Edu Mir

Novela por entregas

 

Crea buitres y te echarán de casa

 

 

Capítulo 1

 

Y el dinero que no crece de los árboles,

pero establece cánones

Gata Cattana

 

Este relato NO está basado en hechos reales,

las escenas que reproduce son fruto de la imaginación

 


A las 8 de la mañana Kala ya ha preparado el desayuno, ha desperezado a los niños y ha cocinado el almuerzo: hoy tiene que hacer tres pisos antes del mediodía. Hakim, Mounir y Halima, de siete, cinco y cuatro años respectivamente, apuran sus cereales a ritmo de ¡yalah, yalah! Es muy pronto y la escuela no incentiva; o no tanto. Sus mochilas yacen en el descansillo, a tres azulejos de una notificación que se cuela intolerante por debajo de la puerta. Zaid, esposo de Kala y padre de los niños, ya casi ha terminado de colocar el primer montón de cajas del almacén donde trabaja, sin contrato y por una mísera paga. Ninguno de ellos está regularizado.

 

Antes de salir a la calle, al coger su bolsa, Halima, que está más cerca del suelo, ve la notificación y se la entrega a su madre mientras exige ser aupada. Kala, con más peso y menos tiempo de los que querría, se guarda el sobre y sigue andando, con la peque en brazos y Hakim y Mounir correteando a su alrededor. La entrada a la escuela está intransitable, como siempre. Madres, criaturas y algún que otro padre deambulan por las inmediaciones con prisas. Algunas docentes reciben a los chavales en la puerta principal del edificio. Kala se asegura de que los suyos se meten pa’ dentro y se aleja de la multitud. En 20 minutos debe estar en el primer piso y a las 11 tiene que haber terminado la limpieza para ir al siguiente, pero no puede esperar: se sienta en el primer banco que encuentra, saca el sobre de su bolso y lo abre con desesperación. La lectura se le resiste. Todavía no domina del todo el alfabeto latino, pero la palabra juzgado sí que la conoce, esa sí, y cada una de esas malditas letras amenaza su techo, le recuerda su casta, su alcurnia, en español clarito, por si ya se le estaba olvidando. El credo primermundista ataca de nuevo y Kala no tiene tiempo ni para encajar el golpe. Llora de pie, camino al tajo, a limpiar su mierda, que para eso sí que la quieren. A medida que avanzan las horas consigue recomponerse. Esta tarde tiene grupo de catalán en la Escola Popular de Sants (EPS) y le pedirá a alguien que le explique exactamente qué coño pone. Debe tranquilizarse. Conoce a gente en el Barrio. Pedirá ayuda.

 

Cuando Kala y su familia llegaron a Barcelona tuvieron que espabilarse y apañárselas rápido para encontrar un piso. Tenían dinero ahorrado, pero sin estar regularizados les fue imposible acceder a una vivienda, y si se resguardaban en la vía pública corrían el riesgo de perder la custodia de los críos. Conocieron a un tipo que les ofreció un piso en Sants para ocho meses, a 2400 euros y por adelantado. Aceptaron. Qué iban a hacer. El tipo en cuestión cogió el dinero, les entregó las llaves y desapareció; no volvieron a tener noticias suyas y el teléfono de contacto que les había dado se anunciaba permanentemente apagado o fuera de cobertura, por lo que el miedo a un posible desahucio estuvo latente desde los primeros días. Pero tampoco podían hacer mucho al respecto, se habían quedado sin sus ahorros y la vorágine de la necesidad les empujaba sin tregua, a salto de mata, a cada hora ¾el ingenio del pobre nunca descansa, e irremediablemente seguían como si nada, como quien no quiere la cosa, esperando que por alguna especie de milagro nadie viniera a reclamar la casa, rogándole a Alá que así fuera.

 

Al poco de instalarse, Kala, consciente de su limitación idiomática -hablaba darija y entendía parcialmente el francés-, buscó un lugar en el que poder aprender castellano y catalán. Se apuntó a la Troca, una escuela comunitaria de Sants con mucha experiencia en alfabetización y enseñanza de lenguas. Ahí, además de aprender a un ritmo impresionante, conoció a Fadhila, una mujer que había hecho el mismo recorrido que Kala 4 años atrás, desde los mismísimos suburbios de Tánger. Fue ella quien le habló de la EPS, una estructura popular del Barrio ubicada en un bloque liberado de la Bordeta, en la plaza Joan Corrades, y en Can Vies, el centro social ocupado que resiste en la calle Jocs Florals desde 1997, donde algunas vecinas se juntan para aprender idiomas, acompañar a los peques en grupos, ayudarles con las tareas de la escuela si lo precisan y, lo más importante: conocerse, tejer vínculos de apoyo mutuo, colectivizar las necesidades y problemáticas individuales y crear una comunidad organizada y autogestionada para sortear mejor la represión y las violencias institucionales. La primera vez que Kala oyó este discurso pensó que quizás no había mejorado tanto en el manejo de la lengua como creía. La mayoría de esas palabras le eran completamente ajenas. Aun así, encontró ahí a gente bastante maja -a pesar de sus peculiares atuendos- y, sobre todo, muchos niños y niñas de edades variadas con los que sus hijos podrían jugar. No conocían a nadie en el Barrio y se pasaban el día con el móvil que su tío les había regalado. Desde entonces, además de las clases que recibe en La Troca, Kala acude con regularidad al grupo de catalán mientras sus hijos juegan con otros chavales o realizan las tareas del cole en el grupo Resistencia Eskolar de la EPS -que vendría a ser un refuerzo escolar gratuito y con intenciones politizantes-. Ahora tienen más amistades en el Barrio, tanto ella como los niños, gente que quiere que sigan estando aquí. Y menos mal, porque si tienen que esperar a que les ayude la administración, van listos; al no tener ningún contrato de alquiler, ni siquiera les dejaron tramitar el padrón, y eso que el ayuntamiento debería ser el primer interesado en tener censadas a todas las personas que habitan en el municipio, sino cómo va a gestionar los servicios públicos. Luego pidieron el padrón sin domicilio fijo, recurso que pretende facilitar el censo de las personas recién llegadas o sin casa. Al cabo de dos meses todavía no habían recibido respuesta alguna, a pesar de que el censo figura como requisito indispensable para iniciar el proceso de regularización. Finalmente se empadronaron en el piso de una chica de la EPS, y encima la funcionaria del distrito les hizo volver otro día para tramitarlo porque quería el contrato de alquiler original en lugar de una fotocopia -para estas cosas se vuelven muy exquisitos-, no vaya a ser que cense a una ciudadana donde no toca; mejor seguir haciendo como que no existe. Las trabas que la administración impone en la tramitación del padrón provocan tremendas consecuencias: hay quienes alquilan habitaciones a personas sin regularizar y no dejan que se empadronen en la vivienda, y otros que se aprovechan de la situación y les cobran hasta 300 euros por hacerlo. Lo que debería ser un trámite sencillo y accesible, por racismo y negligencia, acaba ocasionando un mercado negro de censos municipales.

