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Costaguana-Macondo

De la República de Costaguana a la Revolución de Macondo



Por Martín F. Yriart [1]

OMB Madrid, España


Como Impresionismo en pintura, Simbolismo en poesía o Romanticismo enmúsica, Realismo Mágico se ha convertido en una etiqueta clasificatorialibremente usada por común consenso de críticos y académicos para referirse aun momento de cambio en la literatura latinoamericana que todos identificanautomáticamente con las décadas de 1960 y siguientes, y con una obraarquetípica: la novela Cien años desoledad del colombiano Gabriel García Márquez (1928 - ).

Durante el medio siglo que culmina en la presente década del siglo XXI,contando desde 1967, año de publicación de la novela de García Márquez –en BuenosAires, por la Editorial Sudamericana– este libro se ha erigido como símbolo deun cambio radical, una auténtica revolución en la forma de ver el mundo y deexplotar la imaginación literaria, que sigue atrayendo a los lectores como elprimer día: basta tratar de obtener un ejemplar de Cien años de soledad en cualquier biblioteca pública para comprobarque la lista de espera supera todas las expectativas.

El premio Nobel de literatura que García Márquez recibiera apenasquince años más tarde, en 1982, en pleno auge de su fama, no hizo sinocristalizar esta idea de que antes de Cienaños de soledad no había nada en laliteratura latinoamericana, o inclusive, mundial que pudiera siquieracomparársele.

No es el momento este de poner en duda la originalidad de la novela deGarcía Márquez, que en ese sentido no tiene comparación siquiera dentro de supropia obra (como señala el mexicano Ilan Stavans en esta misma edición de Ómnibus, reflejando una opinióngeneralizada en la crítica). El tiempo trascurrido, y la serenidad que con élha regresado a la mirada crítico-histórica, permiten hoy observar (gracias a lamisma novela, precisamente) que había ya un Realismo Mágico en América Latina –o a propósito de esta– en la historia dela literatura, mucho antes de su publicación.

Joseph Conrad (1857-1924), alrededor de cuya obra gira el contenido deesta sección monográfica de Ómnibus,es precisamente el autor en quien toca hoy posar la mirada y recordar que elcincuentenario de Cien años de soledadcoincidirá en 2017 con el primer siglo de existencia de Nostromo (1904, 1917), la novela “latinoamericana” de un escritoranglo-polaco más notorio por sus narraciones exóticas escenificadas en África (The heart of darkness) y Oceanía (Lord Jim), o por su papel en lafundación del género de misterio, con un clásico moderno como The secret agent (1907).

En Nostromo, Conrad recreala República de Costaguana, situada vagamente en el istmo de México a finalesdel siglo XIX, e inspirada en las historias locales del nacimiento de nacionesreales de hoy, como Nicaragua o Costa Rica, desprendimiento de la soñada GranColombia de Simón Bolívar.

Medio siglo antes de García Márquez, ese veterano marino mercante delos siete mares que fue Conrad antes de consagrarse a la literatura, escribióuna vasta novela que tiene por escenario el mismo rincón del Caribe dondetrascurre Cien años de soledad y enla que se aprecia patentemente la efervescencia subterránea de los Trópicos queimpregna las mentes y determina el curso de las historias, individuales ycolectivas, maravillosamente pintada en su máximo auge por el novelistacolombiano. Macondo, la ciudad mítica que es escenario de su acción, estáinspirada en la colombiana Aracataca, cuna de la familia García Márquez acomienzos del siglo XX.

Estamos muy lejos de leer a Conrad, hoy, como mero precursor de GarcíaMárquez. Por el contrario, el escritor, nacido en el seno de una familia depatriotas polacos que pagaron con su vida la valentía de hacer frente alautoritarismo absoluto de los zares de Rusia, entonces amos de Polonia, esrecordado en el mundo de habla inglesa como uno de los fundadores de sunarrativa moderna. Es hora de mirar retrospectivamente más allá de GarcíaMárquez, para apreciar mejor el mundo creado por él, en el contexto de otrasnarrativas previas en medio de las cuales, o tras cuya pista, nació su obra.

El lector no encontrará en las novelas tropicales de Conrad las leyessobrenaturales que gobiernan (al menos en su imaginación) el mundo de lospersonajes de Cien años de soledad,aunque encuentre el mismo Trópico y la misma efervescencia de la Naturaleza queimpregna toda la vida. Sí encontrará un escenario y unos hombres poseídos porlo sobrenatural al punto de convertirlo en realidad tangible y eficaz.

