EL
LUGAR DE HUIDOBRO
Enrique
Lihn
Hay que
olvidarse de las imágenes circulantes de Vicente Huidobro y descubrir su
verdadero rostro. Una cara que nos es, de modo especial a los chilenos,
instintivamente familiar. Sí, la de uno de nuestros tres o cuatro grandes
poetas modernos, conviene dejarlo establecido; pero haría falta acaso ver a
Huidobro por primera vez para reconocerlo por encima de los apólogos, de las
generalidades de manual o de los raros estudios especializados de que ha sido
objeto. Todo lo que aquí se diga será una primera aproximación a esta imagen
distanciada del poeta que quisiera captarlo en su realidad de verdad y en su
verdadero irrealismo, poner en relación las observaciones que surjan de este
encuentro con las características de su escritura.
Contexto Cultural y Textos Críticos
Trabajar
con Huidobro, abordarlo como tema, es trabajar contra esas imágenes de Huidobro
a las que me referí al comienzo. En primer lugar está su autorretrato, que
tiene todo el aspecto de ser una gran mistificación. Ese autorretrato cubre las
tres cuartas partes de una obra escrita en primera persona; es una abstracción
personificada. Sus rasgos favorecen al mito en que su autor prefería
encarnarse. Y no sólo por una cuestión de vanidad personal. El poeta, adoptando
en esto el estilo de la época, se identifica con uno de esos seres
excepcionales que las literaturas de vanguardia pusieron a la orden del día.
Huidobro parece haber sido una persona sumamente vanidosa, pero sólo lo es
literariamente cuando su obra decae, y el «yo egolátrico» que campea en ella se
torna autobiográfico, prueba a poner su corazón al desnudo, confiesa[1].
En cambio su poesía más lograda -y esto es lo que habría que examinar
culturalmente, pues da también la medida de la distancia a que nos encontramos,
en este momento, de Huidobro- está centrada y gira continuamente en torno a la
idea de una misión espectacular del poeta que «crea fuera del mundo que existe
el que debiera existir»[2].
Uno siente, a ratos, la especie de voluptuosidad con que la vanidad infantil de
Huidobro juega con esa idea o con esa presunción, y su alegría de entrar a un
poema como al escenario de un ritual para hacer surgir de la nada ese mundo que
debiera existir, investido de poderes mágicos. En las cimas de su poesía, por
lo demás, es donde la relación entre la seriedad y el juego se afina y se
atempera mejor. En otros contextos el humor de Huidobro resulta un poco obvio,
su ironía de inmoralista, externa y estereotipado. En la primera estrofa de
«Monumento al mar», humor e ironía -«el desenfado creacionista y el humor
blanco» en la nomenclatura de Braulio Arenas[3]-
se deslizan por los versos como la sangre por las venas, y esta perfecta
adecuación de poesía y humor tiene todo el sabor de una consustancialidad[4]:
Paz sobre la constelación
cantante de las aguas
Entrechocadas como los hombros
de la multitud
Paz en el mar a las olas de
buena voluntad
Paz sobre la lápida de los
naufragios
Paz sobre los tambores del
orgullo y las pupilas tenebrosas
Y si yo soy el traductor de las
olas
Paz también sobre mí.
La
«personalidad de excepción» que quiere encarnar Huidobro en su persona y en su
obra[5] centrada en el yo impersonal o suprapersonal del mago de las palabras, le viene
al poeta del simbolismo de cuya ideología se impregnó por completo. «Para la
tradición simbolista el poeta es un ser privilegiado, un solitario, un
iluminado, un encantador de palabras»[6].
Huidobro
pasa por haber liquidado el modernismo, y es, como los modernistas, un
simbolista tardío, con la diferencia de que escapó a la influencia de Verlaine
o de los simbolistas menores y al retoricismo de la Bella Época, para
remontarse, en lugar de ello, a las fuentes, y rondar en torno a Baudelaire,
Rimbaud y Mallarmé.
Muchos
de los tópicos baudelerianos pasan al creacionismo y, esencialmente, el de la
sed insaciada que Baudelaire cristalizara así, poéticamente: «Plonger dans
l'inconnu pour trouver du nouveau »[7].
El ansia de infinito, el descubrimiento del infinito que Huidobro convierte en
lugares comunes de su poesía (en esos «contenidos explícitos» que la estética
de Baudelaire rechazaba en beneficio de la «magia sugestiva») son obsesiones de
esa escuela que veía en la poesía, como dice Marcel Raymond, «un instrumento
irregular de conocimiento metafísico».
Al
«N’importe où, où, bord du monde», responde el creacionismo con el intento de
crear fuera del mundo que existe el que debiera existir -«la creación pura»-
que es un eco de la tentativa mallarmeana de crear un absoluto contra la vida,
Huidobro repite, a su manera, las protestas de un rigor poético del que, en
verdad, no siempre dio muestras fehacientes: «Yo, por mi parte, niego absolutamente la existencia de lo arbitrario en el arte» [8].
Escribió, de otra parte, un confuso «Tríptico a Mallarmé» en que trató de
aprehender los motivos intelectuales del maestro, su voluntad de sustituir a la
palabra, por medio de la palabra poética, el silencio, la pureza del no ser, la
nada.
Ese
itinerario del ser al no ser del lengua sería el que describe Altazor si nos
remitiéramos a la interpretación que hace de este poema Braulio Arenas:
«La
historia, contada en siete cantos de la palabra humana vuelta verbo poético.»
En realidad, más bien, de las encontradas «filosofías» de Huidobro y de su
opción final por el caos de la palabra en libertad o por una poesía del
absurdo. «De ahí el desarticulado final -agrega Arenas- con frases rotas y
palabras de confusa algarabía, pues consideraba Huidobro que la poesía iba a
cumplir su carrera como el sol que se destroza en mil fragmentos de luz sobre
el horizonte de la tarde»[9]
En la
tradición del simbolismo, Huidobro, «antipoeta y mago», postula «el poder de
las palabras», una cierta reversibilidad entre las palabras y las cosas, la
ruptura entre el lenguaje poético y el lenguaje instrumental y oral [10].
Luego habría que ver en qué sentido la teoría del creacionismo -en la que no
perseveró prácticamente Huidobro- es congruente con la estética del simbolismo;
pero el hecho es que la alquimia del verbo Y la palabra esencial de Mallarmé preocuparon
a «aquellos que pudieran considerarse, entre nosotros, los Baudelaire, los
Rimbaud, los Mallarmé del movimiento nuevo».
