Esa magia lejana PorGuillermo Roz[1] OMB, Madrid, España Nací en la Argentina de los 70’ (para el caso podrían serlos 60’,los 80’ ylos 90’).Mi educación y mi país, como ya resulta una tristeza histórica, ha sidoimpermeable a la cultura latinoamericana en general, bebiendo y enfocandosiempre sus ojos embelesados a la cultura estadounidense, y mástradicionalmente a la europea. La creación artística latina, salvando laproducción musical y algo de la televisiva (pienso en Los Panchos, enChespirito…), nunca fue recibida con gran aprecio por el público argentino, ysobre todo por el porteño. Laignorancia y la subestimación han sido uno de los pecados más graves quenuestra cultura ha podido cometer. La prototípica y ya grotesca fanfarroneríaargentina ha hecho gala en el siglo XX, entre otras cosas, en la recepción deproductos culturales latinoamericanos, sencillamente, por no considerarlos. Si bien es verdad que con eladvenimiento de la democracia en el año 1983 —y con la guerra de Malvinas quemostró a casi toda Latinoamérica unida detrás de su miembro sureño, amén delChile de Pinochet— Argentina se amigó con el “espíritu latinoamericano” através de la música, en conciertos multitudinarios (con Mercedes Sosa a lacabeza), aún así la relación no dejó de ser distanciada, poco profunda, nadaenraizada en lo que los chicos aprendíamos en los colegios y las universidades. Esta condición de alejamientode la cultura latinoamericana (englóbese con este nombre, torpe y rápidamente,claro a todo lo producido entre México y Paraguay), tiene como contrapartida,como ya se dijo antes, una relación de admiración paternal hacia la culturaeuropea en general. El ya clásico afrancesamiento de las letras argentinas dela primera mitad del siglo XX, la britanofilia de Borges, y la mirada al Siglode Oro español, nos lastraba las posibilidades de las letras que se producíanen nuestro continente. Lo que quiero dejar claro es, que a mi modo de ver, esacerrazón o indiferencia hacia lo que podía escribirse en Colombia o en Perú, novenían lastrado únicamente porque la cultura argentina elegía sus maestros enEuropa, sino porque consideraba que nos encontrábamos ante una nueva versión delas antípodas sarmientinas. “Civilización y Barbarie”. Y, como la Historia loha demostrado, siempre gana la Civilización, siempre gana Europa.Planteo sin ambages que laignorancia y desestimación de mi particular visión de la escritura para con laliteratura latinoamericana en general (y me atrevo a decir que la de lageneración de escritores argentinos a la que pertenezco), y con el RealismoMágico en particular, tienen su razón de ser en la educación que se nos supodar: sectaria, xenófoba, ignorante, miedosa de confundir a un argentino con unlatinoamericano. No quiero decir que quien hayanacido en determinada región del mundo, deba, por obligado cumplimiento, amar ala cultura en la que nació. Ni mucho menos que deba repetir sus modelos arajatabla, por mandamiento municipal. De lo que sí estoy seguro es que en tantoy en cuanto se oculte la casa del vecino y se abale diariamente la de otrohombre que vive lejos, sin duda se creará un experimento de difícil resolución,extraño, la de un que “es y no es”, que “pertenece y no pertenece”. Y con estome refiero a la pertenencia cultural al ámbito de lo latinoamericano por partede los argentinos. Esa realidad conflictiva desde principios del Siglo XX, conla llegada masiva de inmigración europea, fue horriblemente administrada en losocial y cultural, creando en los argentinos un complejo de europeos en tierrassudamericanas. Esto es el principio de una teoría más larga y profunda, sobrelo que no discurriré y que está muy bien explicado en cientos de libros deHistoriografía, aunque menos de los deseables. ¿Y el Realismo Mágico Latinoamericano…?Vano y repetitivo sería enlistar las cualidades narrativas de Gabriel GarcíaMárquez, de Miguel Ángel Asturias, de Alejo Carpentier. Sin ninguna duda susprosas barrocas, sus artefactos en los que podemos oler el aroma de la selva,degustar la sal del mar o escuchar el acento musical de un cubano de barrio hansido el principio del reconocimiento de una forma de decir un mundo, deexperimentar una región del español riquísima y en constante transformación. Noconsidero que mi aporte sobre el movimiento sería interesante; simplementepuedo decir que he sido un lector tardío y admirado de este grupo variopinto decreadores, en los que erradamente, a mi entender, muchas veces se incluyen aplumas del llamado boomlatinoamericano, como puede ser el caso de Juan Carlos Onetti o Julio Cortázar. Resumiendo diré que mi llegadaa la conclusión de que no puedo sentirme allegado o influido por el realismomágico latinoamericano, a causa de mi deficitaria y cercenada educaciónargentina, invita a otras miradas, otros cruces inter-latinoamericanos,experiencias y ejercicios que considero interesantes, necesarios y casiobligatorios para asimilar y disfrutar de la propia identidad cultural, enrelación a las otras culturas, las cercanas y las lejanas. [1] Guillermo Roz (Buenos Aires: 1973) Escritor argentino, autor –entreotras– de las novelas La vida me engañó(2007) y Avestruces en la noche(2009), ambas publicadas por La Mirada Malva (Madrid: España). Su próximapublicación es también una novela, Tendríamosque haber venido solos. Reside enEspaña desde 2002.
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