Trilce de César Vallejo 


CUANDO LA PALABRA POÉTICA ROMPE LOS LÍMITES*

 Por Sylvia Miranda

Escritora peruana

  Este año se conmemora el centenario de unos de los libros más importantes de la vanguardia histórica escrito en español. Lo digo así, porque Trilce de César Vallejo, desde su publicación en Lima en 1922 y su segunda edición en Madrid de 1930, ha sido considerado no sólo como un hito de la vanguardia peruana y latinoamericana sino, como una revolución en la lengua española. De allí, que en todo el mundo se sucedan muchos homenajes a este libro intenso y transformador que fue escrito en una época que coincidió con una oscura e injusta prisión sufrida por el poeta, que le hizo escribir estos profundos versos de Trilce “XVIII”:


 

“Ah las paredes de mi celda.

De ellas me duelen entretanto más

las dos largas que tienen esta noche

algo de madres que ya muertas

llevan por bromurados declives,

a un niño de la mano cada una.” (Vallejo: 1988, p. 80)


 

Lo traigo a colación en este caso, no sólo porque las circunstancias de la fecha y otras lo puedan ameritar sino porque si de alguien podemos hablar cuando decimos: “Haciendo saltar los límites” es de César Vallejo. Es él, el que después de haber escrito mucho, en los espléndidos versos de “Intensidad y altura”, explicaba este esfuerzo, como sólo los grandes poetas pueden hacerlo, con sencillez y perfección:


 

“Quiero escribir, pero me sale espuma,

quiero laurearme, pero me encebollo.

No hay voz hablada, que no llegue a bruma,

no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.” (Vallejo: 1988, p. 183)


 

En ellos está contenida toda la dificultad del escritor frente a la página y a frente la vida, a su sociedad. En una carta a Antenor Orrego, después de la publicación de Trilce en 1922, diría: “Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva.”  (Vallejo: 1982, p. 44).  Sólo para ejemplificar que una escritura como la suya ni nace ni se hace sin riesgo.


 

Si bien es cierto de que tratamos aquí de la escritura de mujeres, sólo he querido colocarme bajo el paraguas de un poeta que tuvo la enorme valentía de romper con todos los límites, no sólo los de la vida, sino precisamente los de la lengua que son, en esencia, el trabajo del poeta.


 

¿Qué es lo que hace que un escritor, una escritora, llegue a esos límites y los sobrepase?


 

Es innegable que la vida y la escritura son como esas dos fuentes cuyas aguas se unen inexorablemente en un solo caudal. El mismo Goethe decía, al hablar de su poesía, que “la sustancia poética es la sustancia de la propia vida” (Zweig: 2020, p. 28), esto nos permite vincular, en cierto sentido, la biografía de un autor con las múltiples formas que adopta su escritura en el tiempo, aunque esto no sea todo lo que la justifique ya que la poesía, recordemos, también puede establecer sus fueros en la ficción.


 

Otro poeta peruano, Emilio Adolfo Westphalen, explicaba también a su manera el proceso para llegar a traspasar los límites, un proceso intermedio que va desde la experiencia hasta el poema y que él, poéticamente, definía diciendo en un verso magnífico del poema “Solía mirar el carrillón…”:


 

 “Lo que llama responde con otra voz” (Westphalen: 1991, p. 24).


 

Y es que la experiencia que se siente, que se necesita trasmitir, se expresa de una manera muy distinta a la realidad, muchas veces toma un disfraz, una desnudez, un velo, una máscara para dejarse ver y así llegar a otro lugar, a un lugar que existe y que busca ser nombrado.


 

Es en esa necesidad de decir lo que no tiene nombre y urge, porque huye, de bucear en otros mares y con otros instrumentos, de agenciarse la “forma” o de dejar que ella nos use para ser, para revelarse, en que seamos dignos de portar la voz, es que terminamos transgrediendo los límites y creando un nuevo lenguaje, nuestro propio lenguaje. Anulando a veces algo de nosotros para que algo mayor surja. Un lenguaje creado con la vida, con la sangre y con las palabras.  

  

 

La escritora rusa Marina Tsvietáieva expresaba, en una suerte de ensayo literario, hacia 1926, la lucha que era escribir un poema:


 

“De cien versos diez son dados, noventa -asignados: que no se dan, que ceden como una fortaleza -se rinden; versos que yo he conquistado, que he escuchado. Mi voluntad es el oído: no cansarme de oír, hasta que escuche, y no introducir nada que no haya escuchado. Tener miedo no de la hoja negra (emborronada durante la vana búsqueda), ni de la hoja en blanco, sino de la propia hoja: arbitraria.

La voluntad creativa es la paciencia.” (Tsvietáieva: 1990, p.117)


 

También es sobrecogedor, aquel poema en que la escritora alemana Ingeborg Bachmann, expresa, no ya su lucha por crear su propio lenguaje, “la propia hoja”, sino por esclarecer ¿qué hay después de esto?, ¿qué hay después de haber pasado esos límites? Nos dice en el poema “Vosotras, palabras”:


 

 “¡Vosotras, palabras, levantáos, seguidme!

y aunque ya estemos lejos,

demasiado lejos, nos alejaremos una vez

más, hacia ningún final.