 

 

***

 

 

Miquel Noguera forma parte de una familia catalana muy adinerada, que a lo largo de varias generaciones ha ido construyendo un vasto imperio empresarial dedicado a diversos ámbitos, desde la automoción hasta la hostelería. Su padre, Andreu Noguera, es quien ostenta el cargo principal en la directiva y posee el mayor número de acciones. Miquel, criado en la cultura del esfuerzo a pesar de haber tenido todas las facilidades a su disposición, siempre ha sabido que tenía que currárselo si quería llegar a dirigir la empresa algún día, su máxima ambición. Estudió económicas en Esade, donde estableció provechosas relaciones con miembros de algunas de las familias más ricas de Catalunya. Luego se fue a hacer un posgrado en dirección empresarial a Yale. Ahí contactó con representantes de las firmas estadounidenses más agresivas en inversión inmobiliaria, que pronto le pusieron al corriente de las estrategias y de los métodos más lucrativos en este sector, brindándole la oportunidad de participar en negocios de lo más rentables. Además de catalán y español, habla inglés y chino a la perfección, pero el ruso se le resiste; el maldito ruso. En cambio, su hermana pequeña, Laia, que le disputa el futuro liderazgo de la empresa familiar, lo habla como si fuera nativa. Ella se ha especializado en el mundo de las comunicaciones, sobre todo en las plataformas de streaming. Está convencida de que son el futuro de la agencia. Miquel, en cambio, lo apuesta todo al inmueble, que ahora es el momento perfecto, dice. No obstante, con todo esto del feminismo ya puede irse con ojo, a ver si Laia le acabará quitando el puesto que, por supuesto, presupone suyo. El apoyo de su madre lo tiene incondicional, pero a su padre le gusta fomentar la competitividad entre él y su hermana, y sigue contemplándolos a ambos como posibles sucesores. Aunque, a decir verdad, en el fondo Miquel no siente tener nada de qué preocuparse, está en su mejor momento, se acaba de casar y su mujer está embarazada, y están a punto de nombrarle director de la división inmobiliaria. Su padre confía en él, y con las operaciones que tiene previstas va a dejarlos del todo impresionados. Después de eso nadie volverá a dudar de sus dotes de liderazgo.

 

 

***

 

 

Kala ha llegado al grupo de catalán justo cuando empezaba y no se ha atrevido a interrumpir la sesión para enseñarles la carta. Aprovechando la efeméride contra la discriminación racial, en el grupo se van explicando de qué modo y en qué medida se han visto afectados por el racismo occidental y preparan pancartas en catalán para la mani. Kala no consigue entrar en la conversación. Mira abstraída a través de una de las ventanas del segundo piso de Can Vies y espera a que acaben. Se siente exhausta. Una vez terminada la sesión, mientras la gente va saliendo de la sala, se acerca a la chica y al chico que dinamizan el grupo, Lucía y Víctor. Ambos militan en la Escuela Popular, Lucía trabaja en una cooperativa especializada en cuestiones de género y Víctor está de profe interino de mates en un instituto de l’Hospitalet. Comparte con ellos su preocupación. Le escuchan con atención. Ella les muestra la notificación y la leen detenidamente. Al parecer se trata de una citación para ir a recoger un documento al juzgado, dirigida a “ignorados ocupantes”. No pinta bien. Probablemente sea para recoger el aviso de lanzamiento, es decir, del desahucio. Se lo explican y le preguntan si conoce el GHAS (Grup d’Habitatge de Sants), un grupo de vecinas que se reúne en asamblea los lunes para ayudarse mutuamente en asuntos de vivienda, en Can Batlló durante los meses fríos y en la Plaza Joan Corrades los meses cálidos. Comparten los bajos del bloque La Bordeta con la EPS. Dice que no. Bueno, no importa, el lunes que viene te acompañamos si quieres. Vale. Pero antes tenemos que ir a la ciudad de la justicia a recoger la notificación. Cuantos más documentos tengamos para enseñar en la asamblea del GHAS mejor, más información, y así ganamos tiempo. Lucía, que tiene cierta flexibilidad laboral y es consciente de sus privilegios, se ofrece a acompañar a Kala. Ella se lo agradece. Le insisten en que no se agobie demasiado, no te dejaremos sola en este proceso, le dicen, pero a pesar de la muestra de apoyo, Kala no consigue tranquilizarse; la casa que corre peligro es la suya, la de sus hijos, cómo coño va a tranquilizarse. Quedan en ir al día siguiente por la mañana, que solo tiene que hacer un piso y lo puede cambiar a la tarde.

 

La Ciudad de la Justicia se yergue entre edificios descomunales. Es grande, fría e imponente, porque aglutina el poder judicial, lo representa y lo imparte. Kala se siente intimidada. Según la notificación deben presentarse al juzgado de instrucción N.º 2. Preguntan a un conserje y les muestra el camino. Antes de entrar se les exige despojarse de todo lo metálico y pasar por el escáner, que ya de por sí criminaliza al sujeto. Luego le entregan la notificación a un señor que aguarda en la entrada tras un mostrador. Un momento, por favor. Desaparece unos minutos y regresa con otro documento. Necesito su carné de identidad para entregárselo. Ellas se miran dudosas. La documentación de quien se aloja actualmente en la vivienda, eso necesito. Kala abre el bolso, saca su pasaporte y se lo entrega. Fichada. El hombre escanea el pasaporte y se lo devuelve impasible junto al documento. Adiós. Adiós.

