Frank Kermode
Por Darío Ruiz Gómez
Escritor colombiano
La lecturas que cuidadosamente hace Kermode de
novelas de Pynchon, de Salinger, de Updike, de Roth, de Cooetze, de Don de Lillo,
son enfocadas pues, desde la inmediatez que supondría su aparición en el mercado
editorial, demostrando con ello una increíble capacidad de intuición para
ubicar estos textos dentro de lo que supone un aporte formal o un fracaso conceptual
en su intento de dar paso a una realidad paralela y sobre todo de recordarnos
que la literatura, como insiste Blanchot, es escritura o no es nada. El método de
Kermode de ir desmenuzando la historia narrada por el autor le permite hacer
su propio metarrelato de las ciudades bajo el peso de la noche o los vapores que
suben del asfalto de las calles después de la lluvia y sobre todo los balbuceos
de un personaje al borde del suicidio, en medio de una crisis sexual, los
macilentos interiores de la derrota urbana, la crisis de las palabras cuando
dejan de ser comunicación, porque lo que se colige a través de sus
descripciones y consideraciones psicológicas acerca de cada protagonista, a
veces de un pálido personaje que figura apenas discretamente en la trama pero que Kermode sabe ubicar como el portador
de un lenguaje del silenciamiento social, logrando iluminar así el trasfondo de
un relato o la conducta personal de un novelista avasallado por su rencor o su
incapacidad de aceptación hacia lo que Balzac llamó la vida artística. Kermode
quien analizó a fondo los significados de la estructura de la novela, de lo
literario en textos como
Formas de atención o
El sentido de un final- ambas
publicadas por Gedisa- no olvida
llamarle la atención al lector sobre lo que en cada caso analizado, supone el
ejercicio de novelar, esto en un país como Inglaterra donde escribir
correctamente una novela es de verdad un
pleonasmo y un deporte nacional contra el aburrimiento. Kermode por lo tanto
matiza estos cambios producidos en las estructuras narrativas dejando a un lado
la experiencia límite de Joyce e insistiendo en los novelistas consagrados que
afirman una tradición, ampliándola desde
sus normas convencionales y a la vez considerando la renovación continua del
género a través de experiencias únicas e
intransferibles, descubriendo zonas de realidad, situaciones personales,
cuestionamientos de las castas sociales que dan un amplio crédito al aporte histórico
de nombres canónicos como Graham Greene, Evelyn Waugth, Anthony Powell, John
Banville, Ian Mac Ewan, Ishiguro, frente
a la virulencia crítica de un estilo superior como el de Naipaul, la
fragmentación formal de Jim Ballard. Pero
a la vez considerando, claro está el aporte singular de poetas como Valery,
Wallace Stevens, de Auden, porque el espacio de lo poético es el espacio
de las consideraciones existenciales, de las apropiaciones de imágenes
abandonadas, de los refugios de almas ofendidas por la ordinariez del medio
ambiente y el espacio donde la inteligencia rescata, como en Valery la altura
de la filosofía y la palabra puede llegar al milagro de negarse a los
significados en que la desgastó la llamada vida común y crear una casa propia para el símbolo.
¿El crítico parcial y apasionado? Considerar que
la obra novelística de C. P. Snow el
excelente novelista y científico, autor de un texto famoso en los años 60, “Las
dos culturas” y de las novelas agrupadas bajo el título de
Extraños y hermanos, es superior a la obra
narrativa de Samuel Becket en tanto, respaldada por la ciencia, debe ser considerada como más optimista
respecto a lo que significa tanto el hecho de vivir como sus postrimerías, el
“futuro equilibrado de la sociedad en su
conjunto”, tiene para mí objeciones y no reservas ante afirmaciones sorprendentemente
ingenuas como ésta ”Pero Malone nos recuerda que acercarse a un libro que no
tiene dirección, que aspira a la quietud absoluta, puede ser de lo más
complicado, sobre todo si no tiene párrafos” y desde esta perspectiva sin
desparpajo alguno reafirma Kermode: “Podemos sospechar que buena parte del
éxito de estos libros se debe a la determinación de esquivar la interpretación.
En buena medida se trata de novelas fallidas…” con lo cual tácitamente nos confiesa
que su académica concepción de lo que llamaríamos novela- novela, se había ya estrellado contra estos textos sin
párrafos, enemigos del psicologismo, de
los estilos “profundos”, de las
retóricas solemnes y de las largas sagas
sobre familias inglesas de la llamada
alta sociedad. Por esto no tiene pelos en la lengua para calificar a Becket de
ser “un escritor corriente”, una apreciación que naturalmente no puedo
compartir y que Kermode podría justificar recordándonos que también Saint Beauve se equivocó al enfrentarsea
la obra de Baudelaire. Pero el lector perspicaz sabe reconocer esas diferencias
que las teorías dogmáticas no están en
capacidad de detectar. Y me apunto por entero a esta sabia observación. “Lo que
nos gusta ahora no nos gusta por su propia naturaleza, así que no resistirá.
