Queda la palabra Yo. Poetas colombianas ante el presente
Escritora y ensayista colombiana Este volumen rinde un homenaje a la poeta colombiana María Mercedes Carranza, quien nos dejó en 2003. Y es que el título ─Queda la palabra Yo─ es inicio de un verso de la conocida poeta colombiana. Pertenece a un poema que comentaré más tarde, porque permite reflexionar sobre lo que pudiera ser un proyecto de construcción poética de la paz en nuestro país. La palabra de las mujeres en la tradición literaria colombiana ha tenido que romper la hegemonía de patriarcal que hasta ahora, en todas las literaturas, fija el canon. Los argumentos, históricamente excluyentes, de la crítica oficial se apoyaban en una presunta calidad, en la idea de que las diferenciaciones de género son banales. Y lo son, según se miren, pero es también una trampa argumentar la escasa valía de la poesía escrita por mujeres para excluirlas. Las poetas colombianas son escasamente conocidas en los circuitos internacionales debido a la falta de una estrategia crítica que las acoja. En España, Carmen Conde, autora de un importante libro de poesía claramente femenista, Mujer sin edén, emprendió la tarea de difusión de la poesía hispanoamericana escrita por mujeres en una antología muy conocida, Once grandes poetisas americohispanas (publicada en 1967), que completaba su anterior antología, de 1955, Poesía femenina española viviente. En el libro de 1967, se ocupaba de autoras canónicas del medio siglo, como Delimira Agustini, Gabriela Mistral, Julia de Burgos, Fina García Marruz e Ida Vitale. Pero en su amplio prólogo también daba a conocer un número importante de poetas mexicanas, cubanas, uruguayas, chilenas, argentinas, algunas de ellas muy jóvenes, como la panameña Berta Alicia Peralta. Sin embargo, en tan importante rescate de voces femeninas, se echa de menos la presencia de colombianas. Lastimosamente, Carmen Conde no tuvo noticia de Meira del Mar, de Matilde Espinosa, de Emilia Ayarza, ni de Maruja Vieira, esta última todavía entre nosotros. No era totalmente responsabilidad suya que la página de la literatura colombina permaneciera en blanco en esta antología, sino de nuestra propia crítica. La urgente la tarea de impartir “justicia poética” se llevó a cabo cincuenta años después con Antología de la poesía colombiana de 2006, encomendada por el Ministerio de Cultura al poeta Rogelio Echavarría, quien intenta reparar ese error histórico ofreciendo un balance de más de 30 nombres femeninos a lo largo de los siglos, entre unos 300 masculinos. Mucho contribuyeron al conocimiento de la poesía escrita por mujeres las especialistas Ángela Robledo y Luz Mery Giraldo (también poeta ella), pioneras de los estudios de género en el país. El volumen de Echavarría se inicia con la monja clarisa Francisca Josefa del Castillo y Guevara, quien escribiera a finales del siglo XVII y la primera mitad del XVIII, bajo la influencia de Teresa Ávila. Pasa por Matilde Espinosa, cuya poética encierra el dolor contenido en la fría belleza del paisaje: “Algo brilla en la arena / algo tiembla en el agua / serán los ojos de los niños muertos / o la media luna perdida / en la madrugada”. Nos sorprende con Emilia Ayarza y su estremecedor poema: “A Cali ha llegado la muerte”, con el que expresa el estupor ante la violencia partidista, que en los años cincuenta estremeció al país: “ No. / Nada pudo detener la muerte, / llegó a Cali navegando / y los corceles del océano Pacífico / la saludaron volcando sus belfos en la playa. / […] / Llegó sin pasaporte y cruzó la frontera / caminando sobre el miedo sus belfos en la playa.” La poeta más joven incluida por Echavarría es Gloria Posada, nacida en 1967, quien nos sitúa en el abismo de la muerte ante la amenaza de la guerra: “Al grito de guerra ningún varón se quedará en la aldea… / ¿Qué haremos las mujeres / con el amor / mientras los hombres / convocan la muerte?” La antología que hoy presentamos, Queda la palabra Yo, preparada por las poetas españolas Verónica Aranda y Ana Martín Puigpelat es el resultado de su sorpresa en el conocido Encuentro Internacional de mujeres poetas de Cereté, donde descubrieron la riqueza de la poesía colombiana escrita por mujeres y la forma como la comunidad acogía su mensaje. Vienen aquí 17 voces de autoras nacidas desde 1951, como Piedad Bonnett, que abre la antología, hasta las nacidas en los años ochenta, como Irina Henríquez, nacida en 1988, con quien se cierra este libro.Puede decirse que