Contra la impostura
cultural. Entrevista al
escritor colombiano Darío Ruiz Gómez
Por Marcos Fabián Herrera Muñoz [1]
Periodista cultural colombiano
Su nombre nos remite a una generación sepultada por
ese mar brumoso de pompas de jabón, que entronizó la medición algorítmica, en
la requerida sacralidad literaria. Sus años en la España franquista, vividos en
la paradoja del fervor de la renovación estética y la dictatorial sombra del
tirano, le develaron el valor renovador de la reflexión y la crítica. El
apremio por vindicar su voz holgada en universalidad y rigor, nos retorna a una
obra concebida para desentrañar la secreta cartografía de su urbe.
Existe una clara tendencia al
escándalo en buena parte de los cultores de la literatura Antioqueña. ¿Su
discreción se inscribe en una deliberada postura que opta por caricaturizar la
mentecatez y el macherío paisa, antes que escandalizar?
El
escándalo es un ardid publicitario que se utiliza para disimular la incapacidad
de un escritor de enfrentar con el rigor debido la compleja realidad del mundo.
Es la vigencia publicitaria de lo inmediato. En toda sociedad frustrada al niño
eterno que no madura, que hace diabluras sexuales, todo le está permitido
porque él hace, lo que esa sociedad frustrada quisiera hacer. Habría que
detectar el alcance del escándalo, la medida de las injurias y si de verdad
conmueven algo en la sociedad que supuestamente atacan. Carrasquilla no dejó
títere con cabeza en ese retablo de agiotistas, avaros, arribistas sociales,
petimetres, falsas aristócratas con que retrató la sociedad de negociantes, de
politiqueros, la simulación social de la Antioquia que le tocó padecer. Barba
Jacob reclamó los eternos universales de la belleza clásica para expresar en
sus poemas el dolor, la angustia de vivir pero también para exaltar la vida. Su
vida sigue siendo un escándalo para una sociedad hipócrita que no ha dejado de
condenarlo por el hecho de haberse declarado homosexual o sea de no hacer de
esta condición, un motivo publicitario. Una cosa es el hundimiento existencial
de un Rimbaud, el asumir llegar a lo peor en el lenguaje y en las consecuencias
políticas de la injuria como en Celine, y, otra la de esos hijos de la
publicidad que Cioran llamó, "Dostoyevskis con chequera". La novela
nace en Occidente como la conciencia del conflicto entre el individuo y lo
establecido, en ese tránsito, como señala Steiner entre el mito telúrico y la
novela. Desde mis primeros libros la presencia de la ciudad ha estado presente
como verificación de ese tránsito, de estos shocks producidos por la modernidad
frente a los rezagos de una sociedad patriarcal aferrada a sus privilegios, a
su intolerancia frente a los otros, a su odio a los pobres considerados como
fracasados sociales, a escritores y artistas considerados como improductivos y
por eso innecesarios. En las dos últimas décadas la aparición del narcotráfico
derrumbó esas viejas estructuras patriarcales pero produjo una mutación en las
nuevas formas de hipocresía e intolerancia, de convertir la exclusión social en
una maquinaria de muerte, de incrementar las nuevas formas del arribismo
social. Adentrarse en estos a veces sutiles cambios en los dueños de los
capitales, del significado de traición, de rencor hacia el débil y el inocente,
exige tiempo y lucidez para recapacitar en la apariencia de estos protagonistas
de la crueldad y el atropello. Quien aspira a esto no tiene tiempo de caer en
esos falsos escándalos.
Hojas en el Patio, equilibra
una lograda consonancia entre formalidad y pulsión narrativa. ¿Aporta éste
recurso estilístico a diseccionar una nueva óptica de la ciudad?
