El arte de lo mínimo: Augusto Monterroso Por M. Ángeles VázquezEl relato breve, cuyo maestro indiscutible es Augusto Monterroso, aunque inquiere en la tradición oral y en textos como la Biblia, se consolida en la Edad Media a través de la literatura didáctica que se sirve de leyendas y parábolas. Surge asimismo del mito y la religión, fábulas, proverbios, enxemplos, colecciones clásicas ―sobre todo orientales― y de grandes escritores como Poe, Tagore, Maupassant, Bernhard, hasta llegar a Borges, Cortázar, Denevi, Monterroso o Arreola. Para Edmundo Valadés es una invención latinoamericana. Es mucha y muy imprecisa la crítica literaria que este género ha vertido. Su indeterminación mueve al relato breve a inscribirlo en diferentes modalidades narrativas, aunque estudiosos como Serra, Castagnino, Baquero Goyanes, Bosch o Moravia, han aportado diferentes enfoques metodológicos que se plantean a partir del dinamismo adquirido, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, donde ya no es un puro ejercicio de estilo y se presenta como una auténtica propuesta literaria, como un género idóneo que desarrolla la estética posmodernista. La publicación de Italo Calvino Seis propuestas para el próximo milenio contribuye a ello. Alfonso Cárdenas Páez lo trata como un subgénero narrativo de índole posmoderna y Raúl Brasca lo describe sumariamente como una forma que posee suficiencia narrativa y cuyas principales características son la concisión y la intensidad expresiva. Este tipo de ficción recupera y comparte elementos de otras formas literarias ―el ensayo, la poesía, el aforismo, el proverbio― y transliterarias ―el corto cinematográfico, la crónica o la nota periodística―. En el cuento breve su narratividad es una forma concentrada que desarrolla un ejercicio de reescritura o experimentación del lenguaje donde se encierra la visión del mundo en unas escasas líneas. Su condensación semántica responde a la síntesis discursiva exploratoria de un determinado juego de posibilidades en el que se alude a la memoria implícita del escritor-lector. Su carácter polisémico permite la inversión de papeles de los personajes y la transgresión del tiempo. Ejemplos aclaratorios son «Fecundidad» (Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando una línea[1]) o «La fe y las Montañas» de Monterroso. De ambigua etiqueta ―microcuento, cuento brevísimo, minicuento, cuento breve, minificción, microrrelato, cuento minúsculo, relato breve, relato hiperbreve―, los movimientos de vanguardia, reacios a las soluciones totalizadoras, despojan de retórica y ornato la narrativa en favor de la brevedad y la experimentación formal y verbal. Su carácter híbrido se asienta sobre la economía de palabras, la capacidad de insinuación y la elipsis, exigiendo entonces la necesidad de lectores activos que completen y recreen el texto. Una de las investigadoras más prolíficas, Dolores M. Koch, define el micro-relato para distinguirlo de la variante popular minicuento: «[...] En el minicuento los hechos narrados, más o menos realistas, llegan a una situación que se resuelve por medio de un acontecimiento o acción concreta. Por el contrario, el verdadero desenlace del micro-relato no se basa en una acción sino en una idea, un pensamiento [...]»[2], de ahí su carácter traslaticio, y de acuerdo con el resto de la crítica especializada, en los micro-relatos se fusionan géneros, de modo que participan de características propias del poema o el ensayo. Centrándonos en Augusto Monterroso, se integra en el arte de lo mínimo y en el estilo minucioso de la prosa de Juan José Arreola o Julio Torri. Acreditado como uno de los más valiosos escritores de la mini-ficción[3], acomete, con estructura breve, temáticas arduas y fascinantes. Lo exiguo en él se convierte en un distinguido y depurado ejercicio de estilo y consecuentemente, en un diestro en la poda literaria. Escribe una prosa sin barroquismos superfluos con una sencillez tan fabricada que parece comprensible y concisa. «[...] Resta solo el remanente del remanente del remanente, porque le cuesta resolver los problemas propios a la coma, al punto, al adjetivo, al vocabulario, al ordenamiento, al estilo, al contenido y a todos los consiguientes efectos significativos [...] Monterroso es el café expreso de la prosa literaria»[4]. Utiliza los géneros cuento, fábula, epigramas, sátira, reseñas, crónicas, diarios, novela, crítica, todo ello bajo el signo inherente de un sensible y delicado humor y una afable e irónica sonrisa. Fundador del grupo literario y la revista Acento publica en ella sus primeros relatos. En 1959 se edita la primera edición de Obras completas (y otros cuentos), y aunque contiene relatos extensos deudores de la narrativa tradicional, ya se aprecian los rasgos sustanciales de su obra: lenguaje lacónico y elíptico, prosa casi epigramática e inteligible y compleja a la vez, como ya hemos señalado. Con «El dinosaurio» uno de los más universales y reducidos cuentos escritos, realiza una labor de condensación literaria extraordinaria y desafía a los lectores más dogmáticos que lo rechazan como cuento literario.En La oveja negra y demás fábulas (1969) apuesta ya definitivamente por el relato breve, vivifica este género y lo carga de intensa ironía concediendo a los animales atributos propios del ser humano. La fábula clásica permanece intrínseca en los textos y la renueva a través de la parodia, la sátira o el aforismo. Recurriendo a la intertextualidad literaria, rinde homenaje a escritores del pasado, como en «La cucaracha soñadora»: «Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha»[5]. Considera no solo a Kafka, sino a Borges y por supuesto al poeta chino, envolviendo perspicazmente al lector en un conjunto de creación de significados. Incorpora a su producción mecanismos narrativos como la crítica literaria y el palíndromo y en ese desplazamiento por diferentes géneros literarios se acusan las alusiones cultas (lector empedernido de Cervantes, Borges y Swift) y un espléndido manejo de la caricatura y el humor negro: «[...] Tras la máscara del sarcasmo defiende su legitimo derecho a jugar su juego ―la escritura― sin dejar de concederle a la contemporánea cultura de la imagen alguna de sus exigencias: la brevedad de los textos, la levedad del instant art [...]»