Francisco A. Marcos Marín


Dominio y lenguas en el Mediterráneo Occidental y los inicios del español 


Francisco A. Marcos Marín

University of Texas at San Antonio



Es llamativo que la historia de España se haya escrito desde una visión de Norte a Sur. Sólo una de las cuatro grandes culturas peninsulares, la celta, prerromana, penetró por tierra desde el norte. Parcialmente, porque como cultura celtíbera incorporó a los iberos, llegados por el sur y este. Las otras tres culturas lo hicieron por vía marítima. Los fenicios y sus continuadores, los cartagineses, también culturas prerromanas, arribaron desde el este. El gran puerto de Cartagena está en el sureste de España, Málaga y Cádiz en el Sur. Los romanos, que llegaron tras derrotar a los cartagineses en 218 a.J.C. también entraron por la costa oriental, mediterránea. Los sarracenos, árabes y bereberes, lo hicieron desde el sur. Parece claro que la interpretación histórica que dio nombre a la Reconquista es la causa de la elección de esa perspectiva. La historia de España se ha escrito desde una concepción idealizada de una “España” gótica, destruida por los musulmanes y reconquistada y reconstruida por los cristianos. Ha habido, por supuesto, otras muchas grandes influencias en la configuración de las culturas ibéricas, la visigótica, desde el siglo V, la euskérica, que tomó el nombre de los vascones celtas, desde finales de ese siglo o, con posterioridad, la galorrománica (francesa y provenzal) desde el XI, la italiana entre XIV y XVII o la anglo-norteamericana en nuestros días. El libro del que se da noticia en esta nota se detiene a principios del siglo X, en el momento en el que se alcanzó la máxima cohesión árabo-islámica en Alandalús con el califato Omeya, procedente de Siria.

La pregunta que origina esta reflexión es muy simple: ¿Qué hablaban los sarracenos que llegaron a la península ibérica tras el 711 y se impusieron sobre la mayoría de ella? La respuesta también es sencilla, eran bilingües de bereber y un tipo de latín, el llamado afro-románico, que podía tener variantes dialectales, porque el territorio entre Trípoli y Marruecos, el Magreb, es amplio. En todo caso, esas variantes no impedían la intercomprensión entre las gentes del norte de África, Hispania, las Baleares, Cerdeña, y al menos el sur de Italia. Por eso la comunicación resultó tan fácil durante todo el siglo VIII en el territorio hispano que se fue haciendo musulmán muy lentamente. A principios del siglo VIII la construcción del islam como religión se encontraba en estado incipiente, recién terminada la edición del Alcorán por los Omeyas. La construcción del Islam como institución, realizada sobre todo por los abbasíes, apenas había comenzado. El proceso de arabización, islamización y orientalización de Alandalús fue un proceso lento y gradual, que sólo tomó forma a finales del siglo VIII con el emirato omeya y no se consolidó hasta el X con el califato omeya.

A partir del 200 a.J.C. se incrementó el contacto entre bereber y latín en el Norte de África. La influencia del latín es muy superior a lo que se pensaba tradicionalmente. Hubo una extensa romanización, sin que por ello haya que despreciar la resistencia que varias tribus bereberes opusieron. La provincia de Africa, pero también las Mauritanias, Cesariense y Tingitana, tienen restos arqueológicos y literatura en latín que prueban de manera diáfana esa romanización. Cartago, destruida y reconstruida, fue un centro cultural cuya importancia sólo fue superada por Roma. Esa romanización se mantuvo durante el reino vándalo (429-534) en Túnez y el Este de lo que hoy es Argelia. El nombre árabe de Argelia, aljezair, es un derivado del latín Caesarea, que sufrió también un proceso de etimología popular, que lo asimiló al árabe al-jazair, ‘la península’. Está bien atestiguado que los vándalos hablaban latín y que el púnico (fenicio-cartaginés) se mantuvo en ciertas regiones del Magreb al menos hasta el siglo V. Derrotados los vándalos por los bizantinos, el Imperio Romano de Oriente (en realidad el único Imperio Romano) se expresó en su área occidental en latín. En latín se escribió la gran epopeya de la conquista bizantina, la Joannida de Coripo y en latín se manejó toda la administración, incluida la escuela. Septem (Ceuta) en el estrecho de Gibraltar era una ciudad bizantina y latina. El bilingüismo del latín con el bereber estaba activo en el siglo VIII y se mantuvo en algunos lugares hasta los siglos XI y XII, como testimonian los geógrafos árabes y la epigrafía. Las hablas afrorrománicas de los bereberes (bilingües bereber-latín) estuvieron activas en la península ibérica al menos hasta el último tercio del siglo VIII y deben tenerse en cuenta para estudiar la formación de los romances ibéricos, especialmente el andalusí y para los estudios antroponímicos y toponímicos

