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Jhon Walter Torres Meza

La peste, el estanque de Narciso y

la posibilidad del ser poético

 

Por Jhon Walter Torres Meza[1]

Escritor colombiano

 

Mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡ habrá poesía!

 

Gustavo Adolfo Bécquer

 

Introito

Platón supo que solo en la profundidad de las tinieblas los prisioneros de la caverna podrían valorar la luz. En La República, el filósofo describe la historia de unos hombres que se encuentran en una cueva atados con cadenas y logran ver siluetas y sombras refractadas en las paredes. El mito socrático es fundamental para comprender que en el abismo de la muerte quizá podríamos valorar la vida, que solo conociendo el sufrimiento, la desgracia, la injusticia y la vida que se apaga, comprenderíamos mejor la luz, el mundo que habitamos.

En nuestro moderno siglo XXI, donde las sociedades se dividen y se estratifican de una manera abismal, el capitalismo y el consumo generan sujetos atados a las compras, el hedonismo narciso es la bandera de algunos jóvenes, las redes sociales reemplazan la interacción personal,  todo lo sagrado es profanado, las protestas sociales de aquellos que se oponen al sistema son silenciadas con balas que se camuflan en los gobiernos y donde pareciera ser que debajo de un orden y de una idea de progreso se esconde, como en las novelas negras, la destrucción de la naturaleza y la podredumbre humana. En medio entonces de dos mundos: uno superficial y ordenado; otro oculto, en los suburbios; llega un virus que de alguna manera ha silenciado el planeta. COVID-19 es una pandemia que se ha expandido por todo el globo. Aunque históricamente ya han ocurrido pestes que acabaron con miles de personas y civilizaciones, incluyendo la Atenas de Pericles, esta que la modernidad enfrenta es también una posibilidad del ser poético.

En este ensayo nos proponemos mostrar la posibilidad del ser poético que se reconoce en el otro a pesar de la virtualidad, que de alguna manera es una extensión del sí mismo. Para ello, la novela, que explora la condición humana y sería la única capaz de develar, en términos de Kundera, el código existencial, es fundamental. Analizaremos entonces: la peste, el estanque de Narciso y la posibilidad del ser poético. En nuestro recorrido volveremos a la caverna, que simbólicamente sería la peste, los ojos de la muerte, para pensar en la posibilidad de cambiar o al menos tratar de reconocernos, no para salir a la luz, sino para comprender que en las tinieblas también estamos acompañados.

 

La peste

La literatura a lo largo de la historia ha mostrado los conflictos de la sociedad. Incluso los textos de ficción siempre develan la problemática o la malevolencia de la humanidad. Homero, mediante la epopeya y los dioses mostró que los hombres combatían no por amor sino por la avaricia al poder; Dante, en el infierno castigó la corrupción de su época; y Cervantes al poner al Quijote a galopar en el Renacimiento enseña que el mundo no necesita de caballeros andantes que luchen por la paz, la justicia y enaltezcan el amor, pues la sociedad ya no cree en utopías. Para nuestra conjetura nos basaremos entonces en dos autores e interpretaremos algunas de sus novelas que han refractado la peste para mostrar lo que solo la muerte y la desgracia pueden hacer.

García Márquez publicó en 1967 su novela más afamada: Cien años de soledad; en ella ocurre la peste del insomnio que comienza sin que los habitantes de Macondo logren conciliar el sueño. José Arcadio Buendía, que supo el fenómeno gracias a la india Visitación —una princesa indígena que escapó de su tribu para no ser víctima de la enfermedad—; realiza letreros que marcan los nombres de los objetos para tratar de combatir el olvido que genera el insomnio. Cuando ya Macondo estaba a punto de perecer por  unos habitantes zombis que no recordaban ni sus nombres, aparece Melquiades, el gitano sabio para dar una pócima a José Arcadio y a los demás miembros de la aldea que logran recuperar la memoria.

