Laliteratura en la era del marketing [1]
Narrador, poeta y ensayista colombiano
Confundir éxito concalidad es una de las características - recuerda Gabriel Zaid - de la conversióndel arte y la literatura en mercancía. El fenómeno fue característico del SigloXIX cuando bajo las nuevas condiciones impuestas por el capitalismo la culturase hace mercancía, y, se imponen para ello una serie de medidas de tipoestético cuya finalidad principal radica en la necesidad de distraer al públicoburgués. La aparición autónoma de los llamados génerosliterarios tiene aquí un punto de arranque en el folletín, en la comedia deenredos. Y aquí tiene un punto departida lo que hoy seguimos llamando el género del
bestsellers. Todavía importantes publicaciones como
Times,
New York Book Revieu, los diferencian de la literatura seria en sulista de clasificados.
Autores como CarlosArniches bordearon la frontera entre la mera entretención y el género de alturay autores que comenzaron escribiendo una obra rigurosa como Alfonso Grosso cayeronen las recetas editoriales y terminaron escribiendo novelas de intrigainternacional en escenarios del alto mundo con resultados deplorables. ¿Quién recuerda hoy a Alberto Insúa el cubanoautor de novelas de un clamoroso éxito editorial como El Negro que Tenía el Alma Blanca? Hay premios de novela como el de Primavera que llevan inscrita ya lareceta de lo comercial como exigencia. No hablemos del “Planeta”. Si unoanaliza la diferencia abismal de algunos títulos premiados bajo estosparámetros y el resto de la obra de ciertos ganadores logra entender lo que, anivel de escritura esta imposición del marketing supone. Me refiero a unnarrador como Manuel de Lope.
Lo que ha habido enestos años es un intento silencioso de tratar de borrar las diferencias entreestos subproductos y la verdadera literatura en la medida en que el público quehoy consume estos géneros tiene un origen social diferente y en que los gustos de las nuevas clasesmedias son más cosmopolitas y aspiran a legitimar personajes y escenariosincorporados por las llamadas revistas del corazón. De la diferencia arrogante dictada por lasclases sociales hace cincuenta años se ha pasado a las diferencias dictadas porlo que Bordieu llama “el toque de distinción”, propio de unas economíasneoliberales, del blanqueo de dinero y de las nuevas formas de criminilización,corrupción, etc.
Igualmente labanalización de los medios de información ha seguido su avasallante proceso, demanera que tanto la t.v. como la prensa han pasado a hacer parte fundamentaldel fenómeno del marketing estableciendo una escala de falsos valores,convirtiendo el ejercicio de la críticaen algo tan superfluo como la mercancía que pregonan.
A ojos vistos hemosobservado estos fenómenos en la escena literaria española, ya que dependemos deeste mundo editorial que es quien dicta e impone su corriente de gustosdiscriminados por el marketing: lanarrativa
on the road, la narrativapolicíaca, el erotismo, y ahora los testimonios sobre la guerra civil y elproblema de los judíos. Temas adesarrollar, a novelar y no retos deescritura. Hace algunos meses Juan Goytisolo ha denunciado con vehemencia este estado de cosas: “la amenaza más grave que hoy pesa sobre elescritor y el futuro mismo de la literatura es su gran rendición sin combates alos halagos del poder mediático y a las crudas leyes de la compraventa: el tanto vendes tanto vales que levanta hastalos cuernos de la luna a los fabricantes de bestsellersy margina a quienes escriben sin anhelo de recompensa y permanecen fieles a laética del lenguaje” (“El País”, enero 24, 2001).Cuando hace unos diezaños denunciaba yo este proceso degradante en la misma España la respuesta demis viejos compañeros consistió en el clásico golpecito en la espalda y en ese“vamos que estás un poco salido de quicio”, propio de quien no ha disfrutado deestos halagos. Pero como en todoproceso, éste, ha llegado a un extremo tan alarmante que el reclamo deGoytisolo es justo y a tiempo trata de llamar la atención sobre un hecho que vamás allá de la simple literatura pues cobija el estado general de un país y deunos grupos de dominio. Una sociedad nosrecordaba Karl Krauss comienza a degradarse cuando comienza a degradarse ellenguaje. Esa ética del lenguaje a queGoytisolo se refiere no es otra que la preservación de las palabras de aquelloque trata de instrumentarlas, de someterlas a sus fines. Y si Krauss debió enfrentar al nacientenazismo y a la degradación a que éste sometió el lenguaje; hoy en la sociedadneoliberal estas formas de manipulación del poder respecto a la palabra se hanhecho más sofisticadas.
