Carina Sedevich: Antología
La eufórica luz de los membrillos
1
Alcancé tu mano por primera vez
como una niña
tocaría un membrillo entre las ramas.
Cítrica, cruda,
era la ofrenda de tu mano muda.
2
Porque esa noche pude tocar tu mano
hoy que vuelve la escarcha
yo me amparo
en la eufórica luz de los membrillos.
3
Quiero abrazar un arpa y que sus cuerdas
dejen caer las voces de los pájaros
que merodean el árbol de membrillos.
4
-Y si un membrillo por azar se cae
podré mirarlo como miré tu mano:
aquella dulce materia sobrehumana.-
5
Existe una manera limpia
en cada gesto de tus manos finas.
Miro con pena como el aire oxida
la carne dura del membrillo roto.
6
Tarde de octubre. Fascinada
-bajo el lapacho que arrasó el granizo-
en una oración por el membrillo
repito el fragor del amarillo.
En una película oriental
los muertos eligen un recuerdo
para vivir en él como un insecto
inmóvil en un ápice de ámbar.
Buscan momentos sin exaltaciones
en los que no pudieron vislumbrar
resabios de pasado o porvenir.
Al fin,
prefieren recordarse solos.
Bebé:
El sol se aleja como un globo de helio.
Siempre es de día en el invierno.
La luz es dura, vertical, probada,
como la herida de un puñal.
También son fuertes tus encías
aunque sean rosadas, todavía.
*
Bebé, esta mujer cruza la plaza
con una taza vieja en la cartera.
Piensa en usarla para alimentarte.
*
Bebé, esta mujer escribe
sentada a la vera de tu cuna
mientras la vida no deja de escurrirse.
Se acerca a la ventana
donde sólo ve techos y palomas
y piensa que eso es todo.
Y es bastante.
Con una gota de agua puede empezar el invierno
*
Un hombre pasa a mi lado.
Se te parece.
Fuma.
Es de piedra mojada
el paño gris de su saco.
Huele a sombra de pino
su barba pura.
*
Sonrío en mi falaz evocación.
La escarcha vive cuando el sol la tornasola.
Poemas del libro Un cardo ruso (Ediciones del Movimiento, Maracaibo, Venezuela, 2016 / Alción Editora, Córdoba, Argentina, 2016)
Canción de cuna
Para
Isabella
Escuché los latidos en el vientre de mi hermana.
Fueron corcheas, apenas: do, do, do.
Afuera ya se dormían los tordos entre los álamos.
Dormía el calor de mayo. Pero nuestra sangre no.
Un silencio rodó lento, como ruedan los destinos.
Rodó como rueda un canto: sol, sol, sol.
Amor
De una materia turbia y demorada
son los días.
La ternura es posible
y la tristeza
un pan administrado con justicia.
Acuarela
Hay un ardor brevísimo, fatuo,
ante la pena.
La gota de vino se desliza,
enturbia el cristal.
Luego se seca.
De agua son los frutos
del invierno.
De agua
son los años por venir.
Selección de poemas del libro Klimt (Suburbia Ediciones, Gijón, España, 2015 / Club Hem Editores, La Plata, Argentina, 2015)
Unas láminas de sarro se desprenden
y golpean las paredes de mi jarra.
Pienso en brillantes filamentos de mica
ocultos en la arena de los ríos.
Pienso en las mangas mojadas
que los poetas chinos
prefieren nombrar para no hablar
de sus lágrimas.
El olvido es un fruto que requiere
trabajo
Casi siempre tardío, pero rara vez dulce.
No es uva ni es la parra donde pende el racimo.
No es como la sombra que daría la parra
ni como sus raíces contraídas y bruscas.
Se parece a la piedra del cantero y la fuente
que apisona la parra, que la ordena y la ciñe.
*
Hay que hacer saltar el olvido de un golpe
como a una piedra caliza en la cantera.
Que se entibie en la mano que quiera tallarla.
Sea opaca a los ojos. Sea venérea y ajena.
*
Una piedra tan blanca es casi como un niño.
Casi un sacramento para mí.
Inclino mis huesos como panes ácimos
sobre cunas que guardan el amor ajeno.
Qué fue de la ternura que pude sentir.
La siento en la garganta bajar como una hostia.
En la ventana
con sus piernas rosadas
y sus ojos fijos
la paloma me acecha
tiernamente
como lo haría a un toro
su torero.
*
Para desear un silencio perfecto
basta escuchar una paloma en celo.
*
Un viento bravo
convierte en buitre
a la paloma macho.