 

No aclara.

 

La palabra

sólo arrastrará

otras palabras,

la frase otras frases.

El mundo así quiere,

definitivamente,

imponerse,

Quiere estar dicho ya.

No las digáis.

 

Palabras, seguidme,

¡que no se vuelva definitiva

-esta ansia del verbo

y dicho y contradicho!” (Bachmann: 1999, p. 55)


 

Subrayo ese “No las digáis” que es como decir, que no se apague nunca el fuego, que siempre exista esta ansiedad de decir, que se diga y que se contradiga, que se haga polvo todo y que volvamos a la búsqueda, que esta no tenga fin. Porque siempre tendremos todo por decir, porque ni nosotros ni el mundo estarán completamente dichos nunca.


 

El año pasado, conmemoramos también en el Perú, los 40 años del mítico libro de Carmen Ollé: Noches de adrenalina.


 

Carmen Ollé es nuestra mayor poeta viva, la fuente en la que hemos bebido todas las que hemos venido después de la publicación en 1981 de este libro memorable.

Carmen Ollé

En este libro, Carmen, hace justamente lo que acabamos de esbozar, va más allá de los límites del lenguaje, crea su propia palabra, en un momento de su vida muy significativo. Este libro lo escribió durante la vuelta de una de esas experiencias de aprendizaje que todo escritor, escritora necesita tener en un momento dado. Para ella fue, a finales de los años 70, el anhelado viaje a París, la mítica París de los surrealistas, la París de Vallejo y de Moro, la París de Cortázar, la París de todo el que quería ser tocado por el ala de la poesía. Descubrió que había llegado a los últimos coletazos del mito y que para lo que quedaba, la vida de una latinoamericana pobre en París, era mejor volver, dejando su poemario Noches de adrenalina y sus memorias Una muchacha bajo su paraguas como testimonios de esta época.


 

Carmen volvió a Lima con el poeta Enrique Verástegui y la hija de ambos por España, con una breve estancia en Barcelona y en la isla de Menorca, en ese pequeño paraíso, en ese hortus clausus. En esa isla, “cofre mítico”, como diría Eugenio Granell de las islas, escribió Noches de Adrenalina; sintió la fuerza de su libertad como mujer, como ser humano en el mundo y no dudó, escribió entonces para todas nosotras que sin conocerla la necesitábamos:


 

“Tener 30 años no cambia nada salvo aproximarse al ataque

cardiaco o al vaciado uterino. Dolencias al margen

nuestros intestinos fluyen y cambian del ser a la nada.

 

He vuelto a despertar en Lima a ser una mujer que va

midiendo su talle en las vitrinas como muchas preocupada

por el vaivén de su culo transparente.

Lima es una ciudad como yo una utopía de mujer…” (Ollé: 1981, p. 9)


 

Carmen Ollé osó decir su verdad con palabras no ortodoxas. Lo sabía, cuando escribía: “En esa mística de relatar cosas sucias estoy sola / y afiebrada,” (Ibid., p. 17).


 

Habló de sus necesidades fisiológicas, de sus deseos sexuales: “Amor -suciedad de las partes- regocijo de los genitales” (Ibid., p. 30). Habló de su tristeza y su coraje tercermundista: “El color del mar es tan verde como mi lirica / verde de bella subdesarrollada” (Ibid., p. 9), de una ciudad violenta e injusta, de mujeres valientes y marginales que se rebelaban:


 

 “Me despierto y me levanto de un catre viejo

estoy inclinada en el WC el culo suspendido

he venido del brazo de mi compañero de clase por un solo

motivo

buscando a Sira a Elsa a Margarita.

 

La militancia no es una casa vieja del Rímac

pobre y hedionda

y aquí sin espejos ni tazas de mayólica aguantas

las ganas de orinar

o revientas.” (Ibid., p. 10)


 

Pero también habló de su mundo intelectual, de sus lecturas de Bataille, de Bachelard, Steiner y de poetas que alumbraban sus noches como Clarice Lispector, Silvia Plath, Victoria Ocampo, Lou Salomé o Danielle Sarréra.  Describió la caída de su mítico París:


 

“en Italia roban en las estaciones de tren /

violan en Montmartre /

asaltan en el barrio chino/

París cansa.

El mozo rabia viéndonos consumir largos y nerviosos cafés

igual que partidas de ajedrez cada una esgrime su primer

alfil: viajar hacia algo lejos de lo ambiguo como delinquir.” (Ibid., p. 26)


 

Confesó los sueños inconfesables:


 

“Imagino lo que no existe para mí:

                                                        una taberna

y ser desnudada

que mi cuerpo gire entre el estallido

de la lujuria la convulsión de ser

oh, los que no tienen nada que perder

                                                        ¡la suerte es de ellos!” (Ibid., p. 48)


 

De esta forma, enfrentándose a lo que está prohibido a la mujer, en un asedio de sí misma, como ser humano, imperfecto, real, como mujer en un mundo fuertemente patriarcal y como escritora no temiéndole a las palabras, es como Carmen Ollé fue más allá de sus límites y llegó a situarse en el mundo.