La
palabra esencial, aquella que presenta en sus vocales y diptongos como una
carne (Mallarmé), «instrumento de poder», es, en un momento de la poética
huidobriana, «el vocablo virgen de todo prejuicio, el verbo creado Y creador,
la palabra recién nacida». «Ella se desarrolla -agrega, con gracia, Huidobro-
en el alba primera del mundo. Su precisión no consiste en denominar las cosas,
sino en no alejarse del alba.» Y: «el valor del lenguaje del poeta está en
razón directa de su alejamiento del lenguaje que se habla»[11].
Mientras que, por lo que a mí me parece una conjunción de la impotencia en que
se resuelve el fetichismo simbolista de las palabras y la tendencia de Huidobro
a poetizar sobre sus teorías, por la que, a veces, da en otro blanco que el que
se propone flechar, Altazor -entre otros textos- explicita, en cierto modo
vulgariza «el drama que se juega entre la cosa y la palabra» su afinidad o
identidad mágica.
Hay palabras que tienen sombra
de árbol
Otras que tienen atmósfera de
astros
Hay vocablos que tienen fuego
de rayos
Y que incendian cuando caen
Otras que se congelan en la
lengua y se rompen al salir
Como esos cristales alados y
fatídicos.
Se
habla de esas palabras, no con ellas. De un proyecto incumplido por el discurso
que lo explica y que, además, parecería reducirlo al absurdo. La relación de
Huidobro con el simbolismo es más bien la de un fraile escéptico con los
tesoros de una iglesia agonizante; pero no voy a terminar nunca de determinar
esta relación calidoscópica, que sería preciso examinar en cada caso sobre el
terreno, en los distintos niveles en que se insinúa o patentiza.
El
joven Huidobro citaba a Rimbaud y a Mallarmé en 1913. Versos o nociones claves
de «El barco ebrio» o de Las iluminaciones recorren el mundo poético entero de Huidobro,
que responde a esos llamados con señales de entendimiento.
Al «Y a
veces he visto lo que el hombre ha creído ver» por el cual "El barco
ebrio» se abre paso hacia Las iluminaciones, corresponde, en Altazor, el
whitmaniano: «Yo hablo en nombre de un astro por nadie conocido / hablo en una
lengua mojada en mares no nacidos».
El
movimiento antihumanista, de odio a la cultura burguesa y a la realidad entera
que se ordena en la perspectiva de aquélla, vocifera en Rimbaud por la barbarie
-para Jacques Rivière, Rimbaud era el ángel condenado por su rigurosa pureza a
incomprender el mundo- y se repite en Huidobro -menos terriblemente angélico y
más burgués que Rimbaud-:
Soy bárbaro tal vez
Desmesurado enfermo
Bárbaro limpio de rutinas v
caminos marcados
No acepto vuestras sillas de
seguridades cómodas
Soy el ángel salvaje que cayó
esta mañana
En vuestras plantaciones de
preceptos
Poeta
Antipoeta
Culto
Anticulto
(Altazor)
«Mi
superioridad -decía Rimbaud- consiste en que no tengo corazón.» Los herederos
del simbolismo, para los cuales la poesía sobrepasa al hombre y a sus
circunstancias, mantuvieron esa guerra al sentimiento, al personalismo
sentimental o al sentimentalismo personal, propio de ciertas vertientes del
romanticismo. Se puede huir del «subjetivismo romántico» por muchas razones, y
la más fácil de entender será la que da uno de aquellos herederos, al poeta
intelectual T. S. Eliot, que huye de la personalidad y de los sentimientos
personales para acceder a una «cierta verdad general»[12].
Alfonso Reyes habló de la desentimentalización que significaba, en América
Latina, una reacción contra el sentimentalismo modernista y neomodernista.
«Nada de anecdótico ni de descriptivo" había dicho Huidobro, el primero de
los poetas vanguardistas de habla española. Según Fernando Alegría: «Huidobro
acaba con el sentimentalismo de fin de siglo. Hasta el neorromanticismo místico
de Prado, de la Mistral y Cruchaga debe afrontar, como fuerza antagónica, la
impersonalidad escéptica y humorística de Huidobro"[13].
Yo no estoy, en cambio, tan seguro de que el primer detractor de Huidobro, el
joven Guillermo de Torre de Literaturas de Vanguardia, no tuviera en parte la
razón cuando hablaba de «las pesquisas imaginistas de los líricos
neorrománticos enmascarados bajo la etiqueta imaginista» en un tonito zumbón,
al escribir contra su ex maestro: «En general -Huidobro- permanece fiel a los
temas sentimentales y románticos ... » Menos polémicamente comprometida parece
ser la observación de Federico de Onís, según la cual:
Bien
que todos los modos de poesía de la época estén representados en América y que
los americanos como Huidobro y Borges hayan colaborado a su creación, la nueva
poesía americana prosigue su evolución, que le es propia y que presenta ciertos
caracteres durables después de los últimos modernistas Rubén Darío, Lugones,
Herrera y Reissig, hasta los poetas de nuestros días, ella no se ha podido
despegar del romanticismo como la poesía europea no por falta de modernidad,
sino porque el americano de todos los tiempos, llámese sor Juana, Rubén Darío o
Neruda, no puede renunciar a ningún pasado, sino que tiene necesidad de
integrarlo en el presente. (Antologia de 1a poesía española e hispanoamericana.)
El
hecho es que, con el tiempo, el caso de Huidobro ha llegado a interesar tanto
por su innegable condición de figura relevante de la vanguardia poética
hispanoamericana como por su parentesco con los poetas que le precedieron en el
uso de la palabra, en la línea de ese romanticismo que se encierra detrás de
todos los impulsos de la literatura hispanoamericana[14].
Creo muy posible entresacar de su personalidad literaria ciertos rasgos
típicos, latinoamericanos, que digan relación con el sincretismo cultural al
que se refirieran Federico de Onís, Guillermo de Torre y otros.
Su
relación con Darío es más profunda acaso que la que puede cancelarse invocando
una serie de encuentros casuales.
Se
sabe, para empezar, que el joven Huidobro hizo, en su adolescencia, malos
calcos rubendarianos, entre ellos su «Apoteosis», dedicado al hijo del inmortal
Lelián. Que se estimó a su paso por España, que « ...el autor de Ecuatorial ha ejercido en toda la lírica
castellana el mismo influjo que Darío en su tiempo... »[15], y que todavía en 1935, en Vientos contrarios, Huidobro protestaba contra
«esos señores que se creen representar la España moderna y que han tomado la
moda de reírse de Rubén Darío, como si en castellano desde Góngora hasta
nosotros hubiera otro poeta fuera de Rubén Darío».
