivamente a Madrid, donde fallece el 21 de septiembre de 1966. Dos años más tarde aparece una edición de su Obra completa, con un prólogo de Jorge Guillén y costeada por un grupo de amigos en la colección El Toro de Barro, dirigida por Carlos de la Rica, escritor y párroco de Carboneras de Guadazaón (Cuenca).
Obra poética
La obra poética de Miguel Valdivieso goza de una especial rareza: la inmensa mayoría de su producción literaria se concentra en una sola publicación, además periódica: El Molino de papel. Por razones que seguramente tienen que ver con el pudor que sentía Valdivieso por ver publicados sus trabajos y por considerarse un mero aficionado a la poesía lo cierto es que no fue un hombre de letras que, a pesar de la insistencia de amigos y filólogos, se prodigara en medios oficiales. Si bien, como dijimos, su labor comienza en 1920 con crítica literaria, en este campo no rebasará la decena de colaboraciones.
Su Obra completa fue revisada y ordenada concienzudamente por Jorge Guillén y Carlos de la Rica pero aún así la coherencia de su mensaje lírico permite desdibujar los límites que impone la agrupación de aquellos, más si cabe al no contar con una distribución cronológica. Ambos editores organizaron la obra bajo cinco títulos: Destrucción de la luz, Sino a quien conmigo va, Números cantan, Los alrededores y Formas de la luz.
De entre todos los temas que sobrevuelan la obra poética de Miguel Valdivieso quizá el que más le inquiete sea el de la autenticidad de la vida y los seres. Este punto central está enfocado desde una doble perspectiva: la del hombre en su íntima soledad y la del hombre en cuanto ser social.
Desde una emoción siempre contenida la condición efímera del ser humano, su soledad infranqueable, la sinrazón de la guerra y sus trágicas consecuencias llevan a Valdivieso a seleccionar como medio de expresión imágenes, pasajes y personajes tomados de la Biblia, del Antiguo Testamento sobre todo. En este sentido cobra especial relieve la presencia de Caín que, trasplantado a la contienda fratricida, alude al cainismo o muerte entre hermanos. En el fondo respira su preocupación social y su inquietud por España y su colectividad. Hay que decir que esta fuente mítica trasciende la función meramente religiosa pues le sirve para retratar la condición humana. Del encuentro de ésta con la mitología obtenemos una síntesis de moral cristiana y apología pagana, de lo devoto y lo profano.
A este asunto de la identidad, venga de un lado o de otro, el poeta suma el de la reflexión sobre el arte poético presente en Destrucción de la luz. Miguel Valdivieso adopta ahora una actitud reflexiva y autocontemplativa para juzgar su propia labor literaria y de la que se deduce la capacidad de su escritura por definirse a sí misma (“La voz”).
Las circunstancias históricas que le tocó vivir no pasan desapercibidas si bien, con una rarísima lucidez, huye del tono tremendista de muchos compañeros de generación. Aunque sobre la muerte gira todo un cúmulo de circunstancias personales, en cambio, su poesía la trascenderá con creces a pesar de ser evidente, en muchas ocasiones, el episodio doloroso y sórdido que está retratando.
La resignación a que el destino hay que acatarlo porque no hay otra fuerza superior que lo aniquile se deja sentir y de ahí también deriva la veta de sutil ironía con la que el poeta cartagenero combate el sinsentido de la existencia.
En Los alrededores la ciudad de Cuenca cobra un protagonismo especial junto a otros entornos que, en conjunto, forman una geografía sentimental del autor; itinerario que tiene como puntos cardinales el Levante, Cuenca y Madrid fundamentalmente. En cualquier caso, el poeta siente la presencia del orden magnífico que ya le gustaría que rigiera el mundo: «Cada hora puesta en su sitio, / cada planeta en su cielo, / cada peso en su equilibrio» (“El silencio”).
La recreación lúdica de Dios ante la Creación, el mundo moderno como el doméstico comparten espacio con temas de menor altura pero con igual tendencia a la precisión rítmica. Si bien presta atención a lo doméstico e interior, en Los alrededores los estímulos le vienen de un entorno abierto.
