El texto de ficción [1]
Si para Virgilio como lo analizan
muchos autores, el mundo verdadero era posiblemente el mundo platónico, no es
temerario afirmar que aquello que llamamos ficción, es precisamente una
realidad enriquecida en la que comienzan a intervenir distintas cosmogonías
de nuestra psiquis humana.
Este tejido, pensémoslo así, es el que
permite que se produzcan los diversos géneros y subgéneros que van dando un
nombre a la literatura, para que lleguemos a lo que los críticos definen como
fantástica, épica, trágica, lírica, lo real maravilloso que se entronca con el
realismo mágico, la ficción, e incluso la crítica literaria que es otra de las
formas de la creación.
Borges
nos dice que los sueños son un género y reafirma que el sueño es una obra de
ficción. Comprometida con este postulado, yo diría que la genealogía borgeana
como el mismo autor argentino, son una de las mayores ficciones que nos pueda
regalar la literatura contemporánea ya que juntos constituyen una obra que es
un hombre que son todos los hombres y en la que se condensan amalgamas de todos
los tiempos del pensamiento humano y rasgos de las múltiples literaturas que ha
conocido la especie desde las
Mil y una
noches con su sello de literatura fantástica hasta nuestros días de
coordenadas científicas y sociales.
La
candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una
imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al
miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución
habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues
comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese
cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no,
pensé con melancólica vanidad …
El anterior comienzo que pertenece a una de las cumbres de su
literatura: El Aleph, no tiene en apariencia nada de extraordinario, pues es el propio
Borges, no el otro, quien se introduce en primera persona para ambientar una
ficción donde los personajes son reales, la calle Constitución existe, y uno de
sus interlocutores Carlos Argentino Daneri, un ser de carne y hueso, ocupó
fugazmente las páginas de la literatura bonaerense. Tampoco tienen nada de extraordinario los sucesivos
detalles de su narración, ni las amorosas palabras de Borges: -Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena
Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges,
pronunciadas frente a un
retrato de ella, cuando en 1941, doce años después de su muerte el escritor,
atendiendo una invitación de Daneri vuelve a la casa que pronto será demolida y en cuyo sótano
celosamente escondido se encuentra un pequeñísimo objeto de un diámetro de
dos o tres centímetros repleto de cosas infinitas. A partir de la contemplación borgeana, mucho
más imaginaria que física, comienza entonces a desarrollarse lo fantástico de
este terrible y poético Aleph:
Vi
una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto
(era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un
espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un
traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el
zaguán de una casa en Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal,
vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de
arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera,
el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una
vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la
primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada
letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un
volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la
noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar
el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete
de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin,
vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la
delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando
tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las
sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres,
émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la
tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me
hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido
a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia
atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de
mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi
el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis
vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese
objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún
hombre ha mirado: el inconcebible universo. Sentí infinita veneración, infinita
lástima.
Me
refiero concretamente a este relato cuya lectura no dejará siempre de
asombrarnos, porque en él encontramos una precisa y devota suma de todas esas
visiones que se tejen entre lo real y lo irreal, la percepción íntima y la
otredad, lo finito y lo infinito, lo
fantástico, es decir una amalgama de subgéneros que nos permiten
cuestionarnos sobre si es válido hablar concretamente de: El Texto de ficción. Aquí
comprenderán porqué descreo de las cualidades exactas que se atribuyen a la
ficción, un término desconcertante dentro del contexto literario, pues pienso
que exceptuando la poesía, que contiene las más altas realidades del hombre en
su despojamiento absoluto, todo lo demás es ficción.
Esta
mirada a los mundos hiperreales del autor, donde se conjugan seres, elementos y
objetos tangibles: un zaguán, un tigre, un émbolo, una reliquia, una rosa de
bengala… se convierte en altísima fantasía al conjurarla con el subjetivismo
poético en el imaginario del autor: “vi un dormitorio deshabitado, vi el
engranaje de la sangre, vi el inconcebible universo”…
Podemos
incluso deducir desde una doble lectura, que Borges en el momento de su
escritura pudo verse como Dante o como Virgilio o como Homero y que la
evocación de estos grandes poetas de la antigüedad, imprescindibles a su
corazón, fue la que suscitó la maravillosa aparición de una multiplicidad de
sombras que se volvieron cósmicas en la oscuridad de aquel sótano de la casa
Daneri, dando vida a ese “inconcebible universo”, a ese Aleph.
Veamos
entonces cómo la noción de ficción
quintaesencia de la literatura fantástica, nos demuestra su inagotable
aparición en diversos autores.