Los que
conocemos las bases [continúa] del arte y de la poesía modernos, los que
podemos contarnos entre sus engendradores, como Picasso, Juan Gris, yo, Pablo
Gargallo, hablo de los que pueden leer a Darío en su lengua, sabemos lo que
significa el poeta y por eso hablamos de él en otra forma.
Los
falsos modernos lo denigran. (Vientos contrarios)
Que yo
sepa, hay un intento al menos de establecer una relación de continuidad entre
Darío y Huidobro, pero sólo voy a tocarla aquí a título de información, pues me
parece el paradigma de un cierto tipo de mistificación, aunque no dude de su
honradez.
Según
Juan Larrea -uno de los poetas españoles que siguieron a Huidobro a partir de
1918- el Ultraísmo -el movimiento que desencadenó Huidobro en España- fue
«contestación genuina al llamamiento de Rubén Darío y presentaba indicios de
una prerreminiscencia americana».
Como
Darío el fin del mundo, Huidobro habría vaticinado el fin de la civilización
occidental, y, en suma, ambas figuras son flechas indicadoras que apuntan a la
identidad «entre el llamado mundo nuevo, a que aspira por múltiples derroteros
el subjetivismo de los hombres de hoy, y el objetivo Mundo Nuevo de América»[16].
A mi
juicio, si de alguna coincidencia puede hablarse, ésta podría descomponerse en
los siguientes elementos: 1) romanticismo de las emociones o de los
sentimientos por el que ambos caen en el personalismo sentimental y por el cual
al final de sus vidas alcanzan una ascesis no de los sentimientos, sí de las
actitudes intelectualistas que se demuestran entonces como tales; 2) en la
aventura análoga a que se abocaron en momentos distintos y en la órbita de
diferentes sistemas de lenguaje poético, mera diferencia de grado en ciertos
aspectos ideológicos por los que ambos comulgan en un mismo sistema de
creencias simbolistas.
Esa
aventura fue obviamente la de desprovincializar, acogiéndose a la influencia
francesa, el lenguaje poético latinoamericano, y comprendía en Darío la
repristinación de una conciencia lingüística de la gran tradición de la poesía
española, su neogongorismo, y en Darío y Huidobro -recuérdese "Las
letanías de nuestro señor Don Quijote» el Mío Cid Campeador- una contribución
de ambos poetas a España como mito, un españolismo de actitud romántica o un
hispanismo vital con algo de un profético saber de salvación.
Falta
en Huidobro la aspiración a encontrar una forma en la América oculta, el
vertedero de un estilo que permitiera expresar «el alma de la raza» como se
decía en tiempos del criollismo[17]. Su «galicismo mental» [18] se niega a resolverse en la inquietud de una conciencia artística desgarrada
entre distintas instancias raciales y culturales, articulándose simplemente a
su proyecto de «una voz de poeta que pertenece a la humanidad». Su europeísmo
sin mala conciencia, que ahora resulta tan anacrónico en cierto modo, como el
prurito de expresar «el alma de la raza», es ya un desafío de francotirador
vanguardista a la institucionalización del americanismo ocupado en desenterrar
a la América oculta con métodos que repugnarían al «lógico desprecio al
realismo» que profesaba Huidobro.
El
poeta parece no sentir problemáticamente su falta de «raigambre nacional y
continental» que, junto a su presunta «falta de humanidad» «son signos -afirma
F. Alegría- de la sutil retórica que amenaza, desde adentro, su poesía».
Yo
llamaría la atención sobre el hecho de que en ese relativo desarraigo -que no
llegó, por lo demás, a consumarse, ni biográficamente como en Vallejo, ni
lingüísticamente como en el caso de tantos otros poetas latinoamericanos de
lengua francesa- se acusa una de las tantas características por las que el
poeta pertenece a su clase (con la que sostuvo una relación de rebeldía pero a
la que, negándola, permaneció ligado). La gran burguesía chilena es europeísta
y afrancesada por tradición. De otra parte Huidobro -bajo la influencia primera
y definitiva de Apollinaire- vive en la Europa de entreguerras una época de
cosmopolitismo cultural, poético, físico («Siglo embarcado en aeroplanos
ebrios», dice en Ecuatorial), al que se asimila de inmediato tomando esos aires
y dándoselos llegado el caso, como en el patético «Viajero sin fin» de sus
últimos poemas con que se presenta alegremente en «Poemas árticos»: «Una corona
yo me haría / de todas las ciudades recorridas».
En el
marco del creacionismo Huidobro se da a sí mismo las condiciones teóricas de su
«desarraigo» al afirmar que «Si para los poetas creacionistas lo que importa es
presentar un hecho nuevo, la poesía creacionista se hace traducible y
universal, pues los hechos permanecen idénticos en todas las lenguas».
El
objeto creado, lingüísticamente estandardizado, que «no pierde nada en la
traducción de su valor esencial» y que surge de una evaluación parcial,
esquemática de los que el poeta llama «detalles lingüísticos secundarios» -«La
música de las palabras, los ritmos de los versos»- es una aberración idiomática
con la que habría que ver, a través del análisis estilística, hasta qué punto
la poesía de Huidobro está de acuerdo. Pues, evidentemente, el poeta no
escribió en esperanto.
Este
objeto nuevo -esnobista y tecnocrático- de improbable o defectuosa fabricación,
antes que nada se constituye en otro signo de la aspiración a una cultura, un
arte, una poesía universales en los cuales Latinoamérica ha querido, época a
época, salvarse de su siempre presente pasado colonial, de subdesarrollado.
El
rubendarismo de Prosas profanas pone
al desnudo, patéticamente, nuestro provincianismo allí donde prueba a vestirlo
con lo ajeno, y ese primer modernismo tiene todo el aspecto démodé propio de la
última moda para el uso de los nuevos ricos de las colonias culturales. La
poética de Huidobro salva a su poesía de las ridículas preciosidades
rubendarianas. 0, mejor dicho, los tiempos eran otros; pero su poética, en
cambio, condenada a muerte ya por sus esquematismos y sus inconsecuencias es,
como el arsenal metafórico de Darío, un batiburrillo de valores y disvalores
por el cual puede inferirse que la relación con la cultura europea no ha
cambiado radicalmente en lo que va del modernismo al creacionismo,
independientemente del hecho de que se haya vivido o no esa relación de una
manera problemática. No descarto la posibilidad de que esa relación sea
también, en otro sentido, la nuestra. No se trata aquí de enjuiciar un fenómeno
sino de describirlo.