 

Efectivamente, se trata de un aviso de desahucio, una notificación que le informa de que ya se ha fijado el día del lanzamiento, para dentro de un mes y medio. ¡Un mes y medio!, y sin habérselo notificado antes. Kala tiene la sensación de que el mundo se le viene encima y no va mal encaminada. Lucía intenta tranquilizarla sin éxito. El lunes hay que ir a la asamblea del GHAS con la carta. Seguro que entre todas encontramos una solución, ya verás. Hablando del grup d’habitatge, en este mismo instante parte del colectivo se concentra en la Fira de l’Hospitalet, donde esta mañana tendrá lugar el The District, un congreso organizado por la empresa Nebext, como el Mobile pero centrado en la especulación del mercado inmobiliario, en el que banqueros -de Santander y CaixaBank, entre otros-, comerciales, economistas, políticos, grandes inmobiliarias, fondos buitre y bufetes de abogados que ejecutan desahucios se reúnen para planificar cómo especular mejor con nuestras viviendas. Y a Kala la dejan sin casa. Ese es el mundo que hace un momento sentía venírsele encima, aunque más bien se le estaba echando a la yugular. Imbéciles de todas partes emperifollados en sus trajes caros van llegando al evento. Entre ellos, Jordi Moix, exdirectivo del FCB. Para poder asistir a los tres días pagan de 200 (Business Pass) a 1990 euros (Platinum Pass). La gente del GHAS, de la Escola Popular y de otros colectivos que participan de la lucha por la vivienda se han acercado con pancartas para darles una cálida bienvenida. Les abuchean y les tiran polvos de colores. Verde. Azul. Amarillo. Rosa. Los especuladores coloreados corren a resguardarse hacia el interior del edificio auxiliados por los mossos. Exhibirán en su ropa la marca del odio durante todo el congreso. Por desgracia, eso no les desincentiva en absoluto, más aún, aprovechan la coyuntura para victimizarse ante los medios. El principal objetivo de la acción, que consistía en evitar que el congreso se celebrara, no ha sido alcanzado: los “escuadrones uniformados orgullosos de velar por las incongruencias de estado” -dígase la policía- están de su parte, son muchos y llevan porras. En fin, al menos les han jodido el Armani.

 

Lucía y Kala se despiden y quedan para ir juntas el lunes a la asamblea del GHAS. Por la noche, en casa, cuando los niños se han acostado, Kala pone a Zaid al corriente de la situación. ¡Lo que les faltaba! Si ni siquiera llegan a fin de mes, no tienen acceso al mercado laboral regularizado ni a un contrato de alquiler al uso y, encima, les echan de su casa a dos meses de cumplir el plazo. ¿Por qué nos tratan tan mal?, se lamenta Zaid. Kala no sabe qué responder. Se reconfortan e intentan serenarse. El lunes ella llevará la notificación a la asamblea. Él pedirá un par de horas libres a su jefe para poder asistir, a ver si le deja. Deciden no comentar nada a los niños. Si finalmente deben irse ya se lo explicarán, por ahora ya tienen suficientes preocupaciones, como intentar encajar en su nuevo entorno y aprender dos lenguas nuevas, nuevos códigos, nuevos recorridos, además de adquirir los conocimientos relativos al curso que les toca.

 

 

***

 

 

Miquel se siente furioso, impotente e indignado. Hoy era su gran día, se iba a pasear con su padre entre las personas más influyentes del sector inmobiliario. Andreu Noguera le iba a presentar a sus mejores contactos, y esos malditos perroflautas lo han estropeado todo: justo cuando iba a entrar en la feria del inmueble le han llenado el traje de pintura verde y amarilla. ¡Cómo se va a presentar con estas pintas! ¿¡Será posible que no tengan nada mejor que hacer un lunes por la mañana que venir a tocarle los cojones al trabajo!? A él, que no ha hecho más que currárselo para llegar donde está. Además, no se enteran de nada estos hippies, ¿cómo creen que se va a construir vivienda si no hay atractivo financiero?, ¿eh? ¡Imbéciles! Seguro que su hermana Laia disfrutaría con esto. Y ahora qué pensará su padre cuando vea que no aparece. Y encima tenía que cerrar un trato importante en el evento a primera hora. ¡Mierda! Se acerca a uno de los organizadores que aguarda afuera en la entrada y mientras le muestra su Platinum Pass le exige que le consiga inmediatamente un coche para que le lleven a comprarse un traje, ya que, por lo visto, a pesar de cobrarle 2000 euros por la entrada exclusiva no han sido capaces ni de echar a esa panda de energúmenos de las inmediaciones. El miembro del staff, tal y como se le ha indicado, pierde el culo para satisfacer al cliente VIP: llama rápidamente a uno de los chóferes contratados para la feria y le ordena que pase a recoger al señor. Ha hecho bien: Miquel Noguera no hubiera aceptado ser llevado por un taxi ordinario, no en presencia de tanta gente importante. Mientras lo llevan a Macson a que se compre un traje nuevo, llama a su padre para informarle de lo sucedido, en cuya respuesta no puede evitar percibir un amenazante e incontenido deje de decepción. ¡No hay derecho!, implora desesperado, y una gota inconformista amenaza con colmar el vaso asomándose por el lagrimal, pero Miquel, en un viril acto de contención y serenidad, detiene esa exhibición obscena y sentimentaloide que su padre, sin duda, reprobaría con ímpetu -qué impropio de un Noguera-. Basta, se dice, cuando consiga cerrar el trato que tengo entre manos ni siquiera se acordarán de lo de hoy, sentencia en un desesperado intento de autoimponerse la serenidad que le falta.