Y de hecho nosrecuerdan que el escritor está enfrentando a lo que ese poder mutable le exigey le impone. Precisamente en Laconciencia de las palabras Elias Canetti nos recuerda: “Al fin de cuentas,todos nosotros, los seres humanos, estamos implicados en el fenómeno del poder,y una parte importantísima de la investigación de este poder debería dedicarsea esclarecer porqué lo obedecemos” (La conciencia de las palabras, F. de C.E. Breviarios, pp 55). El espejismo de la gloria, el canto de sirenadel reconocimiento publicitario han llenado de cadáveres la escena literaria detodos los países, pero el amor al poder - y no es necesario traer a cuento a nadieya que son obvios - ha envilecido a muchos escritores que han confundido lagrandeza de Voltaire, con su patéticoarribismo.
Alguien hace años conagudeza llamó solapados a esos redactores de notas que se basan para sus “notascríticas” en lo que rezan lascarátulas. Y hubo una referencia a esaseudoliteratura aparecida a partir de la publicidad conque se acompaña laperiódica salida de novelas: “Noveladefinitiva en el final de siglo...”, “Suprema habilidad narrativa que desdeFaulkner había desaparecido..”, etc. Hoycirculan en España revistas literarias que han copiado el modelo de la revistade chismes sociales “Hola” y describen la vida literaria desde esos mismosfrívolos parámetros. “Parece que por finJuanito Crucerías ha empezado a escribir una novela sobre su infancia”. Convirtiendo el quehacer literario en motivode frivolidad pero a la vez incautamente poniendo al descubierto la manera comose manipulan a placer los distintos premios literarios, como, por anticipado seencarga una novela a determinado escritor asegurándole que obtendrá tal o cualimportante premio. Es en este puntodonde la pregunta sobre la situación de la verdadera literatura se hace más quelógica en medio de situaciones que han sobrepasado la simple picaresca pararesponder a manipulaciones ideológicas de grandes grupos económicos que lautilizan para disfrazar sus desafueros.
Porque es un hecho queasí como esos poderes crean figuras de ocasión en la política para defender susintereses, de este mismo modo crean figuras literarias e incluso intelectualespara que muestren ante la opinión pública que esos grupos “siguen creyendo enla democracia”, en la “libertad de opinión”, etc. No necesito decir nombres porque son de sobraconocidos. De hecho la situación delescritor, del intelectual no se da hoy respecto al poder de la ideología de unEstado, de un gobierno, sino ante los nuevos poderes económicos que gobiernanlas naciones. Porque hay una distanciaconsiderable entre el dinero de Fundaciones como la Fulbrigth y la Gugenheimcomprometidas con las verdaderas búsquedas, con la verdadera investigación, conla afirmación de un pensamiento democrático sobre todo en Fulbrigth y lasbromas supuestamente estéticas de un grupo económico como Benetton, cuyasimágenes de “solidaridad racial” son tan vacías que no superan el cliché de lopublicitario. Pero está de por medio elpoder y está de frente la pregunta de por qué le obedecemos. Si la conocida revista de modas “MarieClaire” tiene un concurso de mejor novela del año, la escogencia sería,entonces, bajo los parámetros que esa
finessesugiere, que esa estética supone y nosotros sabemos que “Marie Claire” nopremiaría jamás a un Claude Simón o a un Louis Ferdinand Celine.En países como Colombiael marketing prolonga una detestable discriminación hacia aquel o aquellos queestán por fuera de los grupos de elegidos. Y de nuevo los excluidos son aquellos llamados provincianos, populares,en fin, aquellos escritores que carecen de los modales propios y necesariospara vivir en “la alta cultura”, para hacer parte del grupo manipulador quecrea las categorías “críticas” para definir sus libros y manipular los mediosde comunicación. Pero igualmente sabemosque “el toque de distinción” de publicaciones como “Soho”, “Gatopardo”,“Fucsia” responde a una estética de exclusión, de finesse que se mantiene gracias a una situación económica como laque vivimos pero que no alcanza a conmover sino a cierta clase media que sueñacon la estética de la pasarela, con ciertos bares bogotanos y nada más; porquela clamorosa realidad colombiana a nivel de calle, de barrio, de provincia estan apabullante, a entrado de lleno en la globalidad, que esa “estética”, quela manifestación cultural de esos poderes, se hacen patéticamente desconsoladores,curiosamente más provincianos que la provincia que supuestamente creyeronsuperar.