A mi
entender hay una ingenuidad en Huidobro, expresada particularmente por él en el
orden de las ideas estéticas, y, como actitudes concomitantes a ella, una
especie de temeridad, de audacia aventurero-cultural por la, que recuerda al
Darío de Jean Cassou, al retrato inevitablemente paternalista que éste nos
dejara de aquél: «un ingenuo venido de las profundidades del trópico para
rejuvenecer, con una mirada nueva, nuestro viejo patrimonio histórico,
legendario, culturas».
Sé, por
experiencia propia, lo antipática que resultó esta imputación, pero de un modo
u otro, Darío y Huidobro nos parecen más genuinos y «explicables» si los
relacionamos con el «nivel subalterno del subdesarrollo», desde el que se
levantaron, como representantes ecuménicos de una abstracta cultura universal
tomada así, por lo alto.
«Quienes
sean lo bastante fuertes para tocar a las puertas de la gran cultura universal
serán capaces de abrir sus batientes y de entrar en la gran casa», asevera
Alejo Carpentier[19],
en el convencimiento de que no hay en Latinoamérica un «subdesarrollo intelectual
parejo al económico».
Somos
muchos los que pensamos y más aún los que queremos pensar así, por una cuestión
de principios contrarios al economismo vulgar o al seudomarxismo que todo lo
explica en términos económicos. Con todo la opinión contraria no dejaría de
señalar -aunque su explicación fuese deficiente, esto es, la explicación por la
economía- a un atendible fenómeno por el que el subdesarrollo es también una
«actitud del espíritu» de la que no se desembarazan ni aun aquellos capaces de instalarse,
por derecho propio, en «la gran casa de la cultura universal», y por la que
estos huéspedes de última hora nunca se identifican del todo con sus pariguales
europeos, siempre conservan algo de lo que se entiende por provincialismo.
Es que
si bien resulta chocante y felizmente incorrecto aceptar que existe, entre
nosotros, «un subdesarrollo cultural parejo al económico» o condicionado por
éste, la verdad es que salta a la vista una relación de correspondencia entre
el atraso social, económico y político y nuestra realidad cultural inquieta,
flotante, permeable a todos los desarraigos, que no dispone de una base
histórica lo suficientemente sólida, que carece de tradiciones en torno a las
cuales articularse orgánicamente o contra las cuales insurreccionarse. Hay que
contar, además, con un margen variable de subdesarrollo cultural real que sí es
parejo a nuestro subdesarrollo socio-político-económico. Sólo ciertos genios
-¿quiénes lo fueron, quiénes lo son entre nosotros?- escaparían a los
anacronismos, a las confusiones, a los eclecticismos, a los apresuramientos que
resultan, a nivel de las capas ocultas, de la información atrasada o
superficial o de segunda mano; pero en este punto más vale recordar al propio
Huidobro para quien «la palabra genio es un abuso del lenguaje». También él era
si no un escritor subdesarrollado, un poeta de lo que llamamos ahora el Tercer
Mundo Americano y su «galicismo mental» no me parece que hiciera de él un poeta
culto europeo, hiperconsciente al sumir las tradiciones o al tomarlas por
asalto, del peso de las mismas.
Hay un
juvenilisimo en Huidobro, un infantilismo casi, en que en parte coinciden su
temperamento y su carácter con el clima histórico de una época «cuya literatura
se parece a un juego delicioso, a la imagen de un mundo que es como un bello
domingo después de una fatigosa semana» [20] pero por el que, de otra parte, el poeta acusa nuestras limitaciones y nuestras
desmesuras de «pueblos jóvenes».
Aprovecho
la coyuntura para insistir en que una cierta actitud «sobradora» de dandysmo
literario, cierto engreimiento esnobista, el tono autocomplaciente con que
Huidobro hace como sí hablara una literatura de «juegos de salón» aforística,
de ocurrencias, estocadas y alfilerazos, brillantes, en todo ello influye su condición
de «pije» chileno, a la que están ligadas, por lo demás, una serie de
características a un tiempo subversivas y reaccionarias de su estructura
ideológica.
Huidobro
juega «el juego delicioso» de la literatura de su época como un aficionado de
condiciones excepcionales, pero se obstina en probar que ha cambiado las reglas
del mismo allí donde, en lugar de sobrepasarlas con una causística genial, no
ha hecho más que infringirlas con una torpeza de recién llegado. Por haber
dicho, por ejemplo, que «para mí nunca ha habido un solo poeta en toda la
historia de nuestro planeta» habría merecido un correctivo ejemplar en su época
misma, aunque ésta le pintara bigotes a la Gioconda. Ahora uno siente vergüenza
ajena de muchas de las argumentaciones medio escolares, sentenciosas, con que
Huidobro pretendía probar, en última instancia, su condición de primer poeta en
toda la historia de nuestro planeta, su prioridad de inventor de la poesía y su
originalidad absoluta.
Lo que
se espejea en esas argumentaciones -diga lo que dijere el poeta contra la
popularidad de la que no alcanzó a gozar en pleno- es un amor contrariado al
éxito[21] y el poeta habla por la herida de una semifrustración, todo lo cual no impide
que -dicho sea en honor a su intuición, a su fino olfato estético- resulte
justo en muchas de sus evaluaciones crítico-literarias.
Pero lo
que yo quiero señalar en correlación con las libertades excesivas que puede
esperarse se tome un latinoamericano en su trato con las culturas europeas
-como producto de un conocimiento exterior de las mismas o de una relativa
ignorancia de sus mecanismos internos- es lo que se llamó «la tendencia natural
y constante en América a la síntesis de las culturas»[22] -esas transculturaciones que han debido ser nuestra especialidad- por la
que «la supervivencia del pasado en el presente, el proceso de integración de
diversas y aun contrarias formas culturales constituye un carácter específico
del espíritu americano»; razón por la cual, de otra parte, hasta la época del
vanguardismo, acaso hasta nuestros días, pervive el romanticismo que «se
encierra detrás de todos los impulsos de la literatura hispanoamericana», el
personalismo y el individualismo correlativos, menos acaso como signos de una
«manifestación del genio de los pueblos a través de la intuición de ciertas
individualidades» que, por el contrario, como rasgos inevitables de una
producción superflua, que no surge en respuesta a una demanda colectiva, con la
naturalidad y el grado de elaboración técnica que caracterizan a los productos
culturales de una sociedad de consumo cultural, sino a partir de una, decisión
íntima, de una necesidad subjetiva al extremo, de una libertad creadora que
puede desplegarse en el plano de una abstracción ilimitada[23].
