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Juana de Ibarbouoru

Poemas de La pasajera 

de Juana de Ibarbouoru



La noche
 
La fábula del día
Termina en la garganta de la tarde
De túnica morada. Solo arde
La última palabra desmedida,
La del amor que no se acaba nunca,
Final mentira.
 
La noche, bestia triste.
 
Llega insomne y callada,
Ni un ángel la custodia.
Ni siquiera la mide la esperanza.
 
Cuando la luz retorna
Y el aljófar endulza las gramillas
Del alba, siempre desesperada,
Se ahora en el ciprés de la mañana.
 
La noche, bestia ávida.
 
 
Y de su muerte se alza el nuevo día
Ahíto de dolores y de trampas.
 


Solo mi azor y yo la muerte final
 
Es un gris azulado de ceniza
y cinco verdes de distintos grados,
que usa mi campo hoy para su risa
y el banquete plural de sus ganados.
 
Pero yo tengo en la ancha carretera
par mi gula de correr caminos
jóvenes chopos, pinos sin montera,
canto del libre viento en mis oídos.
 
De mi azor centelléanme los ojos,
desde mi mano que la tensa rienda
de mi hacanea, mido a mis antojos.
 
En la dulce mañana de neblina
sin rumbo andamos por camino y senda,
sólo mi azor y yo la muerte fina.
 



Ya sé lo que es morir
 
Apenas es la luz y el aire, apenas,
para mi huraña carne lastimada.
como río letal entre mis venas,
rueda la triste sangre acobardada.
 
Pasa por mí el día de colmenas
y ni cera ni abeja enamorada
hacen vibrar las íntimas antenas,
la epidermis, por nieve , clausurada.
 
Conozco hielo y combras infecundos,
mano zurda de Dios sobre los mundos,
que ni el demonio a disputar se atreve.
 
Yo sé lo que es morir y no estar muerta.
lo que es golpear sobre cerrada puerta
con puño de mujer cansado y leve.


 El alba

 

¡El alba ! Escucha: el alba!

Canta en mi corazón la alondra eterna.

Y en los nuevos ramajes de la aurora

están tejiendo con luz difusa

los fabriles gusanos de seda.

¡El alba, escucha, el alba!

Sobre mi sueño sueñas tan segura

que no me atrevo a interpelar al agua

ni al viento ni a la muerte. Me enternece

el profundo sentido de la vida

que de ti para mí se expande y crece.

En alba, el alba, el alba sin relojes,

el alba primitiva e inocente

que abren los graves ángeles veloces,

y el amor poderoso y desvelado

como una flor de aire entre las horas

del día de oro, flor de azahar, venado,

gajo de agua intemporal, dorado.


Juana de Ibarbourou, La pasajera



Juana de Ibarbourou nació en la ciudad de Melo, Uruguay, el 8 de marzo de 1892. Sin duda Juana es una de las más celebres poetas uruguayas, y llegó a ser considerada una de las mejores de América.

Su nombre real era Juana Fernández Morales, pero a los veinte años se casó con el capitán Lucas de Ibarbourou y adoptó su apellido como seudónimo. Es conocida también como Juana de América por la popularidad alcanzada en el continente. El 3 de octubre de 1947 fue elegida para sentarse en un sillón en la Academia Nacional de Letras y en 1950 fue designada para presidir la Sociedad Uruguaya de Escritores. Cinco años más tarde fue premiada en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid por su obra. En 1959 se le concedió el Gran Premio Nacional de Literatura, otorgado ese año por primera vez. 

Falleció en Montevideo el 15 de julio de 1979, a la edad de 87 años. 

Algunos de sus libros de poesía son: Raíz salvaje (1922), La rosa de los vientos, (1930), Perdida, (1950), Mensaje del escriba, (1953), Romances del Destino, (1955), La pasajera (1967),  Angor Dei (1967) y Elegía (1968).