Es interesante resaltar que el historiador griego Tucídides en Historia de la guerra del Peloponeso, señala que muchos habitantes de la antigua Grecia perdieron la memoria después de la  peste: “Fueron víctimas de una amnesia total y no sabían quiénes eran ellos mismos ni reconocían a sus allegados” (1990: 472). El olvido también se encuentra en la novela del de Aracataca. Lo importante es que la memoria, como un símbolo perdurable de cultura y depositada en los libros, construye una sociedad que reconoce sus raíces. Los habitantes de Macondo quedaron como zombis sin recuerdos. Si extrapolamos la historia novelesca y la traemos a nuestra sociedad real, veremos que somos iguales. No recordamos que debe existir un equilibrio entre el hombre, el animal y la naturaleza. Destruimos las fuentes hídricas y talamos el Amazonas en vía del progreso. Los hombres de poder construyen Murallas, ignorando la barbarie que hizo Shi Huang Ti, y que también produjo el Muro de Berlín. Todo el aparato de modernización se pone al servicio destructivo, como si la historia no nos hubiera enseñado que matar al otro es también acabarnos a nosotros mismos. Necesitamos un Melquiades que nos salvé y nos ayude a recordar. En lugar del gitano ha venido la pandemia llamada Coronavirus y lleva millones de muertos. La pregunta entonces sería ¿El virus podría hacernos recordar el valor del otro y el mundo que habitamos? Trataré de responder a la pregunta al final de este ensayo. Por el momento mostraré la peste en dos novelas  del escritor portugués José Saramago.

En ningún otro libro de José Saramago se devela tanto la avaricia, la corrupción y la malignidad humana como en Ensayo sobre la ceguera (2003). La metáfora del título, la emplea el escritor para mostrar que la sociedad solo avanza hacia ninguna parte, que por naturaleza somos destructivos. Y es allí, en la imagen que encierra el nombre de ceguera, donde el autor devela lo que somos: la peor de las creaturas.

La novela cuenta la historia de una peste que se expande por el mundo y deja ciega a la mayoría de las personas. En medio de la catástrofe unos abusan de otros y se cometen atrocidades con los infectados por la peste. La historia de Saramago nos parece fundamental, pues la enfermedad permite ver lo que la sociedad esconde en su orden aparente, equitativo y justo. Ensayo sobre la ceguera es en realidad la metáfora de la avaricia. El autor quita el velo y permite ver la naturaleza inmisericorde del ser humano. Así mismo podemos pensar que algunos gobiernos actuales en medio del COVID-19, descubren sus verdaderos rostros: querer que algunos mueran y los demás sobrevivan en la absoluta pobreza. Las personas se amotinan por comida. Algunos han salido a las calles a vender sus productos para conseguir el pan diario. Mientras esto sucede se presentan disturbios, asesinatos y un caos que solo podría compararse con la historia de Saramago, donde finalmente todos los habitantes están ciegos, no por el virus, sino por el deseo de poder.

Las intermitencias de la muerte es el símbolo del rechazo a la condición humana; el hombre a través de la historia ha querido vivir para siempre. En esta novela, Saramago crea un mundo fantástico donde la peste llega para impedir que termine la vida. La Muerte decide entrar en paro para demostrarle al ser humano su importancia. Las funerarias comienzan a quebrarse, los hospitales se convierten en lugares de agonizantes y ancianos que sufren sin que les llegue el descanso eterno. La sociedad entonces se desbarata porque se llena de enfermos y suicidas que debieron morir. Al final se termina la plaga, y entonces se reconoce la importancia del sueño eterno. Esta magnífica novela publicada en 2006, logra hacernos reflexionar sobre aquello que no reconocemos a pesar que nacemos con ella: la muerte. A través de la peste los personajes de Saramago comprenden su importancia y valoran la vida y sobre todo el amor. Incluso al final de la narración, la Muerte, que también es un personaje, se enamora de un violonchelista. La metáfora es preciosa porque pareciera ser que el fin del existir podría hacernos comprender lo que vivimos y valorar el otro. Quizá también pudiéramos preguntarnos quiénes somos y por qué nos destruimos y explotamos todo lo que conocemos.

La pandemia refractada en las novelas podría hacernos pensar lo que vivimos. El recuerdo en Cien años de soledad para no olvidar nuestras raíces, quiénes somos y de dónde venimos; la visión en Ensayo sobre la ceguera para observar que hay una clase social oprimida y silenciada, donde las oportunidades son menos; y finalmente Las intermitencias de la muerte para comprender que somos efímeros, que la muerte, aunque puede llegar en cualquier momento, enaltece el significado de la vida y la oportunidad de amar. 



