Julio OlacireguiBarranquilla, 1951. Se inició en el teatro en la Universidad de Antioquia. Fue periodista de los diarios “El Heraldo” y “El Espectador” antes de viajar a París en 1978 para estudiar literatura en la Universidad de la Sorbona. Adaptó para el cine La mansión de Araucaíma, de Álvaro Mutis, filmada luego por Carlos Mayolo (1986). Ha publicado el libro de cuentos Vestido de bestia (1980), las novelas Los domingos de Charito (1986), Trapos al Sol (1991), Dionea (2005) y la miscelánea Vísperas de amor. En los últimos años se ha dedicado a bailar danzas africanas, viajando a Guinea y Senegal. Su documental Parfois danse (2009) puede verse en YouTube. Sus obras de teatro En el cabaret místico (1999), El tango congo se acerca a La Habana (2000) y El callejón de los besos (2009) han sido representadas por actores franceses. Escribe sobre cine para la Agencia France-Presse desde 1998. Su última publicación es el libro de cuentos Días de tambor (2012). Revista para maricones (inédito) – La mentira tiene las patas cortas – dijo Patricio. Ratas. Como ese hombre que me compraba, dizque escritor... lo que me quería era matar. Viejo malo... que me bañara primero. Me dio burundanga. No sé cómo me salvé. Por poco... no estaría aquí echando el cuento. Fue la primera vez que el nuevo peluquero habló como si pensara en voz alta, lanzando el famoso adagio, poder contar el cuento. Alguien lo escribiría y no sería olvidado. Peyo sonrió satisfecho. Le gustaba Patricio. Las “tertulias vienesas”, así quería que fuesen recordadas las tardes en su barbería. Para él no era un trabajo, era puro goce. Oír y echar cuentos. Allí se hablaba esa tarde por supuesto de aquel poderoso político francés que perdió todo a causa de su tremenda libido. Lo dijo el radioperiódico. – Un hombre destinado a mentir... ¡qué! Oiga cacha... como el título de aquella célebre novela... de ¿ Roman Linares ? .. no sé... si es de él...o… – A veces la desmesura de la bragueta no conviene, macho… respirar, abstenerse y mirar el cielo es lo mejor – dijo el español La Barbería y Peluquería “La Viena”, la más antigua del Paseo Bolívar, fue un sueño de negocio que Peyo logró realizar durante años... hasta aquellos malditos carnavales de la liquidación, la edad de hierro, la policía llegó y comenzó a platillar, a exprimirlo... pero esa es una trama parásita cuando se quiere hablar de la época de oro. Ese diciembre Peyo comenzó a dejarse crecer la barba. Sonreía orgulloso a los espejos al abrir a mediodía el cuadrilátero, el escenario perfumado y amplio de su vida diurna. Con los espejos de la barbería podían pintar sus autorretratos al menos dos generaciones de tinterillos, periodistas, profesores, músicos, políticos y oficinistas del centro de Barranquilla que fueron allí a peluquearse. ....“a esmerarse” en parecer gente decente – gente decente del campo – El más célebre de todos sus clientes es el escritor Juan Lavé Teortua. Desde niño su padre lo llevó a cortarse el pelo. Los favorecedores y amigos de “La Viena” apreciaban el lugar no solo por el decorado rococó-tradicional; las buenas tijeras, y al final de la historia por las masajistas, sino por el ambiente y los cuentos de Peyo y los otros barberos, el español Escobillón, Camacho y sobre todo ... Patricio, el fabuloso Patricio. --¡Parece que en París hay ahora una invasión de prostitutas chinas, caballero ¡! ... se acabó el comunismo...todo el mundo a jinetea... lo dijo Marcos Pérez en el radioperiódico esta mañana.... Ey, Peyo, tu deberías contratar alguna manicura china de esas... ¡Ah vaina! La idea no cayó en saco roto y ese fue el comienzo del fin, porque en Barranquilla también había en aquel entonces miles de muchachas desempleadas y Peyo aceptó que dos o tres vinieran por las tardes a trabajar de masajistas en la trastienda. Entraban por la puerta del patio. – Son marañeras, ustedes no sean bocazas... estudiantonas... si te he visto no me acuerdo... Ah carajo ... ya lo había dicho yo... la desmesura de Peyo... pasaron unos meses de felicidad hasta que... ese viernes víspera de la batalla de flores...