Por la
misma razón por la que una obra creada por obra y gracia del yo individual -del
«yo absoluto» huidobriano- para un consumo improbable, esto es, en medio de un
vacío cultural, no se articula «de por sí» a la historia, su relación con la
historia de la cultura puede ser igualmente arbitraria, y, en el caso de
Huidobro, su irrealismo, su individualismo y su diletantismo de coleccionista
cultural se corresponden. También su espíritu de contradicción [24](24)
que no conlleva una actitud o una vocación especiales para el juego dialéctico
de las ideas sino que surge de una relativa imposibilidad de ponerse de acuerdo
consigo mismo o para poner de acuerdo ideas a las que se suscribe, procedentes
de distintos, antagónicos o irreconciliables campos ideológicos. El intelectual
inorgánico del subdesarrollo está más expuesto acaso que cualquier otro a
desarrollar una personalidad babélica por la que hable la confusión de las
lenguas, a adoptan una conducta cultural incongruente.
Como si
mi cerebro estuviese dividido en dos compartimentos absolutamente
independientes [escribe Huidobro en «La confesión inconfesable»], me sentía
atraído con igual pasión por el estudio de las ciencias, lo que me hizo seguir
cursos en la Sorbona y otras universidades europea, sobre Biología, Fisiología
y Psicología Experimental, y por el estudio de lo maravilloso, lo que me hizo
dedicar muchas horas a la Astrología, a la Alquimia, a la Cábala antigua y al
ocultismo en general.
Se dirá
que ésta es la expresión normal de una gran curiosidad intelectual —nada del
hombre le era ajeno etcétera—, pero yo creo que esos compartimientos absolutamente
independientes que se multiplican en todos sentidos llegan hasta nosotros,
muchas veces, bajo la especie de inconsecuencia, como las fallas de una
personalidad fragmentada, como debilidades de una excentricidad.
Huidobro
es, desde este punto de vista, un fracaso. En él se mezclan, sin combinarse ni
entrar en tensión dialéctica, las instancias del racionalismo materialista y el
irracionalismo mágico que le indica el camino de las ciencias «malditas», de la
filosofía tradicional. Pero del mismo modo, acorde a la imagen de los
compartimientos absolutamente separados, Huidobro es nietzscheano en su lucha
contra el filisteísmo burgués, y porque ven en el poeta héroe un superhombre,
cortado a su medida. Marcha así al son del aristocratismo intelectual de la
revolución modernista que llevaba no el gorro frigio, sino un blanco penacho de
independencia»[25] repite a Nietzsche y su obra en una larga declaración de los derechos o de las
libertades del «yo absoluto». que cristaliza en su «todo aquello que es cualidad
en el individuo, es detestable para la colectividad»[26].
Así coincide con el autor de La rebelión de las masas, al que detestaba[27].
Pero,
al mismo tiempo, el burgués Huidobro, humanista, ligado sentimentalmente al
cristianismo, para el cual el comunista por «su nobleza y su generosidad» es
-en esta jerga filantrópica- «el más aristocrático de los hombres», en medio
del caos de Altazor -«En mi cabeza cada cabello piensa otra cosa»- junto con
denunciar «la mentira abyecta de todo cuanto edifican los hombres», anuncia el
advenimiento de una única y última esperanza encarnada en los «millones de
obreros que han comprendido por fin / y levantan al cielo sus banderas de
aurora».
Su
novela La próxima (1930) se cierra al grito de «Rusia, la única esperanza» con
que su protagonista Alfredo Roc -«un visionario realista y pioneer idealista»-
responde al fracaso en que culmina su empresa utópica, por la que toda la
novela se inscribe, a despecho de ese grito y de los puntos de vista
«marxistas» que se barajan en ella, en una corriente de crítica aristocrática
del capitalismo.
Alfredo
Roc ha fundado una colonia en Angola, refugio de espíritus selectos contra «la
catástrofe total que amenaza a la civilización por obra del capitalismo que
había perdido el control de la conciencia humana y de la economía social», pero
esa catástrofe sorprende a la colonia desde adentro, pues se ha infiltrado en
ella la mediocridad y el fanatismo que Huidobro -aristócrata espiritual y...
material- asocia, «por instinto», a la masa.
El
comunismo de Huidobro es una última esperanza antiburguesa de un burgués
rebelde que prefiere asociarla al «verdadero cristianismo que era en su esencia
comunista» a cifrarla en la historia. 0 por la que se remite, como en 1924, en
su «Elegía a la muerte de Lenin», a su fervor romántico por los grandes
destinos humanos individuales.
«El
héroe -escribía en una meditación entusiasta sobre Napoleón- es un dios
irrealizado, más bien es el concepto de dios, nuestro anhelo de dios, nuestro
deseo absoluto hecho carne.»
Con
esta óptica deificante, Huidobro ponía fácilmente los ojos, en materia de
«hombres de acción y de aventura» fabulosos, en personajes como el Mío Cid
Campeador o en los mitos simbolistas-decadentistas de Cagliostro o Gilles de
Raíz por los que acusa su ascendencia finisecular[28].
Se
podría resolver el problema que plantean las dicotomías huidobronianas alegando
que se trata de una figura literaria de transición, y además hay que prevenirse
contra el error que consiste en pensar a un escritor de otra época como si su
coherencia o su incongruencia coincidieran con las nuestras. ¿Pero es que acaso
el hecho mismo de que en ciertos aspectos Huidobro perteneciese, en su tiempo,
al futuro [29] y su obra aspiraba «a poblar -inmodestamente— para mil años el sueño de los
hombres», pone ahora en tanta evidencia, además de sus necesarias, lícitas e
inevitables articulaciones con el pasado, los puntos problemáticos en que esas
articulaciones adolecen de rigidez o se presentan como trizaduras de las que se
resiente ese núcleo, principio unitario o como quiera llamárselo por el que se
distingue una creación individual del plancton del que surge, en que fermentan
los ingredientes espirituales de una época y en que se cruzan todas sus
corrientes y sus contracorrientes?
Lo que
hay en Huidobro, en lo que atañe siempre a su ideología y los momentos en que
en su obra habla en nombre de ideas, es, efectivamente, un escritor de
transición, de los que vierten el vino nuevo en odres viejos, pero con el
añadido de que, en relación a ciertos odres, el vino se comporta como un ácido.
Así
ocurre con las profesiones de fe anarco-comunistas de Huidobro que se cruzan,
sin entrelazarse en un mismo tejido, con todos esos hilos que traman la
urdimbre de la obra de un poeta cuyo mayor orgullo era «haber arrancado la
poesía de manos de los vecinos de la ciudad y haberla encerrado en la fortaleza
de los caballeros ungidos».