Ahora bien, estefenómeno amparado por estos poderes y fundamentado como política editorial por las grandes editoriales españolas serepite en cada país de Latinoamérica donde las ediciones son locales y sólo encontadísimas ocasiones logra una circulación continental o llegan al mercadoespañol presentándose así un grave problema de insularidad denunciado en sumomento por el novelista venezolano Adriano González León. Descubrimos así, en el momento en que laperiferia adquiere históricamente una connotación fundamental - “hay que lucharcontra el centro” ha dicho Lyotard - el marketing español se erige en centroúnico que absorbe la multiplicidad de miradas, la pluralidad de costumbres yactitudes latinoamericanas, para imponer las exigencias de su mercado - Quépasa con Guimaraes, con Osman Lyns, con Rubem Fonseca? - A más de un novelistalatinoamericano se le ha exigido escribir en un lenguaje neutro, supuestamenteuniversal, a un novelista colombiano le pidieron que cambiara el argotcolombiano por el caló madrileño. Laingenuidad de confundir un lenguaje universal con un lenguaje comercial al usode los nuevos filisteos no es tan ingenuo como parece en momentos en que laética del lenguaje trata de que la globalización neoliberal, ese acercamientomundial de mercados, borre de ésta el eco vivo de las tradiciones, las imágenesinalienables de una memoria común.
Los mecanismos de ladistracción de estos poderes nada tiene que ver con la imaginación que proponerealidades alternas -piénsese aquí en los cientos de García Márquez y en los cientos de gratuitos realismosmágicos- ni con el suelo silencioso delmito escondido en la jungla de la modernidad. Como he dicho lo que ha cambiado respecto al siglo XIX, y el burgués de este comienzo desiglo es ilustrador al respecto, en esteúltimo la noción de patria, de buenas costumbres, de rígida moral –bastiones deaquella sociedad- ha desaparecido como señala Alan Finkielkraut y lairresponsabilidad, el aventurerismo se toman hoy como virtudes a pregonar en este nuevo protagonista de la globalidad. El sistema de objetos, la casa como tarjetade presentación de un poder económico han desaparecido y lo que cuenta ahorapor parte de estos grupos de elegidos es la estética de la desaparición y elnomadismo. Es la distancia moral entre el señor Homais y el delirante protagonista de
American Psycho.Los mecanismos de ladistracción se han cambiado y si en el Siglo XIX era claro el hecho de laaparición de subgéneros literarios, hoy estos mecanismos tratan de decirnos queun subgénero es tan importante como un género, o sea que una mala novela deEllroy, de Donald Westackle, es tan valiosa literariamente como una novela deHenry James o de Musil. El sofismahábilmente llevado por una seudocrítica trata de decirnos que en esta peculiarmodernidad latinoamericana es tan importante literariamente la obra de IsabelAllende, de Marcela Serrano, de Laura Esquivel como la de Manuel Mújica,Guimaraes Rosa, Julio Cortázar. Elmercado hace ambiguo el problema y crea ante el despistado lector una confusiónde la cual por supuesto no saldrá indemne. ¿Cuántas novelas de esta estética comienzan por un asesinato? ¿Cuántasde ellas acuden socorridamente a los parámetros de lo policiaco?