El espejo de Narciso

El sujeto contemporáneo se enamora de sí mismo y se ahoga en su hedonismo y vanidad. La posmodernidad trajo consigo no solo la utopía del progreso[2] sino también el individualismo, el Yo, no cartesiano, sino atado al consumo, en palabras del sociólogo Lipovetsky en La era del vacío: al espectáculo donde pareciera ser que la indiferencia domina y solo importa la búsqueda del placer.

Narciso, después de rechazar el amor de Eco, observa su figura en un estanque y se enamora de sí mismo, tanto, que se ahoga en búsqueda de su propia imagen. El mito es fundamental para nuestro ensayo, pues la pandemia que vivimos puede ser el espejo donde nos demos cuenta de lo que somos.

El espejo de nuestra contemporaneidad, la pandemia, refracta un ser malevolente, indolente, destructivo. A pesar del virus, en algunos países como en Colombia han aumentado los asesinatos a líderes sociales; las personas se mueren de hambre; algunos políticos roban el dinero que se ha destinado para ayudar a las familias más vulnerables. El espejo entonces muestra todos nuestros defectos pero también, en el fondo, algunas virtudes. Organizaciones y personas en todo el mundo se han dedicado ayudar a otras, el arte y la educación se han reinventado para generar nuevas posibilidades que estimulen a educar, respetar y elevar el talento humano. La peste de Camus ha vuelto a leerse. Por tanto, la sociedad narcisa tiene la oportunidad de mirarse en el estanque y a pesar de observar el rostro de la muerte y la miseria, posee la oportunidad de tratar de conocerse y corregir el rumbo, observar las grietas del camino, y de nuevo avanzar lento, sin ahogarse en su propia vanidad.

 

La posibilidad del ser poético

La posibilidad del ser poético se encuentra en la relación con el otro que también nos construye. Creemos que si logramos un vínculo poético con los demás, seguramente creceremos como sociedad. Lo poético en estos tiempos de pandemia se encontraría en la narración, en el relato cotidiano de aquellos que en medio de las adversidades luchan por continuar. El sistema educativo y la tecnología podrían jugar un papel fundamental si se dedicasen a crear medios donde no solo los estudiantes sino también las personas contaran lo que ocurre, lo que viven y enfrentan. El mundo parece detenerse por el COVID-19, y es increíble que los medios tecnológicos de los gobiernos u otros estamentos no escuchen las dificultades de los habitantes y lo que hacen para sobrevivir. Las escuelas, colegios y universidades se preocupan por seguir avanzando y enseñan contenidos por medios virtuales; mientras esto ocurre­, en algunos países latinoamericanos ­se ignora la hambruna, las historias en las calles de los vendedores ambulantes, la desigualdad que se genera y el grito de los oprimidos que nadie escucha. Es importante recordar que a lo largo de la historia siempre han existido las brechas sociales, sin embargo, la pandemia tiene la virtud de hacerlas reconocer, de que miremos el estanque y observemos los ojos de Narciso. 

La posibilidad del ser poético se encontraría en dos elementos: el primero, despojarnos del individualismo y crecer en colectivo, en comunidad, logrando el único medio para llegar a la solidaridad: la empatía. Segundo, se necesita contar, porque es un mecanismo que logra conocer las visiones de los demás frente al virus. El medio más eficaz para aprender es la conversación. La educación debe reconocer el momento que enfrenta y enaltecer lo que viven y observan los estudiantes y la comunidad. Si se valora lo que se cuenta, se tendrá el principio de enaltecer la palabra, lo poético.

El filósofo alemán, Martín Heidegger, en El ser y el tiempo derroca un Yo racional y controlador de la naturaleza, en su lugar postula un sujeto que evade la realidad y tiene la posibilidad de ser ahí si se pregunta por sí mismo. Al respecto menciona:

El “ser ahí” es un ente que no se limita a ponerse delante entre otros entes. Es, antes bien, un ente ónticamente señalado porque en su ser le va este su ser. A esta constitución del ser del “ser ahí” es inherente, pues, tener el “ser ahí”, en su “ser relativamente a este su ser”, una “relación de ser”. Y esto a su vez quiere decir: el “ser ahí” se comprende en su ser, de un modo más o menos expreso (1993:22).

El ser ahí como un ente del ser, que interroga por su esencia, que necesita tener una relación, sin embargo no es definible. Se percibe entonces un sujeto disuelto, no dominador ni supremo dueño de su consciencia. Y es allí donde la voz de los demás es importante para construirnos, para saber que podemos ser si también los otros están allí.

