edificios de mil ventanas surgirán resplandecientes
pirámide por pirámide, blancas nubes de tormenta.
John Dos Passos
Manhattan Transfer
Son las buenas ciudades
que nadie nos ve cruzar.
Tan necias que no se detienen
así les caiga la lluvia más oscura
todo el granito
todo el azufre
el huracán con sus trapos
sus hélices dobladas
sus colas de pescado.
Las buenas ciudades
llenas de músicos.
Las que nos manchan la sombra
y tienen paz
aunque les cubran el lomo con ropa sucia
las arrastren por una tabla aceitada
y las llamen fondos
pantanos
guaridas.
Esas ciudades no escuchan sermones
ni rinden cuentas a otras ciudades
ni acusan a sus náufragos
y nunca están a salvo.
Ciudades que viajan en las cajuelas
que van en los techos de los autobuses
que se envían a sí mismas por correo
a la dirección de un viejo moribundo
al cuarto de buzones de un buque fantasma.
Ciudades que no he visto
en las que no se puede hacer un ataúd
porque los clavos se vuelven de arcilla
en las que hay quienes se quedan
a detener el mar con la punta del zapato
quienes se llaman
por sus antiguos rangos del ejército
y mueren sobre papeles de desalojo
sobre la novia de los escusados
y su corbata listay su bandera rebelde
y su tiquete para el steamboat.
Son las buenas ciudades.
Se dice que sus ruinas
no están completas sin nosotros.
Alfredo Trejos, Costa Rica
Muchas veces comprendí el feroz suicidio
que se levanta de las cunetas,
vacilante, estentóreo,
con cierta marca publicitaria en su quijada.
Las ratas se despeluzan en nuestras bocas,
y debajo de la tierra seguimos perdidos,
no somos universales,
ya que en la noche todo parece brillar.
El otoño madura sin semillas,
la estación del tren vuela
cubierta con una nueva piel
color terciopelo.
Los insectos arrancan su abdomen,
lo colocaban de carnada.
La noche besa el suelo y su silencio sangra,
como si fuera un recuerdo sin dueño,
que aprieta sus mejillas para morir.
Roberto Becerra, Honduras
Alguien
Un par de lenguas se desgarran en los pórticos y las muchachas
desnudan su sexo antes de dormir.
La ciudad calla mientras llueve.
La noche es un negro útero que envuelve las avenidas.
Alguien escribe.
Armando Maldonado, Honduras
Hace quince años abrí los ojos,
miré por la ventana y vi que estaba lloviendo. Entonces cerré los ojos.
Hoy he vuelto a abrirlos y he visto que sigue lloviendo.
En la calle hay hombres que baten mezcla;
es decir, combinan cemento con agua y arena.
Construirán una casa.
Los hombres trabajan bajo la lluvia.
Es una lluvia flaca. La lluvia puede ser flaca. Llueve, pero hace calor.
Cuando llueve siempre hace calor.
Vuelvo a cerrar los ojos.
Javier Medina Bernal, Panamá
Paisaje Ártico
En el Ártico el suelo es blanco,
Una gaviota puede ser blanca,
Los conejos de un paisaje Ártico
Son blancos,
Igual que los iglúes,
Blancos.
Y si el cielo retuerce nubarrones blancos,
Se ve blanco,
Lo mismo que un árbol cubierto de nieve.
Entonces, los paisajes del Ártico
Son hechos con pinceles y pintura blanca,
Y así, pareciera que en el cuadro
No hay nada.
Pero ahí están: el cielo,
El suelo, dos gaviotas sobre un iglú,
Una pareja de conejos
Y el árbol,
Todos blancos.
Jaime Buitrago Gil, Nicaragua
Panamá, ya sea en el Pacífico o en el Atlántico
Panamá en esta calle y en este tiempo que nos falta,
Antes de mis días y mis noches
(Y del poema) fluctuando entre los lirios como el agua,
Con sus gruesas murallas y sus edificios
Que le dan color de tacto a los espejos,
A las criaturas del mar que se advienen a mi fondo,
A mi lámpara de niño y a mi mano afiebrada de poeta.
Nunca antes por siglos volví a ver el mismo día
En que abrí los ojos tanteando la tierra
Y el polvo del lugar donde ocurrió mi nacimiento,
Donde me convertía en talingo y en estatua
Con peces de aire entrando por el mármol.