Nietzsche
y Marx deben caminar de la mano por Altazor, en el que el yo absoluto del poeta
-el superego Huidobriano- «solitario como una paradoja, se ofrece en el
espectáculo de uno de los más impresionantes poemas escritos en lo que va del
siglo en lengua castellana, por el que Latinoamérica se pone a la altura de la
gran poesía universal, arrastrando consigo -a pesar o por la actitud planetario
asumida por Huidobro en ese texto- todas las irregularidades que pueden
registrarse en el de be de nuestra literatura poética, de nuestra vida
cultural, de lo que hemos sido y de lo que acaso somos.
En este
poema-encrucijada el hablante se mueve en todas direcciones y el resultado es
un laberinto verbal en cuyo pórtico debiera leerse esta definición
programática, quizá la más adecuada a su poesía, de las que escribió el
teorizador: «Nada de caminos verdaderos y una poesía escéptica en sí misma».
Frente
a este poema babélico que es hoy en día en parte una ruina inservible, en parte
una cantera o bien un ejemplo edificante de lo que no debe hacerse por ningún
modo de manera análoga, ya no sólo se pueden apreciar las oscilaciones de un
hombre de transición respecto de sus encontradas ideas, de las que el poeta
hace explícitamente derroche en el Primer Canto. Esas trizaduras se hacen
visibles también en el cuerpo mismo de la poesía de Vicente Huidobro, que se
despedaza a lo largo del poema.
Varios
Huidobros son los autores de Altazor, y el acuerdo al que llegan a la fecha de
la redacción definitiva del texto tiene algo de una componenda por la que las
distintas partes del poema sostienen con el total del mismo una relación
bastante floja. Hay que recordar que la organización, arquitectura o estructura
del poema, era justamente aquello que Apollinaire y los suyos tendían a
eliminar, acordes a la poética del cubismo.
Esa
había sido la poética de Huidobro en Horizon carré, Tour Eiffel, Hallali, pero
en Altazor -el canto a mí mismo de Huidobro- vuelve por sus fueros -alentado
acaso por el whitmanismo de posguerra- el joven poeta seudosimbolista o
neomodernista de Adán (1916) con su caudalosidad de «bardo-profeta»
emersoniano.
Yo creo
que el poema no sufriría una lesión orgánica si se le suprimiera parte de sus
miembros: las ramas de un árbol que ganaría con la poda, pues Altazor está
hecho como la naturaleza hace un árbol[30].
Lo que hace la unidad relativa del poema, antes que una organización
determinada del mismo, es algo por lo cual justamente postula la imposibilidad
de tal organización: la conciencia que lo atraviesa de parte a parte y que se
ramifica por él, de una crisis de la realidad -«no hay bien ni mal ni orden ni
belleza»- a la que se esfuerza por sustituirse «el poema creado en todas sus
partes como un objeto nuevo».
En Altazor, Huidobro no hace poesía
alrededor de las cosas, para satisfacción de su (equivocado) antinaturalismo
pictórico; la hace alrededor de sus opiniones e ideas, y no ciertamente con
conceptos inventados sino glosando dispares filosofías; la hace contra sus
prejuicios Y con ellos, alrededor de sus pasiones, esperanzas y temores;
Altazor explica el creacionismo a la vez que trata de encarnarlo, y, hasta
donde lo permite la incoherencia por la que se desliza Altazor como por un
plano inclinado, esa poética es el eje de su discurso.
Ese
texto nos informa en buena medida de la razón de ser del creacionismo y de las
preocupaciones intelectuales en que esa razón se funda. Menos y más que un
poema creacionista es un discurso en torno al creacionismo: la poetización de
una poética antes de que ésta pruebe, finalmente, a identificarse con el poema,
disolviéndose en una juguetona «inanidad sonora».
Poesía
de la poesía, crítica de la poesía, demolición y construcción simultáneas de un
edificio verbal que niega los materiales de que se constituye, postulación de
una verdad artística que «empieza allí donde termina la verdad de la vida» pero
que acusa por todas partes sus interrelaciones con un discurso más vasto -el de
la aspiración de las escuelas de vanguardia a fundar una realidad vital de
verdad-; «horror de la vida y éxtasis de la vida» (Baudelaire): tópicos
románticos: evasión de lo real, sed de infinito, afirmación, por encima del
bien y del mal de un super yo obsesionado por ideas de muerte y supervivencia;
profesiones de fe panteístas y fantásticas efusiones sentimentales (como las
del Canto II en que, entre versos perfectos, de una genuina originalidad, se
escuchan voces que vienen de la hojarasca romántica) Altazor quiere ser la
praxis del creacionismo, o, mejor dicho, de las distintas y no bien articuladas
piezas teóricas que Huidobro pretendiera integrar en una poética más ingeniosa
que rigurosa: en parte el dechado de la insensatez de la que se resiente el
teorizador pero por la que el poeta llega a veces -no obstante el tiempo le
haya gastado las cartas entre las manos- a deslumbrar:
Al horítaña de la
montazonte
La violondrina y el
goloncelo
Descolgada está la noche
de la lunala
Se acerca a todo galope
Ya viene la golondrina
Ya viene la golonfina
Huidobro
consideraba Altazor su texto más importante, bien que lo publicara en Madrid en
1931, el mismo año en que dio allí a la publicidad otro de sus poemas largos:
«Temblor de cielo». Bueno sería, desde luego, conocer la cronología de los
distintos Cantos o de los diversos fragmentos que componen Altazor y que está
en la base -esa pluralidad de tiempos- del carácter caótico y fragmentario del
poema.
Evidentemente
el Prefacio de Altazor, con su chisporroteo de imágenes y sus rápidas estocadas
aforísticas, y «Temblor de cielo», corresponden a una misma época de
heterodoxia creacionista y de madurez, en que campean, decididamente por encima
de las fórmulas de la escuela, «el desenfado creacionista y el humor blanco» de
Huidobro y su exaltación neorromántica, esto es, su estilo personal.
En
«Temblor de cielo» se cumple el propósito creacionista pero bajo su especie más
dúctil: el de una transfiguración, metafórico e imaginista, de lo real; pero
ese poema es menos interesante que Altazor: la encrucijada de todo lo que
imaginó, pensó y sintió Huidobro en el curso de doce decisivos años de su vida
literaria[31].
Aunque
el fiel de la balanza del juicio artístico se inclinara del lado de «Temblor de
cielo», yo veo en Altazor el total de la aventura poética de Huidobro, con sus
altos y bajos y hasta con su perdidizo o desventurado o problemático final.
Algo así como un poemario en que encallara aquí y allá la poética de Huidobro,
salvándose no obstante su carga de poesía. Altazor es también un documento que
aclara, hasta la trivialidad de la que no escapa, la o las genealogías poéticas
de su autor, sus fuentes filosóficas o literarias de inspiración.