Más inclinado a buscar la perfección de la forma y el rigor en la expresión en Números cantan a Miguel Valdivieso le interesa recoger la geometría absoluta que le presenta la realidad diaria (“Exaedro”, “Vasija”) y, también se retrata a sí mismo: «Yo no hago mis cuentas a solas. / No las pido ni las doy». En este conjunto poemático se muestra muy cerca de su amigo Jorge Guillén. De nuevo el motivo de la creación adámica y estampas estáticas en las que el paisaje le inspira un sentimiento de perfección de la Naturaleza. Frente a esta naturaleza viva a Valdivieso le motivan las naturalezas muertas o bodegones como un ruido de fondo que sutilmente se adivina. La capacidad de Miguel Valdivieso para hallar un sentido poético a los seres inanimados está fuera de toda duda.
La agrupación Sino a quien conmigo va deja a la intemperie las influencias y los gustos artísticos en general del poeta cartagenero pues los homenajeados son, además de escritores, músicos y pintores personajes como Aldonza y don Juan. Hay escritores que repiten como Luis de Góngora, Miguel de Unamuno y Jorge Guillén en dos poemas. Igual que hay pintores que aparecen por sus nombres (El Greco, Velázquez, Zurbarán y Picasso) otras veces son los motivos pictóricos que tienen a la mujer como protagonista: la Gioconda, la Maja de Goya, las Tres Gracias de Rubens. Para completar el elenco citemos al músico Debussy y al escultor Fausto Culebras al que dedica una emotiva composición (“Varón de la tierra”, no recogida en la presente antología) tras su dramático fallecimiento en Cartagena de Indias.
En Formas de la luz Miguel Valdivieso vuelve a la metapoesía. La dimensión exterior que le proporcionan los momentos del día (utilizados para medir el tiempo) como los elementos de la Naturaleza los aprovecha para lucir un estilo sereno salvo en alguna contada ocasión en la que sorprende con una experimentación formal propia del surrealismo.
De lo comentado hasta el momento deducimos que de Miguel Valdivieso interesa más lo estético que lo temático pues su tendencia creativa pocas veces queda subordinada a los convencionalismos ni al mimetismo. El poeta mira el paisaje y el Arte, la poesía y la crudeza de las circunstancias y atiende por igual al emblema de lo tradicional como a la modernización de un entorno que conoció con sus formas elementales. Un universo de sugerencias, de brotes nuevos con la ineludible exigencia siempre de musicalidad.
Tres pivotes fundamentales ayudan a diseccionar su estilo: la poesía pura, la sublimación del mundo cotidiano y el intimismo.
La poesía de Miguel Valdivieso adquiere distintos tonos y registros, siendo uno de los más personales aquel en el que la intensidad lírica se consigue merced a una depuración de la forma, desapareciendo entonces elementos innecesarios y circunstanciales. Que Valdivieso cuida mucho de los detalles da cumplida cuenta la utilización de los artículos determinados con un sentido más totalizador que fijador independientemente de que el tema sea de un tono más grave (“El patio”) como más distendido (“Bodegón de la ventana”)[6]. Como consecuencia, el demostrativo está casi desterrado en la poesía del cartagenero.
La eliminación de lo anti-poético en el estilo y, por añadidura, de elementos prescindibles caracteriza, pues, una parte importante de su obra. En esta línea se sirve de recursos como el de ideas asociativas, formas verbales no personales con valor de nombre verbal en el caso del infinitivo. Desde la sobriedad del lenguaje, la práctica de una poesía más conceptual que sensorial le aproxima a la veta de la conocida como poesía pura en la que tendrá como referente fundamentalmente a Jorge Guillén. Ahí tenemos al poeta más intuitivo y abstracto.
El acercamiento de Valdivieso a lo popular tiene su principal alegato en el membrete que adopta el conjunto Sino a quien conmigo va tomado del “Romance del Infante Arnaldos”. Es la sublimación del mundo cotidiano.