Panamá fue una musa entrando
-vena a vena-
Un arcoíris en la boca,
El tamaño de una brújula en el eros y en la gnosis.
Una ciudad en mi piel, como algo corpóreo
Como la música en una temporada de lluvia
O como un tamborito en una oleada de calor.
Siempre llego a ella aunque por otros caminos vaya
Dejando fuego, dejando amor, coloquios,
Algo de poesía. Mi talón siempre regresa al milagro
De su musgo, a sus piedras temerarias,
A su selva donde nunca he ido, donde nunca vuelvo,
Donde respiro la verdad del mundo
Ensalinada al borde de sus playas.
¿A dónde dejar el muro, el trapecio
Y las marcas de la reniñez como una mariposa en el sombrero,
El desnudo campo
Por donde persigo duendes y espejismos de luciérnaga,
Imágenes de Dios o de un caballo que atesora
Las caminatas imaginadas por el tucán en la tormenta?
Panamá
En el Pacífico, en el Atlántico,
¿En dónde está?, ¿en dónde estuvo?,
¿En dónde me encuentra el mar con su Canal
Y su memorial dolido? Panamá la que siempre
Encuentro aunque por otros caminos vaya
Donde silbo a las criaturas que se advienen a mi fondo,
Con mi lámpara de niño y mi mano afiebrada de poeta.
Javier Alvarado, Panamá
Cuento de la Virgen de Amapalita
I.
Sin duda ocurriste en el pasado,
venía el bajel pirata entumecido y cañoneado entre las aguas brumosas de la bahía
hacia tus manos.
La luz de los veranos, la perla negra entre las calles,
viejo puerto, tratantes de esclavos y barricas, nubes grises sobre el Cosigüina,
Conxagua despertaba entre los rezos de una abuela
tormenta en la ceniza…
Ahora más vale ocultar el rostro de los verdes salones,
pregonar la inocencia entre lagartos colorados y nísperos en flores,
es mejor un jocote en el espejo,
un garrobo volante y un breve sombrero.
Hasta aquí, se ha vestido la inocencia, los leones acechan
las añoradas cerezas…
Vladimir Baiza, El Salvador
Una plegaria por Thomas Bayes
¿Quién selló nuestras mentes aquella noche? Cuál fue la espiga, cuáles nuestros nombres cuando tratamos de encender una hoguera en Montezuma y el viento iba apagando uno tras otro nuestros fósforos.
El mar Caribe devolvía un eco de moluscos y los dados caían como criaturas invisibles sobre una mesa lisa y sin mareas: “si en una urna una bola blanca”, y era la voz del reverendo Thomas Bayes desde la capilla de Mount Zion la que hablaba.
Érase el frío cuando las estrellas se repartían el cielo en cuadrantes irregulares, desperdiciando su luz incierta. “Ningún golpe de dados acabará con el azar“, sentenció el mar y las criaturas se inflamaron como combustible sobre la costa.
Sin embargo, nuestra hoguera guardaba silencio.
Con el último fósforo, al fin, el fuego se levantó como un molusco sobre la arena y nosotros lanzamos una y otra vez los dados pensado en dios como si fuera estúpido.
Él prendiendo las luces de la vida, los huevos del tiempo, la materia prima que pasa como ave aleteando en la madrugada.
Desde aquella noche, para nosotros, transcurren los días como los del reverendo Bayes, “sin una bola blanca más probable que una bola negra”.
Sobre la playa seguimos soñando con nuestros cuerpos luminosos, con ciudades imposibles y pulmones inflados de flogisto. Seguimos esperando que el último fósforo encienda el fuego y que una hoguera inmensa ilumine nuestras vidas.
Mauricio Molina, Costa Rica
Aquel dolor fue el Caribe
V.
Un día dirás tu verdad.
Esa llaga escondida.
Un día tu reino,
cegará la pupila del odio para siempre.
Un día nos harás a la mar
sin piedras de infortunio
a nuestros pies.
Ese día,
serás de nuevo cielo.
Y nadie cerrará tu abrazo.
Porfirio Salazár, Panamá
Cuchillos y luces
Hojas de cristal se mecen sobre sí mismas,
el viento del verano hincha las frutas
y los nubarrones de abril no son más que un mito lejano.
