Esther Andradi
La metáfora de los zapatos
O la utopía que llega desde la periferia
Esther Andradi
De Mi Berlín. Crónicas de una ciudad mutante
Granada: Editorial Mirada Malva, 2015
En los primeros días de mayo el grupo de teatro peruano Yuyachkani inició una gira por Alemania. Cuando Yuyachkani se presentó en Berlín provocó un gran impacto y sobre todo conmovió la propuesta de trabajo que el grupo transmitió a través de Ana Correa en Una actriz se prepara. Que la propuesta provenga de la periferia, y precisamente de un país tan castigado económicamente como es el Perú demuestra, como decía la teatrista alemana Hedda Kage, que “el subdesarrollo económico no tiene por qué conducir a una miseria de la estética”, idea que combina muy bien con lo que acaba de declarar el más controvertido de los autores teatrales alemanes, el dramaturgo Heiner Müller: “Sería muy interesante un programa de computación capaz de establecer la relación entre el subdesarrollo económico del Tercer Mundo, con la miseria intelectual del Primer Mundo”.
Una actriz se prepara no pretende ser ni reflexión ni aclaración didáctica. Ni siquiera revelación. Quiere transmitir al espectador el rigor del trabajo teatral y el cómo de ese trabajo. Durante algo más de una hora, Ana Correa, miembro del grupo Yuyachkani, acompañada de Teresa Ralli en el relato, cuenta cómo se prepara una actriz. El teatro no se hace, el teatro se vive. ¿Una utopía? La muestra de Ana Correa trasciende las formas y exigencias teatrales y es capaz de constituirse en una propuesta de vanguardia, en un modelo original y diferente. Y tampoco parece casual que este modelo provenga de las márgenes.
Lo más importante es la conciencia de la propia columna vertebral, dice la actriz. Sentir el eje del cuerpo, tantearlo desde diferentes ángulos, los hombros, las piernas, el torso, la cabeza; jugar con el equilibrio y el peso del cuerpo, apelar a las más diversas técnicas a fin de lograr el objetivo: Yoga, Tai Chi, artes marciales... Poco a poco se van incorporando otros elementos. Y cada elemento viene acompañado también de su complejidad, y permanece, a la espera de ser utilizado en las actuaciones venideras.
La incorporación de nuevas técnicas no supone una marginación de las anteriores sino una integración a las existentes. De modo que se puede estar bailando un ritmo africano, mientras se sostiene el bastón a la manera de las artes marciales, y se mueve el cuello como en la danza del vientre. Es la síntesis de la sabiduría popular. Juntos pero no mezclados, la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad en contraposición al cajón privado, la compartimentación, el esquematismo, la simplificación.
En esta proeza por incorporar diferentes técnicas para apoyar el trabajo de actriz, el ejemplo de los zapatos tal vez sea el más significativo:
A Ana le gusta zapatear, y en el Perú hay un lugar donde se zapatea con fuerte influencia española y africana. Los negros de los algodonales de Ica, al sur de Lima. Ahí encuentra Ana Correa su maestro. El zapateo que este maestro conoce, consiste en un contrapunto. Cada bailarín debe realizar un conjunto de ocho pasos diferentes y luego le toca al otro, que también va a realizar ocho pasos, y así. El zapateo en el espacio y en movimiento y en danza, sin repetir ni un paso propio ni del compañero, porque el que repite pierde.
¿Y dónde está la metodología?
El único método del maestro de zapateo, el mejor zapateador de Ica, es el baila conmigo. Varios meses de baile en el más estricto sentido de la tradición y la espontaneidad. De modo que Ana se ve obligada a descubrir ella misma las reglas a fin de poder aplicar el zapateo en su trabajo como actriz. Las reglas se aprenden decodificando lo aprendido, como un rompecabezas se desarma para volver a armar.
El zapateo logra realizarse en su trabajo de actriz, cuando Ana tiene el rol de un payaso y el director le sugiere que el personaje zapatee, pero que sean los zapatos quienes escuchen una música y zapateen el personaje. Es decir, que el personaje resulte zapateado por sus zapatos. El resultado es espectacular.
El teatro como posibilidad, el grupo como opción, y el actor como persona en búsqueda, parecen mostrar un camino entre verdad y realidad, en la integridad como única forma de verdad y autenticidad. Esta es la utopía que el teatro ofrece como propuesta a la sociedad, un camino que tanto las ciencias naturales como las sociales han perdido en su servilismo a la técnica o a la ideología, y en su falta de humildad hacia el futuro.
Ana de Yuyachkani sabe todas las mañanas donde está su columna vertebral. La verdadera vanguardia acaso esté ahí, en crear patios de confrontación y de encuentro, en aprender a incorporar los más diversos elementos y en no temer ser zapateado por sus zapatos.