Abrimos
al azar cualquiera de las páginas de Las
mil y una noches, un libro inagotable “eterno” como sugiere el propio
Borges y de inmediato nos entronizamos con ese Oriente Medio medieval que a
través de relatos, historias, cuentos, poemas y leyendas nos transporta por
infinitos e insospechados universos. En este viaje, posible de iniciar a través
de una alfombra mágica o transportados en el pico del gigantesco pájaro Roc,
podemos tropezarnos con genios atrapados en sugestivas botellas, con lámparas
maravillosas, con tribus de ladrones, con fabulosos tesoros y así sucesiva,
infinita e inagotablemente asistir a la intimidad de los visires, al despojo de
las doncellas, al secreto de las alcahuetas, a la prodigiosa voz de Sherezada y
a una sucesión de hechos maravillosos que no cesarán de propiciar un viaje por
las representaciones de este universo milenario que recoge historias de las
tradiciones de Persia, -hoy Irán-, Iraq, Afganistán, Tayikistán, y Uzbekistán.
El
gesto de la muerte, según libre interpretación de Jean Cocteau y traducido de
este acervo cultural, es uno de los clásicos ejemplos de esta imaginación
desbordada:
Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
-¡Sálvame!
Encontré a la Muerte
esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera
estar en Ispahán.
El
bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra
a la Muerte y
le pregunta:
-Esta
mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No
fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía
lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
La ficción aquí por lo tanto no es algo que se decida en una atmósfera
precisa ni en una acción, ni en las palabras mismas con que describimos el
hecho. Es todo lo anterior y algo mucho más profundo. Es eso que queda latente
y que nos deja suspensos porque hace parte de lo irreal. Es precisamente
descubrir que la muerte sólo quería recordar una cita que nunca fue anunciada y
para la cual dibujó signos y símbolos que el jardinero sigue de manera inocente
como una forma de huída que lo conduce de manera fantástica a cumplir su cita.
La ficción, como podemos ver en esta historia es sencillamente el puntual e
implacable destino.
Seguimos abriendo
ventanas en el tiempo y el espacio. Ventanas que nos permiten asomarnos a
diversas formas de escritura, para rastrear en cada una de ellas elementos
puntuales de la ficción.
Tal es el caso de Ray
Bradbury, creador de mundos fantásticos, capaces de fusionar el hecho narrativo
con poesía y horror y quien nos refiere en su cuento. ”El ruido de un trueno“ un
viaje al pasado para efectuar un Safari”. Los hechos ocurren en el 2055 y los
tripulantes son cazadores que no pueden llevar a sus víctimas de vuelta al
futuro. Sin embargo uno de ellos incapaz de matar al dinosaurio retorna a la
máquina por el camino incorrecto, aplastando sin darse cuenta una
mariposa. Esta sutileza sin embargo,
constituye un caos para la especie humana. El descubrimiento de lo ocurrido se
produce cuando retornan y el capitán observa aterrorizado que el estado de
todas las cosas ha cambiado, que los relojes se mueven en contravía, que los
seres y los edificios son distintos, y que el mismo idioma inglés resulta
inteligible por una rara alteración en su ortografía.
Construida
como una minuciosa pieza de relojería, la visión bradburiana en este texto es
asombrosa porque su narración, como una forma de denuncia, se fundamenta en una
humanidad, -la nuestra- empeñada en acabar con la especie, con el planeta y si
le es posible con otros universos a su alcance.
No
sé si nuestra imaginación pueda concebir el hecho de que asesinar
involuntariamente a una mariposa o cualquier otro animal, pueda cambiar el
curso de la vida. Yo pienso que sí. Imaginemos que si matamos a un pájaro y
toda la comunidad de pájaros del cielo decidieran hacer un duelo celeste. Esto
podría suscitar que oscurezca completamente nuestra bóveda contemplativa, un
hecho innegable que puede contraer a la tierra. ¿Y si prolongando su duelo esos
mismos pájaros dejaran de trinar que sucedería? Pienso que el sonido del mundo
quedaría completamente alterado. Sería un mundo hueco entorpecido por el rugido
de la máquina y el vergonzoso silencio de los hombres.
Cabe
aquí preguntarnos, si esta inventiva bradburiana es apenas producto de lo que
muchos llaman ficción o estamos ante un autor con una tremenda carga de
realidad futurista. La respuesta contendría no sólo un profundo desasosiego,
sino tremendos interrogantes, y nos remite de inmediato a esos mundos
fantásticos creados por Julio Verne, considerado el padre de la Ciencia Ficción, y quien ya hacia 1853 involucraba en sus
relatos con asombrosa
exactitud cohetes espaciales, submarinos, helicópteros, misiles dirigidos e imágenes en movimiento,
mucho antes de que estos inventos fueran logros científicos
A veces ocurre que la imaginación de
los hombres –superior a sus propias posibilidades, es un vaticinio. Una
videncia sin explicación científica. La palabra resume a un visionario. Estas visiones que dieron
origen al nacimiento de antiguas escrituras, no son otra cosa, faliblemente,
que trasladar al papel todo aquello que ha tenido lugar en nuestro mundo
onírico y dentro de esta definición cabe perfectamente la doctrina platónica
que postula que “inventar es recordar”. Esta sucesión de recuerdos o visiones,
desde la lectura de su atemporalidad, ha permitido altísimas ficciones en los
universos shakesperianos, como ese maravilloso Yo desposeído creado por el
autor, en donde el príncipe Hamlet se ve a sí mismo representado por un grupo
de bufones en la corte de Noruega, para desenmascarar y denunciar al asesino de
su padre.