Hace falta la lágrima infinita,
el cuchillo de luz,
la raíz amarga.
Allá, al otro lado del mundo,
ya no existo.
Aquí, hundida,
como un guijarro en la arena,
busco razones.
Magdalena Camargo Lemieszek, Panamá
La última islandesa
Soy la última de las mujeres islandesas
que jamás vivió en Islandia
ni supo pronunciar Reykjavik
ni mandó siquiera una carta a ningún amigo islandés
y de hecho no llegó a poner un pie más allá del paralelo 60.
Pero soy la última de esas mujeres que barren el viento con la cabeza y van llenas de escarcha a cualquier parte, insoportablemente lívidas, y dicen lo que tienen que decir y hacen lo que tienen que hacer en el fondo del único abismo rocoso de su barrio. Y ven la fuga de las cosas con devoción. Y casi se mueren de frío alrededor de sus hijos. Y añoran la planicie despavorida más que ninguna promesa.
Soy la última de las mujeres islandesas que jamás aceptó (pero entendió) la ley de un clima incompatible con el aburrimiento entre el Atlántico Norte y el océano Glacial Ártico, la combinación más generosa de las corrientes abruptas, la geografía abrupta y la irrupción permanente.
Soy la última de las mujeres islandesas sin código genético que tampoco experimentó la soledad en medio de la nada y aún así arriesgó todo en ese punto ciego y blanco de los confines. Soy la última de las mujeres heladas que desde lo profundo de los trópicos siempre supo que daba pasos en falso. Porque hay paisajes que no son lo que uno es.
Yo fui una mujer islandesa sin saberlo.
Ahora soy una mujer islandesa sin hogar.
Es decir, una piedra, la última ficción del hielo.
María Montero, Costa Rica
Día tras día
No hay alegría aquí.
No hay humildad.
Hay concreto y malas caras.
Malos olores más concreto
Y malas caras.
Un día en marcha metal
Concreto y malas caras.
El cuerpo mandando
Señales de emergencia
Y malas caras.
De los dientes
Para afuera
Las palabras Dios Mío
Y malas caras.
Diversión garantizada
Por la política aquí.
Y malas caras
Un panteón de dioses
Del Tercer Mundo
Y por supuesto malas caras.
Más metal cartón
Hay cuero raspado.
Vidrio transparente. Verdura.
Hay palabras y malas caras.
Cantidades pares
De ojos y brazos.
Un buen número
De sombras.
Y malas caras.
Carros de rostro chato.
Carne y hueso erguido.
Piel mucha piel.
Plástico y malas caras.
Cristos de mentiras.
Cristos de yeso.
Y malas caras.
A veces salterios
Rápidos estribillos.
Y malas caras.
Sacos de gangoche
Cable pelado cobre
Hediondez a basura
Caca y malas caras.
Pestilencia a limpio
Mezclilla
Abundante mezclilla
Macramé papel seda
Láminas de ladrillo
Simulado y malas caras.
Tres puntos suspensivos
Y malas caras.
Un letrero que dice Hipnosis.
Más concreto
Más piel
Más plástico
Metal
Verdadero ladrillo
Y ya saben.
Malas caras.
Malas caras chocando
Contra todo lo anterior.
Malas caras
En directo
Y sin hegemonía.
Malas caras atrayéndose
O más bien evitándose.
Un buen flujo y reflujo
De muchas malas caras.
De empleados de oficina
Cajeros a la moda
Muchachas bien bronceadas
Creyentes convencidos
Ateos radicales
Personajes del barrio.
Solterones de cepa.
De todas y de todos
Malas caras.
A pie en bicicleta
Despaciosamente
Formando un cielo propio
Un paisaje difícil.
Malas caras.
En la sección
De libros de autoayuda.
Malas caras.
En la fila del estanco
Que hace años cerraron.
Malas caras.
En el putero que abre
Jornada continua.
Malas caras.
En plataforma de servicios.
Malas caras.
Donde se lee caballeros.
Malas caras.
En la casa cural.
En el Mercedes
De cuatro puertas.
Malas caras.
Donde se lee
Se alquila.
Malas caras.
En el rancho de lata.
Malas caras.
En la mansión con piscina.
Malas caras.
Con un tubo de aluminio.
Varias malas caras.
