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Ejercicio con Perec

 En 1975 Georges Perec publicó en la Revista “Cause Commune” un texto titulado “Tentativa de agotar un lugar parisino”. El mismo texto fue reeditado por Christian Bourgois en 1988. Se trata de una lista de situaciones y personas que pasan o se ven desde distintos lugares y a distintas horas en la Place St. Sulpice de Paris. Lo que Perec enumera en ese libro es “…lo que pasa cuando no pasa nada…” Es lo que ve y lo que ve sugiere al lector la vía para imaginar.

Durante el transcurso de una mañana, en distintos lugares, hicimos el ejercicio de Perec. Tal vez fuimos más allá de enumerar situaciones y personajes, coincidimos con algunos más tiempo que con otros y en hubo casos donde nos involucramos más, llegamos a participar del imaginario que vendría después. El ejercicio con Perec está en relación directa con lo que Humberto Pérez llama “Ejercicios espirituales con los grandes pintores”. Pérez copia las obras de los maestros hasta aprender la intención de su mirada. El ejercicio con Perec tiene el mismo propósito.

Un bus de transporte urbano. Seis personas, sin contar el conductor, entre ellas cinco mujeres. En las bancas para dos viaja una mujer que lee las oraciones del día y viste de negro. Otra mujer que se encuentra a su lado busca algo en su bolso, lo encuentra, es un espejo se mira en él y se maquilla. Viste de rojo. Es posible que vayan para el mismo lugar. Me equivoco. Bajo en la misma parada de la mujer que se maquilla. Está a punto de caer, uno de sus tacones de trece centímetros se atora en una hendidura del piso. Espero. Se quita los zapatos y sigue su camino.

Un edificio. En el ascensor una mujer perdida busca en su celular el número de una oficina. Un secretaria alta y gruesa me entrega de mala gana unos documentos indispensables para entrar en los dominios de la realidad.

La calle. Un jardinero riega las plantas y salpica a quien pase cerca. Un entrenador de perros camina a mi lado y grita en una lengua extraña cada vez que uno de sus pupilos se separa del grupo. Cuatro policías requisan un “Hare Krishna” que no está de uniforme, lo distingo por el peinado, en el parque La Presidenta. De lejos parece el mismo que días antes hizo un trayecto en el mismo bus acompañado de una mujer, ¿su madre?

En la cafetería de siempre hay más parroquianos que de costumbre. Una mujer revisa documentos de banco mientras toma café, su cara es de preocupación. Pasa un hombre trotando. Tardo en notarlo pero la mujer que revisa papeles de banco eatá embarazada.

En la calle. Una mujer con tetas enormes pasa a mi lado, parece fatigada. Otra, hace muecas porque intentando poner limón a una empanada ya mordida por la mitad, no atina y las gotas reviven una herida en su mano. Unos pasos más arriba unas quince personas comen empanadas, ¿con o sin limón? no lo sé. Un hombre vende pandebomos a la vuelta de la esquina, los mejores de la cuadra, mientras compro dos, otro, en ropa deportiva, pasa la calle corriendo, el semáforo está en verde y el corredor circula entre los carros. En la esquina siguiente un vendedor de aguacates, una mujer se acerca los tienta y sigue su camino sin decir palabra. Cien metros más abajo la vitrina de una escuela de arte, entre las obras exhibidas el retrato, al acrílico, de un hombre azul, de perfil, sin pelo y con la boca a medio abrir, se alcanzan a notar las encías rojas y los dientes blancos, menos mal que está detrás del vidrio, podría morder. Alrededor de una mesa seis ancianos se concentran en un iPad, no se hablan ni se miran, esperan que el aparato haga algo. Un hombre a quien conocí hace años se cruza en mi camino, me costó reconocerlo, el tampoco lo hizo o no me vio. Una mujer desde su automóvil blanco regaña a un hombre en automóvil gris porque le quitó el puesto en el parqueadero.