No es casual que el nicaragüense Guillermo Rothschuh Villanueva (1960- ), otro de los colaboradores de este monográfico de Ómnibus, se declare un admirador de la obra de Conrad: con sucompromiso político manifiesto, la obra del nicaragüense parece un eco de denuncia de injusticia, el autoritarismo y la violencia que el autoranglo-polaco enhebra como hilo conductor de toda su narrativa.

El Trópico no es sólo magia en estas novelas: también es tragedia.

De Conrad puede decirse que su imaginario no responde a ideas mágicasni sobrenaturales sino que revela una mirada teñida del Neopositivismo quealentó los estudios etnográficos de la escuela de Cambridge, los cuales seempeñaron en encontrar en la realidad de las sociedades primitivas actuales lasraíces de la imaginación mítica clásica, de Homero y Hesíodo hasta los trágicosgriegos. Pero en su esfuerzo por comprender lo irracional, Conrad –en su otroclásico tropical, Lord Jim, porejemplo– lo recrea con tal fuerza que acaba haciéndolo creíble, por un momento,para los lectores del siglo XXI.

Conrad es universalmente conocido por su breve obra maestra narrativa The heart of darkness, donde la magia noes una metáfora literaria sino una realidad tan eficaz como las tardías lanzasy los bárbaros escudos de los nativos africanos del río Congo del siglo XIX,que acaban por derrotar a los colonos europeos. Los protagonistas de Cien años de soledad, de García Márquez,la mítica familia de los Buendía, descienden de unos colonos españoles que enel siglo XVII lograron por el contrario arraigar en el suelo de América eimponerse sobre los nativos caribeños y centroamericanos, fusionándose conellos no sólo en la carne sino también en la imaginación. Esa Remedios la Bella,de Cien años, que asciende a los cielos elevada por su perfección sensorial esun sincretismo de la religión católica y el pensamiento mágico aborigen (noexento en absoluto de un componente ideacional africano traído al Caribe porlos esclavos negros).

El año 2017 marcará otro aniversario, el del premio Nobel deliteratura recibido precisamente en 1967 por otro latinoamericano, elguatemalteco Miguel Ángel Asturias (1899-1974). La obra de Asturias que aquíentronca con la de García Márquez no es precisamente la de Señor Presidente (1946) –paradigma de la novela política, subgénerode la (1912-2000)– ni de su saga sobre el neocolonialismo estadounidenseencarnado por la United Fruit. Está representada por otros dos libros, hoymenos recordados, pero indudablemente unidos a Cien años por esos conductos subterráneos del mundo mágicolatinoamericano: Leyendas de Guatemala (1930)y Hombres de maíz (1949).

Si algo contrasta de estos dos libros con Cien años de soledad es lo que ha sido llamado el “indigenismo”: elrecurso a una imaginación folklórica –tradicional o inventada– que opone elmundo de los conquistadores españoles al de los aborígenes americanosconquistados. El contraste histórico entre unos y otros ha oscurecido durantealgún tiempo algo que indiscutiblemente hay de común en los imaginarios deambos narradores: lo sobrenatural admitido como parte de la realidad. Sea queproviene del mito o de la fantasía, de la tradición folklórica o de lainvención literaria, está allí presente como una manifestación, diferente peroentrelazada en sus raíces.

No es posible confundir el mundo creado por el escritor con el queabrigaron las mentes de los seres humanos de quienes de alguna manera son ecolos personajes de sus narraciones. El agua es agua, empero, sea que provenga dela lluvia del Trópico o de un aljibe colonial.

Otro escritor, ya lejos que esas latitudes como el uruguayo-argentinoHoracio Quiroga (1878-1937), exploró por su parte el espacio de lo mágico ysobrenatural en su narrativa, mejor conocida por su colección de cuentos Anaconda (1921), donde selva, animales yhombres se confunden en un mismo mundo, en el que comparten atributos como elhablar o la intencionalidad. Pero en él podemos encontrar también la intuiciónliteraria que conducirá a García Márquez, por otro camino paralelo, a revelarlas hondas corrientes de la naturaleza humana que afloran en el Realismo Mágicolatinoamericano.

Por volver a un tiempo más cercano –aquí no se trata de formular unacronología ni de hacer un ejercicio enciclopédico de literatura comparada– valela pena traer a colación al narrador mexicano Juan Rulfo (1918-1986) y suejemplar novela Pedro Páramo (1955).

