Olga Orozco (Argentina, 1920 – 1999)
Poeta,
periodista y autora teatral. Una de las figuras más sobresalientes de la poesía
argentina durante la segunda mitad del siglo XX. Entre sus libros destacan: Las
muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Cantos
a Berenice (1977), La noche a la deriva (1984), En el revés del
cielo (1987), Con esta boca, en este mundo (1994), Eclipses y
fulgores. Antología (1998) y Últimos poemas (2009). Entre los múltiples reconocimientos recibidos por
su obra se cuentan: el Premio de Honor de la Fundación Argentina, Gran
Premio del Fondo Nacional de las Artes, Premio Esteban Echeverría, Gran Premio de Honor de la
SADE, Premio Nacional de Teatro a Pieza Inédita, Premio Nacional de Poesía, Láurea
de Poesía de la Universidad de Turín, Premio Gabriela Mistral otorgado por
la OEA y Premio de Literatura Latinoamericana Juan Rulfo.
ENTRE PERRO Y LOBO
Me
clausuran en mí.
Me dividen en dos.
Me engendran cada día en la paciencia
y en un negro organismo que ruge como el mar.
Me recortan después con las tijeras de la
pesadilla
y caigo en este mundo con media sangre vuelta a
cada lado:
una cara labrada desde el fondo por los colmillos
de la furia a solas,
y otra que se disuelve entre la niebla de las
grandes manadas.
No consigo saber quién es el amo aquí.
Cambio bajo mi piel de perro a lobo.
Yo decreto la peste y atravieso con mis flancos en
llamas
las planicies del porvenir y del pasado;
yo me tiendo a roer los huesecitos de tantos
sueños muertos entre celestes pastizales.
Mi reino está en mi sombra y va conmigo dondequiera
que vaya,
o se desploma en ruinas con las puertas abiertas a
la
invasión del enemigo.
Cada noche desgarro a dentelladas todo lazo ceñido
al corazón,
y cada amanecer me encuentra con mi jaula de
obediencia en el lomo.
Si devoro a mi dios uso su rostro debajo de mi
máscara,
y sin embargo sólo bebo en el abrevadero de los
hombres
un aterciopelado veneno de piedad que raspa en las
entrañas.
He labrado el torneo en las dos tramas de la
tapicería:
he ganado mi cetro de bestia en la intemperie,
y he otorgado también jirones de mansedumbre por
trofeo.
Pero ¿quién vence en mí?
¿Quién defiende de mi bastión solitario en el
desierto, la sábana del sueño?
¿Y quién roe mis labios, despacito y a oscuras, desde
mis propios dientes?
AQUÍ ESTÁN TUS RECUERDOS…
Aquí están tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra.
Todo siempre es igual.
Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:
todo siempre es igual.
Aquí están tus dominios, pálido adolescente:
la húmeda llanura para tus pies furtivos,
la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,
las antiguas leyendas,
la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.
-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!
¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!
Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho
y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo
tan deslumbrante y claro.
¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,
por algún paisaje que he querido?
¿Recuerdas todavía la nevada?
¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,
tu morada de hierros y de flores!
Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,
extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,
tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos
después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,
la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.
Espera, espera, corazón mío:
no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.
Otra vez, otra vez, corazón mío:
el roce inconfundible de la arena en la verja,
el grito de la abuela,
la misma soledad, la no mentida,
y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.
ÉSA ES TU PENA
Ésa es tu pena.
Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no
vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso
del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de
olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas
rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con
nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.