Álvaro Mutis (Colombia, 1923 – México, 2013) Poeta, narrador y ensayista. Considerado uno de los autores más importantes de las letras hispanas. Entre sus libros destacan: Los elementos del desastre (Poesía, 1953), Summa de Maqroll el Gaviero (Poesía, 1973), La nieve del Almirante (Narrativa, 1986) Ilona llega con la lluvia (Narrativa, 1988), La muerte del estratega (Narrativa, 1990), De lecturas y algo del mundo (Ensayo, 1999), entre otros. De los diversos reconocimientos a su obra figuran: El Premio Nacional de Poesía de Colombia, 1983; Comendador de la Orden del Águila Azteca México, 1988; Premio Xavier Villaurrutia México, 1988; Orden de las Artes y las Letras, del Gobierno de Francia, en el grado de Caballero, 1989; Premio Príncipe de Asturias de las Letras de España, 1997; Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de España, 1997; Premio Cervantes de España, 2001.
AMÉN
Que te acoja la muerte con todos tus sueños intactos. Al retorno de una furiosa adolescencia, al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron, te distinguirá la muerte con su primer aviso. Te abrirá los ojos a sus grandes aguas, te iniciará en su constante brisa de otro mundo. La muerte se confundirá con tus sueños y en ellos reconocerá los signos que antaño fuera dejando, como un cazador que a su regreso reconoce sus marcas en la brecha.
LA FIEBRE ATRAE EL CANTO DE UN PÁJARO ANDRÓGINO
La fiebre atrae el canto de un pájaro andrógino y abre caminos a un placer insaciable que se ramifica y cruza el cuerpo de la tierra. ¡Oh el infructuoso navegar alrededor de las islas donde las mujeres ofrecen al viajero la fresca balanza de sus senos y una extensión de terror en las caderas! La piel pálida y tersa del día cae como la cáscara de un fruto infame. La fiebre atrae el canto de los resumideros donde el agua atropella los desperdicios.
CÁDIZ
Después de tanto tiempo, vastas edades, siglos, migraciones allí sorprendidas frente al vocerío de las aguas sin límite y asentadas en su espera hasta confundirse con el polvo calcáreo, hasta no dejar otra huella que sus muertos vestidos con abigarrados ornamentos de origen incierto, escarabajos egipcios, pomos con ungüentos fenicios, armas de la Hélade, coronas etruscas, después de tales cosas, la piedra ha venido a ser una presencia de albas porosidades, laberintos minúsculos, ruinas de minuciosa pequeñez, de brevedad sin término, y así las paredes, los patios, las murallas, los más secretos rincones, el aire mismo en su labrada transparencia también horadado por el tiempo, la luz y sus criaturas. Y llego a este lugar y sé que desde siempre ha sido el centro intocado del que manan mis sueños, la absorta savia de mis más secretos territorios, reinos que recorro, solitario destejedor de sus misterios, señor de la luz que los devora, herencia sobre la cual los hombres no tienen ni la más leve noticia, ni la menor parcela de dominio. Y en el patio donde jugaron mis abuelos, con su pozo modesto y sus altos muros labrados como madréporas sin edad, en la casa de la calle de Capuchinos me ha sido revelada de nuevo y para siempre la oculta cifra de mi nombre, el secreto de mi sangre, la voz de los míos. Yo nombro ahora este puerto que el sol y la sal edificaron para ganarle al tiempo una extensa porción de sus comarcas y digo Cádiz para poner en regla mi vigilia para que nada ni nadie intente en vano desheredarme una vez más de lo que sido «el reino que estaba para mí». |