 

 

***

 

 

El lunes Kala y Lucía llegan media hora antes a la plaza, a las 17:30, para que la comisión encargada pueda darles la bienvenida. Un chico de unos treinta años les explica el funcionamiento del GHAS. La asamblea empieza con una rueda de nombres y pronombres, luego informan de las convocatorias pasadas de acciones y desahucios (cómo han ido, qué resultados han dado, etc.), se abordan los casos urgentes, el seguimiento de casos viejos y, a continuación, los casos nuevos, como el de Kala; al final se anuncian las convocatorias futuras. Dos personas se encargan de dinamizar la asamblea, otra de anotar y dar los turnos y una cuarta de tomar el acta. Cada cual expone su caso y el resto del grupo, con el conocimiento que la experiencia y el compromiso les ha ido dando, tratan de buscar una solución de manera colectiva, a través de las aportaciones y la disposición física de cada participante. En ningún caso se trata de un recurso de tipo asistencial, sino de un espacio en el que las vecinas pueden organizarse y encontrar apoyo y herramientas para defender su hogar.

 

La asamblea empieza a las 18h. Debe de haber unas 25 personas formando un círculo en la plaza, sentadas en los bancos y las sillas que han sacado de los bajos del bloque La Bordeta. Algunos viandantes observan con extrañeza al pasar. La alienación del imaginario predominante no prevé este tipo de espacios. Se hace el traspaso de la acción al The District: al parecer la policía identificó y multó a 3 personas del colectivo. Tenemos algo de fondos, pero habrá que recaudar dinero para pagar las multas. Para ello se propone organizar un sopador en Can Vies y una fiesta en Can Batlló. Seguidamente, una mujer chilena, Matilde, expone las novedades de su caso. Se ve que al perder su vivienda los de Servicios Sociales (SS) la reubicaron en un hostal de Vallcarca, a pesar de que sus hijos, uno de ellos con trastorno del espectro autista diagnosticado, por fin se habían adaptado a la nueva escuela. Hasta aquí nada fuera de lo común. Se levantaban más pronto pero seguían haciendo vida en Sants. La cuestión es que, pasados unos meses, a SS les entró un apartamento libre en Vilanova ¾muy lejos del Barrio¾ y se lo adjudicaron. Al ofrecérselo ella rechazó la oferta, pues el equipo docente del centro educativo consideró que el cambio sería nocivo para el desarrollo social y emocional de su hijo. A los de SS, como es habitual, la negativa les cayó a modo de desaire. Encima que le damos un piso de gratis se pone quisquillosa la tía. Qué se piensa esta, ¿qué somos los reyes magos? Qué morro. Ya ves, encima con exigencias. Etc. Como si tener un hogar digno se tratara de un lujo. Como si no les pagaran para encontrar soluciones viables en materia de vivienda. La casta impone sus límites, otorga derechos, y la migra pobre, quejarse, no puede, y menos aun cuando el blanco acomodado está siendo caritativo; eso el blanco no lo soporta. Si ni siquiera pueden votar, cómo van a tener derecho a rechistar. El sufragio universal es una farsa. Al menos en España no existe. Se levanta alambrado e ilegalizan personas. Luego crean ministerios de la caridad asistencialistas para medio suplir las horribles consecuencias que se derivan de la ilegalidad que ellos mismos les imponen. Les quitan sus derechos y luego se los prorratean a modo de obsequio. Y encima se queja, dicen; claro, eso es porque, dado que en la Administración nadie siente encarnar la privación estatal de derechos pero sí que se confieren con facilidad la obsequiosidad institucional, prevén y presuponen de forma natural una gratitud casi sumisa por parte de los usuarios en la demanda de sus servicios, obviando inconsciente o deliberadamente que forman parte del mismo engranaje que les impone demandar dichos servicios.

 

Al parecer, la trabajadora social estuvo extorsionando a Matilde para que aceptara el apartamento de Vilanova; que no podía seguir viviendo en una pensión sin cocina, le decía, y que debía elegir entre su comodidad y el bienestar de sus hijos, tal cual, y eso a sabiendas de las recomendaciones de la escuela. Le dijo que si no aceptaba no podía asegurarle que salieran más pisos, que tal vez era su última oportunidad. Y tras un estira y afloja, Matilde aceptó trasladarse temporalmente a Vilanova con la condición de que sus hijos siguieran viniendo a la escuela de Sants y de que, en cuanto saliera una vivienda en el Barrio, la trasladaran de nuevo. Así quedaron. Una vez instalados, sin embargo, la trabajadora en cuestión empezó a presionarla para que cambiara a los niños a una escuela de Vilanova. Esta situación es insostenible, Matilde, y no sé si podremos seguir pagándote el transporte. ¡A saber cuándo tendremos un piso en Sants! La promesa de vivir en el Barrio iba decayendo en mera ilusión remota e ínfimamente alcanzable. Para SS siempre lo fue.


Expone en la asamblea que no piensa sacar a sus hijos de la escuela de Sants, que su adaptación al nuevo entorno fue muy traumática y que ahora que por fin están bien no tiene intención de cambiarlos. Se debate el asunto y se decide organizar una acción para presionar a SS para que cumplan con su palabra y traigan a Matilde y a sus hijos al Barrio. Se consultan la disposición y la disponibilidad del grupo, se busca una fecha y se reparten los roles. Objetivo: denunciar la mala praxis de SS mediante pancartas y comunicados y hacer ruido en sus oficinas hasta que faciliten un interlocutor válido para negociar el traslado de Matilde. Mandarán la convocatoria por redes.