A tenor de su humildad natural Valdivieso acoge elementos aparentemente insignificantes. En esta sublimación de lo pequeño, el poeta abre los brazos al mundo material inmediato, con un lenguaje en todo momento inteligible[7]. Valdivieso en su visión particular dándose en el espejo de su verso a lo discreto; la vida más cotidiana integrada en la poesía: las sillas, la mesa, los muebles, la chimenea, el puchero, la ventana, el tambor… Así, se acerca en lo pictórico a Zurbarán como retrata en su poema “La pintura de Zurbarán”: «que ama los objetos / de Dios con reverencia franciscana, / cada uno en su sitio y todos quietos, / contemplativos de la especie humana».
Las evocaciones ceden su lugar al mundo circundante desde una visión afectiva de lo que se deduce que Valdivieso concibe la poesía como vehículo capaz de captar la belleza de lo real cotidiano.
Frente a la esencia del ser de la poesía pura nos topamos ahora con seres de la realidad más palpitante, fruto del contacto del poeta con ella. Si aquélla, el poeta se afana en llevar a la superficie verdades por él pensadas en esta otra vertiente la realidad, la miniatura, ya está expuesta en la superficie, pero ahora el poeta la integra y dignifica; o, lo que es lo mismo, la humaniza. Este acercamiento tiene su reacción en las locuciones léxicas que utiliza inesperadamente, revalorizando el lenguaje llano como vehículo expresivo de lo intelectual. Con ello Miguel Valdivieso demuestra que no hay temas antipoéticos a priori sino que la realidad cuenta con toda su confianza como material literario. Todo depende de la visión que se le aplique.
Paralelamente a estos rasgos ya anotados obtenemos el retrato de un hombre que dialoga consigo mismo, una soledad creadora, su soledad sonora particular (a la manera de Fray Luis y Juan Ramón Jiménez) y de la que poetiza sobre sentimientos universales. La búsqueda de trascendencia se cifra en composiciones que giran en torno a Dios aunque incluso en temas como éste le hace un guiño a la ironía: «Dios sonríe / cuando el hombre le pide mil perdones / por si lo pisa o se le ofrecen dudas» (“La sonrisa de Dios“). Valdivieso toma la geografía española para tocar su historia: «La tierra donde morimos / sobre sus hombres en alto / y nos da los hijos propios / con las armas en la mano» (“Tierra España”) sin olvidar sus gentes a la manera de un Miguel de Unamuno o un Azorín: «Esos muros y esos hombres / andan con su historia a cuestas» (“Pueblo español”).
Si antes hemos hablado de la presencia de referencias bíblicas en la obra poética del cartagenero, no menos importante son aquellas que apuntan hacia la mitología. La función que ésta cumple es variada. Como elemento poético une evocación y connotación, decoro estético y erudición.
De todas estas perspectivas se deducen derivaciones conceptuales que dan razón a la práctica poética: a la anotada del poder de la palabra por captar lo inmediato añadimos la de la poesía como desahogo y entretenimiento. Un espíritu el suyo arraigado a lo concreto como atraído por lo abstracto. Abre, pues, los ojos al mundo pero no los cierra a los rasgos que atañen directamente a la condición humana.
La poesía de Miguel Valdivieso cuenta con un amplio abanico temático pero también la variedad llega a las formas métricas utilizadas pues se interesó por las populares así como por esquemas compositivos cultos como el soneto y la décima.
Probablemente, es en Destrucción de la luz donde su autor ha apostado más por formas libres, que tiene a la asonancia como firme soporte para darse a un dramatismo que no hallamos en el resto de sus libros. En Números cantan predominan sonetos, sonetillos y décimas.
En el plano formal Miguel Valdivieso es un poeta que siempre gustó de la renovación y experimentación en formas estróficas diferentes. Aunque sintió predilección por el soneto también indagó en las posibilidades lingüísticas de la polimetría y del verso libre.
En el metro corto Valdivieso capta la espontaneidad y vitalidad de la lírica popular. Esta inclinación tiene su reflejo también en la preferencia por el verso octosílabo, el más empleado en la lírica castellana en romances y en el teatro del Siglo de Oro, y también el endecasílabo, de origen italiano y muy utilizado también por los poetas españoles.
