Julio Ortega, La
comedia literaria. Memoria global de la literatura latinoamericana.
Lima: PUCP Fondo Editorial/Tecnológico de Monterrey, 2019
Por Pedro Granados
Escritor peruano
En una entrada anterior de
nuestro blog, citábamos puntualmente al autor de este
archivo-memoria-autobiografía-documento de época-“carta al rey”-cuita al
desocupado lector:
"Me doy
cuenta ahora de que cada tanto yo cambiaba de opinión, y me llenaba de
remordimientos: después de preferir la poesía de Rodolfo [Hinostroza], me resultó
algo sobrescrita; después de preferir la de Antonio Cisneros, me pareció algo
astuta; y después de preferir la de Lucho Hernández, me sorprendió la candidez
de su ingenio"
Y, al respecto, concluíamos lo
siguiente:
Fino comentario de parte del que
desde hace tiempo es un claro maestro; fino y oscilante y tentativo y no menos
exacto. Por este motivo Julio Ortega, a diferencia de otros críticos que
más bien calculadamente la auspiciaron, no ha creado escuela, ni
discípulos directos. El legado de su lectura, en tanto “comedia” se opone
a (a)cademia, es finalmente dialógico y antiacadémico. A modo de la
concentración y seriedad con que los niños juegan.
Sin embargo, es obvio, nos
quedamos muy cortos en la reseña. Es decir, salta a la vista que el discurso
de Ortega, aunque de empaque “aterciopelado”, tiene varios niveles yuxtapuestos
de lectura, por lo menos tres. El primero, patente, es el de los ingentes
datos y anécdotas, aquella militancia trasatlántica y “memoria global” del
título de este libro, que el narrador sortea sobrio; es decir, en pleno
control argumentativo y emotivo. Mesura profesional del docente
universitario; tamizada por una fe o, por lo menos, permanente confianza en un
diálogo de estirpe gadameriano. El segundo nivel, constituye propiamente
la percepción de la academia en tanto “comedia”, explicado de modo sucinto más
arriba. Zambullida y sostenida ironía de un sujeto antisistema o
contracultural; pero uno muy especial ya que, al menos entre los prototipos de
los años 60', Julio Ortega --de Chimbote a Providence-- jamás encarnó ninguno
de ellos; salvo el de proponernos aquí una especie de biblioteca alternativa o
paralela a la canónica. La tercera lectura sería propiamente el grito
--Papa Inocencio X bajo los ojos de Francis Bacon-- ante el residuo aceitoso
que queda de la vida y de incluso el ejercicio u honra de cualquier vocación;
ergo --en tanto escritor o docente-- también aquella que nos convoca a
asumir la vida literaria. En suma, la constatación de la calidad fugaz de
lo temporal. Aunque no definida ésta en
tanto vanitas, de ascendencia barroca; sino, tal como también en el
caso de José Emilo Pacheco celebrando a su admirado T.S.Eliot: “en la más
contemporánea [y no menos clásica] de la definición de lo humano como lo más
precario”. Precariedad, en el caso de La comedia literaria,
asimismo vinculada a un mito inscrito en el paisaje o escena reiterativos en la
narración; no necesariamente expresados de un modo concreto
y puntual, sino diluido y transversal. Estupor y desconcierto
semejantes al que, en ocasión de haber involuntariamente traicionado la
confianza de uno de sus entrevistados, y ante la secular indiferencia de la
institución de la prensa en el Perú, un joven periodista Ortega nos confía:
"Mi
humillación fue total. Mi derrota, imparcial. Mi vergüenza,
completa. Sin saber qué hacer, salí a caminar el amargo centro colonial
de Lima, y nunca más volví al diario [al Perú]. Pateaba yo las calles
negras, húmedas, roídas, heridas de una suciedad atávica, de una basura hecha
argamasa, escenario de una sociedad banal y perversa, o peor aún, inocentemente
maligna, alegremente canalla"
Es aquella percepción de la
literatura y de la vida literaria --o de ésta en tanto "comedia del arte
de hacer comedias"-- a la que a este nivel se torna en
“pandemia”; es decir, algo asimismo proclive, y de ningún modo inmune, a ser
afectado por el virus de lo fugaz. Y, por lo tanto, de aquí su
consecuente ironía. Y ulterior
exhibición y, en simultáneo, expandido maquillaje sobre aquella fugacidad o
fragilidad a pesar del aparente enhiesto Aleph de
escritores, profesores, libros, almuerzos, viajes, llamadas telefónicas, becas,
un cangrejo gigante --y bastante colorado-- en medio de un plato de caldo
humeante.
Sin embargo, aquello que prima
para nosotros será aquel fascinante archivo de información que constituye este
libro. Ingentes datos apócrifos, sagaces reflexiones, jocosas anécdotas,
sobre el mundo literario que a Julio Ortega le tocó leer y a muchos de sus
protagonistas acompañar. Notas que reverberan
como desde de un sincopado y espeso cajón peruano.