Pero lo policiaco enWilkie Collins o en el autor de Sherlok Holmes responde a la conjeturacaracterística de una moderna sociedad capitalista enunciada por Balzac aldecir que en el comienzo de toda gran fortuna siempre hay un crimen. La inducción y la deducción sirvenmetodológicamente para descorrer los velos de una sociedad corrompida, de unos protagonistas capaces de llegar alcrimen con tal de no perder su estatus social de privilegiados. Cuando desaparecen la indagación y laconjetura no desvela los escondidos secretos de una sociedad, cuando no estápresente esa pregunta que modifica una conducta y lo conduce al enfrentamientoconsigo mismo, lo que aparece para sustituir a Hammet y a Chandler es entoncesun género al uso -las novelas de RayLoriga- una temática espúrea que responde a los dictados del divertimento perono a las exigencias de una escritura. SiPoe concede al suspenso una dimensión metafísica -que Hitchcock aclaragenialmente- en el tipo de novela policíaca de consumo este suspenso esigualmente un recurso manido.
Pero el auge de ungénero a través de este concepto del marketing conduce finalmente a unaanulación de sentido por saturación. Yme explico: la comprobación de que algunas novelas premiadas en importantesconcursos en España eran burdas copias de algunos autores extranjeros a llevadoa que se acuda al argumento de que la originalidad no existe y que la inserciónde capítulos, párrafos de otra novela debe tomarse como una legítimacontextualidad. O sea como un válido recurso estético. El sofisma trata, entonces, de decirnos queestas estafas cometidas por inocentes personajes fue consciente y es tan válidocomo en aquellos que han recurrido a la contextualización desde Sterne, Bieli,James Joyce, etc.
Esto desde luego es unafalacia en la medida en que los resultados obviamente no son los mismos ya queno es lo mismo la truhanería de quien quiere figurar a toda costa en el mundoliterario por la puerta del éxito; y, lanecesidad de incorporar un texto ajeno para dar mayor relevancia a un contenidotal como sucede con el verdadero escritor. Como ha recordado a raíz de éste escándalo una conocida periodistaespañola la utilización de negros literarios es algo conocido en el ambiente ya este ardid recurren personajes de la vida pública, social, a quienes elmarketing devorador les exige una novela que el derrotado escritor a sueldoescribirá recurriendo para ello a las más inesperadas trapisondas. Y si el exministro quiere aparecer como -naturalmente - un hombre refiné, pues ahí vauna mezcla de Proust, con Alberto Moravia y si la mujer de marras quiereaparecer como una nueva versión de Manón de Lescaut en los escenarios de lacosta brava y la movida cosmopolita, ahí está a la mano una mezcla de “LaMarquesa de O” con Almudena Grandes. Métase todo esto a la coctelera, agítese por varios minutos y elresultado es este destemplado y hortera escenario que ha espantado a Juan Goytisolo.
Porque no hay queolvidar que al referirnos a un mercado tenemos que poner la atención necesariapara no perder de vista a ese públicoque le da fundamento económico al mercado. La juventud ha muerto, podemosconstatarlo o, mejor, ha desaparecido ya que aquellos valores que la legitimaroncomo un estadio de la vida marcado por la pasión de la verdad, por el amor a lalibertad, por la capacidad de renuncia han desaparecido en la saturación delmercado que la convirtió en una marca de bluyin,en un cuerpo clonado, en un balbuceo que no llega a definirse como habla y, finalmente, en una clara y manifiestairresponsabilidad frente a la tradición. Las entrevistas a los jóvenes escritores nacionales e internacionalesque pertenecen al grupo de elegidos del marketing, curiosamente, se caracterizanpor lo mismo: el hablar de su pasión por la pesca, por los viajes, del gruposocial al que pertenecen, de su vida mundana. Durante una hora que dura el reportaje con Bret Easton Ellis el autor deAmerican Psycho nunca habla de laliteratura, de los escritores de los cuales parte.