 

Ha llegado el turno de Kala. Está nerviosa. Hay mucha gente y no domina del todo la lengua. Con la ayuda de Lucía expone su caso a la asamblea y les muestra la notificación con la fecha del lanzamiento. Al parecer no les viene de nuevo: están familiarizados con este tipo de casos. Por desgracia, la venta de llaves de pisos ocupados a familias migra es una práctica bastante habitual. Seguramente el proceso se inició con los anteriores inquilinos y ahora ya está en fase ejecutoria, pero al ir dirigida a “ignorados ocupantes” les sirve sea quien sea quien esté ahí. Por eso la fecha del desahucio es para de aquí a un mes y medio, porque ya está en una fase avanzada del proceso. Entre varias intervenciones le proponen que vaya de nuevo a la ciudad de la justicia para pedir que la incluyan en el procedimiento como persona afectada, lo cual le dará derecho a un abogado de oficio, que tendrá que solicitar en el edificio de enfrente. Ahí mismo podrá pedir la justicia gratuita. La informan de los documentos que debe llevar. Luego tiene que requerir un comprobante conforme ha solicitado representación legal y volver con él al juzgado para pedir que suspendan el procedimiento hasta que le asignen el abogado de oficio. Puede que le lleve toda una mañana. Por otro lado, hay que ir al registro de la propiedad, en Zona Franca, para pedir la nota simple de la vivienda, que indica quién es la propiedad, y el índice de titularidad, donde figuran todos sus inmuebles. Eso es importante, insisten, ya que si tiene más de 10 es considerado un gran tenedor y, dada vuestra situación de vulnerabilidad, está obligado a ofreceros un alquiler social antes de echaros. No obstante, la mayoría de los grandes tenedores, como era de esperar, se pasan esta ley por donde les cunde, pero se puede presionar y exigir que la cumplan. La nota simple deberías pedirla pronto, a veces tardan unos días en dártela. ¿Necesitas que alguien te acompañe a los juzgados, Kala? Se lo piensa unos segundos y dice que sí. Diana, una chica de la asamblea, se ofrece a ir con ella. De la nota y el índice, que puede pedirlos cualquiera, se encargará un chico joven que está estudiando un FP en Zona Franca, cerca del Registro. Kala trabaja casi todas las mañanas. Aun así, se reserva la del día de la acción a SS para apoyar a Matilde, aunque sea un rato, pues rápidamente ha comprendido que la fuerza del grupo radica en la colectivización de los problemas individuales y en la capacidad de cada integrante para hacer propias las causas ajenas. Así que sí, irá, como si de defender su hogar se tratara. Mañana intentará pasar algunos de los pisos a la tarde para poder ir con Diana a la ciudad de la justicia. A ver si para el próximo lunes han obtenido esos papeles y pueden seguir avanzando.

 

La situación de Kala y su familia es realmente exasperante. Al no tener papeles no tienen acceso a los pisos de la mesa de emergencia. A pesar de lo que la sabiduría popular tiende a divulgar en algunos espacios: “todas las ayudas se las llevan los moros y los chinos”, para entrar en la mesa de emergencia es necesario estar regularizado, es decir, que el derecho a techo se escatima en función del papeleo, burocráticamente. Y para acceder a un piso de alquiler social, según SS, también es necesaria la regularización, aunque la ley no especifique tal cosa. En fin, cuestión de perspectivas e interpretación de las disposiciones, que, para venir de Servicios Sociales, la interpretación, digo, resulta muy poco social.

 

A la mañana siguiente, de nuevo en los juzgados, y esta vez pa’ rato, deambulando entre los laberínticos entramados de la represión institucional. A tientas. Persónate de nuevo para figurar en el proceso; solicita justicia gratuita; pide representante legal; que te den el justificante; llévalo al juzgado; etc., y todo ello de cola en cola y ante la pasividad e indiferencia del funcionariado. A las 12 y media ya casi han terminado de hacer todos los trámites y se disponen, con el documento en mano y “todas las de la ley”, a pedir que suspendan el procedimiento hasta que le asignen a Kala la defensa. Ni mucho menos esperaban recibir una respuesta al momento, pues estas cosas llevan su tiempo, pero tras hacerlas aguardar unos minutos mientras consultaba a la letrada, el funcionario les informa de que no van a suspender el procedimiento por este motivo. Diana se indigna y les grita que deben respetar el derecho de Kala a ser defendida por una abogada. Pues que contrate a uno, le responde el funcionario a sabiendas de que no tiene medios para ello, lo que no vamos a hacer es parar los lanzamientos cada vez que se presente un inquilino nuevo, y se queda tan ancho. Los de ocupación son de los pocos casos que no se detienen por falta de asignación de abogado, en estos procesos los poderes involucrados prefieren agilizar las cosas a preservar los derechos de ambas partes. De todas formas, añade el funcionario, es probable que se le asigne el abogado antes del lanzamiento. Vaya, que alivio, contesta Diana sarcástica mientras Kala maldice en darija. Salen del edificio y regresan al barrio. ¿Y ahora qué? Vamos a informar por el grupo (de whatsapp) y a ver qué hacemos. Vale, yo me voy. Muchas gracias por todo. Kala debe recoger a Hakim, Mounir y Halima de la escuela, sin ánimo para hacerlo, con miedo a no poder asegurarles un hogar el próximo mes, y esta tarde aún tiene dos pisos pendientes; un chico de la EPS cuidará de los peques de mientras. Vale, Kala, estate atenta al grupo a ver qué se dice, y si no hay que hacer nada antes nos vemos el lunes en la asamblea. Sí, vale. Choukran; gracias, Diana. No hay de qué; cuídate mucho, guapísima. Salam Aleikum. Adeu.