La ciudad
moderna es la definición de Balzac, de Baudelaire, de Zola, como lo es de André
Bieli en su "Petesburgo" o en James Joyce con su Dublin y hoy lo es
en el DeLillo de "Submundo". La ciudad supone la convergencia de
infinitas voces y costumbres, de imprevisibles músicas, la ciudad es un
caleidoscopio de lenguajes, vocablos, argots que se caracterizan todos por
identificar los nuevos lugares, los imaginarios en marcha. En la ciudad no sólo
hay lucha de clases sino enfrentamientos de hablas, de memorias, de dialectos
donde se ocultan los nuevos códigos de honor, la idea de territorialidad que
nada tiene que ver con la propiedad privada, pero también la idea de
solidaridad, la noción cercana de confianza, los códigos secretos. Estos
quiebres lingüísticos conducen a la certidumbre de que así como la ciudad lleva
a la autonomía del fragmento frente al poder central, así estos dialectos se
adentran en la crudeza de la violencia cotidiana bajo poderes abstractos, pero
también restablecen lazos de reconciliación, de confianza en estos territorios
imaginarios del nómade, del desplazado. Música sincopada, poesía secreta o
cifrada. Dar forma narrativa al tiempo particular de esta realidad supuso
siempre para mí el tener que adentrarme en este vértigo de voces, de nuevas
costumbres, de derrumbes interiores, de un concepto trágico del destino y de la
muerte. Potenciar esas luces moribundas, esa música dispersa en el horror y la
mentira social, en la farsa de la Historia fue y es una tarea de apartamiento,
de lectura de estos cambios sociales, afianzada en haber sido siempre muchacho
de barrio pero también en ser heredero de aquellas grandes experiencia
narrativas sobre la ciudad. Saber escribir es partir de la conciencia de que a
las palabras que definen una vida y sus escenarios es necesario buscarlas in
situ, sacarlas del lugar común de lo obvio y concederles su universalidad.
Decir que el estilo es el hombre es referirse a esta compulsiva tarea de
desvelamientos, de identificación de rutas invisibles, la trampa del criminal
pero igualmente las estrategias del inocente que sabe escapar a tiempo. Por lo
tanto lo que se celebra en esta escritura es la vida y no la muerte, ya que la
lírico no es una definición a priori sino, tal como lo busqué desde mis
primeras narraciones, un aliento de esperanza, desde el fracaso, de la grandeza
moral de los verdaderos seres humanos.
Un verso de su libro Geografías sentencia: "Sólo la
noche nos restituye a nuestra antigua identidad". ¿Es la poesía un retorno
a la esencialidad humana?
La poesía
es la esencia de lo humano, lo que nos hace humanos y nos recuerda que somos
herederos de las imágenes primordiales en un tiempo donde se nos ha despojado
por parte del totalitarismo político y económico de nuestra heredad verdadera,
de nuestra relación íntima y soberana con el mundo, de nuestra esencia única
que es la libertad. Por eso la poesía -que no hay que confundir con los versos
ni con lo que llamamos poemas- se niega siempre a la función que suelen
asignarle las servidumbres políticas o religiosas. Por esto se regresa a lo que
no es mensurable, a lo incomprensible, al trazo inicial o sea a la metáfora, a
la imagen, región autónoma donde podemos reconocernos en un pasado común, en la
unidad perdida. Mi poesía ha buscado lo esencial en ese alcance que tiene toda
meditación sobre la caducidad, sobre lo transitivo. Aprehender el instante es
salvar del olvido, de la ruina de las imágenes el balbuceo del desplazado, el
gesto del peregrino, el reclamo del despojado que busca en la noche escapar de
los asesinos.
Los personajes de libros En Tierra de Paganos y Para
Decirle Adiós a Mamá, formulan territorios reflexivos en sus tramas,
convocan dimensiones que cuestionan y replantean la realidad. ¿Es su literatura
una requisitoria a las convenciones que permean los rituales sociales?
Diferenciemos
entre las costumbres sociales que caracterizan la ideología de la burguesía y
que es característica de la novela moderna y los llamados cuadros de costumbres
simples escenificaciones de una supuesta vida idílica. Las costumbres en
Carrasquilla son el reflejo y la definición histórica del simulacro de los
nuevos ricos, de la dimensión de la codicia humana pero en Eugenio Díaz, en
Rueda Vargas, Vergara y Vergara estos cuadros de costumbres se niegan la visión
crítica de esos grupos sociales, del rastacuerismo imperante como impostura
cultural. "Toda gran fortuna, decía Balzac, comienza por un crimen".