Unas calles más abajo, cerca del río. Un mimo con cara blanca me hace señas y no le presto atención porque tengo poco tiempo. Me arrepiento y cuando lo busco ya no está. Un hombre pasa a mi lado apresurado, lleva una camiseta negra con un letrero blanco del tamaño de su pecho que dice “No”. En un puesto de venta ambulante ofrecen pantaloncillos a quinientos pesos, tres por mil. Me cruzo con alguien a quien no veo hace años, nos reconocemos, decimos tres o cuatro frases de circunstancia y nos despedimos. Llego a la fila, delante de mí hay una mujer con una mariposa tatuada en el hombro. La mariposa no vuela. Desde la taquilla me anuncian que después de mi no atenderán a nadie más. La mujer de la mariposa tatuada me mira con lástima. Desde la taquilla me adjudican la función de anunciar a quien llegue después de mí que no hay más servicio. Llega una mujer joven que se queja de un dolor. La mujer con la mariposa tatuada la deja pasar adelante. La funcionaria no tiene en cuenta su dolor porque no es con ella con quien debe hablar, tiene que ir a otra ventanilla. La chica hace cara de dolor. La mujer de la mariposa me mira. Llego a la ventanilla. Mientras la funcionaria me atiende, la mujer de la mariposa que está antes que yo debe organizar sus papeles y me cede el puesto. La funcionaria me dice un número de teléfono y me pide que me vaya. La mujer de la mariposa me mira. Voy al metro.

Para subir a la estación me encuentro con una escalera de treinta y nueve escalones. Recuerdo la película de Hitchcock. Hago otra fila, esta vez para comprar el tiquete del metro, delante de mi hay un hombre que pide treinta y nueve tiquetes pero no logra que las cuentas le salgan y al fin no los compra porque no le alcanza la plata. Si hubiera un vendedor de lotería cerca me ofrecerá el número treinta y nueve, pienso. En el vagón del metro viaja una monja con una maleta, parece contenta, lo primero que se me ocurre pensar es que se escapó del convento. Bajo del metro. Antes que yo baja un ciego, debo esperarlo, las puertas al cerrar estuvieron a punto de dejarme adentro. En la escalera de salida espero que una mujer termine de subir. Salgo de la estación, alcanzo otra mujer que camina rápido y tiene un celular pegado al oído pero no dice nada. Un hombre pasa a mi lado en sentido contrario, lleva una caja pequeña marcada “Silla para bar”, no imagino la silla. Unos pasos más adelante una chica me ofrece unos recortes de papel con poemas impresos. Me dice que la donación es voluntaria, la primera frase que leo es: “Se ha desaparecido un barco en la salmuera”, le pregunto si tiene correo electrónico y ella pregunta a su vez si tengo un lapicero, lo busco en el morral y se lo entrego, ella anota su correo al pie de uno de los poemas después de su firma, dice que la primera parte de su correo es como se firma: Cataganya. Le digo que leeré sus poemas y ella me entrega unos diez recortes impresos, se los cambio por un billete y los guardo. Le escribiré, pienso. Cuando me despido cierra mi mano con fuerza.

Entro al supermercado. Una pareja paga las compras para su casa. Judith Vanessa la empleada registra las compras y sonríe. El hombre saca su billetera par pagar. Judith Vanessa sonríe. El hombre, su mujer lo llama Rodolfo, no tiene suficiente dinero para pagar. Su mujer, que también se llama Judith a secas empuja a Rodolfo, ocupa su lugar, saca la billetera y paga. Judith Vanessa no deja de sonreír. La pareja se va. Llego a la altura de Judith Vanessa me mira y no sonríe. Vuelvo a casa y me entero que el primo del primo de alguien cercano murió en un choque entre bandas…

Argumento. Un hombre narra su historia. Escribe páginas enteras sin que nada le suceda. El número de páginas aumenta. Fatigado de no encontrar la acción que desencadene la historia decide acabar con ella pero no se le ocurre cómo. Mientras encuentra la manera escribe otros cientos de páginas. Por fin, cuando cree que tiene la idea perfecta, se da cuenta de que le falta el valor. En ese momento comienza la historia… 

*Pierre Alechinski, pintor belga, dice que la margen, él la llama “Marginalia”, es el espacio alrededor del cuadro donde se anotan historias, nombres, resúmenes, agregados, fechas o datos que conducen al interior de la obra. *Edgar Allan Poe recopiló en un pequeño libro titulado “Marginalia” reflexiones que en ocasiones publicó en revistas.

*Los “Argumentos” son historias que el lector de Marginalias completará como guste.

© Saúl Álvarez Lara / 2012

 

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