Literatura con faldas y tacones. Apropósito de escritoras sin pelos en la lengua

PorLina María Pérez Gaviria[1]

   

Hablar de “literatura femenina”empalaga.  Es un invento de los mediosy  las mismas editoriales  que quieren vender la literatura escrita pormujeres como  un milagro exótico, unfenómeno. Hace más de medio siglo descubrieron que las mujeres salieron de losespejos y los sartenes, que escriben ylogran sorprender  a los lectores. Yademás  publican, y hablan de literaturacon desparpajo y sabiduría. Nos presentan como ganadoras de una lucha de plumas,y por ella, nos  adueñamos de  la función estética de la palabra.   ¡Qué majadería!

   También sucede que no escribimos para sultanes, ni siquiera como lo hizo Cherazada, paraconservar la vida.  Escribimos paracelebrarla, interpretarla, reinventarla con el mismo clamor, con la mismaurgencia y necesidad vital con la que lo hacen todos los escritores, ahora ysiempre,  no en su condición de hombres omujeres, sino  de amantes de esteoficio  que solo se tiene derecho  a ejercer  con el talento y la libertad del arte de lapalabra. 

   Sucede que cuandonos montamos a bordo de nosotras mismas  en el barco de las palabras  lohacemos no sólo para que nuestros amigos nos quieran mucho y nuestros amantesnos amen más. En el mar de nuestra disciplina, los vientos soplan conperseverancias y  audacias, lasmismas  que siempre han  guiado las literaturas de todos lostiempos.  Al poner nuestras invencionesen palabras compartimos entusiasmos y temores, frustraciones y deleites,siempre con  ganas de  encender la lámpara maravillosa de  nuestros imaginarios  individuales. Es la magia de  escribidores y escribidoras en un intento por  poner nuestras miradas sensibles sobre laspercepciones colectivas.

  Y sucede que vamos  más allá de la entelequia de la vanidad;  de si contamos  la poesía que hay en la vida  desdelos ovarios o si buscamos la solidaridad de género entre las mujereslectoras.  Sucede que ejercemos laescritura como lo hacen autores y autoras de todas las geografías, y todos lostiempos,  con la obligación ética yestética de forjar lo mejor que podamos desde lo que somos, cada uno, cadauna,  con nuestros azares a flor de palabra, con los hombres y mujeresque llevamos dentro, y los universos masculinos y femeninos que componennuestras emociones.

   Sucede que la literatura, con su privilegiode crear diálogos profundos  con loslectores  no es ni blanca ni negra;  ni del Norte ni del Sur ni masculina nifemenina.  La literatura entrañablepropone un pacto de esencias, de misterios, un  pacto en el que se pone en juego la  conmoción de los sentidos,  el deleite de  la palabra y el máspuro goce de la inteligencia.   Nuncaun  discurso del  género de quien la escribe.

   Sucede  que seguiremos escribiendo literatura,que  nos obsesiona la lenta y silenciosacomarca de la soledad,  y en la que,  gracias a nuestra mirada perpleja, hacemosuso de la sinrazón en nuestras aventuras privilegiadas  por la palabra. Seguiremos abriendo laspuertas del símbolo literario con  el entusiasmo  que nos permite mirarnos, sorprendernos,  interpretarnos. Y el único postulado es eldeleite de la escritura que  ha  guiado durante siglos a  poetas, narradores, y dramaturgos de todoslos géneros.

   Sucede que escritores y escritoras obedecemos  la resonancia de losmundos estéticos. Es ella la que permite mostrar la poesía de una imagen, de unrecuerdo, de una emoción. Sentimos las palabras, las miramos atentos al arsenalde maravillas que nos brindan; tocamos sus sonidos, acariciamos sussignificados, moldeamos sus esencias;  jugamos, estiramos,  engrandecemos.  Les damos voz, volumen, color, piel.

   La literatura  seguirá siendo un oficio de  terquedad, de disciplina,  de feliz desmesura, la mayoría de lasveces  ejercida en combates inútilescontra  la deformidad de los medios o elnegocio editorial: no resulta rentable publicar literatura.   Así, desoladores el criterio de nuestros periódicos: cuando  caen en la cuenta  de que hay que equilibrar tanta novedadsiliconada o los chismes del jet-set, publican de vez en cuando una muestraliteraria. Y sucede que si proviene de un escritor, el titular casisiempre  exalta  la genialidad de su texto. Si proviene de una autora, será su género, y no la calidad de su poema, o de su narrativa,  lo queenmarque la noticia.

  Sucede que no debemos dejar pasar estoseventos  sin un clamor  para que la literatura que escribimos hombres y mujeres tenga una oportunidad  de abrirse a escenarios  nuevos. Los  periódicos y los noticieros tienen una responsabilidad enorme en  la entronización de tanta estupidez. Les es  más rentable publicar el horóscopo, o contar   con quien se acuesta la actriz de moda y con quien se levanta la reina deturno que  publicar un poema o un cuentoo un capítulo de una novela.

   Y sucede que deberíamos fundar el Día de la Palabra.  Sería un día en el quetodos, escritores y escritoras, lectores y lectoras  hablemos con personajes  y emociones  en los que podamos mirarnos como en  un formidable espejo lleno de aristas yarañazos, torceduras y deformaciones,  ytambién en el fulgor indescifrable, y por lo mismo milagroso  de la esencia humana. 

 



[1] *Lectoray escritora colombiana