Desvelar lo que las apariencias sociales encubren, lo que el dinero objetiva,
sigue siendo la tarea de la verdadera novela y es esto lo que yo he analizado
en "Hojas en el patio", en "En voz baja". En la primera
analizo el derrumbe de una economía y de la sociedad que la representa y en la
segunda analizo el impacto demoledor del narcotráfico sobre la vida de una
pequeña población y a través de la mirada lúcida y amarga de dos mujeres cuya
cultura y proyectos de vida se derrumban ante el impacto de la vulgaridad. En
dos novelas que acabó de terminar y que me han exigido una redacción de más de
cinco años, "Las razones del traidor" y "Las sombras"
continúo el análisis de las contradicciones y despropósitos de una sociedad que
al renunciar a sus valores se desliza irremediablemente hacia la violencia y el
imperio del mal. Lo importante es lograr potenciar las posibilidades de la
ficción para crear personajes representativos como conductas individuales y por
lo tanto responsables de esta hecatombe.
¿Osarías en diagnosticar el
estado de la crítica cultural en Colombia?
La
conversión del libro en mercancía condujo a la nefasta idea de confundir
calidad literaria con éxito comercial tal como recuerda Claudio Magris.
Desaparece así la tarea de la crítica y en lugar del ensayo crítico, aparece la
lista de "libros más vendidos". Pero algo más terrible sucede ya que
el mercado borra todo nexo con la tradición y con la historia de la literatura.
El lector de hits comerciales, de bestseller
disfrazados de literatura seria, ignora por completo las obras incluso del
pasado inmediato de la literatura. La cultura se basa en la capacidad de
generar vasos comunicantes que logren establecer nexos necesarios con otras
culturas, con aquellas obras que han hecho posible que la literatura exista y
se renueve. La responsabilidad de un escritor se plantea de frente a esos cánones,
a esa experiencia del mundo. García Márquez no hubiera podido ser un escritor
universal sin el magisterio de Faulkner y de Virginia Wolf. El presunto gesto
adánico de partir del punto cero de una supuesta identidad nacional sólo
conduce al ombliguismo, a un parroquianismo satisfecho. En el imperio de esta
banalización de la cultura la crítica es sustituida por meros reseñistas de
ocasión a sueldo de los grandes pulpos editoriales y el editor es sustituido
por el jefe de ventas. La crítica es un ejercicio de reflexión que exige una
necesaria distancia en el tiempo para escapar de estos condicionamientos
publicitarios, de estos zombies creados por los llamados agentes literarios.
Fue la grandeza de Sanín Cano, de Ernesto Volkening, de Eduardo Zalamea Borda,
de Hernando Téllez, de Valencia Goelkel, de Gutiérrez Girardot. Y a nivel
universal es hoy el magisterio de George Steiner, de Claudio Magris. Recordemos
no confundir el ensayo que es reflexión y por lo tanto pensamiento con las
monografías académicas que no son nada.
Libros de poemas como la Muchacha de la Leyenda y Lugares,
se familiarizan al trazar una disquisición a partir de la observancia de lo
cotidiano. ¿Concibes la poesía como el prisma para resignificar lo humano?
Creo que
fue Karl Krauss quien aconsejó que debiéramos escuchar los acordes del día
"como si fueran eco de la eternidad". Lo cotidiano no puede
confundirse con la rutina que conduce a lo trivial, lo cotidiano se construye
silenciosamente como un refugio secreto compuesto de hábitos y de mapas íntimos
que utilizamos como coraza frente a las inclemencias de la historia. En lo
cotidiano se aloja el ángel pero también el asesino. Los ecos de la eternidad
nos permiten desvelar lo que se había ocultado, la presencia viva de las voces
tutelares, el cálido murmullo del mundo que se había hecho invisible a los ojos
de una mirada deformada por la vulgaridad de las costumbres. Decir con Blas de
Otero, "esta es mi casa: habitación de la palabra" es recordar la
soberanía de las palabras como las únicas geografías que nos quedan. Refugiarse
no significa aislarse sino preservarse ante el lenguaje oficial corrompido por
las ideologías al uso, ante la fraseología manipulada de los llamados medios de
comunicación verdaderamente perversos y en donde la frivolidad publicitaria ha
sustituido a la crítica, a la reflexión, donde la llamada vida de farándula ha
sustituido el espacio de la cultura.