 

Para una escritora, escribir es la sola forma de reconocerse y de situarse en esta vida. El rastro de nuestro paso es el poema, que no es único sino inagotable, que cambia, que transforma algo al interior de cada lector y en cada lectura, que tiene, en este sentido, una vida propia e independiente.


 

Cuando escribo “soy”, pero lo escrito ya no es mío.


 

Para cerrar esta participación mía, quería leerles un poema inédito en el que reflexiono sobre la escritura, esta actividad “incruenta” como decía Westphalen y que los críticos suelen llamar metaliteraria. El poema no tiene título, o, aún no lo tiene. Dice:


 

La idea es buena

Pero el poema es malo

La palabra se resiste

No quiere decir

Está muda

Más que muda

Está seca

Ninguna ilusión la mueve

No cree en nada

Ni canta

Ni grita

Ni blasfema

Se está callada

Rígida

Empecinada

Como la piedra

o la patata en el barbecho

hasta que alguien

-        Con esfuerzo o sin él

 por simple azar-

La mueva.

 

 

 

 



Bibliografía

 

BACHMANN, Ingeborg (1999). Últimos poemas, Madrid, Hiperión.

DREYFUS, Mariela; HUAMÁN ANDÍA, Bethsabé y SILVA SANTISTEBAN, Rocío (eds.), (2016). Esta mística de relatar cosas sucias. Ensayos en torno a la obra de Carmen Ollé, Lima, CELACP / Latinoamericana Editores.

OLLÉ, Carmen (1981). Noches de adrenalina, Lima, Cuadernos del Hipocampo. También: (2015). Noches de adrenalina, prólogo de Dunia Gras Miravet, Barcelona, Ediciones Sin Fin.

___ (2002). Una muchacha bajo su paraguas, Lima, Ediciones El Santo Oficio.

___ (2016). Aprés tout, la nuit…/ Después de todo, la noche…, edición bilingüe, traducción de Sylvia Miranda y Nicole Bajon, Prefacio de Sylvia Miranda, La Rochelle, Les Arêtes.

TSVIETÁIEVA, Marina (1990). El poeta y el tiempo, Barcelona, Anagrama.

VALLEJO, César (1988). Poesía completa, Lima, CICLA-CONCYTEC.

___ (1982) Epistolario General, Valencia, Pre-Textos.

WESTPHALEN, E.A (1991). Bajo zarpas de la quimera. Poemas 1930-1988, Madrid, Alianza.

ZWEIG. Stefan (2020). Encuentro con libros, Barcelona, Acantilado.

 

*Ponencia leída en la mesa redonda: Creadoras de América. “Todo por decir /Todo por escribir. Haciendo saltar los límites", dirigida por María Antonia García de León, con la participación de las escritoras Marisa Calero, Gloria Fortún, Sylvia Miranda y Amaru Vanegas, auspiciado por la Editorial Sial en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, dentro de los actos realizados por la Feria del Libro, Madrid, 7 de junio 2022.

Sylvia Miranda (Lima, 1966) radica en Madrid, es poeta, escritora, Licenciada en Filología hispánica por la Universidad de Salamanca, DEA de Estudios Románicos por la Universidad de Poitiers y Doctora en Filología por la Universidad Complutense de Madrid. Dentro de la creación literaria ha publicado el poemario Como todos anduve en el invierno, 1990; Zita y otros poemas, 2001 (Premio Tomás Luis de Victoria, Salamanca, 1994); la novela Memorias de Manú, 1997 (Premio Novela Corta del Banco Central de Reserva del Perú 1996); los relatos Las mañanas sagradas, 2011, los poemarios La foudre demain, 2013 y Tiempo de sol, 2014 entre otros. Ha publicado varios ensayos alrededor de la literatura y la vanguardia peruana, siendo los más recientes La ciudad moderna en los poetas vanguardistas peruanos: Carlos Oquendo de Amat, César Moro y Emilio Adolfo Westphalen, Lima, URP y el artículo “La vida peruana vista por las escritoras y artistas contemporáneas. Una mirada desde el Bicentenario”, en Tradición, 21, Lima, URP, ambos de 2021.

Poemas y cuentos suyos han sido recogidos en antologías peruanas e hispanoamericanas, así como artículos sobre crítica literaria y artes plásticas se encuentran publicados en revistas especializadas. Ha traducido al español Momentos marroquíes de la poeta brasileña Astrid Cabral, edición On-line y, al francés, junto a Nicole Bajon, Après tout la nuit / Después de todo, la noche…, de la poeta y novelista peruana Carmen Ollé, 2016.