Joyce tenía razón al no buscar a sus lectores entre la masa, y E.M. Foster
tiene buenos motivos para encontrarlos entre la aristocracia. Salinger no es
como ellos, Salinger escribe para los agudos lectores corrientes”. Esta
alucinante premonición sobre esa medianía cultural de hoy, se abre con una
sentencia que en el momento de dictarla debió
parecer un mero juego de palabras: “Los libros no van a durar más que los
automóviles”. Se refería por supuesto a
esos libros que rutinariamente lanza al mercado la industria editorial
colocándoles el rótulo de “novelas”, “memorias”, “testimonios” y que, por
supuesto, nada tienen que ver con la literatura.
La erudición de Kermode puesta de presente en un
texto fundamental como
El sentido de un final análisis del poder de la
ficción sobre las imágenes del devenir a través de la revisión de las
propuestas formales, entre otros, de Bourroughs,
de Robbe Grillet no hace más que con suma habilidad, colocarnos frente a
vacilaciones y estupores que al ponerlos
de presente en su escritura se han
convertido hoy en caminos que se abren hacia nuevas hermenéuticas nacidas de
sus sabias conclusiones. Este método donde la escritura se involucra en el
juicio, recuerda aquello sobre que sobre las obras literarias señala certeramente Giorgio Manganelli:
“Envuelto en las espirales, en la esfera de su propio lenguaje, el escritor no
sólo no es contemporáneo a los acontecimientos que han conseguido procurarse
una cronología compatible con su biografía, sino que sólo es contemporáneo a
los demás escritores con los que convive cuando también ellos están
involucrados en el mismo lenguaje: una condición, esta, que es metafísica y no
histórica”. La bibliografía de Kermode en español es nada comparada con sus
numerosos ensayos sobre Skakespeare, Yeats, Wordsworth, D.H. Lawrence, un
profundísimo ideario de comprensión de acercamiento a la génesis de una
escritura y desde Kermode de la decisión de leer eliminando los lamentables perjuicios
presentes en toda clase de ideologías políticas, religiosas, incorporando el
derecho a nuevas interpretaciones, a las hermenéuticas de las frustaciones, a
esas insólitas catarsis que despiertan en el cerebro el alcohol o la
droga o la ansiedad de la muerte. “No se espera de los críticos, - ha dicho
Kermode- como no se espera de los poetas, que nos ayuden a hallar sentido a nuestras vidas. Les corresponde tan
solo intentar la hazaña menor de hallarle sentido a las formas en que intentamos encontrar un sentido a nuestra vida” Por lo cual se hace diáfana hasta la
laceración la intención crítica de
Kermode: buscarle un sentido a las formas es, secretamente, buscarle un sentido
a nuestras vidas despojadas ahora de
imágenes fundadoras, de los espacios del reino primero, de las huellas del niño
que escapa a sus raptores, por causa de la digitalización de la realidad, algo que por
suerte, Kermode no llegó a vivir: el desastre que supone el falso abismo de la era digital. Pero a
través de estos análisis sobre distintas obras donde la literatura se busca a
sí misma desde los últimos rescoldos del significado, nos recuerda la tarea
profiláctica de la ficción, de la poesía como fuerza de resistencia contra la
indolencia de una mutante posmodernidad. Y James Wood su sucesor? A juzgar por
el único libro que conozco de Wood, “Los mecanismos de la ficción” la vocación
pedagógica de éste parece imponerse
sobre la necesidad de arriesgarse a ser parcial que, como hemos visto es la
virtud característica del verdadero crítico, del lector apasionado. P.D.
Frank Kermode murió en Cambridge en 2010
en donde era profesor. Especialista en
Shakespeare escribió más de cincuenta títulos sobre poesía, metafísica inglesa,
teatro isabelino, el romanticismo. Fue nombrado Caballero por sus servicios a
la literatura.
Darío Ruiz Gómez. Se graduó en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid en 1961. Estudios de Urbanismo y de Estética. Colaboró como crítico de arte y literatura en la revista Acento, fue director de las páginas culturales del periódico Hierro de Bilbao. A su regreso a Colombia ha sido colaborador de El Tiempo, El Espectador, El Colombiano, y actualmente es columnista de El Mundo. Fue durante treinta años profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Medellín. Miembro fundador de las Bienales de Arte. Tiene grado de Escritor de la Universidad de Iowa.
Obra narrativa:
Cuentos: Para que no se olvide su nombre, La ternura que tengo para vos, Para decirle adiós a mamá, En tierra de paganos, Sombra de rosa y vino, Crímenes municipales.
Novela: Hojas en el patio, En voz baja.
Poesía:
Señales en el techo de la casa, Geografía, A la sombra del ángel, La muchacha de la leyenda, En ese lejano país en donde ahora viven mis padres.
Ensayos:
De la razón a la soledad, Proceso de la cultura en Antioquia, Tarea crítica sobre arquitectura, Tarea crítica sobre literatura, Tarea sobre arte, Literatura, historia y circunstancia, Diario de ciudad.
Ha publicado numerosos ensayos sobre urbanismo, teoría del espacio. Poemas y cuentos suyos han sido traducidos al inglés, francés, árabe.