Es ese
poema el que, por su sola presencia en nuestro idioma, exige que se le haga
justicia histórica a Huidobro, rescatándolo del olvido o de las ceremonias
anacrónicas en que se procede a su glorificación intemporal.
Los
últimos libros poéticos de Huidobro, cuya publicación data de 1941 pero que
fueron escritos, sin duda, al mismo tiempo que partes de Altazor —entre 1923 y
1934— Ver y palpar y El ciudadano del olvido son parte, como es natural, del
itinerario de aquél, del reconocimiento de unas mismas zonas de la escritura.
Estos libros, en los cuales no hay poemas mejores que los mejores fragmentos de
Altazor, deslucen tanto junto a este volcán en erupción que arrojó materiales
de todos los estratos geológicos del creacionismo, como junto al virtuosismo
imaginista de «Temblor de cielo».
Las
otras cimas de la poesía de Huidobro hay que buscarlas a través de sus libros o
fuera de ellos, en sus Últimos poemas. «Monumento al mar» se cuenta entre
éstos.
Cuando
Huidobro murió en 1948 -escribe Juan Jacobo Bajarlía, uno de los apologistas
más exaltados del poeta—era prácticamente un olvidado: sólo, según nuestro
conocimiento, el Journal des Poétes, de Bruselas, señaló su desaparición
publicando nuestra traducción de un largo poema «Monument à la mer»), del cual
Emilie Noulet ha podido decir «que jamás, salvo quizá en Valéry, el amor al mar
se ha expresado con tanto fervor, con tanta grandeza»[32]
No sé
quién sea Emilil Noulet(*) pero me suscribo a la intención de sus palabras:
poner a Huidobro en el lugar que muchos otros le niegan, en relación a los
grandes poetas de su tiempo.
[Los
vanguardismos en la América Latina, recopilación de textos por Oscar Collazos
(La Habana: Casa de las Américas, 1970)]
* Crítica
belga. Estuvo casada con el poeta español José Carner.
[1] Lo mejor de Vientos contrarios es la «Confesión inconfesable», porque rompe, por completo, la promesa de su título. No hay tal confesión, a menos que el poeta haya sido un ángel. Cada falta aparece en los escritos verdaderamente confesionales de Huidobro bajo la especie de su absolución. 0 más bien como la culpa del otro, del hombre mediocre. Su divisa es siempre: «todo aquello que es cualidad en el individuo es detestable para la colectividad», nietzscheanismo por el que podía negarse a reconocer determinados problemas de una conciencia formada en la moral tradicional como los que sugiere Papá o el Diario de Alicia Mir. Cuando el poeta, por otra parte, desciende a la psicología abisal así en Sátiro o el poder de las palabras, lo hace precedido y guiado por una idea que lo mistifíca todo a su paso.
[2] «La poesía», conferencia leída en el Ateneo de Madrid, en 1921.
[3] «Vicente Huidobro y el creacionismo», prólogo de las Obras completas de V. H., Editorial Zig-Zag, 1963.
[4] «La poesía es hermana carnal del humor; en todo verdadero poeta dormita un mistificador. Desgracia para él y para nosotros si no despierta jamás.» Henri Bremond. La poesía pura.
[5] «El poeta os tiende la mano para conduciros más allá del último horizonte, más arriba de la punta de la pirámide, en ese campo que se extiende más allá de lo verdadero y de lo falso, más allá de la vida y de la muerte, mas allá del espacio y del tiempo, más allá de la razón y de la fantasía, más allá del espíritu y de la materia». V. H., «La poesía», 1921.
[6] JOSÉ MARÍA CASTELLET, Veinte años de poesía española.
[7] Como se sabe, Baudelaire propuso que el artista en lugar de imitar a la naturaleza la asimilara y encarnara en su yo.
«La poesía -escribía Huidobro- no debe imitar los aspectos de las cosas sino las leyes constructivas que forman su esencia y que le dan la independencia propia de todo lo que es.» 0 bien: «No se debe imitar a la naturaleza, sino que hacer como ella; no imitar sus exteriorizaciones sino su poder exteriorizador».
Antes que abundar en la resabida influencia de Baudelaire sobre las ideas estéticas vanguardistas, yo me permitiría aquí atribuirle la paternidad de una confusión. Gracias a ésta, poesía y pintura moderna se prestaron recíprocamente fuerzas nuevas, y, debido a ella, poetas como Huidobro perdieron el sentido de la diferencia específica que hay entre la poesía y la pintura, pero para atribuirle a ésta, conscientemente o no, un rol subordinante como el que jugó o se pretendió que había jugado la música en el simbolismo. El fetichismo de la imagen, el prurito de hacer de la imagen un objeto nuevo equivale al cuadro-objeto de los cubistas, que no le debiera nada a lo real; la neutralidad lingüística, una poesía de hechos nuevos, íntegramente creados, «idénticos en todas las lenguas», todas éstas son las consecuencias, en Huidobro, de su entusiasmo militante respecto de la revolución artística iniciada en 1910 por Apollinaire y Picasso; y de su relectura de Baudelaire a la luz de aquélla.
[8] «Yo encuentro», 1925.
[9] La interpretación de B. A., con ser más convincente que la mía, adolece de la buena voluntad apologético de suponer que Altazor es un poema largo, dotado de una unidad de sentido, y que se desarrollaría conforme a un diseño interno, como un drama. Habría que probarlo. Yo veo, por todas partes, tanteos, adiciones, una aventura como dice el poema mismo, «una bella locura en la vida del lenguaje», «un simple sport -en ciertos casos- de los vocablos». A mí me parece que «el desarticulado final con frases rotas y palabras de confusa algarabía» es un canto que podría situarse en cualquier lugar del poema, pues representa, en el total de la poesía de Huidobro, una de las salidas que se le presentaban a éste para escapar a la naturaleza representativa del lenguaje y crear así una realidad otra. Pedro Henríquez Ureña le atribuye al poeta cubano Mariano Brull la invención del poema sin palabras, mera sucesión de sílabas sin sentido, que derivaba todo su encanto, exclusivamente, de la combinación de sonidos: la «jitanjáfora».
En la poesía de Huidobro esta deserción del sentido de las palabras por el sonido tiene el signo de un empecinamiento creacionista, es uno de los callejones sin salida de su poética.
[10] Huidobro postula esta ruptura, no la consuma.
[12] «Sobre la poesía y los poetas».
[13] FERNANDO ALEGRÍA, Literatura chilena del siglo XX.
[14] JORGE ELLIOTT, Antología de la nueva poesía chilena.
[15] RAFAEL CANSINOS ASSENS, Verde y dorado en las letras americanas.
[16] JUAN LARREA, El surrealismo entre Viejo y Nuevo Mundo.
