Consuelo Triviño Anzola
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El alma sin velos
Reseña del libro Todo es cuento de Consuelo Triviño Anzola
Por Marcos Fabián Herrera
Ciertas escritoras están facultadas para indagar con perspicacia la naturaleza humana. Esa capacidad para develar la psicología y descifrar el comportamiento de los seres atormentados, es un talento reconocible en autoras canónicas. No desaciertan quienes reconocen las obras de Emily Bronte, Jane Austen, Marguerite Duras, Virginia Wolf y más recientemente Elizabeth Strout y Mayra Montero, como logrados tratados de las convulsiones mentales que padecen los individuos cuando se ven enfrentados a circunstancias adversas. Esta virtud, que se decanta en las mujeres que asumen la literatura como un oficio que trasciende el escueto eslabonamiento de sucesos y apuestan por hondas inmersiones en el alma de sus personajes, es más infrecuente de lo que se cree. Con los inevitables riesgos estéticos y contingencias creativas que conlleva esta vertiente, cuando la escritura trasluce de forma fiel los dramas y palpitaciones del espíritu, la literatura alcanza su manifestación más legítima e inequívoca.
Para fortuna de la literatura colombiana, escritoras como Helena Araujo, Silvia Galvis, Marvel Moreno y Elisa Mújica, han vertido en sus ficciones sensibles radiografías de las expresiones más variadas de sus respectivas épocas y contextos. Las epifanías y las abyecciones, los duelos y los rituales de la sociedad contemporánea infeccionan los personajes de estas creadoras para recordarnos que a contrapelo de los cantos de sirena que nos llegan desde las trincheras de la frivolidad, la literatura sí lograr explicar los malestares de un país envilecido.
Los ambientes imprevistos y las cárceles en que se convierten los hábitos que niegan la dimensión trascendente de los días, pendulan en la existencia como amenazantes ciclos de adocenamiento y liberación. Este cóctel de molicie, tedio y decadencia alimenta y obsesiona la faceta de cuentista de la escritora Consuelo Triviño Anzola. En sus ficciones, los matices del sufrimiento libran una imperceptible lucha con las formas más insólitas de la alegría. Las mujeres protagonistas de los relatos contenidos en su libro Todo es cuento, son por definición, seres que no vacilan en cuestionar sus roles, en desacomodar sus vocaciones y en impugnar las imposiciones de sus entornos. Son mujeres que procuran corregir extravíos y malbaratar ilusiones, intentando vanamente, correr un velo para contemplar el mapa de una sensorialidad pretendida o apenas imaginada.
Esta habilidad, que deriva del registro fiel de unos sentires entreverados en el ambiente popular de la idiosincrasia latinoamericana, se ha manifestado con progresiva firmeza en los libros que Consuelo Triviño ha escrito en los últimos 30 años. Tempranamente, la escritora en su novela Prohibido salir a la calle reconoció su firmamento y apropió una escritura que fluye tersa como el canto de un riachuelo y surca con sus riadas un cauce vital en el que la época se figura natural y espontánea. Como una viñeta, que, sin adulteraciones ni enmendaduras, evoca un tiempo recobrado con los artificios de la memoria.
En su escritura, que a base de certeros susurros traza una estampa gris y prosaica de ese rostro de la vida que se opone a la evasiva ensoñación, el habla de los personajes y la urdimbre de sus dramas proyecta la complejidad de historias individuales siempre en tensión con una encarnación del mal. Destinos particulares que en sus luchas reflejan la universalidad de los conflictos y la incapacidad de los humanos para controlar sus vidas.
Así como la voz de una niña abre un caudal de vivencias que retratan los dramas de un mundo citadino accidentado y ruinoso, en su novela Transterrados, Luis Jorge Peña, es un periodista que encara el exilio como camino de escape a la sombra ominosa de la historia de su país. Él enfrenta el conflicto doméstico que le sobreviene como un episodio que confirma la obstinación de una caprichosa fatalidad. Como si el suyo fuera un trasiego signado por una pertinaz celada.
