Pedro Enríquez
PEDRO ENRÍQUEZ: POETA MADURO, LÚCIDO, DEFINITIVO
Por José Luis Abraham López
Escritor y ensayista español
Detrás de cada gran poeta se esconde una vida intensa, tanto la experimentada como real como la conceptual e íntima. Y un buen ejemplo de ello es la del escritor granadino Pedro Enríquez. Entre sus muchas facetas (poeta, narrador y editor) nos gustaría centrarnos en la de poeta y, en concreto, en una de sus últimas obras. Bajo el título En el hueco de su mano el poeta granadino Pedro Enríquez suma una conquista más en su extensa trayectoria literaria. Publicado por la editorial granadina Alhulia en su colección “Mirto Academia”, este libro cuenta con la colaboración de cinco ilustradores. Estamos ante una obra reflexiva, sincera y verdadera.
En las palabras preliminares, Adriana Romano pone al descubierto la relación conversacional del poeta con lo intangible; aventura esta condimentada por el carácter de viajero impetinente, de rumbos impredecibles de Pedro Enríquez, no solo por las rutas de la poesía sino también por una extensa geografía de realidades exóticas que le sirve al sujeto para aprehender de las sensaciones del entorno. Es la simbiosis de lo profano y lo divino, y de lo divino en lo profano; viaje vital, espiritual y místico.
Detrás de este libro late la experiencia de la muerte, trance que el autor superó afortunadamente, lo que llevó al granadino a releer a Isaías. En cambio, Pedro Enríquez nos sirve una magnífica paradoja en cuanto no hay sombra de aquella como tampoco eclipse emocional, sino todo lo contrario: una búsqueda continua y permanente, una revelación del misterio de la aparente nada. Así, pues, En el hueco de su mano, la mano de Dios, surge desde el misterio y resulta vivificante y, sobre todo, sanador.
Como dijo María Ángeles Lonardi: «Él asiste a cada instante con la alegría del asombro y enfatiza, evangeliza con la palabra»[1].
El concepto de creación y de escritura adopta un protagonismo ejemplar: la escritura como medio para descifrar lo inasible aunque con todas las de perder: la lucha desigual, becqueriana del poeta con el lenguaje para atrapar la verdad que aunque imperceptible, cree en su existencia: “No hay argumento / para lo oculto innombrable” (p. 26).
En composiciones como “El eco de los sueños” el poeta reconoce en la realidad más aparentemente sencilla un clamor profundo de felicidad. He aquí la serena perplejidad del poeta ante la identificación de la presencia divina en todo cuanto nos rodea y en la cual encuentra caluroso regocijo.
“Estatuas de sal” se nos ofrece como una reinterpretación de la destrucción de Sodoma y Gomorra cuando ante ellas Dios dejó caer azufre y fuego. La imagen de la imprudente esposa de Lot que no pudo evitar la tentación de mirar hacia atrás queda patente en el poemario. Convertida como castigo en una estatua de sal (Génesis 19: 24-26), Pedro Enríquez supera la mera referencia histórica y evangélica para incidir sobre todo en su relación metafórica y real con el lector, en cuanto mirada rezagada, vuelta al pasado.
No menos importante es la descripción narrativa de la construcción del artefacto poético valiéndose el autor de la ambigüedad de la palabra. Quizás uno de los poemas más emblemáticos en este sentido sea el que lleva por título “La habitación sin espejos”. Sin la engañosa magia de la imagen duplicada en la superficie de cristal, el poeta crea un ambiente casi espectral y palpitante donde vuelven las interrogaciones hacia lo divino, para regresar al inicio (“bautizo las palabras, / me desnudo en la sombra”) y ejecutar los gestos primarios y elementales en la indagación de la nada, “acribillo el lenguaje del padrenuestro, / los signos de lo sagrado, / la batalla / y la torpe certeza de la vida”. Ese escenario queda alumbrado por el reconocimiento de su nombre con el Nombre, su luz con la Luz (p. 39). Forma y sentido quedan así transfigurados desde el casi balbuceo inicial de la cláusula oracional brevísima con otras más extensas y definidas, igual que en un progresivo alumbramiento.
Si bien el título del libro constituye un perfecto octosílabo, el poeta se decanta por el verso libre para aprehender esa realidad huidiza por impalpable. Para ello, se provee de la antítesis (“Cierro los ojos para contemplar la luz”, p. 39), de metáforas in praesentia del tipo “En la cortina de los dedos / se esconde la espina” (p. 38) y símiles: “el asidero de la fe / gruñe / como un estómago hambriento” (p. 47).
Aunque en la siguiente agrupación, “El anillo del viajero”, continúe el poeta con el timbre meditativo, hay un fuerte y hasta desconcertante contraste entre los veinticinco poemas que conforman la primera parte “Libera lo invisible” y los veintiuno de esta segunda. Si en aquella comparece omnipresente la búsqueda de la fe a través de un tono más conceptual, esta otra gira en torno a experiencias del viajero. El tono introspectivo, de profunda meditación y misterio en todo cuanto el poeta observa contrasta con otras composiciones que, como “16 megapíxeles” (p. 80), aluden al mundo moderno de las redes sociales y las nuevas tecnologías, tan presente en una sociedad como la actual, tan tecnócrata, subversiva, paradójica e inquietante.