Miguel Valdivieso demuestra conocer muy bien la tradición pero su mayor logro resulta de su capacidad para asimilarla e individualizar hasta convertirla en voz propia. Es el suyo un lenguaje sencillo, sin estridencias, con remansos al que aplica una mirada integradora y reflexiva, que si bien ausculta su interior también reconoce el mundo exterior.
Las series sonoras, la ironía, la manipulación de expresiones coloquiales hablan a las claras de un poeta que ama y experimenta con el lenguaje lo que conlleva siempre una voluntad de reflexión sobre la materia literaria. El cartagenero se acoge a la sencillez y sugerencia de los coloquialismos con los que rompe con las convenciones populares. Hondura y expresividad, rigor y claridad.
Alternar la desolación de la estirpe humana con la descripción de lo cotidiano o redundar en el paisaje que adopta formas personales no implica perder la voz personal. A pesar de tratar temas dolorosos como la muerte cruel, la soledad, el capricho de la Fortuna, la guerra civil, y de experiencias vitales y crisis personales en su poesía nunca encontraremos un tono macabro lo que dice mucho de su carácter optimista que huye de incidir en el poder destructor del paso del tiempo a cambio de disfrutar de los deleites que el presente le ofrece. Apenas se instala en el pasado haciendo oídos sordos, pues, a la melancolía. Parece estar siempre dotado de paz interior y equilibrio emocional. Para Miguel Valdivieso la vida es, sobre todo, contemplación, pero una contemplación reflexiva aunque no niega el carácter inevitable del destino del hombre y en el fondo, la confianza en un sentido último de la existencia.
Pese a estar desengañado en encontrar un fulgor, afronta el destino con inusitada serenidad. Miguel Valdivieso es un poeta atemperado, que mide bien la emoción y apenas se deja desbordar por ella. Somete la intuición a los rigores del intelecto siendo, en consecuencia, más mental que emocional. Más alambicado cuando abre un surco a la mitología, a la música y cuando se demora en el ritmo pero popularista en sus huídas al versolibrismo.
En líneas generales, la cotidianeidad y lo íntimo en la temática y el empleo de un lenguaje sencillo pero inteligente se erigen como las principales características junto a cierto tono intimista y un empleo medido de la ironía con la que Miguel Valdivieso burla decir los valores absolutos sintiendo recato por el dramatismo explícito.
Poeta de la Generación del 27
Hablar de la generación del 27 parece reducirse instintivamente a un estrecho cerco de escritores cuya nómina no supera la decena. Pero un fenómeno tan complejo no queda del todo retratado sin otro grupo de escritores, mucho más amplio que aquél, que siguen las mismas tendencias e inquietudes. En este sentido, buena parte de la obra poética de Miguel Valdivieso admite una adscripción con miembros de la Generación del 27. No es solo su atención a la tradición como sus intentos y escapes hacia la vanguardia (surrealismo sobre todo), sino su devoción por nuestro Siglo de Oro que tan patente resulta a lo largo de su obra: Fray Luis de León, Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Miguel de Cervantes. Aunque no serán los únicos pues también -más cercanos a su tiempo- muestra predilección por Azorín, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Miguel Hernández.
De todas las influencias ninguna igualará a la de Jorge Guillén. Si uno de los emblemas de la obra poética del vallisoletano será su conocido octosílabo «el mundo está bien hecho» Valdivieso tomará la esencia que digerirá de manera personal. La deuda personal quedó grabada en su poesía sorteando, en cualquier caso, la excesiva abstracción de éste.
Por estas coordenadas temporales, históricas y culturales, el nombre de Miguel Valdivieso admite razones para engrosar la nómina incompleta de dicha generación.
[1] En: El Pequeño escolar: periódico infantil, Año 1, n. 6, Cartagena, 20 de abril 1905, p. 4.
[2] “Dos ensayos”. En: Meseta, Valladolid, n. 6, 1929, pp. 8-9.
