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Flavia Cosma | Ofelia M. Uta

Las Fieras y sombras de Flavia Cosma


Por Ofelia M. Uta Burcea

Dra en Filología Románica

RIER, Madrid


Paul Valery decía que todo el mundo tiene emociones poéticas, pero solamente algunos pueden ser poetas, añadiendo que «la poesía es un arte del lenguaje, ciertas combinaciones de palabras pueden producir una emoción que otras no la producen, lo que  llamamos la poética». Desde esta perspectiva la percepción lírica representa el nivel más alto del conocimiento del mundo como representación del individuo como entidad singular y de la gente en su totalidad. Como en los libros anteriores estos nuevos poemas de Flavia Cosma son una demostración de todo lo dicho. Encontramos en Fieras y sombras, versos donde la gramática de la palabra utiliza su máximo potencial de expresión con mucho ingenio. Su personalidad tiene una línea poética original, aparentemente simple (pero no simplista), abierta y elocuente. Franca y expresiva, realista, no sin una cierta ironía, la autora pasa majestuosamente tomando las palabras por las manos, situándolas a todas y cada una entre el Logos y el Eros, para ajustar después su discurso a una poética rica en significados que mueve las «Fieras» (el Eros) obligándolas a afrontar el mundo de «sombras» (el Logos). Las limitaciones del Logos (puesto a que él es práctico y concreto impidiendo a veces la expansión de la naturaleza), son contrarrestadas por el Eros (una manifestación más expansiva del universo).

El tema principal del discurso lírico está ligado, generalmente al paso irreversible del tiempo, con sus motivos específicos. El motivo del vuelo, del camino, del imperfecto, del ninguneado, de la luz, de la sombra, de la llama, de los mundos paralelos, del sueño, del maléfico, del magnetismo, del otoño y la lluvia, así como el de la serpiente o del gato, entre otros, se complementan recíprocamente. De hecho, el tiempo, la naturaleza, el amor y el viaje parecen ser las variables líricas sin equívoco de este libro. Los parámetros de la naturaleza elemental primordial se unen en los versos de la autora en este orden: fuego, madera, aire, agua, con su universo de colores correspondientes: rojo, verde, blanco, amarillo y azul. Además, la tríada: serpiente, gato, Esfinge tienen bastante ocurrencias en sus poemas. La serpiente como tentación, pero también sabiduría, el gato, labilidad, pero también perfidia y la Esfinge como metáfora del Camino. El primero se asocia con las fuerzas ocultas de la oscuridad y de las tinieblas a modo de elementos difíciles del recorrido de su camino iniciático, mientras que la Esfinge acentúa el misterio y los enigmas de la vida. Al gato la autora asocia una forma perversa del tiempo, por lo menos por una cosa que tienen en común: el poder de la dominación y, no menos, la capacidad de establecer límites espacio territoriales. Es más: el gato presente en su poesía representa el cariño de la infancia: «Tomaba la piel del gato/ envolviéndome en ella/. Tomaba el rostro del gato/ bebiendo su misterio (Caminos prohibidos), sintiendo «las colas blancas de los gatos moviéndose al jugar/ en el cielo, encima mío»/ (Colas blancas de los gatos).