Uno piensa que si deverdad hubiera profundizado en la obra de Scott Fitzgerald se habría dadocuenta de que la literatura no consiste en la enumeración de marquillas demoda, de marcas de vino y whisky, de ladescripción de las discotecas de moda sino de las causas profundas que conducenal crimen en esta sociedad devorada por el consumismo. Ese ir más allá de una mera descripciónsuponía dar dimensión a unos porqués, a la indagatoria que toda la vida abocada a lo peor supone en medio de unafalsa realidad que le ha negado el derecho a los sueños iniciales. Esta literatura acude a lo inmediato paraeludir la responsabilidad de hacernos entender que hasta en la peor abyección haytodavía un eco moral. Del Julián Sorelde Sthendal al Gatzby el problema del protagonista enfrentado al espejismosocial dimensiona la dolorosa huella de una insatisfacción ante si mismo que nose resolverá nunca y que derivará en ese borde existencial donde el espejo norefleja un rostro sino que señala una esencia de ser, esa significación sinsignificado que solamente se podrá resolver en el espacio de una nueva palabracapaz de superar estas aporías de vida. Como señala Blanchot: escribir es producir la ausencia de obra (El Desobramiento, ledésoeuvrement). Más aún: escribir es laausencia de obra tal como se produce a través de la obra y atravesándola.
Porque esta narrativade consumo acude a lo inmediato, repito, deshaciéndose así de lo que implicauna pregunta, eludiendo el lugar de la verdadera historia, lugar donde adquieredimensión el conflicto, para colocar a cambio una escenografía muerta, cosas,marquillas, anuncios de neón, perfumes sin referencia sentimental, cuerposdesodorizados. Ya que el lector quesimplemente consume se sentiría fastidiado ante una literatura que le formulapreguntas ya que la anomia social que crea el marketing busca borrar cualquierescrúpulo de conciencia en un sujeto que ha abdicado de su individualidad,para, convertirse en una cosa más. ¿Y no es esto lo que buscan las nuevasestrategias de la distracción? Tenemos de este modo inspectores de policía queindagan en ciudades de
papier maché,amantes que describen minuciosamente sus posiciones sexuales pero carecen devoz y destino. ¿Podría brotar de esta insubstancialidad una escritura?Desaparecidos lossímbolos, vaciado de contenidos los sagrado no hay recuerdo, no hay imágenesque se incorporan a nuestros imaginarios, que, es el papel de la verdaderalectura y la función secreta de un texto. La lectura de estos seudotextos conlleva el inmediato olvido de aquelloque se lee. Por eso es que nos referimosa una literatura de consumo.
Si hablábamos entoncesde una seudoliteratura de las tapas en los libros, es porque el producto que sevende obedece a las razones del mercado y al hacerlo solo puede plantearse anteel lector desde los parámetros de la publicidad, ya que hacerlo desde lacrítica sería descubrir su simulacro en tanto que la crítica implicareflexión, distancia establecida pararemitirse a un juicio valorativo. Elfalso valor de la publicidad nos da un fantasma que supuestamente escribe y unaliteratura que al carecer de trasfondo se evapora inmediatamente. Si el antiguo editor ha sido suplantado porel jefe de ventas, este buscará entonces que el producto a ofrecer responda alos parámetros del gusto establecido, responda a los cambiantes intereses delectura de un público que solamente busca divertimento. En aquel iluminado texto de Horkheimer -Adorno: “La dialéctica del iluminismo” (Sur, 1969, ppl 74) con absolutaclarividencia anunciaban este proceso: “divertirse significa estar de acuerdo”,“en la base de la diversión está la impotencia”.
