FUMANDO CON MIS
MUERTOS(De Fumando con mis muertos, Sevilla: Vandalia, Fundación Lara, 2015) Álvaro Salvador Jofre [Ver VIDEO] Para hablar con los muertos hay que saber esperar Jorge Teiller He venido a fumarme este cigarro delante de tu muerte ... Rafael Guillén A veces sueño que de nuevo fumo
y el sueño es tan real, tan vívido, tan puro
que puedo saborear
el olor del tabaco,
cortarlo con la
mano y acunarlo en el pecho
hasta sentirme
lleno.
Después: remordimiento.
Pena por
traicionarme,
por ser otra vez débil,
por haberme engañado tantos años
simulando una
fuerza que no tengo.
Es recurrente el
sueño
y siempre se disipa
dejando con el
humo
un reguero de
culpa.
Ayer soñé de nuevo
que fumaba con
gusto
y una nube de humo
envolvía mi deseo
en un sueño distinto.
Estábamos los yernos
con Miguel en su
casa
(yo sé que era su casa
porque el sueño lo dice
pero aquel patio
no era
ninguno de sus
casas).
Estábamos los yernos
haciendo un
homenaje
a Miguel en el
patio:
cada cual un
bouquet,
un ramo, una
maceta
en aquel patio
raro,
patio o
invernadero,
donde un
Miguel muy joven
casi desconocido,
nos mostraba
orgulloso
–como nunca lo ví–
su pasión jardinera.
Los cuatro hijos
políticos
con los ramos,
atentos,
y Miguel
satisfecho
repartiendo entre
todos
sus enormes
cigarros
Montecristo.
Tras la nube de humo
esta vez no hubo
angustia:
el sueño prosiguió
sin que yo lo advirtiera
hasta el mágico cuarto
de mi primera
infancia.
Era noche y
verano:
mi hermana
cepillaba
su cabellera negra
a la luz de la
luna,
y del hermoso pelo
saltaban las
centellas
decorando la
escena,
inquietando a
Marengo,
nuestro gato
bandido.
Mi hermana era una
hermosa
muchacha
adolescente
que en mi sueño encendía
con su pelo
chispeante
un cigarro tras
otro,
antes de
acurrucarse
junto a mí, de acunarme,
de decirme: “No temas,
duerme bien, niño mío.”
Después yo despertaba
en el soñar del sueño,
y con la ubicuidad
que ese soñar otorga
despertaba algo
lejos
de mi cuarto del
pueblo,
despertaba en el
llano
del campo de mi
infancia.
Mi padre, puesto
en jarras,
repartía algunas órdenes.
Era muy de mañana
y el ganado
nervioso
bullía en los bebederos.
Mi padre con su chester
mordido entre los
labios,
agitaba los brazos
blancos como la
tela
de su camisa
blanca,
elásticos y largos
como aquellos
tirantes
de cuero duro y
fino
que sostenían alzado
el pantalón vaquero.
No sé por qué en el sueño
yo recordaba nítidas
las vueltas de la
prenda,
planchadas y
fraternas,
azuladas de hogar
y de familia.
Serafín a su lado,
–su capataz, su ángel–,
sostenía indolente
en la oreja
derecha
un Caldo de
Gallina.
El pastor separó los karakules
y el ganado marchó a su pastoreo.
Mi pade y Serafín
fumaron sus
cigarros,
conversando
en ese tono gris
del hablar de los hombres.
Vuelve el humo sin culpa
y más allá entreveo
el viejo Dos
Caballos
de mi hermano
mayor.
Estamos a la
orilla del pantano
y los dos
aguardamos
a que algún pez se enrede
en el sedal o el
cebo,
mientras los dos
fumamos
muy serios, sin
hablarnos.
De entre las
humaredas
surge mi hermano
Emilio,
baja con
parsimonia
la gran escalinata
de un edificio
noble.
Al llegar a la
calle,
de improviso
envejece
y una linda
muchacha adolescente
desde su bata
blanca
lo conduce de
nuevo al hospital.
Antes de entrar,
la mira
y le dice
sonriendo:
“tú y yo nos conocimos
en un bosque de
cedros”.
Es otra vez el humo
que me cerca en el
sueño,
que me aturde y me
lleva
al aire enrarecido
de una taberna
oscura.
No conozco ese
sitio,
sin embargo, en el
sueño,
es un lugar
frecuente,
lleno de conocidos
y de amigos
cercanos.
Puedo ver a lo
lejos
la figura cesárea
de Pablo
platicando
entre estudiantes
jóvenes;
a José Ignacio quieto,
sosteniendo en sus
manos
un cuadro muy
hermoso
que en nada se
parece a sus
hermosos cuadros;
a Miguel
refugiando
su mirada en el
suelo,
a Joaquín recitando
con alegría su pena,
a Antonio, grave y
serio,
contándole a una joven
la aventura con
otra.
Puedo ver sus
cigarros
humeando en las
manos.
De improviso me
hablan
desde el fondo del
humo,
y es la voz de
Quisquete
que me señala un verso:
“¡El hablar de los hombres
es el mejor
acierto!
En torno a esa
sentencia
baila todo el
poema”.
Después besa a la novia
que le entregó la noche
y se marcha
sonriendo.
Desde mi mesa
llena
de copas y
colillas
puedo verlo
alejarse
entre los viejos
maestros,
todos en un
combate
de adjetivos e imágenes.
Ana me mira seria
desde el papel
couché.
de la fotografía.
Ella fuma Ducados
y el humo del
tabaco
la acerca a mis
sentidos.
En el sueño Ana vive
sólo en fotografía,
junto a su imagen
late
una leyenda viva.
Yo sé que es un poema
y sé que yo lo he escrito
sin saber cuándo o cómo
se lo dedico a
ella
o es a Sonia o
Marta
a quien se lo
dedico.
A veces sueño que de nuevo
fumo
y el sueño es tan real, tan vívido, tan puro
que puedo saborear
el olor del tabaco,
cortarlo con la
mano y acunarlo en el pecho
hasta sentirme
lleno.
A veces sueño que de nuevo fumo
y entre el humo
oloroso de mi vida pasada
los muertos de mi
muerte me visitan,
me hablan, me
recuerdan.
Ellos me aclaran
que la muerte suya
no es mejor ni
peor que nuestra vida,
sólo lamentan no poder a veces
estar aquí en la vida con nosotros,
del mismo modo que
para nosotros vivos
es a veces muy
triste
no poder
visitarlos en su orilla.
A veces sueño que de nuevo fumo
con mis muertos. |
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