Con el balazo en la frente
Malas caras.
Con la cruz de ceniza.
Malas caras.
Joan Bernal, Costa Rica
Acción de gracias
Cuánto te agradezco, Diosa,
que no me abandonés.
Aunque seas reticente, aunque apenas
vislumbre o imagine tu rostro
ciega como estoy por tu esplendor,
no dejás de bendecirme con algo de tu gracia.
Migajas que sean, pero tuyas,
para mí son más valiosas
que todas las riquezas, poderíos y fama
que tanto ambicionan los mortales.
Daisy Zamora, Nicaragua
Se cierra el día:
el guardián de la luz,
dios enigmático,
hechizo de sol-luna,
se vuelve aro de fuego.
Carlos López, Guatemala
Tsunami
Si de todos modos
llega una vez
y nos cubre
con su sagrado manto
y nos devuelve
al vientre abisal
al acuoso abismo
del que venimos
y adonde regresamos
como recién nacidos
acunados
en su regazo de olas.
Daisy Zamora, Nicaragua
XXII
¿dónde está la boca del tiempo? o más bien su hocico porque el tiempo es bestia, y va caminando sigiloso al lado de las carreteras, avanzando entre jardines y deshechos. va rondando catedrales y casas de adobe. y sus labios fríos como una mujer de invierno van relatando historias de viejo.
el tiempo levanta largos miembros como un altar inútil y se siente crujir entre maderas y botellas rotas. por sus venas fluye el sinsentido, y el silencio revolotea como un cuervo negro sobre sembradíos locos.
¿tiene pelo el tiempo? y sus hijos que viajan sordos por el mundo ¿estarán atentos al escandaloso banquete de su padre?
Mauricio Molina, Costa Rica
Lo que termina en nada
No es la realidad
que se desea a sí misma
y mira en ese amanecer
los frutos de la languidez,
no, es el corazón con llagas
y oscuras razones
que dice que el mundo está
y es un mango de leche.
No son los hijos
y sus propias palabras
que olfatean cierta pureza
las que errancia dictan,
sino sus rostros
que olfatean cierta pureza
al pronunciar sus nombres,
claro, de algún tiempo a esta parte.
Siendo así, dejamos de ser hombres
y de nuevo somos niños
en las manos grandes de mamá
que viene una y otra vez
a la hora esperada
con sus ojos que son una lámpara
en la casa de madera que late de noche
y alumbra esa oscuridad de puntillas,
limpiando el moho de las manos
y repite y repite
lo que termina en nada.
Gerardo Guinea Díez, Guatemala
Se cierra el telón
Antología IV - Ómnibus. Revista intercultural n. 45
edificios de mil ventanas surgirán resplandecientes
pirámide por pirámide, blancas nubes de tormenta.
John Dos Passos
Manhattan Transfer
Son las buenas ciudades
que nadie nos ve cruzar.
Tan necias que no se detienen
así les caiga la lluvia más oscura
todo el granito
todo el azufre
el huracán con sus trapos
sus hélices dobladas
sus colas de pescado.
Las buenas ciudades
llenas de músicos.
Las que nos manchan la sombra
y tienen paz
aunque les cubran el lomo con ropa sucia
las arrastren por una tabla aceitada
y las llamen fondos
pantanos
guaridas.
Esas ciudades no escuchan sermones
ni rinden cuentas a otras ciudades
ni acusan a sus náufragos
y nunca están a salvo.
Ciudades que viajan en las cajuelas
que van en los techos de los autobuses
que se envían a sí mismas por correo
a la dirección de un viejo moribundo
al cuarto de buzones de un buque fantasma.
Ciudades que no he visto
en las que no se puede hacer un ataúd
porque los clavos se vuelven de arcilla
en las que hay quienes se quedan
a detener el mar con la punta del zapato
quienes se llaman
por sus antiguos rangos del ejército
y mueren sobre papeles de desalojo
sobre la novia de los escusados
y su corbata listay su bandera rebelde
y su tiquete para el steamboat.
Son las buenas ciudades.
Se dice que sus ruinas
no están completas sin nosotros.
Alfredo Trejos, Costa Rica
Muchas veces comprendí el feroz suicidio
que se levanta de las cunetas,
vacilante, estentóreo,
con cierta marca publicitaria en su quijada.