Dentro del campo del Logos, partiendo del título, podríamos decir que, generalmente, Fieras y sombras, el libro metáfora de Flavia Cosma es una forma de representar el motivo vanitas vanitatum, a través del que ella quiere romper la quimera de vivir en una realidad objetiva (Ilusiones vacías). La realidad de cada uno, tan única y tan personal como la propia mente la construye (y como tal, limitada y subjetiva), pero sin embargo, una realidad donde solamente el verdadero amor puede salvar las almas« No llores, voy a volver a ti siempre/ porque la llama de la lámpara no sabe/ lo que es la muerte» (Minutos redondos). La poetisa intenta redelinear una forma de composición suya presente en otros libros, basada en cambiar la imagen del prosaico cotidiano con un espacio mágico a través de emociones sublimadas: «Un zumbido estridente promueve calaveras disipadas en/ la calle, la violenta muerte arroja sus plumas en el marco/ de la ventana» (El signo de igualdad entre palabras). Este mundo con todo lo suyo se ofrece a la condición mortal para ser contemplado y para aprender a separarse de ella con toda facilidad. La enamorada logra quitar el velo a Maya para empezar a mirar todo detenidamente, con lucidez: «estoy libre hoy de tu ilusión, cara a cara con/ la verdad, la cual durante tanto tiempo he vestido/ con ropas de oro mentiroso, que ni siquiera sabía/ que aún tenía en mi placares» (Ilusiones vacías), o «poco a poco siento que me sano» (Miedo ajeno) y:  «amor mío, me siento más feliz cuando no me escribes/ un día; todos los pesares han quedado encerrados con/ llave en habitaciones ruidosas de hoteles…» (La carta). Su lenguaje persuadiendo las palabras entre connotaciones y connotaciones, con sus variables concretas y abstractas sobre la vida, tiene ambigüedades rebuscadas, construidas con pedazos de un imaginario no raramente apocalíptico con el que estamos ya acostumbrados de sus libros anteriores: «En el área de la mente/ yacían bosques de tiendas blancas/ correctamente ordenados./ No se veía ningún hilo de césped/ no se escuchaba ningún trino de pájaro/ no existía nada/ que me recordara a ti/.El tiempo de las promesas ha pasado» (Sueños de día).

Adentrándonos en el campo del Eros, hallamos su singular viaje: la simbólica pura y dura búsqueda del absoluto para el cual recibe la ayuda de la divinidad, con la que Flavia Cosma establece un diálogo muy íntimo y personal: «En la blanca oscuridad, oliendo las sábanas y la pomada para los zapatos, te he invocado María y has venido». (Charlando con la Virgen). A su Yo lírico le sobra la pasión cuando viaja a través de las estaciones, eligiendo muy a menudo el otoño para hacer un alto en el camino: «porque prontamente/ viene el otoño-/ especialmente en la obscuridad/ cuando nadie lo vea» (Otoño). «Así es el otoño, a unos les da, a otros les pide» (Flores de otoño), estación que simboliza la geometría analítica de parte final de la trayectoria humana, la punta del iceberg del desarrollo personal. Siendo un recorrido iniciático, es decir un viaje a la consciencia, puede ser lanzado fuera del tiempo, o dentro de sus representaciones temporales terrenales: en meses, años, o en un rato, pero siempre dentro de un ambiente condescendiente. Sea como fuera, su viaje iniciático tiene como finalidad superar la máxima prueba del amor, aquel «vuelo vertiginoso hacia el abismo» en el que los sentidos de la enamorada están fuertemente encajados a las vibraciones altas de su amante: «Tu brazo aprieta fuertemente mi pecho/ tu mano, donde brilla otro anillo/ tiembla sobre mi rostro» (El amor al mediodía). Los pormenores pueden empezar con dar vueltas y vueltas, con tiras y aflojes, o con un pacto con el azar para darse tiempo al tiempo. Se pasa también por momentos difíciles, en los que puede intervenir otra gente, incluso historias oscuras que ponen en peligro la relación de amor, aunque ellos pasan olímpicamente con el ímpetu del amor: «una fuerza maléfica/ se lanza sobre nosotros/, incluso los Santos, los más santos/ caen en pecados, reciben los castigos bien/ merecidos…» (Causas justas y urgentes), por lo tanto el cuerpo supera todo tipo de tentaciones, «fantasmas enemigos que lo visitan sin cesar/ estimulándolo a cometer increíblemente dulces pecados» (Las estatuas del dolor), pero al final, como de una verdadera iniciación se trata, se pasa más allá de la primera línea de la luz cósmica: «¿Sabías que vas a morir esta noche? ¾No, nadie me lo ha dicho excepto tú» (Profecías). A medida que el tiempo avanza atravesando el centro de su ser poético está más claro que este viaje iniciático tendrá como resultado una reconciliación con el tiempo: «Porque todo agobio conduce más temprano/ o más tarde a la no existencia; el único logro/ exitoso en la vida es engañar al  tiempo» (Respuestas). En su traspaso por el territorio físico, el Camino de los amantes hacia el amor incondicional revela el diseño de los contornos hechos con una delicada, graciosa y cariñosa pincelada descriptiva: «El día se enfría con el hielo de la muerte/ las nubes con puños apretados me oprimen el pecho/ por el camino velado voy a ciegas infinitamente/ las flores, las abejas, los pájaros/corren en todas las direcciones, asustados» (El sendero del amor). Este amor incondicional podría subir las vibraciones energéticas de los amantes hasta el punto de resonar en armonía con la voz de los ángeles, lo que es el pasaje de la muerte.

