BREVEDADES Ricardo Alberto Bugarín TERAPIA Después la de duodécima sesión, con esa voz pausada y delicada de facultativo universitario, le recomendó “ tal vez intentar con un pequeño huerto, con un jardín a gusto, sea beneficioso para usted. Llenarse de tierra y de esperanzas es muy apropiado en estos casos”. Sopesó la enumeración de tareas sugeridas: cavar la tierra, hurgar en su interior, aspirar el vaho germinal de la vida, sembrar, plantar, regar, podar, quitar malezas y cosechar, en tiempo justo, lo alcanzado como un premio sabroso y perfumado de la vida. En el comienzo fueron los tomates, las berenjenas, los cebollines de delatores aromas. Después vinieron las zanahorias y las lechugas arrepolladas. Nada de eso fue suficiente. Nada alcanzó lo deseado. Entonces fue que toda aspiración viró hacia las flores. Aparecieron los paños de narcisos, los senderos de gladiolos y los bordes de hortensias hasta que una mañana lo encontramos agónicamente volcado sobre un surco y su espalda se nos presentó como todo un territorio de malvones. Hicimos los trámites de rigor y al extendernos la certificación, el facultativo, con esa voz pausada y delicada de profesional universitario, nos dijo: “se hizo, botánicamente, todo lo posible”. PHYSIQUE DU RÔLE Lo llamamos Willy por el simple hecho de querer parecernos extranjeros. Es hijo del viejo Tell y heredero de una antigua estirpe de ballesteros que ha ido sumando, con el tiempo, una no desconocida fama. La infancia era ya casi un recuerdo y la preadolescencia había ido marcando diferencias. Con calzas y chaquetón, esa situación, se robustecía hasta el hartazgo y el carácter se había modulado a lo que perfilaba la aptitud de sus consanguíneos. Las tardes ya no tenían la inocencia de otrora y el grupo se había ido diezmando pero la historia, como toda tradición, se mantiene en su fidelidad incólume. Hay sí, algunos cambios, algunas mínimas modificaciones: ahora me toca a mí, hacer de manzana. UN PROBLEMA DE ATENCIÓN El problema comienza cuando el virus del aburrimiento se extiende por toda la sala. Hay un desatado vaivén que va sacudiendo impulsos y después todo se desmadra. La regla de Ruffini se convierte en arma poderosa en las manos juveniles, los paralelos y meridianos se descuelgan de los mapas y son utilizados a modo de proyectiles que vuelan sobre las cabezas, las fosas oceánicas son trampas mortales dispersas por los pisos y un terrible olor a cateto hace insoportable sostener buenas intenciones. Se dispersa la atención y no hay conjugación verbal que aquiete los ambientes. La contienda se vuelve agitadora y casi inextinguible. El único recurso es el Himno Nacional que, solemne y preciso, se levanta de su letargo conmoviendo corazones y hace que el estadio, en que se ha convertido la clase, encuentre su cauce rítmico. Después hay silencio. Y vienen los aplausos. PERDER LA CABEZA Dicen que cuando Beatriz de Día se enamoró de Raimbaut de Orange, vibraron todas las comarcas conocidas. Se dice, también, que de todas partes venían a conocer esas novedades que, si bien eran ocultas, eran ansiadas por damas y señores de los más variopintos lugares. Hubo una abadesa que logró reunir los folios y ocultar las flautas –instrumentos precisos para los menesteres del amor- y es de allí donde hoy podemos conocer estos prodigios. Cuando nos sobreponemos al occitano y nos dejamos llevar por A chantar m'er de so qu'eu no volria, todo alcanza el colorido de esos bosques, la fecundidad de esos viñedos y el surgir calmo de las aguas. Dicen las historias, además, que cuando cambiaron los aires, la abadesa perdió la cabeza a culpa de los tormentos de su mente, de la voluptuosidad de sus remilgos y de la concupiscencia atribuida a sus afanes y entusiasmos. Hoy Beatriz de Día es un recuerdo, de la abadesa no se registra ni su tumba, los pueblos han cambiados y el amor sigue siendo eterno aunque esto implique, algunas veces, perder la cabeza. |
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