[3] “Nuevas letras. Lírica femenina”. En: El Liberal, Murcia, Año 28, n. 9467, 20 de agosto 1929, p. 1.
[4] “Esquema. La vida y la muerte estoicas de Gabriel Miró”. En: El Liberal, Murcia, Año 29, n. 9709, 30 de mayo 1930, p. 1.
[5] “Nuevas letras. Remarque, novelista ejemplar”. En: Sudeste: cuaderno murciano de literatura universal, n. 2, Murcia, Octubre 1930, p. [7]. “Nuevas letras. De Don Pedro a Don Antonio”. En: Sudeste: cuaderno murciano de literatura universal, n. 4, Murcia, Julio 1931, p. [5].
[6] Buena prueba de ello la tenemos en los mismos títulos de los agrupamientos: Destrucción de la luz, Sino a quien conmigo va, Números cantan, Formas de la luz. El otro, Los alrededores, alude a una generalidad.
[7] Esta actitud hacia la realidad casi anónima la encontramos en Juan Ramón Jiménez (véase el poema “Cuarto” de Las hojas verdes) y en poetas de la Generación del 27 como Jorge Guillén y Pedro Salinas.
José L. Abraham López
JOSÉ LUIS ABRAHAM LÓPEZ. Diplomado en Biblioteconomía y Documentación por la Universidad de Murcia, Licenciado en Filología Española en la Universidad de Granada, Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia. En la actualidad ejerce como Profesor titular de Lengua castellana y Literatura en Educación Secundaria.
Es autor del ensayo Antonio Oliver Belmás y las Bellas Artes en la prensa de Murcia (Cartagena, 2002). Se ha encargado de la edición crítica de Recuerdos del Teatro Circo; Recuerdos del Teatro Principal de José Rodríguez Cánovas (Cuadernos Culturales Monroy, 2005); de Poesías de José Martínez Monroy (Editorial Áglaya, 2008); Más allá del silencio; Los ojos de la noche; Viento en la tarde de Mariano Pascual de Riquelme (Huerga & Fierro, 2013); Poesía esencial de Antonio Oliver Belmás (Huerga & Fierro, 2014 con una subvención del Ministerio de Cultura, Educación y Deporte); Infierno y Nadie: antología poética esencial (1978-2014) de Antonio Marín Albalate (Unaria, 2015), de la plaquette Contra el olvido, palabras. Miguel Hernández, Adán solitario (Diván, 2010) y Los toros en la obra de José Rodríguez Cánovas: entre el periodismo y la literatura (Colegio de Periodistas de la Región de Murcia, 2017).
En el terreno educativo ha coordinado el volumen La Fábula: propuestas didácticas y educativas (Edisur, 2009) y Alfarería y Cerámica: un espacio para aprender y enseñar (del taller al aula) (Diputación Provincial de Córdoba, 2016), El olivo en la poesía de Miguel Hernández: hacia una práctica educativa interdisciplinar (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2017), Palabras visibles y tiempo detenido: relatos sobre el acoso escolar (ViveLibro, 2020).
Es autor de la guía de lectura Por tierra, mar… y letras: Miguel Hernández y Cartagena (Editorial Raspabook, 2019). Ha elaborado Cuadernos de PMAR. Ámbito Lingüístico I y II (Editex 2016).
Además, como poeta ha publicado A ras de suelo (Palencia, 1996), Asuntos impersonales (Alcira, 1998), la plaquette Golpe de dados (Milano, 2005), el poemario Somos la sombra de lo que amanece (Madrid, Vitruvio, 2014) y Mis días en Abintra (Ediciones En Huída, 2018).
Algunos de sus poemas han aparecido en distintas antologías: La poesía que llega (Jóvenes poetas españoles (Huerga & Fierro, 1998), Primera antología del Mediterráneo. Poetas con el Mar (Librería Escarabajal, 2000), Murcia: Antología general poética (2ª ed.) de Santiago Delgado (Nausicaä, 2000), Antología del beso: poesía última española (Mitad Doble, 2009).
Colabora semanalmente en el periódico El Ideal con artículos de opinión y reseñas de novedades literarias.