Las ratas se despeluzan en nuestras bocas,
y debajo de la tierra seguimos perdidos,
no somos universales,
ya que en la noche todo parece brillar.
El otoño madura sin semillas,
la estación del tren vuela
cubierta con una nueva piel
color terciopelo.
Los insectos arrancan su abdomen,
lo colocaban de carnada.
La noche besa el suelo y su silencio sangra,
como si fuera un recuerdo sin dueño,
que aprieta sus mejillas para morir.
Roberto Becerra, Honduras
Alguien
Un par de lenguas se desgarran en los pórticos y las muchachas
desnudan su sexo antes de dormir.
La ciudad calla mientras llueve.
La noche es un negro útero que envuelve las avenidas.
Alguien escribe.
Armando Maldonado, Honduras
Hace quince años abrí los ojos,
miré por la ventana y vi que estaba lloviendo. Entonces cerré los ojos.
Hoy he vuelto a abrirlos y he visto que sigue lloviendo.
En la calle hay hombres que baten mezcla;
es decir, combinan cemento con agua y arena.
Construirán una casa.
Los hombres trabajan bajo la lluvia.
Es una lluvia flaca. La lluvia puede ser flaca. Llueve, pero hace calor.
Cuando llueve siempre hace calor.
Vuelvo a cerrar los ojos.
Javier Medina Bernal, Panamá
Paisaje Ártico
En el Ártico el suelo es blanco,
Una gaviota puede ser blanca,
Los conejos de un paisaje Ártico
Son blancos,
Igual que los iglúes,
Blancos.
Y si el cielo retuerce nubarrones blancos,
Se ve blanco,
Lo mismo que un árbol cubierto de nieve.
Entonces, los paisajes del Ártico
Son hechos con pinceles y pintura blanca,
Y así, pareciera que en el cuadro
No hay nada.
Pero ahí están: el cielo,
El suelo, dos gaviotas sobre un iglú,
Una pareja de conejos
Y el árbol,
Todos blancos.
Jaime Buitrago Gil, Nicaragua
Panamá, ya sea en el Pacífico o en el Atlántico
Panamá en esta calle y en este tiempo que nos falta,
Antes de mis días y mis noches
(Y del poema) fluctuando entre los lirios como el agua,
Con sus gruesas murallas y sus edificios
Que le dan color de tacto a los espejos,
A las criaturas del mar que se advienen a mi fondo,
A mi lámpara de niño y a mi mano afiebrada de poeta.
Nunca antes por siglos volví a ver el mismo día
En que abrí los ojos tanteando la tierra
Y el polvo del lugar donde ocurrió mi nacimiento,
Donde me convertía en talingo y en estatua
Con peces de aire entrando por el mármol.
Panamá fue una musa entrando
-vena a vena-
Un arcoíris en la boca,
El tamaño de una brújula en el eros y en la gnosis.
Una ciudad en mi piel, como algo corpóreo
Como la música en una temporada de lluvia
O como un tamborito en una oleada de calor.
Siempre llego a ella aunque por otros caminos vaya
Dejando fuego, dejando amor, coloquios,
Algo de poesía. Mi talón siempre regresa al milagro
De su musgo, a sus piedras temerarias,
A su selva donde nunca he ido, donde nunca vuelvo,
Donde respiro la verdad del mundo
Ensalinada al borde de sus playas.
¿A dónde dejar el muro, el trapecio
Y las marcas de la reniñez como una mariposa en el sombrero,
El desnudo campo
Por donde persigo duendes y espejismos de luciérnaga,
Imágenes de Dios o de un caballo que atesora
Las caminatas imaginadas por el tucán en la tormenta?
Panamá
En el Pacífico, en el Atlántico,
¿En dónde está?, ¿en dónde estuvo?,
¿En dónde me encuentra el mar con su Canal
Y su memorial dolido? Panamá la que siempre
Encuentro aunque por otros caminos vaya
Donde silbo a las criaturas que se advienen a mi fondo,
Con mi lámpara de niño y mi mano afiebrada de poeta.
Javier Alvarado, Panamá
Cuento de la Virgen de Amapalita
I.
Sin duda ocurriste en el pasado,
venía el bajel pirata entumecido y cañoneado entre las aguas brumosas de la bahía
hacia tus manos.