 

El jueves por la mañana Servicios Sociales amanece más concurrido de lo habitual. Matilde y la gente del GHAS ocupan las oficinas del Carrer de Sants 79 para reclamar lo suyo. Ante las miradas estupefactas del personal, cuelgan pancartas, hacen ruido con pitos y palmas y cantan consignas: ¡cap veïna fora del barri!, ¡no s’entén, gent sense casa i cases sense gent! ¡Tenemos derecho, agua luz y techo! ¡Matilde, escucha, tu lucha es nuestra lucha! ¡Mireu que us heu trobat: un barri organitzat! Se han traído un altavoz autoamplificado y una de las activistas, micrófono en mano, marca el ritmo de la protesta. Otras dos, junto a Matilde, exigen hablar con la directora. De no ser así seguiremos haciendo ruido, aseguran, lo que impide que el personal continúe trabajando. Dos más esperan afuera en la entrada para recibir a la policía e informarles de que se trata de una acción pacífica para denunciar la mala praxis de SS. A ver cómo se lo toman. Mientras tanto reparten octavillas que informan del motivo de la protesta a quienes entran y salen del edificio. No se trata de un caso aislado: las reubicaciones forzosas a la periferia están a la orden del día, a pesar de minar, en muchos casos, la adaptación de las familias al nuevo entorno y fomentar la creación de guetos en la periferia ¾los pisos céntricos están reservados para los expats¾. Arriba en las oficinas resiste el griterío. Que no está disponible la directora, dicen. Pues que siga la fiesta. ¡Cap veïna fora del barri, i cap veïna fora del barri! Kala, al comprender el contenido de las consignas, se emociona y se une al coro. ¡Cap veïna fora del barri, i cap veïna fora del barri! Y venga pitos y palmas. La gente empieza a ponerse nerviosa. Afuera ha llegado la policía y los del GHAS les explican la situación. Solo son cuatro. De momento no harán nada. Mientras no venga la brimo pueden estar tranquilos. En las oficinas el ruido no cesa y el personal ya empieza a desesperarse. Estos malditos pitidos son insoportables. De repente la directora ha dejado de estar tan ocupada y podrá atenderles en breve. Dejad de hacer ruido, por favor. Comentan la jugada y deciden detener el estruendo durante 5 minutos, ni uno más. Tiempo suficiente para que la directora de SS de Sants-Montjuic haga acto de presencia. Matilde y sus compañeras se meten en un despacho con ella y con otra mujer para hablar de su caso. Por fin reina el silencio en la oficina.

 

Exponen el trato que Matilde ha recibido por parte de la trabajadora social, la manipulación, las malas formas. La directora, como era de esperar, defiende a su trabajadora, pero se compromete a tomar cartas en el asunto. Aun así, añade, no tenemos pisos en el barrio, y no somos nosotras quienes eligen las ubicaciones, nos las asigna una empresa externa. ¿En serio? ¿Qué empresa? BCD Travel. ¿Una empresa de viajes os asigna las ubicaciones? Sí. ¿Y qué coño sabrá esa empresa de las necesidades de las familias? Bueno, de eso sí que nos encargamos nosotras. ¿A sí? Pues sí, contesta a la defensiva. Ya, pero no podéis exigir a esa empresa que os dé ubicaciones en el barrio a pesar de que hay un montón de pisos vacíos. No, eso no. Pues ya ves, a tope con la gentrificación. La reunión termina de aquella manera, con sabor a derrota. Se han ventilado la responsabilidad en un tris y las han desarmado. Quienes ocupan puestos de dirección suelen tener atributos de político institucional, porque tienen que defender el chiringuito y ser versados en el arte de la oratoria, del engaño, la demagogia. Al menos les ha dado una vía de contacto y se ha comprometido a intentar encontrar una solución ¾intentar: esa es la palabra que rescatará en caso de recriminación¾. Concretan una reunión para dentro de dos semanas y abandonan las oficinas. La policía ha estado calmadita. Cada cual se va por su lado.

 

 

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Miquel mantiene una estrecha amistad con dos antiguos compañeros de la facultad, Jordi y Esteban, ambos metidos en el mundo de las finanzas pero con mucha influencia dentro del conglomerado judicial, al igual que toda su familia. Hoy ha quedado con ellos en el Bling Bling, uno de los clubs elitistas de moda de la zona alta de Barcelona, para contarles el negocio que se lleva entre manos y a ver si pueden echarle un cable con unos problemillas que está teniendo. Ha reservado una mesa en la zona VIP para que puedan hablar tranquilamente. Pide una botella de champán, el más caro del local, y les informa, a modo de autobrindis, de que pronto será el nuevo director ejecutivo de la división inmobiliaria de la empresa familiar. Jordi y Esteban lo celebran con efusividad. ¡Felicidades! ¡Ya era hora, joder, lo vas a bordar! ¡Ya te digo! Es mi momento, chicos, Barcelona está en plena transformación y yo voy a darle un empujoncito. Risas. En serio, chicos, la ciudad está creciendo, y lo que antes era la periferia pronto dejará de serlo. ¿No os habéis fijado? La cantidad de jóvenes estadounidenses y del norte de Europa que vienen a instalarse aquí, que trabajan desde sus portátiles. Ellos serán los nuevos barceloneses, y Barcelona mola: buen clima, buenos precios. Estamos en la era de los nómadas digitales y vamos a aprovechar el filón. Brindo por ello, joder, dice Esteban levantando eufórico la copa, que ya se ha metido la primera línea de coca; y tu hermana haciendo el tonto con las series de televisión, añade Jordi haciéndose el gracioso entre el tintineo del cristal fino y las burbujas del champán. Risas. Ahí es dónde quiero verla. Más risas. Miquel toma un trago y continúa. Bien, como os decía, muchos barrios de la periferia se van a revalorizar. ¿Sabéis por qué? Porque a esos jóvenes extranjeros les parecen de lo más cool. Y en verdad no están tan lejos del centro, solo hay que hacerles una limpieza de cara. Hemos adquirido un paquete muy tocho de viviendas en Zona Franca, Hospitalet y San Adrià; lo voy a convertir todo en apartamentos de lujo, con su gimnasio en la planta baja, zona de coworking, e incluso una puta laundry comunitaria, todo muy moderno. Tú sí que sabes, joder. Eres un visionario, cabronazo. Vosotros lo veis también, ¿no? Joder que sí. Pues, bueno, ahora solo falta acabar de echar a algunos de los viejos inquilinos que se están resistiendo. A todos les ha vencido el contrato, por supuesto, ya nos aseguramos de tenerlo todo bien atado en su día, pero ya sabéis cómo son estas cosas: que si la vulnerabilidad de las familias, que si la obligación de ofrecer un alquiler social y demás tonterías que no hacen más que ralentizar mi operación, lo que se traduce en pérdidas. ¡Y una mierda alquiler social! Si el contrato se ha acabado es lo que hay, sentencia Jordi. Pues claro, secunda Esteban. Eso digo yo, tendrán que entenderlo, ¿no?, que ya no es lugar para ellos, digo; operarios, camareros, pensionistas -enumera con los dedos de la mano¾, tendrán que cambiar de zona, yo lo siento mucho- dice hundiendo las orejas entre los hombros y abriendo las manos como si no tuviera nada que ver-, es ley de vida. Además, qué les costará a los jubilados irse un poco más para allá si nunca salen de casa, joder -dice señalando hacia el mar-. Risas. No, venga, en serio, chicos, a ver si podéis echarme un cable, que me tienen harto. Claro que sí, Miquel, tú pásanos los informes de los casos que te están obstaculizando, a ver qué jueces te han tocado y vemos qué hacer. Sí, estate tranquilo, seguro que podemos mover algunos hilos para agilizar las cosas, ya verás. No sabéis cuánto os lo agradezco. Faltaría más, Miquel. Ya lo sabes, para lo que necesites.