Se notan los estados emocionales alterados las ansias, la confusión que puede llegar casi a la locura, la intranquilidad, el éxtasis, la inseguridad, la borrachera, la desintegración. De los estados vivenciales resalta claramente el amor con todo su abanico de emociones fuertes, como la incertidumbre, la melancolía, la sensación de desprenderse del concreto material, incluso de volar, de ir más allá de su condición humana. Se vive poéticamente con mucha profundidad, con pasión, con mucha tensión al nivel físico, emocional y mental: La enamorada siente la pesadez de sus propios sentimientos: «Mi cuerpo sufre abajo el peso de este amor/. Cada vez más turbio. Cada vez más puro/ Apenas logro murmurarte:/ Me matas…/ Apenas logras pedirme perdón»(Salto mortal). Todo esto la voz lírica de la autora lo expresa dinámica, directa, transparente y concisamente en palabras que confiesan sin inhibiciones su exaltación: «Gemía yo misma luego de  mi sueño/ y mi cuerpo, desprendido de mi alma, se/ quejaba sin vergüenza» (Detrás de las puertas abiertas). «Tómame en tus brazos amor mío/ comparte conmigo el calor ebrio/ bébeme, penétrame con el torbellino/ de tus deseos incumplidos, desesperados/ hazme desear, hazme no desear/ déjame muda, derritiéndome/ en las tortuosas llamas» (La escuela de la vida). La respuesta del enamorado suma la razón de su filosofía: «—Mi bella, mi espléndida criolla, la vida por acá/ es así: / El placer de uno—el abuso del otro» (Pretexto). A veces la poesía puede ser grave, los versos contienen alusiones bíblicas con símbolos lacónicos. El propósito de los dioses del Cielo parece ser aquel de asegurar la protección del amor y de mantener la pareja unida, con todos sus comprensiones e incomprensiones: «Abajo del tenue sol, estamos obligados a hacer el/ inventario de los muertos, de los vivos, de todas las/ cosas vistas y de las no vistas» (Inventario). No falta la búsqueda de sí misma consciente de la presencia de la divinidad: «Quería cobijarme en tu regazo, María…» (La marca de la igualdad entre las palabras). Aunque no cambia esencialmente lo que sabíamos ya sobre las cosas, o sobre las relaciones entre ellas, no obstante nos puede alternar la forma de vislumbrarlas desde la perspectiva en la que presenta su horizonte poético la lucidez de la autora. Al fin y al cabo, Eros se une a Logos en el propio universo de su poesía en una especie de síntesis entre el inconsciente personal y el inconsciente transpersonal de las palabras.

Y, no por último, Sălbăticiuni și umbre, en la traducción del poeta y ensayista, Luis Raúl Calvo, Fieras y sombras, es un nuevo libro de autor que tiene muchos méritos, tanto como libro de poesía, como versión traducida, de modo que seguramente cautivará al público de habla española. Como en otras ocasiones, tratándose de los versos de Flavia Cosma, es un admirable trabajo llevado a cabo por Luis Raúl Calvo, con su profundo conocimiento del mundo y de los significados de las palabras. Las unidades léxicas de otro idioma se ven moldeadas una y otra vez por su forma de pensar, dentro de las fórmulas léxicas de otra cultura, a pesar de los pesares, ajustándose maravillosamente feliz al universo lírico de la autora en una comunicación armónica, de tal forma que ciertas combinaciones de palabras producen emociones en el significado que Paul Valery da a la poética.