Aunque es un género hoy relegado por la industria editorial, el cuento, que algunos infravaloran y consideran arte menor, cuando es ejercitado como un exigente instrumento de verismo literario, la dimensión técnica es superada por la certidumbre narrativa de lo que se relata. Es la vieja distinción entre forma y fondo, que cuando el escritor logra que el sustrato prevalezca por la dignidad artística de lo que se cuenta, se zanja en virtud de un dominio singular que provee originalidad y se sobrepone a aspectos bizantinos.
En Todo es cuento hay viajeras, estudiantes, enamoradas, exiliadas y bohemias, esnobistas y disolutas, roles y rostros de mujeres que en el límite del riesgo ven emerger versiones despiadadas y benignas que cohabitan en amistosa rivalidad en sus conciencias. Si las tragedias arquetípicas se prefiguran por los azares y los anuncios premonitorios de los dioses, en estos relatos son los humanos los que labran, en pulso con fuerzas arcanas encarnadas en figuras o espectros humanos, el devenir escurridizo de seres asediados por un desencanto cercano al hartazgo y próximo al espleen parisino que explicara Baudelaire.
En uno de los cuentos, un suicida, que en el preludio de su inmolación una tarde de noviembre de 1997, iluminado por la lucidez de la finitud, confiesa, con el tono inexorable de quien atisba la muerte, que la vida es sucesión de instantes; entre todos, dos otros que no se olvidan. En unos te encuentras, en otros te pierdes. La vela siempre encendida se apaga. Nos vamos, empezamos a deshacernos. Seremos una sustancia que se mezcle con el humus primigenio. Nuestros cuerpos: formas que se deshacen, que ya no se pueden palpar. En este monólogo de la decrepitud resuenan los impulsos de todos los personajes del libro. Si la naturaleza humana alberga en la penumbra la esencia de la especie, en estos relatos se vislumbra la desnudez de la conciencia. Lo que demuestra que somos fábula, lo que prueba que Todo es cuento.
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Consuelo Triviño Anzola. Bogotá, 1956. Es doctora en Filología. Reside en Madrid donde trabaja en el Instituto Cervantes. Ha publicado las novelas Prohibido salir a la calle (Planeta 1998, Mirada Malva 2009, Sílaba Editores 2011, Seix Barral 2022), La semilla de la ira (Seix Barral, 2008), Una isla en la luna (2009), Transterrados (2019) y Ventana o pasillo (Seix Barral, 2021), los libros de cuentos La casa imposible (2005), Letra herida (2012), Extravíos y desvaríos (2013) El ojo en la aguja (2019) y Todo es cuento (2024) así como biografías de José Martí (2004) y de Cervantes (2013). También tiene obra de crítica literaria. Esta su primera novela, Prohibido salir a la calle, fue considerada por la revista Semana, de Bogotá, como una de las mejores de la literatura colombiana moderna. En el volumen No era fácil callar a los niños varios críticos conmemoran los veinte años de esa novela y destacan la fuerza de su ficción testimonial y el profundo e íntimo concepto de su lengua.
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Marcos Fabián Herrera nació en El Pital (Huila), Colombia, en 1984. Ha ejercido el periodismo cultural y la crítica literaria en diversos periódicos y revistas de habla hispana. Es miembro del comité editorial de la Revista musical La Lira. Sus crónicas se publican en la Revista Diners y el periódico El Espectador de Bogotá.
Autor de los libros El coloquio insolente: Conversaciones con escritores y artistas colombianos (Coedición deVisage-con-Fabulación,2008); Silabario de magia (Trilce Editores, 2011); Palabra de Autor (Sílaba, 2017); Oficios del destierro (Programa Editorial Univalle, 2019); Un bemol en la guerra (Navío Libros, 2019). Orquídeas Colombianas: un encanto floral del trópico es su sexto libro.