¿qué paso? -- ¿Y eso? Ñerda... Peyo... ¿una radiopatrulla? – Qué lío fue caballero, dijo Escobillón Cuando la señora de Peyo, que era muy católica, se enteró del cuento de los masajistas, armó un zambapalo. Se cree que fue ella quien llamó a la radiopatrulla. Peyo se mortificó tanto que le dio un ataque de nervios… se le paralizó medio lado del rostro... de nuevo la trama parásita, volvamos a la edad de oro. Desde algunas de las sillas de la barbería podían verse los espejos reflejando también la luz de la calle, y ángulos del cielo con sus airosas palmeras, pese al humo de los buses. En vísperas del día de las velitas, Lavé Teortua llegó a motilarse. El pelo comenzaba a pesarle sobre las orejas y se le alborotaba en las sienes; lo jalaba sobre todo la costumbre del masaje de Peyo en la nuca, el agua de cananga, verse con la frente despejada, las patillas bien definidas. La cumbamba lisa. Parecía otro. Cerraba los ojos. A veces mientras Peyo lo pulía hasta echaba una pestañeada y oía en sordina los elogios a la barbaridad que pronunciaban clientes y barberos. – Creía a pie juntillas en los sueños – dijo Camacho Peyo había tenido que contratar masajistas y peluqueros extras. En las fiestas de grado y en las navidades todos queríamos estrenar caras, peinados chévrees y por eso había trabajo para nuevas tijeras. Patricio era una de ellas. La condición para entrar en “La Viena”, se le dio a entender, eran el buen humor y un pulso de abstemio. Afeitar con las nuevas navajas alemanas requería mucho cuidado. – Cortan con solo mirarlas, ñero ¡! Lavé Teortua abrió los ojos. ¿Estaba soñando? Sintió su presencia. Burundanga fue. Al ver por primera vez al joven Patricio salir de la trastienda el escritor quedó “timbrado”, como se decía. Patricio es esbelto, gracioso, con una bella sonrisa, y virtuoso, lo único que le gusta es el teatro, el cine, la música… es actor ... no bebe, no fuma, canta – Pareces un negro francés... ¿hablas francés? – Bueno, lo machuco – ¿Y naciste en Palenque ? ¡Ah vaina ¡ - Oui maestro Teortua ¿et c’est vosé l’écrivan ? - – Patricio tiene buena mano –le dijo Peyo. Te refrescará. Es un muchacho como los de antes. Déjate peluquea hoy por él... - ¿Quieres leer una de las revistas buenas que trajo? Una sobre Merló-Ponty... - Me las manda un primo filósofo que tengo en París... - ¿Revistas de París...? muestra... muestra - Ajo, señor Teortua, tiene usté la cabeza caliente - (será la cabeza de la verga) Dime... ¿tu me conocías ya ? - Pues de nombre... Lo reconocí por la foto. Ese libro suyo sobre el hermafrodita despierto... si que lo he leído... lo tengo bastante subrayao .... - . Vi la foto de El Heraldo donde está usté firmando en la feria del libro de Bogotá ... tengo el recorte... - Ah… si… el día del lanzamiento... se llama, joven, óigalo bien... “El hermafrodita despierta”... - Pardon, maestro.. Un sueño premonitorio, poco antes de cumplir los sesenta años, había guiado sus pasos, hacia ese momento que estaba viviendo, gracias a sus libros. El nuevo Erasmo, lo llamaban en el sueño. De manera inesperada se había vuelto un escritor famoso después de una honrada y discreta vida dedicada a la enseñanza. Cuando entraba ahora a la Librería Nacional eran muchos los que le sobaban la chaqueta de lino para pedirle un autógrafo, o plata prestada. Mientras Patricio lo masajeaba soñó que estaba en París, con un holandés, Desiderio, estudiando griego en su habitación de las residencias universitarias. ¿Con Desiderius Erasmus Rotterdamus? ¿en Babilonia? Patricio tenía el pelo a lo rasta. No lograba recordar más detalles, iban quizás a caballo a orillas del Loira. La imagen del monje viajero que se volvió poeta al final de su vida comenzó a crecer en su alma. Escribiendo, imaginando su historia, se dio cuenta que la memoria nos envuelve y arrastra a los vivientes y ausentes en su arroyo hacia el olvido, pero quizás las lluvias nos traerán de nuevo y volveremos a nacer, para amarnos, como ahora, siglos después - ... bocabajo... mesié Teortua, tiene usté la cabeza caliente – Patricio qué buena mano – le dijo Peyo. - No prendas el abanico… quiero sudar. - Patri es un muchacho de calidá. Déjate