¿Dialoga nuestra actual
literatura Colombiana con las diversas tradiciones universales?
El arte,
la literatura, la arquitectura, la música son palimpsestos inscritos
secretamente, no sólo como Historia de la Cultura sino como el legado
permanente de una memoria común que, únicamente podemos recuperar estableciendo
un diálogo con los cánones universales gracias a los cuales lo local puede y
debe convertirse en lo universal. El diálogo con lo que llamaríamos paradigmas
de la literatura me sirve además para cotejarme y no caer en una actitud
autosatisfecha. Lo moderno, nos aclara Hausser, es aquello que producido en cualquier
época nos sigue hablando en medio de las afugias del presente. Creo que fue
siempre éste, el esfuerzo de nuestros grandes escritores al incidir
críticamente en los desfases de nuestra realidad pero manteniendo el vínculo
necesario con la literatura universal, o sea con aquellos valores que
fundamentan la noción de libertad, de emancipación intelectual. El pésimo
capítulo que Vargas Llosa dedica en su última novela a las caucheras de la Casa
Arana en el Putumayo reivindica la universalidad de esa obra maestra La
vorágine. Fuera de los escritores inventados por el marketing y a los
cuales se puede aplicar el dicho de que lo que viene por marketing por
marketing se va, algunos jóvenes escritores están buscando reanudar este
diálogo necesario que se había roto, desafortunadamente por absurdas
imposiciones de tipo político, de un regresismo paralizante a nombre de una
supuesta identidad nacional. "Contamos con el arte- recuerda Nietzche
-para que la verdad no nos destruya".
Es reconocida su faceta de revisión
y exégesis de la plástica y el arte. ¿Hemos superado los esnobismos y remedos
para inscribirnos en un corpus autónomo y auténtico?
El
esnobismo fue algo propio de los grupos de poder, recordemos el rastacuerismo
de la falsa aristocracia bogotana, para aparentar un supuesto "estar al
día" en lo referente a una moda internacional. Hacia los años 70 el
artista plástico dejó de ser considerado como un pobre diablo y se lo incorporó
a la nueva vida social de cocteles y parrandas. Balzac ya había diseccionado
irónicamente esta concepción filistea del arte y del artista, esta aparición
del parvenu o sea del recién
aparecido social y de la llamada vida artística donde el burgués disimulaba su
aburrimiento y su vacío existencial y las damas de la alta cultura fungían como
musas de la nueva inspiración estética. De esa vorágine de mecenas de ocasión,
de coleccionistas y de las pomposas inauguraciones de los llamados Salones
Nacionales de Arte fue menos lo que quedó y mucho más lo que arrastró esa marea
de esnobismo. El cementerio de jóvenes artistas de un relumbrón pasajero y que
luego desaparecen es conmovedor. El arte como elección dio paso al arte tomado
como una carrera académica. Hoy la globalización ha arrojado sobre nosotros tal
cantidad de flujos de información que apenas si se cuenta con el tiempo y sobre
todo con la capacidad de reflexión, necesaria para distinguir lo que debe ser
conocimiento de lo que es simple información. De un arte mimético hemos pasado
a ese "todo es arte" donde el común denominador es el "dejá
vu"- lo que ya está visto- o sea el reino de la falta de imaginación, de
la incapacidad de crear significados, de ir más allá de la tiranía de los
teóricos de turno y donde se confunde la muerte del arte, con la crisis de los
modelos de consumo impuestos por la economía neoliberal. Agreguemos a esto la
intolerancia de quienes a ultranza pregonan el regreso a una identidad
precolombina y han deformado los alcances culturales de la antropología, para
darnos cuenta de la situación que debe hoy afrontar el artista de verdadero
talento y que trata de crear un camino de búsquedas personal.
[1] Nació en El Pital Huila en 1984. Poeta y
periodista cultural. Cofundador y asesor editorial del periódico virtual
Con-fabulación. Sus artículos de opinión y sus trabajos periodísticos se
publican en importantes revistas literarias y culturales de Hispanoamérica.
Autor del libro El Coloquio Insolente - Conversaciones con Escritores y
artistas Colombianos (dos ediciones). Incluido en compilaciones y
antologías de cuento, poesía y periodismo literario.
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