En la última década lamanipulación del Kitsch literario se hace más sutil y se revierte ya no solo dela necesaria finesse, sino queincorpora elementos de una aparente rebeldía sexual como ese escandalé de succés que es el improperiode Fernando Vallejo contra su madre, en su última obra. La técnica de un realismo provenía ya deseries de t.v. como “Peyton Place” ocomo “La clase de Beverlly Hills” donde el escándalo sexual, el aparenteatrevimiento de incorporar homosexuales, lesbianas se toma como una manera denormalizar unas conductas perseguidas cuando en realidad la estética de laevasión se encarga de decirnos finalmente que lo importante es volver alsistema. El escándalo es momentáneo y busca crear con su impacto una resonanciaen el mercado, pero como no hay una escritura que indague, que se atreva abucear en las conciencias todo volverá adonde estaba antes.
Frederic Jameson sepregunta ante estos supuestos estéticos que pregonan la desaparición delconcepto de individuo, de sujeto y con ello la de una escritura personal que estan inconfundible como las huellas digitales, si ya escribir tiene algún significado: “lo que tenemos que retener de todo esto -dice- es un dilemaestético, porque si la experiencia y laideología del yo único, que informaron el modernismo clásico, están acabadas,ya no es claro que se supone qué hacen los artistas y escritores del períodoactual. Por otro lado, estos escritoresy artistas, no pueden ya inventar nuevos estilos y mundos: ya se han inventado,solo es posible una cantidad limitada de combinaciones. De allí una vez más el pastiche: en un mundoen el que la innovación estilística ya no es posible, todo lo que queda esimitar estéticamente, hablar con las voces de los estilos del museoimaginario. (“El giro cultural”,Manantial, 1999).
Jameson identifica elefecto marketing con lo que hemos conocido como la estética del posmodernismo. ¿Otenemos hoy que señalar que lo que filosóficamente se tomó como un argumentopara superar la modernidad, era un argumento fijado por el comercio? Por eso Jameson se refiere al pastiche comouna parodia vacía, una parodia que ha perdido su sentido del humor. En Pastiches et melanges Proust hizo laparodia del estilo solemne, alambicado para desnudar las falacias de un estilototalitario, esto mismo hicieron en repetidas ocasiones Cortázar y el mismoBorges. Pero los pastiches que crea elmarketing carecen de este alcance desmitificador, desconocen el papel revulsivodel humor porque han convertido en caricatura -que es la acepción que HermanBrocht le da al Kitsch- el oficio, esa especie de azarosa y atormentadapráctica de buscarse que no puede confundirse con la habilidad para armarestratégicamente el proceso de una historia: no son lo mismo los Dumas y su visión en la trama histórica, de suspersonajes viviendo unos códigos que los define que los hábiles remakes dePérez Reverte, no es lo mismo un adulterio en Flaubert que en Scott Towreau, noes lo mismo la progresión dramática en una narración como “Los misterios deParís”, que, el hueco suspense de una historia de John Grishan.
¿Pero, ha incomodado enalgo a la literatura norteamericana la hoy olvidada autora de “El Valle de lasMuñecas”? Desde luego que no, porque lo que ella y sus sucesores han venidoproduciendo es literatura basura y este subgénero se ha mantenido en sucompartimento estanco. Otra cosa escuando esta basura, repito, trata deerigirse gracias al marketing en un paradigma a seguir por los escritores quehan tratado de crear una escritura respondiendo en ello a una exigenciainterior y se encuentran de repente con el imperturbable muro del mercadoimponiéndoles sus recetas. Y otra cosaes cuando en la vida de un país los manipuladores del marketing llegan a tenertal poder de corrupción que se convierten, como señala Goytisolo, en un atentadocontra la literatura y contra la dignidad del escritor, contra la misión de la cultura.