 

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Es lunes y Kala friega el suelo del último piso de la mañana, el tercero, pisos que le proporciona una empresa que le paga en negro y a ocho euros la hora. Ni seguro, ni vacaciones. Un chollo para la compañía, que puede explotar a migrantes sin ni siquiera despeinarse, gentileza de la ley de extranjería. Lo hace deprisa, fregar, con cierto apuro: no quiere encontrarse con la propietaria. Hace tres semanas la acusó de haberle robado dos pulseras de oro que tenía en su mesita. Por poco que no la echan. Al final descubrieron que había sido el hijo de la mujer, que se había quedado sin dinero para costearse la cocaína. Se ve que la señora ya estaba al corriente de la adicción del chaval antes de acusar a Kala, y aun así le pareció más lógico pensar que había sido “la mora”. Le pidieron disculpas, por supuesto, pero la acusación, el racismo, ahí están. Termina rápido y abandona el apartamento. Coge el ascensor para bajar del ático al vestíbulo. Saliendo del portal del edificio, cómo no, se encuentra de cara con ella. Hola, Kala, qué alegría verte. Hola, señora, ya he terminado el piso. Seguro que lo has dejado muy limpio, siempre lo haces muy bien, le dice con una sonrisa esnob y condescendiente. Kala medio asiente pero no responde. Le gustaría mandarla a la mierda, pero no puede permitírselo. Nos vemos el jueves -a este piso va dos veces a la semana-, ciao, guapa, y se mete pa’ dentro del edificio. Adiós, señora, se despide Kala guardando los formalismos para curarse en salud -la necesidad también coacciona la autoestima-, y se va a la escuela a recoger a los niños. Esta tarde hay asamblea del GHAS; mientras tanto, Hakim, Mounir y Halima jugarán con otros peques en la Eskoleta de la EPS.

 

Llega a la Plaça Joan Corrades quince minutos antes de las seis. La comisión de bienvenida está explicando el funcionamiento del grupo a dos familias nuevas, ambas con el agua al cuello; últimamente no paran de llegar nuevos casos. El de Kala ya es antiguo, así que hoy le tocará hablar bastante al inicio. Ayuda a sacar las sillas y los bancos del local y a colocarlos en la plaza mientras va llegando la gente. A y diez ya casi se han ocupado todos los asientos y las de dinamización abren la rueda de nombres y pronombres -estos últimos hay quien los dice y quien no-. Luego se hace el traspaso de la acción de SS. Matilde comparte el contenido de la reunión que tuvieron con la directora y explica lo que les contaron sobre BCD Travel. Alza la voz para mitigar el efecto del ruido del tráfico. Que no depende de ellos, dicen. Pues habrá que ir a hacer una visita a la empresa esta, ¿no?, propone una chica. Algunas personas agitan las manos en muestra de aprobación. Sí, las oficinas están en Plaza Europa, en Hospitalet, a ver si conseguimos hablar con quién lleve los pisos de SS. Consultan disponibilidades y concretan la fecha de la acción. Después atienden un caso urgente: una de las nuevas familias tiene el desahucio para la semana que viene. Han ido pagando parte del alquiler y han pedido una prórroga para abonar la deuda acumulada, pero la propiedad se niega. Esta vez se trata de un pequeño tenedor, sobre el papel, claro, en realidad dispone de ocho propiedades. Tenemos que difundir el caso por redes y convocar a la gente para el día del desahucio. Sí, y podríamos avisar al Sindicat de Poble Sec y a Raval Rebel. Vale, comunicación se puede encargar. Genial. Se reparten las tareas y los roles para el día de: recibir a la comitiva y negociar, hablar con la policía, informar a las vecinas, dinamizar… Una vez zanjado el asunto pasan a los casos antiguos. Kala tiene el segundo turno. Antes Rita y su hijo Iván, de 23 años, informan sobre el seguimiento de su caso. Hasta hace poco pagaban 700 euros de alquiler por un piso de dos habitaciones en Zona Franca. Una empresa inversora adquirió el edificio y a la que rescindieron los contratos les invitaron a irse, incluso ofreciendo alguna compensación, o a firmar un nuevo contrato de alquiler por 1300 euros mensuales, casi el doble, con todos sus tejemanejes administrativos y unas cláusulas totalmente abusivas, y así con todos los inquilinos: táctica implacable para seguir empujando a currantes y pensionistas hacia aquellas zonas en las que no estén interesados ni turistas veraniegos, ni expats virtualistas y bitcoineros, ni familias nórdicas y jubiladas, con pensiones lo suficientemente generosas como para cobrarles absurdas mensualidades. Ante este claro intento de echarlas de sus casas, la mayoría de las familias del bloque se organizaron y se informaron en grupos de vivienda y sindicatos. Casi cada semana una de ellas asiste a la asamblea del GHAS para seguir valorando los pasos que se van dando y compartiendo las preocupaciones que puedan ir surgiendo. De momento siguen negándose a abandonar sus casas y a firmar los nuevos contratos, tal y como se planeó, pero continúan pagando el alquiler -la cuota antigua, claro-, transfiriéndolo a la misma cuenta. La semana que viene empiezan la negociación con la inmobiliaria, que hace de representante de esos inversores, y preguntan a la asamblea si alguien podría acudir al encuentro. Dos personas se ofrecen a asistir a la reunión. Rita hace ostensible su agradecimiento.