masajeá hoy por él... - ¿quiere leer una revista buena mientras me desocupo del otro señó ? Me las manda un primo desde París, “La ciudad de las tentaciones”... trae una crónica sobre el político ese que iba a ser presidente y lo perdió todo por su bragueta caliente... me salió rimao… cuenta lo de las putas chinas, y dizque las africanas usan pelucas rubias... y las palomas picotean la caca de los perros, Polanski filmó en su última película esa superstición, si usté pisa una caca de perro en la calle..de París... le traerá buena suerte ... - Patricio, qué linda voz tienes... - mi Señora dice que si uno se acostumbra, como en París, a ver las putas en la calle como algo normal es porque ya tiene el alma jodida... - ¡Ay! por dios, Peyo... de algo hay que vivir... masajear a alguien no es prostitución.... - Pues ella dice que si... Los masajes de Patricio volvieron loco a Juan Lavé Teortua. Ahora iba a la barbería hasta tres veces por semana. En la trastienda su novio le dijo la primera vez “no me digas más Patricio... mi verdadero nombre es Mabina, o el etíope”... quiero que me metas en una de tus novelas... ¿Mabina? ¿Es un nombre de mujer...? Significa “Danza”... en lingalá... Parecía que se hubieran dado burundanga. Una nota ese peluquero, medio brujo, me trajo de Malambo unas hierbas contra el insomnio. Negro fino. Mabina eso quiere decir “danza” en lingalá, lengua congolesa. Mabina Mabina, si ya lo sé... El Congo ¿cómo será eso por allá, Patricio? –Mezquino... dame, dame plata... déjame trabajar aquí en Barranquilla... estoy bien... jamás volveré al Congo... Peyo se ha dejado crecer la barba para disfrazarse de Fidel Castro en los próximos carnavales. Subtrama parásita. Patricio leía en el autobús. Jamás me imaginé que nuestra historia sería publicada en una revista de Francia. Ahora estaba leyendo el final de la hermosa y terrible historia de amor entre Desiderius Erasmus Rotterdamus y Tommaso Moro... - Dicen que leer es escribir y viceversa. Fue una locura todo lo que ocurrió entre ellos. Desiderio lo dejó escrito - ¡Ah vaina! - siempre creí que a Thomas Moro lo decapitaron por sus escritos utópicos, o por su amor contra-natura por Desiderio, - no, qué va... le practicaron el corte de franela por ser más papista que el Rey de Inglaterra...el muy maricón... fue martirizado, encerrado en la Torre de Londres, quería que lo canonizaran, lo logró: santo santo En los últimos años de su vida, en Basilea, huyendo de sus visiones, de la pesadilla en la iglesia de San Bartolomeo, de la peste guerrera, del dolor, Desiderio se dedicó en cuerpo y alma a la lectura y a la escritura. Para no pensar en el destino de Tommaso, siguió copiando los adagios antiguos, quería olvidar la sangre, el ascenso de la locura en Europa, el Renacimiento bajo la piel de un etíope... en América... vivió esa historia en carne propia, Restregar a un etíope, blanquear a un Negro, es un proverbio que leí en Esopo... esa piel negra ese tinte natural que Plinio atribuye a las exhalaciones quemantes del Sol, a la simpatía por el astro tan cercano, ningún agua te la puede lavar, un hombre pálido Renacentista comprador de gente en Amsterdam, exportador de mano de obra a Cartagena de Indias y La Habana, adquirió a Patricio, era el único congo en un lote de mandingas... Patricio no es su verdadero nombre, es esbelto, gracioso, con una bella sonrisa, y virtuoso, lo único que le gusta es el cine, la música.. ¿qué será lo que quiere el blanco? Pensaba en su ignorancia que el color chocolate de su piel no era natural, seguro se debía a un descuido del amo anterior... me dijo: “te voy a lavar, mi negro, encuérate... ay ay... ven te voy a frotar”, “frotá frotá”, y un poco de detergente... empleó conmigo todos los procedimientos que su Señora usaba para blanquear la ropa, qué morbo... eran lociones permanentes, perpetuas, sobre mi cuerpo escultural, pero ese color no....nada que se le quitaba... el dueño lo quería blanco, lo raspaba con un cepillo....en la fábula este muchacho, Patricio, dejó el pellejo ahí... maricón, te moriste, te maté, mi amor, sin perder por ello tu color canela.... |