Cartago y toda su provincia era la gran proveedora de trigo y cereales para Roma. La pérdida del control romano implicó el desabastecimiento de la capital del imperio y su debilitamiento, hasta caer bajo el poder de los godos (493-553). La riqueza cultural y económica de Cartago había atraído a un núcleo estable de judíos y de ese modo empezó la cristianización, que desde África se extendió a Hispania. La Península Ibérica mantuvo una estrecha relación religiosa con Cartago, a veces más estrecha que la que mantenía con la propia Roma, sede del papado. En el 711 y años siguientes, los bereberes que formaban parte de los sarracenos eran en muchos casos cristianos convertidos al islam incipiente del momento, es decir, sin una gran profundidad legal y teológica. Los que se establecieron al norte del río Duero estaban en territorio que fue pronto reconquistado por los cristianos y es fácil suponer que muchos de ellos permanecerían en él, con posibles regresos al cristianismo. Es muy notable el número de iglesias con nombres de santos africanos en el área. También se aprecian influencias arqueológicas claras, como el doble ábside de varios templos. Es cierto que la relación de los cristianos hispanos y los norteafricanos había sido muy estrecha, como se dijo antes; pero no es suficiente para explicar la pervivencia de los elementos africanos tras la reconquista cristiana. A ello hay que sumar la llegada de otro grupo hablante de otra forma de latín, el iberorrománico de los cristianos andalusíes, llamados mozárabes. El latín o románico andalusí, hablado por cristianos, musulmanes y judíos, por lo que es erróneo llamarlo “mozárabe”, había estado en contacto con el afrorrománico de los bereberes. Esta relación debe tenerse en cuenta para explicar las combinaciones que acabaron dando origen al castellano y otras lenguas románicas peninsulares.

El otro elemento que intervino en la evolución del latín en la zona entre la Bureba, en el norte de Burgos y la Rioja fue la llegada a fines del siglo V de los hablantes de euskera. Se desplazaron desde la Aquitania francesa, ocuparon el territorio céltico de los vascones y tomaron el nombre de éstos. El vascuence hablado hoy en el País Vasco y Navarra no desciende de una lengua prerromana que se hablara en Hispania. Tomar el nombre del pueblo cuya lengua se sustituye es un proceso normal en la historia, baste citar el caso de México, donde el mexica fue desplazado por el castellano, pero los habitantes, hablantes de español, se llaman mexicanos. En la primera mitad del siglo VIII los bereberes, hablantes bilingües de bereber y afrorrománico, llegaron a Pancorbo y fueron contenidos por los vascones euskerizados. No pudieron ir hacia el este, dominado por los hispano-andalusíes Beni Qasi (hijos de Casio) y se desplazaron hacia el oeste, al norte del Duero. En la zona alta del Ebro, entre la Bureba y la Rioja, entraron en contacto las tres variantes del latín, afrorrománico, iberorrománico y vascorrománico y se inició el romance castellano, con variantes dialectales tan diferenciadas como la riojana, la soriana y la burgalesa.

(Dominio y lenguas en el Mediterráneo occidental hasta los inicios del español. Valencia: Ultreia, Universidad Católica de Valencia, 2023. https://ultreia.ucv.es/index.php/ultreia/catalog/book/6)

Francisco Adolfo Marcos Marín (Madrid, 20 de junio de 1946 -), profesor y lingüista español, también ciudadano estadounidense. Desde 2004 fue professor of Linguistics and Translation en la Universidad de Texas en San Antonio, retirado hoy día como profesor emérito de dicha universidad. De su experiencia internacional puede destacarse que ha sido professore ordinario per chiara fama de la Università di Roma, La Sapienza, catedrático de Lingüística General en la Universidad Autónoma de Madrid y de Historia del Español en la Universidad de Valladolid. Ha sido profesor invitado o visitante en numerosas universidades. Es miembro de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (2001) y de la Academia Argentina de Letras (2002) y Ciudadano Honorario de San Antonio, Texas.

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