La luz de los veranos, la perla negra entre las calles,
viejo puerto, tratantes de esclavos y barricas, nubes grises sobre el Cosigüina,
Conxagua despertaba entre los rezos de una abuela
tormenta en la ceniza…
Ahora más vale ocultar el rostro de los verdes salones,
pregonar la inocencia entre lagartos colorados y nísperos en flores,
es mejor un jocote en el espejo,
un garrobo volante y un breve sombrero.
Hasta aquí, se ha vestido la inocencia, los leones acechan
las añoradas cerezas…
Vladimir Baiza, El Salvador
Una plegaria por Thomas Bayes
¿Quién selló nuestras mentes aquella noche? Cuál fue la espiga, cuáles nuestros nombres cuando tratamos de encender una hoguera en Montezuma y el viento iba apagando uno tras otro nuestros fósforos.
El mar Caribe devolvía un eco de moluscos y los dados caían como criaturas invisibles sobre una mesa lisa y sin mareas: “si en una urna una bola blanca”, y era la voz del reverendo Thomas Bayes desde la capilla de Mount Zion la que hablaba.
Érase el frío cuando las estrellas se repartían el cielo en cuadrantes irregulares, desperdiciando su luz incierta. “Ningún golpe de dados acabará con el azar“, sentenció el mar y las criaturas se inflamaron como combustible sobre la costa.
Sin embargo, nuestra hoguera guardaba silencio.
Con el último fósforo, al fin, el fuego se levantó como un molusco sobre la arena y nosotros lanzamos una y otra vez los dados pensado en dios como si fuera estúpido.
Él prendiendo las luces de la vida, los huevos del tiempo, la materia prima que pasa como ave aleteando en la madrugada.
Desde aquella noche, para nosotros, transcurren los días como los del reverendo Bayes, “sin una bola blanca más probable que una bola negra”.
Sobre la playa seguimos soñando con nuestros cuerpos luminosos, con ciudades imposibles y pulmones inflados de flogisto. Seguimos esperando que el último fósforo encienda el fuego y que una hoguera inmensa ilumine nuestras vidas.
Mauricio Molina, Costa Rica
Aquel dolor fue el Caribe
V.
Un día dirás tu verdad.
Esa llaga escondida.
Un día tu reino,
cegará la pupila del odio para siempre.
Un día nos harás a la mar
sin piedras de infortunio
a nuestros pies.
Ese día,
serás de nuevo cielo.
Y nadie cerrará tu abrazo.
Porfirio Salazár, Panamá
Cuchillos y luces
Hojas de cristal se mecen sobre sí mismas,
el viento del verano hincha las frutas
y los nubarrones de abril no son más que un mito lejano.
Hace falta la lágrima infinita,
el cuchillo de luz,
la raíz amarga.
Allá, al otro lado del mundo,
ya no existo.
Aquí, hundida,
como un guijarro en la arena,
busco razones.
Magdalena Camargo Lemieszek, Panamá
La última islandesa
Soy la última de las mujeres islandesas
que jamás vivió en Islandia
ni supo pronunciar Reykjavik
ni mandó siquiera una carta a ningún amigo islandés
y de hecho no llegó a poner un pie más allá del paralelo 60.
Pero soy la última de esas mujeres que barren el viento con la cabeza y van llenas de escarcha a cualquier parte, insoportablemente lívidas, y dicen lo que tienen que decir y hacen lo que tienen que hacer en el fondo del único abismo rocoso de su barrio. Y ven la fuga de las cosas con devoción. Y casi se mueren de frío alrededor de sus hijos. Y añoran la planicie despavorida más que ninguna promesa.
Soy la última de las mujeres islandesas que jamás aceptó (pero entendió) la ley de un clima incompatible con el aburrimiento entre el Atlántico Norte y el océano Glacial Ártico, la combinación más generosa de las corrientes abruptas, la geografía abrupta y la irrupción permanente.
Soy la última de las mujeres islandesas sin código genético que tampoco experimentó la soledad en medio de la nada y aún así arriesgó todo en ese punto ciego y blanco de los confines. Soy la última de las mujeres heladas que desde lo profundo de los trópicos siempre supo que daba pasos en falso. Porque hay paisajes que no son lo que uno es.
Yo fui una mujer islandesa sin saberlo.
Ahora soy una mujer islandesa sin hogar.
