Narrativa colombiana y globalización:
Entre la maldición de Andy Warhol y el regreso al scriptorum
Por Orlando Mejía Rivera*
Universidad de Caldas, Manizales, Colombia
¿Se podrá seguir hablando de“literaturas nacionales” en esta época de postnacionalismo, posthumanismo,incluso, de postliteratura y también de postración? Depende de lo queentendamos por los términos mencionados. Si al hablar de “narrativa colombiana”nos referimos a una tradición de escrituras ubicadas de manera sistemática enun contexto histórico y geográfico, y en donde las distintas generaciones deescritores colombianos han recibido los legados de sus predecesores y, a suvez, han entregado sus propios hallazgos a los autores nuevos, entonces creoque nunca ha existido algo que pueda denominarse como “narrativa colombiana”. Alo sumo podríamos hablar de escritores nacidos en Colombia que han escrito susobras de espaldas, la mayoría de las veces, a otros autores nativos y más biense han distinguido por la búsqueda de sus influencias en la “literaturauniversal”, expresión inventada por Goethe en el siglo XVIII para elevar laliteratura nacional europea a la categoría de parámetro estético mundial.
Podríamos ver algunos ejemplos:La mayor influencia literaria de García Márquez fue William Faulkner, la deAlvaro Mutis fue Proust, la de Fernando Vallejo es Céline, la de Darío RuizGómez es Joyce y Nabokov, la de Fernando Cruz Kronfly es Herman Broch, la deHéctor Abad es Ovidio y Diderot, la de Santiago Gamboa es Balzac, la de PhilipPotdevin es Hermann Hesse, la de Juan Gabriel Vásquez es Joseph Conrad, la deEfrain Medina es él mismo, por supuesto. Es decir, si algo leen poco losescritores colombianos es a otros escritores del país y mucho menos hanrecibido influencias significativas, con excepción quizás del “antimacondismo”consciente de la generación de autores contemporáneos a Gabo. Por lo tanto, eneste sentido no existe ni ha existido un verdadero “Corpus narrativo nacional”,como sí se puede identificar en la tradición de la literatura francesa,inglesa, alemana y argentina, entre otras.
Ahora bien, en otro contexto sepuede relacionar la existencia de una narrativa colombiana, imbricada con laglobalización de la cultura, a partir del invento reciente de algunaseditoriales bogotano-colombianas de una supuesta generación de autores nativosque han logrado, por fin, la internacionalización de nuestras letras dentro delas tendencias del mercado mundial. De esta manera la narrativa colombiana y laglobalización cultural estarían en un proceso de acomodamiento y de fusión,pero con la condición de una redefinición de lo que entendamos por literatura.A lo mejor nos encontramos viviendo el proceso que ha señalado el escritorCarlos Cortés: “Si con la modernidad la “literatura es todo lo que se lea comotal”, con la globalización “la literatura es todo lo que se venda como tal”.Sin embargo, esta concepción de la narrativa colombiana es peligrosa, en primerlugar para los mismos autores favorecidos con el apoyo del mercadeo editorial,pues es claro que su vigencia literaria depende de que cumplan las exigenciasapremiantes y agotadoras del negocio. Corren el peligro, entonces, de terminarescribiendo obras inmaduras, inacabadas, sin vida auténtica, como le estápasando a algunos de estos nuevos escritores colombianos que a pesar deltalento se les nota la prisa con que han escrito sus últimos libros.
Esta situación es la que hemetaforizado como “La maldición de Andy Warhol”. Para obtener los “15 minutosde fama” los autores son transformados en “objetos” mediáticos, donde importamás su peinado, su capacidad de seducción, su grosería, sus desplantes, susimpatía, su sonrisa, el color de sus ojos, y lo de menos es si escriben bien omal. La industria los ha convertido en estrellas de farándula que deben realizarextenuantes maratones por las ferias de libros del mundo, como si en lugar deescritores fueran modelitos de pasarela. Claro está, parafraseando al Orwell dela Rebelión en la granja, que todosellos son iguales pero hay unos más iguales que otros. No podemos meter en elmismo grupo a escritores comerciales que han sabido conservar su dignidadfrente al mercado editorial, frente a otros que se les nota el desespero, elarribismo o la ambición.