Rulfo es fácilmente inscribible, a partir de El llano en llamas (1953) dentro de un apartado temático denominadoconvencionalmente la Novela de la Revolución Mexicana, cuyos fundadores hansido Mariano Azuela (1873-1952) y Martín Luis Guzmán (1887-1987), que seasocian, de costumbre, con la corriente pictórica del Muralismo Mexicano.

Pero Rulfo rompió con las convenciones de la narrativarealista-histórica mexicana preexistente, o aún contemporánea suya,representada por Los de abajo (1916)de Azuela, El rey viejo, de Fernando Benítez (1912-2000),arriba mencionados, como de El águila yla serpiente (1928) de Guzmán.

 Pedro Páramo, la novela de muertos, cuyo narrador es otro muerto que ignora sucondición de tal y viene a descubrirla como resultado de la historia que élmismo cuenta, es probablemente uno de los puntos de referencia clave paraparametrizar el Realismo Mágico tal como se lo lee hoy: la narrativa de un mundo que trasciende lo convencionalmenteconsiderado real pero es parte de éste, si no es que sucede a la inversa: queel mundo que llamamos convencionalmente “real” es en verdad sólo una parte deaquel mundo mágico que rechazamos con los argumentos de la razón, pero al queadherimos plenamente con las pasiones de la imaginación. (No es casual queun autor como Benítez acabara su vida como antropólogo, estudiando elimaginario indígena mexicano y sus drogas psicotrópicas con que este rompe lasbarreras represoras del subconsciente.)

 Avestruces por la noche (2009), la novela del argentino Guillermo Roz (1973 - ) puedeasumirse, medio siglo después, en la pampa argentina en lugar de la sierramexicana y sin desmedro de su originalidad narrativa, como una continuación dela exploración literaria de Pedro Páramo,que demuestra que el Realismo Mágico, lejos de ser un fenómeno del pasado,circunscrito a un determinado territorio (la América Tropical), está vivo ybusca nuevos territorios, donde nadie se imaginaría que podían existir.

 En estos avances y retrocesos en la historia viva dela literatura, así como Guillermo Roz marca un momento actual y vivo delRealismo Mágico latinoamericano, es el momento de finalizar, hablando de Conrad,un autor cuya reintroducción en este punto pueda parecer inexplicable paraalgunos, pero que basta con haber leído novelas suyas como The nigger of the ‘Narcissus’ (1897, 1904), Lord Jim (1899, 1900),  o Nostromo (1904, 1919) –y especialmenteesta última– para comprender los lazos profundos que unen a la imaginaciónliteraria de este anglo-polaco con la estos autores latinoamericanosmencionados aquí, cuya actividad literaria abarca un siglo aproximadamente.

 Lo sobrenatural y lo existencial fluyen aquí como corrientesprofundas que subyacen a este escenario dramático latinoamericano, de losllanos mexicanos a las pampas argentinas. La República de Costaguana, deConrad, y el Macondo de García Márquez poseen una continuidad no sólogeográfica y cronológica, sino que además encarnan una visión del mundo en laque el hombre se enfrenta con la naturaleza y con lo irracional como parte desí mismo.

Lo mismo se puede decir de Avestrucespor la noche, de Roz, un mundo donde el principio de identidad sedesnaturaliza, la lógica cartesiana se descompone en un caleidoscopio cuyaspiezas cambian de lugar pero al mismo tiempo son otras, y espacio, tiempo y yoson sólo apariencia.

 El Realismo Mágico está lejos de ser un período histórico de laliteratura latinoamericana: está vivo y presente, en una complejidad mucho másvasta y profunda de lo que el escenario tropical y neocolonial de Costaguana yMacondo, como lectura aceptada, ofrecen.



[1] Martín Felipe Yriart(Buenos Aires, 1942) – Periodista y crítico argentino, estudió Lenguas yLiteraturas Clásicas (1966) en la Universidad de Buenos Aires, que dejó por elperiodismo. Ha sido profesor de Comunicación en la misma Universidad de BuenosAires, y de Creación Literaria en la Escuela de Letras de Madrid. Ha sidoeditor en medios como el semanario Panoramao el diario La Opinión (Argentina), yla agencia internacional Reuters. Colabora en publicaciones digitales como Ómnibus (del que actualmente es Adjunto a Dirección) o Heterogénesis. Reside en Madrid desde 1998.