Es decir, una piedra, la última ficción del hielo.
María Montero, Costa Rica
Día tras día
No hay alegría aquí.
No hay humildad.
Hay concreto y malas caras.
Malos olores más concreto
Y malas caras.
Un día en marcha metal
Concreto y malas caras.
El cuerpo mandando
Señales de emergencia
Y malas caras.
De los dientes
Para afuera
Las palabras Dios Mío
Y malas caras.
Diversión garantizada
Por la política aquí.
Y malas caras
Un panteón de dioses
Del Tercer Mundo
Y por supuesto malas caras.
Más metal cartón
Hay cuero raspado.
Vidrio transparente. Verdura.
Hay palabras y malas caras.
Cantidades pares
De ojos y brazos.
Un buen número
De sombras.
Y malas caras.
Carros de rostro chato.
Carne y hueso erguido.
Piel mucha piel.
Plástico y malas caras.
Cristos de mentiras.
Cristos de yeso.
Y malas caras.
A veces salterios
Rápidos estribillos.
Y malas caras.
Sacos de gangoche
Cable pelado cobre
Hediondez a basura
Caca y malas caras.
Pestilencia a limpio
Mezclilla
Abundante mezclilla
Macramé papel seda
Láminas de ladrillo
Simulado y malas caras.
Tres puntos suspensivos
Y malas caras.
Un letrero que dice Hipnosis.
Más concreto
Más piel
Más plástico
Metal
Verdadero ladrillo
Y ya saben.
Malas caras.
Malas caras chocando
Contra todo lo anterior.
Malas caras
En directo
Y sin hegemonía.
Malas caras atrayéndose
O más bien evitándose.
Un buen flujo y reflujo
De muchas malas caras.
De empleados de oficina
Cajeros a la moda
Muchachas bien bronceadas
Creyentes convencidos
Ateos radicales
Personajes del barrio.
Solterones de cepa.
De todas y de todos
Malas caras.
A pie en bicicleta
Despaciosamente
Formando un cielo propio
Un paisaje difícil.
Malas caras.
En la sección
De libros de autoayuda.
Malas caras.
En la fila del estanco
Que hace años cerraron.
Malas caras.
En el putero que abre
Jornada continua.
Malas caras.
En plataforma de servicios.
Malas caras.
Donde se lee caballeros.
Malas caras.
En la casa cural.
En el Mercedes
De cuatro puertas.
Malas caras.
Donde se lee
Se alquila.
Malas caras.
En el rancho de lata.
Malas caras.
En la mansión con piscina.
Malas caras.
Con un tubo de aluminio.
Varias malas caras.
Con el balazo en la frente
Malas caras.
Con la cruz de ceniza.
Malas caras.
Joan Bernal, Costa Rica
Acción de gracias
Cuánto te agradezco, Diosa,
que no me abandonés.
Aunque seas reticente, aunque apenas
vislumbre o imagine tu rostro
ciega como estoy por tu esplendor,
no dejás de bendecirme con algo de tu gracia.
Migajas que sean, pero tuyas,
para mí son más valiosas
que todas las riquezas, poderíos y fama
que tanto ambicionan los mortales.
Daisy Zamora, Nicaragua
Se cierra el día:
el guardián de la luz,
dios enigmático,
hechizo de sol-luna,
se vuelve aro de fuego.
Carlos López, Guatemala
Tsunami
Si de todos modos
llega una vez
y nos cubre
con su sagrado manto
y nos devuelve
al vientre abisal
al acuoso abismo
del que venimos
y adonde regresamos
como recién nacidos
acunados
en su regazo de olas.
Daisy Zamora, Nicaragua
XXII
¿dónde está la boca del tiempo? o más bien su hocico porque el tiempo es bestia, y va caminando sigiloso al lado de las carreteras, avanzando entre jardines y deshechos. va rondando catedrales y casas de adobe. y sus labios fríos como una mujer de invierno van relatando historias de viejo.
el tiempo levanta largos miembros como un altar inútil y se siente crujir entre maderas y botellas rotas. por sus venas fluye el sinsentido, y el silencio revolotea como un cuervo negro sobre sembradíos locos.
¿tiene pelo el tiempo? y sus hijos que viajan sordos por el mundo ¿estarán atentos al escandaloso banquete de su padre?