 

Le toca hablar a Kala. Comparte con la asamblea la respuesta que recibieron en el juzgado: que no piensan detener el procedimiento mientras le asignan la defensa. Menudos cabrones, interrumpe uno. Bueno, era de esperar, observa otra. El que toma turnos se queja de que no los respeten y cede la palabra a una mujer que tenía la mano levantada. Podemos ir haciendo algunos trámites igualmente; ¿tenemos la nota simple y el índice de titularidad? Sí, es un piso de Blackstone, dice el chico joven que fue al Registro mientras le da la nota y el índice a la persona de su izquierda para que los vaya pasando. La noticia provoca un barullo de fondo. Vale. Venga, va. Dinamización trata de dinamizarlo. ¿Alguien quiere explicarle a Kala y al resto qué significa esto? Se hace un silencio incómodo. Quienes más suelen intervenir guardan silencio para que las personas menos proactivas encuentren su espacio y participen, mientras que estas aguardan con cierto apuro a que aquellas continúen desempeñando su rol. Finalmente, una mujer de mediana edad se ofrece a explicarlo. Blackstone es uno de los fondos buitre más grandes del mundo, o sea, un grandísimo tenedor. Evidentemente, están obligados a ofrecerte un alquiler social, pero nunca lo hacen, hay que reclamarlo. Y ni aun así muchas veces, porque los jueces se lo permiten. ¿Y qué tengo que hacer?, pregunta Kala. Primero deberías ir a Servicios Sociales para acreditar que estás en disposición de acceder a un alquiler social, necesitas que te hagan un informe de exclusión residencial, otro que demuestre la falta de ingresos de la unidad familiar y otro de buena convivencia ¾este último tiene guasa¾. Ahora pasamos la lista de los documentos por el grupo de whatsaap. Yo te acompaño si quieres, Kala, dice Diana, que dispone de tiempo y ya se ha involucrado en el caso. Choukran, contesta Kala mientras asiente. ¿Y cuánto tardarán en darme el abogado?, pregunta a la asamblea. No deberían tardar mucho en avisarte; bueno, en función de quien te toque. ¿Cómo me avisan? Supongo que os hicieron dejar un contacto cuando lo pedisteis. Kala se queda pensativa. Con tanto estrés últimamente no sabe dónde tiene la cabeza. Sí, dejamos tu móvil y tu correo, le recuerda Diana. Ah, sí, sí. Pues seguramente, al ver que falta tan poco para el lanzamiento, te llamarán rápido, durante la semana que viene, imagino, o la otra a muy tardar, pero no podemos saberlo seguro. Kala se hace cargo. No todos los letrados comparten el mismo sentido de la responsabilidad, ni siquiera la noción de justicia es concebida de manera homogénea entre profesionales del gremio. La burocracia de la justicia gratuita ya impone de por sí unos tempos que acrecientan la vulnerabilidad de quienes la precisan, pero, una vez el aviso ha llegado a manos de la defensa, todavía puede retrasarse un poco más en función de las prioridades del abogado o abogada de turno, lo cual limita mucho el margen de maniobra, porque hay trámites que no se pueden realizar y recursos a los que no se puede acceder sin su colaboración, como el alquiler social, por ejemplo.

Quedan en ir al día siguiente a tramitar la documentación, así, cuando la defensa la llame, lo tendrá todo preparado. Vale, perfecto, ¿no hay más turnos pendientes? Silencio. Pues pasamos a las convocatorias futuras.

 

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Pelayo García es un hombre de costumbres fijas, como Carrero Blanco. Cada mañana de lunes a viernes pasa por el mismo kiosco, compra El Mundo o La Razón en función de la portada y lo hojea en el bar de Paco, con su café con leche y su bollo repleto de mantequilla. Luego sube al despacho y revisa el correo. Hoy le espera una desagradable noticia. ¡No me jodas!, maldice para sí, otra vez le toca defender a una panda de moros que se meten en casas que no son suyas. Esta chusma no debería tener derecho a un abogado, se lamenta Pelayo, y encima le obligan a él a perder su preciado tiempo representándoles, ¡y por una miseria! Maldita justicia gratuita.


Pelayo fue un estudiante de derecho flojillo, que necesitó seis años para sacarse la licenciatura. Hijo de guardia civil, se sentía desubicado en la Autónoma, donde los compañeros de clase sólo mentaban la policía para cagarse en ella. Hizo pocos amigos y carecía de los contactos familiares y personales que le allanaran el acceso a algún despacho, si no importante, al menos presentable. Simultaneó modestas pasantías con la tediosa y siempre frustrante preparación de oposiciones diversas, que no le llevaron a ningún sitio. Como interino, encadenó unas cuantas suplencias judiciales y ahora iba tirando con lo que conseguía del turno de oficio, es decir, del derecho a la justicia gratuita y como abogado a tiempo parcial, en realidad demasiado parcial, de una gestoría y administración de fincas.


Deja la notificación en el montón de las cosas poco importantes y se acerca a la mesa de su compañero Manuel para enjuiciar a los inmigrantes y reprobar las políticas de extranjería. A finales de semana, Pelayo García, en su representación antonomástica del racismo institucional, se pondrá en contacto con Kala y la citará al despacho, de mala gana, por obligación; luego le dirá que no tiene nada que hacer, que ya puede ir buscándose otro lugar.

Eduard Mir Neira

Ocupación actual: Doctorando con contrato predoctoral | Departament de Filologies Romàniques | Universitat Rovira i Virgili

Grado en Lengua y Literatura Hispánicas (Universitat Rovira i Virgili)

Máster Universitario en Investigación Avanzada en Estudios Humanísticos (Universitat Rovira i Virgili)

Máster universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria Obligatoria y Bachillerato, Formación Profesional y Enseñanza de Idiomas (Universitat de Barcelona).