Pues bien, en las singularidades del
mundo narrativo, encontramos un escritor que tuvo el privilegio de haber creado
uno de los más sorprendentes universos literarios. Hablo de Juan Rulfo y la
aparición en 1955 de
Pedro Páramo, novela cumbre de nuestras escrituras
latinoamericanas y punto de convergencia entre lo real y lo fantástico que nos
muestra el mundo tanático de una Comala llena de simbolismos profundos.
“Vine a Comala a buscar a mi padre, un
tal Pedro Páramo”. Así iniciamos con esta lectura un viaje por el mundo de los
muertos, por escenarios de apariciones y desapariciones y cuyo tránsito sólo es
posible a través de los susurros y las voces que provienen de las sombras y que
permiten el recorrido de Juan Preciado por los caminos del inframundo para
reconstruir con una altísima sensibilidad, las historias de sus protagonistas
que son en síntesis los ecos de su propio pasado. Una novela compleja que
recrea desde la perspectiva mexicana el viaje de Telémaco buscando a Ulises y
en la que se encuentran subyacentes lo mítico y lo ideológico para reconstruir
un mundo representado por los recuerdos.
Llena también de ambigüedades que
contienen claves de las antiguas culturas mexicanas, Pedro Páramo podría
definirse como una estructura alquímica, que se ha consolidado junto a Cien años de soledad (1967) en las novelas
latinoamericanas más estudiadas en los últimos cuarenta años, suscitando toda
suerte de conceptos, ensayos, documentales, textos de análisis, y críticas
literarias.
El terror en la literatura, no el
fantasmagórico que puede servir incluso de divertimento algunas veces, alcanza una de sus mayores cumbres en W. W.
Jacobs, autor inglés catalogado como humorista. Desembocamos entonces a
escenarios sombríos donde lo sobrenatural, desde la orilla perversa de una
maléfica pata, va desencadenando toda suerte de desdichas.
Una trama donde el horror nos hiela,
nos corta la respiración porque comprendemos que a cada movimiento del temible
amuleto el mundo y su naturaleza se vuelven impotentes para contener los
imprevisibles sucesos y consecuencias.
En este encuentro de ficción, magia,
fantasía y realismo cuyas fronteras comienzan a diluirse, evoco a Günter Grass
y su celebrada novela
El Tambor de Hojalata, en la que entramos al mundo de
Oskarito, contada por el propio protagonista desde un hospital para enfermos
mentales. La historia de este personaje “intelectual desde las aguas de mi
madre”, es decir desde antes de su nacimiento y quien de antemano sabe que debe
nacer amoral y rebelde, como una forma de rechazo al mundo de los adultos y
como una crítica contundente a los horrores de la post-guerra, contiene todas
las claves para presentar una sucesión de hechos mágicos dentro de un mundo
aparentemente real, que permiten que Oskar Natzerath, aferrado a un viejo
tambor de hojalata, decida no crecer ni un solo centímetro después de los tres
años, pero a cambio logra desarrollar una fuerza sobrenatural en su voz, que le
sirve de escudo para enfrentar todas las complejas situaciones del mundo con
las que no está de acuerdo. Su realidad, una realidad atormentada conjugada con
una delirante imaginación, lo convierte en un ser ignorado por quienes lo
rodean y luego en un ser complejo y delincuencial hechos que se agravan tras el
suicidio de su madre, creando en él hasta el final de sus días, una enorme
carga de sentimientos de culpa, desarraigo y desamparo.
Nacida entonces del complejo universo
de las contradicciones, hecha de imaginación y de realidades, de sueños y
recuerdos, de instantáneas y de fantasía, futurista, antiquísima y tan
heterogénea y ambigua como las variantes del mundo, la ficción es en síntesis
una pasión desbordada superior a nuestras realidades cotidianas.
El
texto que la precede serían las herramientas que el autor utiliza para
elaborarle un ropaje capaz de volar, capaz de sostenerse ante la lluvia, capaz
de fusionar los universos en un apasionado acto de fe que nos permita por un
instante ser los quijotes de la metáfora de nuestra obra.
[1] * Conferencia dictada dentro del seminario
Leer para Escribir. Medellín Colombia (2010)