ninguna de estas poetas es ajena a la dolorosa realidad del país, a sus cicatrices, “la forma que el tiempo encuentra de que nunca olvidemos las heridas.”, como sugiere Piedad Bonnett. La guerra que ha desangrado nuestros campos y el terror que ha sembrado en los corazones emergen en versos como los de Patricia Iriarte Díaz-Granados: “Yo solo respondo por mi vida / cercada de peligros de aquí y de allá / un malqueriente, una bala perdida, / un paso mal dado...” El desarraigo y la pena de quienes fueron expulsados de su paraíso, los desplazados de todas las guerras, se ahoga en un yo aprisionado bajo el tú en la voz poética de Mery Yolanda Sánchez: “Ahora solo de lejos puedes mirar la propiedad de tu tierra” El terror ante una amenaza se impone en la tensa y contenida poética de Yirama Castano: “Pero un día llegaron los falsos monjes / a pintar con aerosoles / agujeros negros en tu cielo.” Lejos de pactar con la búsqueda del confort y del bienestar impuestos por el mercado y los medios, a la poesía, que suele ser arisca y desgarrada, según María Zambrano, le corresponde gritar verdades inconvenientes. Afirma Beatriz Vanegas Athías, en esta antología, que escribir le permite vengarse del cruel, del mediocre, del arribista y del tonto, incluso del que es feliz con su manifiesta tendencia a hacer el ridículo; en tanto que María Clemencia Sánchez escribe dentro de una tradición contra la que lucha, es decir, deja claro que la tensión se resuelve en el poema. Demoledora resulta Camilia Charry a la hora de presentar la fría crueldad a la que se somete todo lo que vive y respira, la naturaleza humana impía que devora al otro. Mordaz, cargada de ironía y sensualidad es la poética de Fátima Vélez, en su búsqueda de la materialidad de la escritura que orienta su mirada de entomóloga. Eliana Muñoz, por su parte, tanteando una definición de la poesía nos dice que “A lo mejor sea aquello que, en su más honda insignificancia nos devuelva al blanco vacío de la existencia”. Se escribe para recordar que ya no somos las mismas tras caer en el abismo de la página, como sugiere Irina Henríquez. De la herida al dolor, de la cicatriz al silencio, de la crueldad a la ironía, de la materialidad de la escritura al vacío… Son tantas las propuestas de este grupo de mujeres que no puedo detenerme en todas ellas.
Vienen de una tradición contra la que luchan y, dentro de esta tradición, se situó paradójicamente, también María Mercedes Carranza, cuyo poema incluido en la contraportada no puedo sino comentar. A ella le correspondió romper con la solemnidad y el arraigo en los cánones del clasicismo de cierta poesía colombiana. El poema pretende asesinar las palabras “Amistad”, “Amor”, “Libertad”, “Igualdad”, “Esperanza”, “Civilización” y “Felicidad”. ¿Qué nos queda, pues, tras esta masacre? Únicamente “Queda la palabra Yo”. Sorprende esa aparente insolidaridad de Mercedes Carranza. Recordemos, por ejemplo, a Antonio Machado, quien construía la solidaridad desde el propio yo: “Converso con el hombre que siempre va conmigo, / quien habla solo espera hablar a dios un día. / Mi soliloquio es plática con este buen amigo / que me enseñó el secreto de la filantropía.” Es el yo interior, que permite llegar al nosotros, a los demás. Machado no dijo “el secreto de la misantropía”, sino de la “filantropía”, el amor con todos, la solidaridad. Pero María Mercedes Carranza necesitaba romper con palabras que, en la historia colombiana, habían quedado vacías, carentes de significación. Para ella, “amistad”, “fraternidad”, “libertad”, fraternidad”, no son sino carcasas vacías que, de tanto repetirse sin que marquen acciones reales, han perdido todo sentido. Buscaba recuperar las palabras en su significado pleno y quería conseguirlo desde el encuentro con el propio yo, un sujeto, el único sujeto, en el que verdaderamente podía confiar. Por eso hay que construir una poética inclusiva desde el oxímoron que acoja lo opuesto, y hasta lo posiblemente absurdo, para mostrarnos otras caras de la realidad: del horror a la belleza, hasta la soledad sonora de san Juan de la Cruz y de Juan Ramón Jiménez. En el momento presente de la historia de nuestro país, de nuevo es necesario recuperar el sentido pleno de las palabras. Conseguir que la palabra sea una acción y, por eso, la nueva voz de las poetas colombianas resulta hoy tan importante. Publicado en http://consuelotrivinoanzola.blogspot.com.es/2018/03/queda-la-palabra-yo-poetas-colombianas_16.html |
LITERATURA >