Aquí se hace imprescindible denunciar estosmecanismos y alertar al lector sobre los alcances de esta mistificación. ¿Sería posible el lanzamiento multitudinariode las extraordinarias novelas de Maurice Blanchot, de George Bataille, deLouis -René des Forets? Mercancía no esOnetti, ni podrá serlo Guimaraes Rosa, ni lo será Felisberto Hernández, niMaría Luisa Bombal, ni José Balzac: lafuerza de la escritura afirmando su derecho a explorar lo que no está escrito,desafiando la tentación de lo convencional, certificando el espacio de temporalidades que ya no corresponden acapítulos, prolegómenos, etc., sino al devenir –frente a la tecnología, las nuevas formas de violencia- de una conciencia, recupera la noción de loque significa escribir en medio de un universo cambiante ante el cual se deberáfijar lo imperecedero, lo que no puede ser fungible.
A lo largo de muchosaños he citado una frase de Hauser respecto al arte pero que igualmente se puede aplicar a la literatura: “para aquel quetiene preguntas, perplejidades, el arte tiene respuestas, pero para aquel quees sordo el arte es sordo”. Lo éticoestá enmarcado en lo estético, inseparablemente, y, hay una luz que nos derribadel caballo y ya no nos permite seguir siendo los mismos.
Mallarmé lo viviósituándose en la discreción que permite no perder de vista la magnitud de losproblemas, Joyce jamás desfalleció en su tarea de buscar las otrasresonancias perdidas u ocultas de laspalabras. Esto de pronto suena amoralina cuando debe ser lo contrario. No es cada vez más compleja e incisivala novela de Saul Bellow, de Claude Simón, de Le Clézio, de Jhon Updike, dePhillip Roth, de Don De Lillo, de Hugo Claus, de Harry Mulisch? Espléndidas novelas de una escritura maduraque no ha cesado en su aguda y certera introspección sobre los nuevos poderes,sobre los nuevos escenarios de los sentimientos, sobre los nuevos términos dela soledad.
Cada novela de RussellBanks nos sobrecoge por su capacidad de adentrarse en los espacios del dolorhumano y nos deslumbra la maestría inigualable de Corman MacCormick en sumaravillosa trilogía sobre la zona fronteriza entre Estados Unidos y México,saga de una tierra sin geografía, de unos personajes fuera de las taxonomíasdel psicoanálisis. ¿No estamos mudos deasombro y admiración ante la obra del “recién descubierto” Sándor Marai? Escritores aparte en la obsesiva paciencia queconlleva la verdadera escritura, en la sonora soledad que supone el tratar deescuchar las verdaderas voces que no son ecos vacíos y para los cuales lapalabra implica una ética.
Con su característicosarcasmo,
Giovanni Sartori diferencia entre el
homo sapiens y lo que élllama el homo insipiens: “El homo insipiens (necio y, simétricamente,ignorante) siempre ha existido y siempre ha sido numeroso. Pero hasta la llegada de los instrumentos decomunicación de masas “los grandes números” estaban dispersos, y por ello mismoeran muy irrelevantes. Por el contrario,las comunicaciones de masas crean un mundo movible en el que “los dispersos” seencuentran y se pueden “reunir” y de este modo hacer masa y adquirirfuerza”. (“Homo Videns, la sociedadteledirigida”, Taurus 2000”). Mucho másexplícito Baudrillard llama a esto cretinización, solo que aquí el cretino habuscado ser protagonista, mostrándose como un ser culto y hasta refinado. ¿A quién sino se dirige el mercado? ¿Porquién sino por ellos los métodos de divertimento se renuevan cada día y sehacen más sofisticados? ¿No supone el mercado la desaparición del hombre moral,de aquel ser humano capaz de tomas de decisiones por sí mismo?Por eso, como Hamletdebemos preguntarnos; ¿publicar o no publicar? He ahí el dilema.
[1] Publicado en Revista de la Universidad Nacional, 2004 y en Tarea crítica sobre literatura, Universidad de Caldas, 2006