De igual manera existendiferencias notorias en obras que están escritas en atmósferas internacionaleso, si se quiere, en ambientes narrativos no colombianos. Por ejemplo, la buenanovela de Héctor Abad
Angosta, o
El tiempo de las sombras de BorisSalazar, o la novela de Ruiz Gómez titulada
Lasrazones del traidor, e incluso el divertimento menor pero coherente de
Los Impostores de Gamboa, son obras deun auténtico cosmopolitismo en el que más que poseer códigos de culturaglobalizada, hacen parte de lo que Steiner denominó como“Extraterritorialidad”, es decir, una literatura autónoma de la misma geografíadel mundo, pero que instaura una realidad paralela enriquecedora y reflexiva.
En cambio hay otras obras quefungen de “internacionales” y que me recuerdan la crítica de Gutiérrez Girardota la generación del poeta Guillermo Valencia, cuando los acusa de poseer una“cultura de viñeta” en donde la simulación de la falsa erudición esconde laausencia de verdadera cultura. La novela de Enrique Serrano titulada Tamerlán es un buen ejemplo, paracualquier mediano conocedor de la cultura oriental, de una superficialerudición de enciclopedia que nada tiene que ver con la apropiación legítima yconcienzuda de una civilización extranjera del pasado. Se nota que este autorsabe hojear libros, pero no los termina de leer. Y ni hablar de la obra deEfrain Medina, tan acostumbrado a descalificar a todos menos a él mismo, quienha confundido la creación literaria con la erección literaria, comprendida comoun acto masturbatorio infinito y, sobre todo, sin variantes imaginativas.
Por último, quiero mencionaruna tercera forma de relacionar narrativa colombiana y globalización cultural.Además del grupo de autores respaldados por el mercado editorial colombiano,existen muchos otros, de variadas tendencias narrativas y de distintascalidades literarias, que de todos modos se encuentran elaborando sus obras ypublicándolas en ediciones locales o universitarias, algunos en editorialesnacionales comerciales pero sin tanto mercadeo, y otros, de manera paradójica,han encontrado las puertas abiertas de editoriales extranjeras, pero siguensiendo desconocidos en su país. Esta manera de comprender y extender lanarrativa colombiana implica una definición de literatura que no puede estardeterminada por el mercado editorial, sino por criterios de calidad intrínsecaa las obras mismas.
Es obvio, por lo tanto, de laimportancia de los espacios académicos literarios, de las publicacionesculturales, de los investigadores de ficciones, de los mismos escritores, en laconstrucción de una narrativa colombiana que posea una tensión creativa frentea las imposiciones de una globalización cultural, entendida como ladesaparición de las estructuras simbólicas locales y de los testimonios de laexperiencia real de los individuos. A esto me refiero con el “regreso alScriptorum” planteado por el escritor francés J.G. Lapacharie, miembro delfamoso grupo de Oulipo dirigido por
George Perec, y quien decía, de maneraprofética, hace más de veinte años, que ante una literatura convertida enpropaganda, en imágenes despreciables y en tontería colectiva era necesario,por parte de los escritores, volver a la soledad del “Scriptorum” de loscopistas benedictinos y una vez allí: “los escritores están solos, frente a sutexto, con la atención puesta en lo que escriben, trazan, graban para ellos y paralos siglos menos estúpidos. La informática nos libera de las imposiciones de laimprenta. Un escritor puede, él mismo, componer sus textos”.
Una reflexión final: Ni la famatransitoria del mercado, ni la soledad y el desconocimiento garantizan lacalidad de un autor y de su obra. Se escribe siempre con la incertidumbrepersonal y creo que Borges lo supo decir muy bien cuando expresó que el únicoantólogo acertado frente a la literatura era el paso del tiempo. Entonces, aquíestamos escribiendo nuestras obras y, de una u otra manera, todos vamos en elmismo barco de la narrativa colombiana, así sea en varios sentidos un navíofantasma o, incluso, a veces, un velero de piratas.
Pero, además, otros escritores, como elbuen novelista
Juan Diego Mejía, han comprobado la contemporaneidad de algo queTolstoi y luego Gabo nos enseñaron: Para ser universal se debe saber contar muybien las historias de la aldea, del pueblo y del barrio. Sin salir de laatmósfera narrativa de los barrios deMedellín Juan Diego, Víctor Bustamante y otros, como Laura Restrepo con Bogotá,Alberto Esquivel y Fabio Martínez con Cali, Ramón Illán Bacca con Barranquilla,etcétera, han sabido integrar lo local con lo universal, nexo afortunado y ricoen posibilidades creativas que nada tiene que ver con la “globalizacióncultural”, que pretende imponer una falsa”universalidad” a expensas de ladestrucción de lo local.
* Escritor.Profesor titular Universidad de Caldas.