Si tenemos la posibilidad del ser y reconocemos a los demás como parte importante de esa construcción, quizá lograríamos avanzar en comunidad, para ello es fundamental lo poético, porque es lo único que logra ver en la diferencia y en la marginalidad lo bello e importante de las cosas. El poeta español Gustavo Adolfo Bécquer, en su rima inmortal menciona: “/No digáis que agotado su tesoro/, /de asuntos falto enmudeció la lira/ /podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía/” (1999:15). En ese sentido se trasciende el significado convencional de lo poético, ya que no solo estaría en los libros sino en la vida misma, y es allí donde postulamos que podemos reconocernos y tener la posibilidad del ser poético en el momento que vivimos.

Seguramente la pandemia pasará, de hecho ya es historia en algunos países; sin embargo, a pesar que el ser humano seguirá creciendo individualmente y destruirá la naturaleza  y al otro como ha ocurrido desde siempre; la pandemia pudo por un momento detener la catástrofe y mostrar en el estanque el Narciso lo que podríamos avanzar si emprendiéramos la búsqueda de la posibilidad del ser poético.


 

Bibliografía

Bécquer, Gustavo Adolfo (1999). Rimas. Bogotá: Norma 

García Márquez, Gabriel (2007). Cien años de soledad: Bogotá: Norma

Gray, Jhon (2013). El silencio de los animales. Sobre el progreso y otros mitos modernos. Madrid: Editorial Sexto Piso. 

Heidegger, Martin (1993). El ser y el tiempo. Bogotá: Fondo de cultura económica.

Lipovetsky, Gilles (2017). La era del vacío. Barcelona: Anagrama.

Saramago, José (2003). Ensayo sobre la ceguera. Buenos Aires: Alfaguara

Saramago, José (2006). Las intermitencias de la muerte. Bogotá: Alfaguara.

Tucídides (1990): Historia de la guerra del Peloponeso, Libros I-II (introducción a cargo de Julio Calongo Ruiz y traducción de Juan José Torres Esbarranch), Madrid, Gredos.

        


 Jhon Walter Torres Meza

Nació en Zarzal, Valle del Cauca. Es Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Escritor e investigador, ha publicado:

-La canción de los hacinados (antología de cuentos) Poemia y Universidad del Valle, sede Zarzal (2018).

-“El sueño de Andrómeda” (Cuento) en Antología Relata del Ministerio de cultura (2014).

 -“Cómo regresar a la virginidad después de los veinte(Ensayo de hermenéutica simbólica), en el libro Memorias de un imaginario colectivo, Klepsidra Editores (2013).

Fue subdirector del semillero de investigación en Hermenéutica simbólica desde el 2008 hasta el 2013 en la facultad de educación de la Universidad Tecnológica de Pereira. Ha obtenido las siguientes distinciones: Mención especial en el concurso de cuento celebrado en la ciudad de Medellín: Por los derechos humanos, en memoria a Jesús María Valle Jaramillo 2008. Tercer puesto el III Concurso Nacional de Cuento “Eutiquio Leal”, donde participó con el relato: El sueño de Andrómeda, el cual fue publicado en la antología Relata 2014 del Ministerio de Cultura.

En la actualidad es docente de la Universidad del Valle, sedes Zarzal y Caicedonia, cursa estudios de Doctorado en Literatura en la Universidad Tecnológica de Pereira; especialista en El sujeto en crisis en la literatura de Fernando Cruz Kronfly, director y fundador del Taller de Escritura creativa Ítaca, adscrito al Ministerio de Cultura Red Relata y a la Universidad del Valle, Sede Zarzal.



[1] Jhon Walter Torres Meza. Escritor colombiano. Magíster en Literatura, catedrático de la Universidad del Valle, sede Zarzal. Director del Taller de escritura creativa Ítaca. 

[2] La idea de la utopía del progreso y el fracaso del proyecto moderno se refiere a que después del siglo XVI, donde termina el Medioevo, viene un avance de modernización y humanismo para el hombre; sin embargo, con el paso de los siglos, el ser humano se ha desencantado de la idea del progreso, pues el tiempo ha demostrado que la modernización ha servido para generar y abrir brechas sociales. Al respecto véase El silencio de los animales Sobre el progreso y otros mitos modernos, John Gray (2013).