[17] «Vicente Huidobro resulta inferior en cuanto creador de arte americano, a Diego Rivera: Huidobro ha puesto en su técnica peculiar, su alma personalísima, mientras que Diego Rivera, el gran pintor, ha puesto en la suya su alma personalísima y además el alma de su raza." R. BLANCO FOMBONA, El modernismo y los poetas modernistas, 1929.
[18] El que dijo Juan Valera de Rubén Darío.
[19] ALEJO CARPENTIER en Tientos y diferencias.
[20] GAETAN PICON, Panorama de la literatura francesa actual, 1947.
[21] A lo que aspiró Huidobro fue a un éxito «aristocrático», al reconocimiento de los «espíritus selectos», reunidos, por encima de las multitudes, en corro de amigos; a la vez que esperaba que los poetas jóvenes vieran en él al maestro y al primer poeta de su tiempo.
[22] FEDERICO DE ONÍS, Antología de la poesía española e hispanoamericana. «Entiende Federico de Onís que la simultaneidad de géneros y tendencias que en las literaturas europeas no suelen coexistir, la supervivencia del pasado en el presente, este proceso de integración de diversas y aun contrarias formas constituyen un carácter específico del espíritu americano.» G. DE TORRE, Claves de la literatura hispanoamericana.
[23] «Juguemos fuera del tiempo» es la invitación decisiva de Altazor, y el abstraccionismo de Huidobro hay que buscarlo, primeramente, en una falta de pesantez temporal de su poesía y en el consiguiente «libertinaje» de su imaginación creadora, en su fantasiosidad.
[24] Dejo de lado, en este punto, el efecto desmoralizador que persigue Huidobro al afirmar, contra el hombre razonable, el derecho a la contradicción; su asalto, por la paradoja, a «los bueyes que pastan en las praderas chilenas»: «Soy inconsecuente con todos mis instantes, porque soy consecuente con cada uno de ellos».
[26] Epígrafe de «Vientos contrarios».
[27] V. H. «Es algo bien triste leer a José Ortega y Gasset desvariando sobre el arte nuevo. ¡Qué manera de aglomerar estupideces e incomprensiones! Tómese todo lo que dice al revés y se estará más cerca de la verdad.»
[28] Cagliostro, novela-film, 1934, Gilles de Raiz,pieza de teatro, 1932.
[29] Sobre la actualidad de Vicente Huidobro tendría que escribir otro trabajo que completara éste. Aparte de que es posible acotar el campo de la incuestionable influencia que ejerció el poeta sobre la nueva poesía hispanoamericana, sería preciso fijar aún los puntos en que se funda su productividad actual.
[30] «Hacer un poema como la naturaleza hace un árbol», Vicente Huidobro.
[31] El supuesto teórico que mejor le cuadra a «Temblor de cielo», podría ser el que apunta Huidobro en su «manifiesto de manifiestos», 1925, en un momento de sagacidad y modestia: «es evidente -escribe- que nada de aquello a que estamos acostumbrados nos emociona. Un poema debe ser algo inhabitual, pero hecho a base de cosas que manejamos constantemente, cosas que están cerca del pecho, pues si el poema inhabitual también se ha ya construido a base de elementos inhabituales, nos asombrará más que emocionarnos».
[32] JUAN-JACOBO BAJARLIA, en La polémica Roverdy-Huidobro: Origen del Ultraísmo.
Enrique Lihn, una de las voces más lúcidas de la
poesía nacional, nació en Santiago el 3 de septiembre de 1929. Pese a ser
conocido principalmente por su labor poética, este miembro de la Generación
Literaria de 1950 supo también desplegar su discurso ácido y escéptico en el
ámbito de la crítica, la narrativa, la dramaturgia, el comic y el happening,
convirtiéndose en un fecundo animador de la vida literaria y cultural del
Santiago de su época.
Luego de estudiar en el Saint George College, Lihn
ingresó al Colegio Alemán, lo que posteriormente recordó en el poema
"Nunca salí del horroroso Chile", incluido en el poemario A partir de
Manhattan (1979): "Nunca salí del habla que el Liceo Alemán/ me inflingió
en sus dos patios como en un regimiento/ mordiendo en ella el polvo de un
exilio imposible/ Otras lenguas me inspiran un sagrado rencor/ el miedo de
perder con la lengua materna/ toda la realidad. Nunca salí de nada."
Posteriormente, el año 1942, ingresó a la Escuela
de Bellas Artes de Santiago, en calidad de estudiante libre de dibujo y
pintura, dando cuenta de una vocación que permanecería en él, pese a abandonar
la formación plástica. A partir de esta experiencia, Lihn no sólo se vincularía
al grupo intelectual formado en torno a la Escuela de Bellas Artes, sino que
más tarde colaboró con diversos medios de prensa en el área gráfica, publicando
incluso Un cómic (1992), obra realizada en colaboración con Alejandro
Jodorowsky, en la cual Lihn ofició como dibujante.
En constante actividad, Enrique Lihn participó en
innumerables proyectos editoriales, como la revista Cormorán (1969-1971) y la
edición del collage Quebrantahuesos (1952). Desarrolló una intensa vida académica, vinculada fundamentalmente al
Departamento de Estudios Humanísticos de la Universidad de Chile y a los
Talleres de Poesía de la Universidad Católica.
Portador de una visión crítica y descarnada de la
vida y la literatura, libros como La pieza oscura fijan hitos no sólo para su
propia poesía, sino que para el panorama poético chileno en su conjunto. Por su
importancia y vastedad, son múltiples los artículos y notas críticas sobre su
obra, tanto en Chile como en el extranjero. Enrique Lihn vuelca en su escritura
las sospechas que abriga sobre los modos de representación de la realidad en el
arte, así como el constante desarraigo que atraviesa sus textos, como sucede
con El Paseo Ahumada (1983), libro que también expresa otra de las líneas
fundamentales de trabajo de Lihn: la poesía urbana. Otra de las características
fundamentales de su obra es la constante apelación al oficio del escritor y al
sentido de su hacer, línea de trabajo que desarrolla en La musiquilla de las
pobres esferas (1969). De sus motivaciones y concepciones en torno a la
literatura y el arte quedan las Conversaciones con Enrique Lihn, serie de
entrevistas realizadas por Pedro Lastra que recorren el imaginario del poeta.
Víctima del cáncer, escribió hasta el último momento de su vida, a pesar de la
enfermedad, de lo que surgió el libro Diario de muerte, publicado en forma
póstuma por Pedro Lastra y Adriana Valdés. Enrique Lihn falleció en Santiago el 10 de julio de
1988.