La escenografía sufre un notable cambio. Ahora es la percepción sensitiva de la realidad de ciudades islámicas como Túnez el telón de fondo para continuar con su exploración personal y recurrente en las preguntas esenciales, sin afectación ni agonía, prevaleciendo una serena verdad. Observador atento, Pedro Enríquez nos descubre otro perfil cuando estampa con palabras instantáneas fotográficas (“Niño de las marionetas”, “Vanidad de vanidades”, “El grande y el pequeño”, “La balanza y la venda”, etc.) que retratan el discurrir de la vida en su cotidianeidad.
Juego este de perspectivas, donde si el poeta es presencia tangible en un espacio personal y cultural diferente, también lo es el lector, observador simultáneo y cómplice situado en perspectiva aérea con respecto al autor. Es la metáfora personificada del observador contemplado. Y aunque la poesía es el género de la más pura subjetividad, en otros momentos Pedro Enríquez adopta una perspectiva periférica. Recordemos en este punto lo que Platón expuso en Fedro: «Si el poeta no se ocultase a sí mismo bajo la persona de otro, todo su poema y su narración serían simples y no imitativos»[2].
También deja su impronta de fina ironía en composiciones como “Objetos perdidos”, inspirado en experiencias vividas en países como México, Granada (Nicaragua) y Argentina.
Y de nuevo los trazos aparentemente sueltos se expanden para conformar un todo unitario, el poema, prevaleciendo la elipsis verbal y estructuras sintácticas yuxtapuestas que denotan una notable precisión expresiva.
Tres poemas ponen el broche bajo el encabezamiento “Oración tres” y un “Punto de inflexión” del pintor Armando Gómez, Argom, que sirve de colofón. En esta última entrega, el poeta expone todo su sentir verdadero, barro consciente en una imagen platónica que define como “en mi oscura celda / de la vida y del cuerpo?” (p. 107), Pedro Enríquez es poseedor de una fe, un amor espiritual que palpita omnipresente en su interior.
Hay mucho de reflexión y de técnica concienzudamente aplicada en un poeta como Pedro Enríquez en el que su bagaje es asombrosamente extenso como multiforme: «crearlas es cosa del talento y de la práctica»[3]. El poemario, como algo consustancial con la poesía, está repleto de recursos literarios. Un rasgo detonante es la perceptible presencia de metáforas zoomórficas de pájaros, insectos, leones, escorpiones, tiburón, iguana, cerdos, grajos, abejas, ave, luciérnagas, alondra, gaviotas, caballos, alacrán, ciervo…; un animalario que queda muy lejos de la intención mordaz, caricaturesca del recurso de la animalización y más próximo a la imagen original y sugerente: “Mis dedos sujetan otro pincel / y maúllan desconcertados” (p. 96).
Gracias a la antítesis entran en contacto sentidos antagónicos: “Escribo este poema de ausente presencia” (p. 92), cuando no elementos irreconciliables en paradojas como “la nada del todo” (p. 103). También la personificación en “siento tras los cristales que la lluvia tirita” (p. 29).
El versolibrismo que practica Pedro Enríquez no está reñido con la musicalidad de sus versos. Son muchos los ejemplos de aliteración (del fonema sibilante en “en esa sala de la sal”, p. 37), y esquemas fónicos sostenidos por el ritmo paroxítono como “un alud libera las almas / errantes del ahora” (p. 27) que, en casos como “danza sanadora de chamanes” (p. 42) se potencian con la reiteración del fonema nasal aportando cadencia y suavidad.
Por su reiteración y relevancia debemos considerar la yuxtaposición enumerativa como un rasgo de estilo: “Una mota de memoria, / la cumbre de una carta, / una cárcel de absenta, / la isla de una palabra […] la crisálida en los pañuelos, / la respiración de una gárgola, / el invierno de todos los santos, / el aire de la infancia” (p. 38), donde el lector debe inferir las relaciones entre las secuencias y acoplar el sentido que se da en la parataxis.
Con un tono esencial y pulido, más coloquial en la segunda parte, se permite Pedro Enríquez algún que otro malabarismo léxico con la inclusión de neologismos como poetear (p. 83).
Parece darse en este poemario la conjunción perfecta que corrobora las palabras que el poeta expresó en alguna entrevista: “Se camina, se reflexiona, se sueña, y a veces surge el poema, entonces es cuando la palabra vive, respira, aunque sea sólo una frase que entra en íntima sintonía con el ser interior; en otros momentos, sólo el silencio como lenguaje. La certeza del camino es su propia incertidumbre, siempre búsqueda”[4].