[6]. En su novela Lo demás es silencio ―biografía ficticia―, el fragmentarismo llega en ocasiones a contagiarse de los mecanismos de sus micro-relatos. Su estrategia textual la convierte en una gran obra mixturada como un mosaico de exiguas fracciones a menudo desarticuladas.Su avidez por el lenguaje se pone de manifiesto en muestras metaliterarias, en juegos lingüísticos, como la palindromía[7] y en la relevancia concedida a elementos paratextuales (títulos, prólogos, citas, etc.) convertidos en sátira y articulaciones humorísticas que reflexionan sobre la condición humana o el arte de escribir[8]. Una literatura sin códigos que evita las fórmulas o las pautas de interpretación para encasillar su creación, «[...] no me gusta repetirme. Personalmente siento que uno no debe encontrar jamás una fórmula [...]»[9] dice Monterroso en Viaje al centro de la fábula. Si hay alguna constante en su obra es la exigencia con su propio quehacer literario y como él mismo señala, «[...] la búsqueda de un perfeccionamiento que no se note [...]»[10] y en efecto su obra se destaca por esa aparente sencillez que aunque parece fácilmente imitable, cohabita con composiciones complejas. Por otra parte, el descubrimiento de la síntesis como recurso expresivo, convierte a Monterroso en un autor de culto que pronto cuenta con un elevado número de seguidores que practican asiduamente el relato corto en México. Dice Lauro Zabala que la brevedad extrema o lecturas posmodernas de la realidad «[...] se opone, en distintos grados y con múltiples variantes, a la tendencia escéptica (intimista, vanguardista y con frecuencia surrealista), que es una extensión de la modernidad característica de la Generación de Medio Siglo en la narrativa mexicana [...]»[11]. Estilista, escritor versátil, produce una literatura perspicaz, incitante y provocadora ante textos inclasificables, nos hace sentir inseguros, por ejemplo, ante las frases apócrifas con las que se recrea, el lector entonces desconfía de la verdadera frente a la fusión y parodia de su estrategia narrativa. En «Navidad. Año Nuevo. Lo que sea» juguetea con mecanismos de interrupción que provoca que el discurso se pierda en una serie de disgregaciones que desembocan en la reflexión de los encuentros fortuitos. Solo resta la irónica broma con la que queda justificada la ausencia de justificaciones: «[...] viviendo ese brevísimo momento como si de él dependiera algo importante o no importante, o sea esos encuentros fortuitos de los que hablamos, esas conjunciones, cómo calificarlas, en que nada sucede, en que nada requiere explicación ni se comprende...»[12] es decir, el ingenio opera «[...] no como figura del lenguaje, sino como una estrategia de intertextualidad en el proceso de lectura [...]»[13]. El entusiasmo verbal de Monterroso, la entropía de la palabra escrita, no se ejecuta desde la erudición, como ya hemos advertido, sino desde un universo ficcional y fragmentario que rociado de una cotidianidad de carácter lúdico y revoltoso, permite que inhalemos una atmósfera pulcra de lo cáustico en una paródica muestra de estereotipos cercanos. Así es Monterroso « [...] releíble, ‘reciclable’ y con un afán disimulado de convertir poco a poco a sus lectores ingenuos en lectores críticos a través de las dudas ocasionadas por la multirreferencialidad de su intertextos [...]»[14]. [1] Augusto Monterroso. La oveja negra y demás fábulas, Barcelona: Seix Barral, 1983. [2] Dolores M. Kock. «Diez recursos para lograr la brevedad en el micro-relato», otoño 2000, en http://cuentoenred.org/cer/index.html, p. 2. [3] Solo tres de sus publicaciones no contienen microrrelatos: La palabra mágica, Viaje al centro de la fábula y Esa fauna. [4] Saúl Yurkievich. «Ese arte risueño de Augusto Monterroso», en Del arte verbal, Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2002, p. 420. [5] Augusto Monterroso. La oveja negra y demás fábulas, op. cit., p. 43. [6] Graciela Tomassini. «Literatura y juego: Movimiento perpetuo de Augusto Monterroso», en http://cuentoenred.org/cer/numeros/no_3/pdf/no3_tomassini.pdf, p. 4. [7] Práctica habitual en autores de microcuentos como Cortázar, Arreola, Samperio, Helguera y otros. [8] Véase como ejemplo La letra e. Fragmentos de un diario (1987). [9] Augusto Monterroso. Viaje al centro de la fábula, Barcelona: Muchnik, 1990, p. 20. [10] Viaje al centro de la fábula, op. cit. p. 53. [11] Lauro Zavala (selec. y prólogo de). Relatos mexicanos posmodernos. Antología de prosa ultracorta, híbrida y lúdica, México D. F.: Alfaguara, 2001, p. 9. [12] Augusto Monterroso. Movimiento perpetuo, Barcelona: Anagrama, 1990, p. 132. [13] Karla Rojas Hernández. «La ironía en el minicuento de Augusto Monterroso», en http://cuentoenred.org/cer/numeros/no_2/pdf/no2_rojas.pdf, p. 1. [14] Karla Rojas Hernández, op.cit., p. 15. |