Interrumpe su danza
alrededor de la hembra
que, por fin,
en silencio
se escapa.
Selección de poemas del libro Gibraltar (Dínamo Poético Editorial, Córdoba, Argentina, 2015)
Enciendo la lámpara de sal de la montaña
junto a mi cama.
Me suelto el pelo
recordando las canas invisibles.
Me acuesto entre las sábanas de hilo
con la bata dorada de la China.
Debajo mi piel blanca no desea
ni en sus botones rosados
ni en sus lunares pálidos.
Sobre la almohada se escuchan mis anillos
porque está fresco, quizás,
y se afinaron mis dedos.
El oro, la plata, la amatista.
Afuera la noche se ha espesado
porque terminó la luna llena.
Empieza el mes que precede al invierno.
Qué ligera que soy sin tus deseos.
Qué dulce corre el alma
en mi esqueleto.
Qué cierta es esta cara y estos flancos
qué ciertos que son,
qué delicados.
Me admira mi gata, blanca y parda,
y yo la admiro a ella en su silencio.
Hasta el perfume rojo de las flores
tengo.
Qué ligera que soy sin mis deseos.
-
Pienso si una piedra
cayendo en el centro de mi pecho
se oiría.-
Voy camino al mercado
con mi hijo.
Hacia la esquina
pone una de sus manos
en mi hombro.
- El hueco de mi pecho
se ilumina.-
Busco en mi mente escenas
como ésta.
No encuentro casi nada
y sin embargo
me siento como un padre viejo.
Como un noble señor en tiradores
barbudo, canoso y encogido
a quien su hijo
joven y gallardo
acompaña a tomar el aire fresco.
- La piedra cae dentro de mi pecho
y no hace ruido.
Cae allá muy lejos
y hace tiempo.-
De pronto me parece un poco raro
haber sido mujer
toda la vida.
Antonia era mi abuela
Tu mujer quiere llamar a tu hija Antonia
y no sabe que Antonia era mi abuela
que además heredaba el nombre de su madre
para dárselo también a la menor de sus
hijas.
Antonia era mi seudónimo
en los concursos de poemas.
Te recuerdo que mi abuela Antonia
se murió de tristeza
el año antes de que yo naciera.
Te recuerdo que era pobre y era enferma.
Te recuerdo que yo escribo desde mi caverna
como un hombre viejo:
que sólo el vino me anima
y la soledad me da paz.
Te recuerdo que perdimos a Mateo
y que cuando sangré tu última hija
Antonia era uno de sus nombres.
Te recuerdo que me dejaste sola
con mi sangre de Antonia
una mañana.
Llamala Antonia como en una novela.
Y acunala. Llamala Antonia en la plaza
y en la escuela. Y retala: “¡Antonia, no hagas eso!”
“¡Comé, Antonia!”, “¡Antonia, se hace tarde!”.
Tengo toda su vida en mi cabeza.
Porque Antonia era mía: era bisnieta
de aquella Antonia que bordaba.
Era nieta de mi madre, que te extraña
todavía.
Era hija de la loca que escribía.
Llamala Antonia, que será justicia.
Justicia de mis muertos que la esperan.
Justicia de la vida que la trajo.
Justicia para este pobre poema.
Selección de poemas del libro Escribió Dickinson (Alción Editora, Córdoba, Argentina, 2014) | Carina Sedevich nació en Santa Fe en 1972 y reside en Villa María, Córdoba, Argentina. Ha publicado los libros La violencia de los nombres (Ediciones Fe de Ratas, Santa Fe, 1998), Nosotros No (Lítote Ediciones, Santa Fe, 2000), Cosas dentro de otra cosa (Lítote Ediciones, Santa Fe, 2000), Como segando un cariño oscuro (Llanto de Mudo Ediciones, Córdoba, 2012, con reedición en España), Incombustible (Alción Editora, Córdoba, 2013, con reedición en España), Escribió Dickinson (Alción Editora, Córdoba, 2014), Klimt (Suburbia Ediciones, Gijón, España y Club Hem Editores, La Plata, Argentina, ambos en 2015), Gibraltar (Dínamo Poético Editorial, Córdoba, 2015). En 2016 han aparecido Un cardo ruso (Ediciones del Movimiento, Maracaibo, Venezuela y Alción Editora, Córdoba, Argentina) y Cuadernos de Lolog (Pasto Ediciones, Córdoba, Argentina). Parte de su obra ha sido editada en antologías y publicaciones literarias de diversos países y traducida al italiano, al portugués y al mallorquín. Es licenciada en comunicación y especialista en semiótica. |