En ese catecismo tan propio de belleza y verdad, a lo largo de En el hueco de su mano, la meditación y el tono trascendental de pensamientos y emociones se une a la tradición. En algún momento, reconocemos la presencia del Federico García Lorca del poema “Baladilla de los tres ríos”, de Poema del cante jondo: “Por el agua de Granada / solo reman los suspiros” (p. 92); y del poema “Despedida”, del libro Canciones: “Dejad el balcón abierto” (p. 92).
Aunque de todas las referencias, sin duda, la más abundante conforme a la isotopía del poemario es la Biblia. En este sentido, está representado el Nuevo Testamento a través de San Juan (primero fue el verbo) y Mateo (episodio de Jonás, p. 46); también el Génesis (“acercarme al árbol del bien y del mal”, p. 60), el Eclesiastés (vanidad de vanidades, p. 82) y el Éxodo por medio de una alusión velada a Moisés: “la zarza ardiente y mi alma errante” (p. 104).
Traducido al griego en 2019 como Las estatuas de sal por Stavros Guirguenis, también al árabe y en parte al húngaro, En el hueco de su mano es la obra de un poeta maduro, lúcido, definitivo: Pedro Enríquez.
BIBLIOGRAFÍA
ARISTÓTELES. Retórica. Edición y traducción de Alberto Bernabé. Madrid: Cátedra, 2002.
ENRÍQUEZ, Pedro. En el hueco de su mano. Granada: Alhulia, 2018.
LONARDI, María Ángeles. “En el hueco de su mano, de Pedro Enríquez”. En: Todo Literatura; República ibérica de las Letras: https://www.todoliteratura.es/noticia/52451/poesia/en-el-hueco-de-su-mano-de-pedro-enriquez.html.
PLATÓN. Obras completas. Madrid: Aguilar, 1993.
[1] LONARDI, María Ángeles. “En el hueco de su mano, de Pedro Enríquez”. En: Todo Literatura; República ibérica de las Letras: https://www.todoliteratura.es/noticia/52451/poesia/en-el-hueco-de-su-mano-de-pedro-enriquez.html.
[2] PLATÓN. Obras completas. Madrid: Aguilar, 1993, p. 706.
[3] ARISTÓTELES. Retórica. Edición y traducción de Alberto Bernabé. Madrid: Cátedra, 2002, p. 272.
JOSÉ LUIS ABRAHAM LÓPEZ. Diplomado en Biblioteconomía y Documentación por la Universidad de Murcia, Licenciado en Filología Española en la Universidad de Granada, Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia. En la actualidad ejerce como Profesor titular de Lengua castellana y Literatura en Educación Secundaria.
Es autor del ensayo Antonio Oliver Belmás y las Bellas Artes en la prensa de Murcia (Cartagena, 2002). Se ha encargado de la edición crítica de Recuerdos del Teatro Circo; Recuerdos del Teatro Principal de José Rodríguez Cánovas (Cuadernos Culturales Monroy, 2005); de Poesías de José Martínez Monroy (Editorial Áglaya, 2008); Más allá del silencio; Los ojos de la noche; Viento en la tarde de Mariano Pascual de Riquelme (Huerga & Fierro, 2013); Poesía esencial de Antonio Oliver Belmás (Huerga & Fierro, 2014 con una subvención del Ministerio de Cultura, Educación y Deporte); Infierno y Nadie: antología poética esencial (1978-2014) de Antonio Marín Albalate (Unaria, 2015), de la plaquette Contra el olvido, palabras. Miguel Hernández, Adán solitario (Diván, 2010) y Los toros en la obra de José Rodríguez Cánovas: entre el periodismo y la literatura (Colegio de Periodistas de la Región de Murcia, 2017).
En el terreno educativo ha coordinado el volumen La Fábula: propuestas didácticas y educativas (Edisur, 2009) y Alfarería y Cerámica: un espacio para aprender y enseñar (del taller al aula) (Diputación Provincial de Córdoba, 2016), El olivo en la poesía de Miguel Hernández: hacia una práctica educativa interdisciplinar (Fundación Cultural Miguel Hernández, 2017), Palabras visibles y tiempo detenido: relatos sobre el acoso escolar (ViveLibro, 2020).
Es autor de la guía de lectura Por tierra, mar… y letras: Miguel Hernández y Cartagena (Editorial Raspabook, 2019). Ha elaborado Cuadernos de PMAR. Ámbito Lingüístico I y II (Editex 2016).
Además, como poeta ha publicado A ras de suelo (Palencia, 1996), Asuntos impersonales (Alcira, 1998), la plaquette Golpe de dados (Milano, 2005), el poemario Somos la sombra de lo que amanece (Madrid, Vitruvio, 2014) y Mis días en Abintra (Ediciones En Huída, 2018).
Algunos de sus poemas han aparecido en distintas antologías: La poesía que llega (Jóvenes poetas españoles (Huerga & Fierro, 1998), Primera antología del Mediterráneo. Poetas con el Mar (Librería Escarabajal, 2000), Murcia: Antología general poética (2ª ed.) de Santiago Delgado (Nausicaä, 2000), Antología del beso: poesía última española (Mitad Doble, 2009).
Colabora semanalmente en el periódico El Ideal con artículos de opinión y reseñas de novedades literarias.